miércoles, 7 de agosto de 2013

LUNA DE AUYAMA



(Relato mitológico)

Amilcar Briceño Peña

    
           Barquisimeto, septiembre de 2.003.
   Está…. en las recónditas y olvidadas narraciones de la memoria ancestral del venezolano, desde el inicio de su mestizaje cultural que ha transmitido oralmente su hacer cotidiano tal como el  presente relato “Luna de auyama”. Gran parte de la sabiduría popular desde ese entonces se basaba en un principio simple, esto es acerca de como comprender la vida y el mundo, tal es el principio de complementariedad y coexistencia de polos de creencias contrastantes, una activa y otra pasiva, que llegaron  a ser desde hace muchos años motivos de adoración, por ejemplo los polos contrarios entre lo bueno y lo malo; el invierno y verano; la lluvia y sequía; lo fructífero y lo estéril; el sol y la luna; la noche y el día, y otros, venerados como dioses. De allí la extraordinaria validez e importancia dada al maíz como un obsequio metahumano a partir del asentamiento de los primeros indígenas. Tanto fue la importancia del maíz que se llegó a enmascarar  a un segundo plano otros productos de consumo no menos importantes, proteínicos o no, pero abundantes y que contribuyeron a la subsistencia.
He aquí que hace mucho tiempo, ocurrió durante alguna oportunidad muy remota un desastroso fenómeno climático, cuando se repitió un lapso septenario de sequía obedeciendo a leyes astronómicas, pero la explicación dada por los indianos mestizos era el de un castigo divino cuando se retiró el lado bueno divinizado del sol y de la lluvia, y con ello menguó hasta desaparecer la cosecha del pan diario del  maíz. La alimentación cotidiana conoció el hambre y desapareció el maíz por un lapso de más de siete años. En ese entonces el sol brillaba en exceso secando las tierras y las fuentes de agua, el aire caluroso era un fuego invisible y hasta las nubes por tiempo llegaron a desaparecer de la vista.......

Y hasta la luna pareció derretirse en su contorno circular de siempre. De tanto mirarla, los pioneros habitantes indianos llegaron a creer que un día de esos, su silueta se alargó ligeramente hacia abajo tomando la forma de una pera, como si la diosa Luna en un acto de amor compasivo quisiera exprimirse para enjugar con sus lágrimas de luna, el clamor de las sedientas tierras y de su gente moribunda por la ausencia fructificada del maíz.
Y uno de esos días, ocurrió un milagro de la naturaleza o quizá fue producto de la imaginación indiana, cuando por primera vez creció la diosa como queriendo reventarse en lágrimas. Bajo una noche de luna grande y amarilla se desprendió parte de ella misma cuando su forma de pera se estiraba, y es por ello que desde entonces, se le empezó a llamar a esa fase recrecida y amarilla como LUNA LLENA.
Fue así como cayó sobre las estériles tierras una lluvia de minúsculos pedazos de luna consistente en millones de lágrimas compasivas color amarillo crema, en forma de diminutas figuras planas cubriéndose así el cielo de pequeñas nubes descendentes de semillas vivas, que al tocar el suelo alfombraron la tierra preparada hasta para lo peor. Ocurrió esto al sexto día y el asombro infinito de la indiada ante la presencia de miles de ramitas con una hoja ancha en forma de paraguas, cuyas vellosidades atrapaban el rocío nocturno de la luna y saciaban la sed de la tierra y también de las nuevas semillas, llegadas por milagro a manera de lágrimas compasivas regadas aquellas noches por la diosa luna llena.




