jueves, 14 de septiembre de 2023

La próxima pandemia podría afectar los cultivos, no a las personas


Fuentes: La marea climática [Foto: Grist / Getty Images]

La uniformidad genética es fundamental para la agricultura moderna, pero nos hace vulnerables a nuevas plagas vegetales de gran capacidad destructora. Incorporar la biodiversidad a la agricultura a gran escala podría servir para prevenir estas crisis.

A decir verdad, nadie sabe cómo llegó el hongo Bipolaris maydis a los maizales de Estados Unidos, pero en el verano de 1970 arrasó los cultivos, provocando una enfermedad conocida como tizón meridional de la hoja del maíz, que hace que los tallos se marchiten y mueran. Primero afectó al sur del país, y luego la enfermedad se extendió por Tennessee y Kentucky antes de llegar a Illinois, Misuri y Iowa, el corazón de la región agrícola conocida como «Cinturón del maíz».

Fue una devastación sin precedentes. La cosecha de maíz de 1970 se redujo en cerca de un 15% del total. En conjunto, los agricultores perdieron casi dieciocho millones de toneladas métricas de maíz que iban destinadas al ganado y al consumo humano, con un coste económico de mil millones de dólares. Se perdieron más calorías que durante la Gran Hambruna que asoló Irlanda en la década de 1840, cuando una plaga diezmó los patatales.

En realidad, el problema del tizón del maíz comenzó años antes del brote de 1970, durante la década de 1930, cuando los científicos desarrollaron una cepa de maíz con una peculiaridad genética que facilitaba la producción de semillas a gran escala. A los agricultores, por su parte, les gustaba su alto rendimiento. En la década de 1970, esa variedad constituía la base genética de hasta el 90% del maíz cultivado en todo el país, frente a las miles de variedades que se habían cultivado hasta entonces.  

Esa cepa de maíz, conocida como cms-T, resultó ser muy susceptible al tizón meridional de la hoja del maíz. Por eso, cuando una primavera inusualmente cálida y húmeda favoreció el desarrollo de este hongo, se encontró con una sobreabundancia de maizales a su merced.

Los científicos de entonces confiaban en que se hubiese aprendido la lección. 

«Nunca más una de las principales especies cultivadas deberá ser manipulada para volverse tan uniforme como para resultar universalmente vulnerable al ataque de un patógeno», escribió el fitopatólogo Arnold John Ullstrup en un artículo sobre esta cuestión publicado en 1972.

No obstante, hoy en día la uniformidad genética es una de las principales características de la mayoría de los sistemas agrícolas a gran escala, lo que lleva a algunos científicos a advertir que se dan las condiciones necesarias para que se produzcan nuevas plagas de gran capacidad destructora. 

«Creo que se dan todas las condiciones necesarias para que se produzca una pandemia en los sistemas agrícolas», afirma el agrónomo Miguel Altieri, profesor emérito de la Universidad de California, Berkeley. El hambre y las dificultades económicas serían la consecuencia más probable.

El cambio climático agrava el peligro

Las alteraciones en los patrones meteorológicos amenazan con desbarajustar la distribución de los patógenos y ponerlos en contacto con nuevas especies vegetales, lo que podría agravar las plagas que afectan a los cultivos, según Brajesh Singh, experto en edafología de la Universidad de Western Sydney, Australia. 

Incorporar la biodiversidad a la agricultura a gran escala podría servir para prevenir estas crisis. Aquí y allá, hay agricultores que están dando pasos en esta dirección, pero ¿se harán esos esfuerzos extensibles a toda la agricultura? ¿Y qué pasará si no es así?

Según un informe de 2019 de la Plataforma Intergubernamental Científico-normativa sobre Diversidad Biológica y Servicios de los Ecosistemas, las explotaciones agrícolas cubren cerca del 40% de la superficie cultivable del planeta. Casi el 50% de esos sistemas se compone de tan solo cuatro cultivos —trigo, maíz, arroz y soja—, y las plagas son algo habitual. A nivel mundial, cada año se pierden alimentos por valor de 30.000 millones de dólares a causa de los fitopatógenos.

Imagen del tizón septentrional del maíz, que produce marcas distintas en las hojas enfermas. Getty Images vía Grist.

No siempre ha sido así. En los albores del siglo XX en Estados Unidos, por ejemplo, los alimentos no los producían máquinas, sino personas, y más del 40% de la mano de obra estadounidense trabajaba en multitud de pequeñas explotaciones agrícolas donde se cultivaba una amplia variedad de cultivos. Según la historiadora Lizzie Collingham, autora del libro Taste of War: World War II and the Battle for Food (El sabor de la guerra: la Segunda Guerra Mundial y la lucha por los alimentos), el Imperio Británico sentó las bases del cambio hacia el actual sistema alimentario industrializado.

A principios del siglo XX, el Imperio Británico había llegado a la conclusión de que podía «tratar todo el planeta como una fuente de recursos para su población», afirma Collingham. Se importaba cacao de África Occidental, carne de Argentina y azúcar del Caribe, por ejemplo. De repente, los alimentos no eran algo que se compraba a los agricultores locales, sino una mercancía global, sujeta a la economía de escala.

Según Collingham, Estados Unidos hizo suya esta idea y la desarrolló. Primero llegó el New Deal: el plan del Presidente Roosevelt para sacar al país de la Gran Depresión pasaba por elevar el nivel de vida de los agricultores, algo que, en parte, se conseguía llevando la electricidad a la vida rural. En 1933, las explotaciones agropecuarias estadounidenses se caracterizaban por los excusados exteriores, el hielo como forma de preservar los alimentos y la total ausencia de alumbrado público. En 1945 todo eso había cambiado.

Una vez conectados a la red eléctrica, los granjeros podían comprar equipos como neveras eléctricas para conservar la leche y trituradoras de pienso, lo que les permitía ampliar sus explotaciones, pero estos adelantos resultaban caros, por lo que sólo podían permitírselos si expandían el negocio. «Todo cobra sentido si lo racionalizas con vistas a la economía de escala y transformas tu granja en una fábrica», explica Collingham.

Entonces estalló la Segunda Guerra Mundial y gran parte de la mano de obra agrícola tuvo que partir hacia el frente. El gobierno tenía un ejército al que alimentar y una población general a la que contentar, por lo que no podía poner freno al suministro de alimentos. Las máquinas fueron la solución: la guerra consolidó el cambio de los humanos a los tractores, y las máquinas funcionan mejor cuando realizan una sola tarea, como cosechar un solo cultivo, hectárea tras hectárea.

Los monocultivos pueden ser muy eficientes mientras no se vean afectados por plagas, y fue en buena medida esa eficiencia la que sostuvo a Estados Unidos durante la guerra. De hecho, el sistema funcionó tan bien que «los soldados que hacían la instrucción militar en Estados Unidos engordaban —afirma Collingham—. Muchos de ellos nunca habían comido tan bien en su vida».

Las granjas a pequeña escala en las que se cultivaban distintos cereales no tardaron en pasar a la historia en el Medio Oeste estadounidense. No es que hubiese un plan premeditado para abolir esta práctica, sino sencillamente que «para muchas personas se había vuelto obsoleta», en palabras del agrónomo Matt Liebman, profesor recientemente jubilado de la Universidad Estatal de Iowa.

La biodiversidad protege la salud de las plantas

Podría pensarse que la idea de que la biodiversidad protege la salud de las plantas es nueva, puesto que no hace tanto que la agricultura biodiversa dejó de ser una práctica común. Pero, en realidad, científicos y agricultores conocen esa interconexión desde hace siglos o desde hace incluso más tiempo, según la bióloga evolutiva Amanda Gibson, de la Universidad de Virginia.

El concepto básico es muy sencillo: los patógenos más habituales sólo pueden infectar determinadas especies de plantas. Cuando uno de esos patógenos se topa con una especie resistente, ésta pone freno a su expansión. El patógeno no puede reproducirse, queda neutralizado y las plantas cercanas se salvan.

Además, las plantas resistentes a las plagas pueden alterar el flujo del aire, de tal manera que se mantienen secas y sanas, creando así barreras físicas que impiden la propagación de los patógenos. Sobre todo si son altas, las plantas resistentes pueden funcionar como vallas que los patógenos deben saltar para extenderse. «Alguien hizo un buen experimento tomando tallos de maíz muertos y dejándolos caer en un campo de judías», afirma el fitopatólogo Gregory Gilbert, de la Universidad de California, Santa Cruz. «Y eso también funciona, porque impide que las cosas se muevan de aquí para allá».

En la naturaleza, esta dinámica entre plantas y patógenos puede formar parte de ecosistemas sanos. Los patógenos se propagan con facilidad entre variedades de la misma especie, acabando con las plantas que están demasiado cerca de sus parientes y asegurando que los entornos tengan un grado saludable de biodiversidad. A medida que se restablece el «distanciamiento social» entre huéspedes susceptibles, la plaga desaparece.

En los monocultivos no hay frenos ni vallas naturales que detengan la propagación de los patógenos. Así, cuando una plaga se instala en un campo de cultivo, lo más probable es que lo arrase por completo. «Favorecemos su expansión en vez de su eliminación», afirma Altieri.