Tan grandiosa cobertura vegetal repetida por ciclos cortos de hasta tres veces al año, pero tanto, que cubrían vastas extensiones y se perdían de vista, y en cada ciclo de tres a cuatro meses se cosechaban abundantes frutos, unos redondeados y otros alargados, pequeños, medianos y grandes, de amplia y variada coloración externa de rayado verde y amarillo,  con exquisito sabor y textura cremosa de su pulpa amarilla mostaza luego de cocinada al fuego con poco agua y sal: tenía un color a semejanza de la luna llena, fruto alimenticio que  los indianos consintieron llamarla augua-huya luma en honor a la generosa diosa, vocablo originario de alguna lengua indígena predominante que significaba “agua de allá de luna”, reducido posteriormente por el mestizaje fonético amerindio, a la auyama.
Eran tan abundantes las cosechas de auyamas y tan variada las formas de consumirlas, que se asentó como reina su aceptación al paladar, sea por su textura y sabor según la forma, tamaño y estado de madurez al momento de consumirse, como a la vez tan grande era la necesidad de alimento a falta del maíz, tal que se ingeniaron una amplia diversidad de manera de consumirla bajo la forma de alimento, enriqueciéndose muy velozmente la gastronomía mestiza en base a este fruto rastrero.
Es así como se conocieron entre otros los platos alimenticios siguientes a partir de la auyama: la ración cocida en su propia concha; cubitos semi duros de auyama en los guisados con otras verduras y aliños de montes verdes; cocidos de presas de carnes de animales silvestres con trozos de auyama de la que llaman de palo, además con quinchoncho y abundante ají dulce; crema de auyama con leche más algo de papelón rayado; tortas de auyama con levadura de chicha en hornos de barro; quesillos de auyama con cuajada de leche de cabra o de vaca; papillas o puré semilíquido de harina de auyama desecada y molida con harina de plátano verde también desecado, ideal para infantes y adultos convalecientes; amasijo de auyama cocida con queso blando o requesón, horneadas a la brasa o en fogón del tipo de adobe de barro usado para el pan de maíz o arepa; harina de auyama (desecada al sol y molida sin la concha) conservada con papelón rayado y canela, lista para consumo con leche a manera de bebida de atol cocido; crema de auyama cocida con mantequilla de maní o de coco, combinado además con crema de garbanzo criollo y también de quinchoncho; picadillo de auyama en trozos pequeños con frijol bayo y presas de cerdo o cochino, conservado éste al humo de fogón de leña en lo que se llama hoy jamón; conservas o dulces de auyama con cabello de ángel endulzado y aromatizado con hojas de limón o naranja; pudín endulzado de auyama acompañado de manjar de maíz del llamado majarete.
En adición el ingenio culinario de la abundancia le dio utilidad a la semilla, en sus propiedades reconstituyentes del cerebro y de la potencia sexual así como en la fecundidad, combinando la harina de esta semilla semitostada con harina de cabeza de pescado de río, ojo de buey o de toro, todo mezclado y tomado en vino tinto extraído de frutos silvestres, del jobo maduro, aliñados con quina y canela…………

Pasaron muchos años y cuenta la leyenda del olvido, que tanta cobertura vegetal de las plantaciones de auyama generó un nuevo clima a ras del suelo, y resultó tan beneficioso porque con ello se atrajo abundante humedad al suelo, restableciéndose en el mismo, en el aire y en el ambiente, el anteriormente perdido equilibrio de los períodos benevolentes de lluvia y sol, y con ello resurgió de nuevo la cultura del maíz  y el ciclo astronómico de inviernos y veranos benignos, tanto que de nuevo se impuso las siembras dominante del maíz y el culto al sol con la luna a un segundo plano de importancia, con lo cual se relegó la auyama a los rincones de los terrenos en los conucos y con los años futuros a tales olvidadas siembras, cubriéndose con velo de olvido la leyenda anterior de cuando existió la hegemonía culinaria de ésta luna de auyama comestible.

No obstante ocurre siempre su presencia en el presente, porque de vez en cuando sin que nadie se lo proponga, surge una mancha verde con grandes flores amarillas, expresión humilde pero robusta de alguna plantación espontánea del auyamal que nadie siembra, apareciendo en cualquier pedazo olvidado del solar del terreno, y sobre todo en estación de verano, a manera de remembranza de su pasado milenario y salvador en época de escasez, como queriendo darnos su mensaje atávico de grandiosa y delicada reina que fue en el arte culinario tradicional, en homologación a la mitología griega de la novia Penélope, la reina  sempiterna de la espera amorosa, y ahora la auyama destinada a ser la convidada especial en la gastronomía moderna.

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