Las nuevas tecnologías han venido a ratificar estas viejas nociones: a lo largo de la última década, los científicos han podido aislar una amplia gama de microbios que se desarrollan en un nicho muy concreto —como una mazorca de maíz o un tallo de trigo— y usar la secuenciación genética para crear una especie de censo de todo lo que vive allí.

Los resultados han sido inquietantes, pero no siempre inesperados. Carolyn Malmstrom, ecóloga de plantas y microbios de la Universidad Estatal de Michigan, y sus colegas descubrieron en un estudio que las plantas de las tierras cultivadas son portadoras de una variedad de virus mucho mayor que las plantas de los denominados «puntos calientes de biodiversidad» adyacentes. 

A la inversa, más tarde comprobaron que algunos campos de cebada y trigo estaban prácticamente desprovistos de virus, pero eso también podría ser una señal de problemas venideros. Los pesticidas mantienen a raya los virus, «por lo que podríamos pensar que nuestros cultivos están a salvo», explica Malmstrom. Pero no todos los microbios son nocivos. 

«Al mantener nuestros sistemas de cultivos libres de virus, es posible que los estemos privando de microbios beneficiosos que conforman la riqueza de la biodiversidad», añade.

Cuanto mayor es la explotación agrícola, más graves son las plagas, por lo menos en el caso de un patógeno conocido como «mosaico severo de la patata», que provoca un bajo rendimiento de este tubérculo. Cuando los investigadores analizaron la cantidad de tierra dedicada al monocultivo que rodeaba una planta de patata, comprobaron que la prevalencia del patógeno aumentaba proporcionalmente al porcentaje de superficie circundante cubierta por esa tierra. En cambio, los campos y bosques no gestionados, que contienen mezclas de plantas silvestres, parecen tener un efecto protector frente a ese patógeno.

En los entornos naturales, el aumento de la biodiversidad reduce el número de especies virales presentes. Sin embargo, favorecer la biodiversidad en las lindes de los campos de cultivo no parece tener el mismo efecto, según la ecóloga vegetal Hanna Susi, de la Universidad de Helsinki. 

Según un estudio del que es coautora, los fertilizantes y otras sustancias químicas que se filtran desde los cultivos podrían afectar la sensibilidad a las infecciones de las plantas cercanas. Los microbios beneficiosos que se encuentran en las plantas silvestres pueden impedir que muchos de estos virus causen enfermedades, pero si los mismos virus contaminan cultivos que carecen de esa protección, «no sabemos qué podría pasar», afirmó. Los agricultores podrían enfrentarse a nuevos tipos de plagas.

Los beneficios de diversificar los cultivos

En su finca en el estado colombiano de Antioquia, Altieri mezcla numerosos cultivos —maíz con calabaza, piña con legumbres— y sostiene: «No tenemos las plagas que afectan las explotaciones de nuestros vecinos, que practican el monocultivo».

Los resultados de los recientes experimentos de secuenciación genética le resultan familiares porque los agricultores tradicionales latinoamericanos llevan mucho tiempo valiéndose de la biodiversidad para proteger sus cultivos. «Esos estudios son una buena contribución a la investigación ecológica —afirma—. Pero, en el fondo, no han hecho sino reinventar la rueda.»

Sin embargo, esta vieja rueda tiene que superar una nueva cuesta. El cambio climático está redistribuyendo los patógenos, lo que hace que entren en contacto con nuevos cultivos, y cambiando los patrones climáticos de tal forma que favorece el desarrollo de plagas.

Liebman ya ha visto los efectos del cambio climático de primera mano en Iowa, donde se está registrando una mayor incidencia de la «mancha de alquitrán», una infección que marchita las hojas de las plantas de maíz. «Tenemos noches más cálidas y días más húmedos», explica. El patógeno de la mancha de alquitrán está encantado con este nuevo clima.

Según Singh, es difícil predecir con exactitud en qué medida aumentará el cambio climático las plagas de los cultivos, pero podemos extraer varias conclusiones generales.

Es probable que el aumento de las temperaturas favorezca a determinados patógenos que causan enfermedades en los principales cultivos. Por ejemplo, es probable que el hongo Fusarium culmorum, que afecta al trigo, se vea reemplazado por su pariente Fusarium graminearum, más agresivo y tolerante al calor. Esto puede suponer una mala noticia para los países nórdicos, cuyos cultivos de trigo podrían verse afectados.

Del mismo modo, es probable que el aumento de las temperaturas haga retroceder a otros patógenos. Un hongo que infecta la planta conocida como reina de los prados, por ejemplo, ha empezado a desaparecer en las islas frente a la costa sueca. En términos generales, sin embargo, Singh cree que las regiones actualmente frías o templadas notarán un aumento de las plagas de los cultivos a medida que la temperatura media vaya subiendo.

En el caso de las regiones que ya tienen un clima cálido, los problemas podrían venir de la mano de una mayor humedad ambiente. Así, algunas zonas de África y América del Sur se cuentan entre las que probablemente sufrirán una mayor incidencia de los patógenos pseudofúngicos del género PhytophthoraLa inseguridad alimentaria ya es prevalente en algunas de estas zonas, y si no se hace nada por detener la propagación de estas plagas, es probable que vaya a más. «Necesitamos mucha más información —sostiene Singh—, pero coincido en que ése es uno de los escenarios posibles».

Cultivo intercalado de maíz y café en una finca de Brasil. Lena Trindade / Brazil Photos / LightRocket via Getty Images.


Jason Mauck cultiva «de todas las maneras posibles», en sus propias palabras. Al responsable de Constant Canopy Farm le gusta experimentar para comprobar qué funciona y qué no, y en cerca de cuarenta de las mil doscientas hectáreas de cultivos que gestiona en Gaston, Indiana, lleva a cabo un experimento con una estrategia denominada «cultivo intercalado».

El cultivo intercalado consiste en plantar dos o más cultivos en el mismo campo, alternando las hileras o mezclando los cultivos dentro de una misma hilera; se trata de una reinterpretación moderna de técnicas agrícolas ancestrales como las que utiliza Altieri, y una forma de introducir la biodiversidad en la agricultura a gran escala. En el caso de Mauck, mezcla trigo y soja. Las semillas de trigo se siembran en octubre y, allá por febrero, las plantas empiezan a germinar. En abril, se siembra la soja entre las hileras de trigo. Los dos cultivos crecen juntos hasta la cosecha, que tiene lugar a principios de julio.

A diferencia del trigo que planta en monocultivo, Mauck no rocía el trigo intercalado con fungicidas, ya que no necesita ayuda para mantenerse sano. Probablemente la combinación de cultivos favorece la circulación del aire, que mantiene la humedad a raya e impide la proliferación de hongos, explica Mauck. Ahora que el cambio climático favorece la formación de más tormentas extremas en la región, toda ayuda es poca. 

La experiencia de Mauck no es única, ni mucho menos. Cuando el biólogo Mark Boudreau, del campus universitario Penn State Brandywine, revisó 206 estudios sobre cultivos intercalados de una amplia variedad de plantas y patógenos, descubrió que las plagas se reducían en el 73% de los casos.

En China, los agricultores llevan décadas experimentando con los cultivos intercalados, que según Boudreau son cada vez más habituales en Europa y Oriente Medio. Sin embargo, Mauck refiere que el hecho de practicar los cultivos intercalados en el Medio Oeste estadounidense lo convierte en «una especie de bicho raro», pese a participar anualmente en cerca de veinte congresos para dar a conocer ésta y otras prácticas de agricultura sostenible y a tener numerosos seguidores en las redes sociales. Ha logrado convencer a varios de sus colegas agricultores para que prueben el cultivo intercalado, pero los avances en este sentido son lentos.

La falta de maquinaria es uno de los grandes problemas, según Clair Keene, agrónoma extensiva de la Universidad Estatal de Dakota del Norte. Las empresas de maquinaria agrícola no han inventado una máquina que permita a los agricultores cosechar cultivos mixtos por separado, y éstos no suelen tener tiempo para llevar a cabo varias cosechas. En opinión de Boudreau, las empresas de maquinaria agrícola podrían resolver fácilmente este problema si los agricultores las presionaran un poco.

En Dakota del Norte, el humilde garbanzo podría ser la motivación que necesitan los agricultores y las empresas de maquinaria agrícola. En los últimos años, el margen de beneficio de este cultivo ha sido entre dos y tres veces superior al del trigo común, un cultivo habitual en la región. Pero hay un problema: los garbanzos son muy sensibles a una plaga llamada rabia o ascoquitosis, «capaz de arrasar todo el cultivo y que no quede un solo garbanzo para cosechar», explica Keene. Para evitar semejante fatalidad, los agricultores rocían los garbanzos entre dos y cinco veces al año con fungicidas cuyo coste merma considerablemente su margen de beneficios.

Los cultivos intercalados podrían suponer una alternativa asequible a esta práctica. Keene y otros han descubierto que la ascoquitosis disminuye al menos en un 50% cuando los garbanzos se cultivan junto con la linaza. Al igual que en los campos de Mauck, Keene cree que la linaza favorece la circulación de aire alrededor de los garbanzos, reduciendo la humedad e impidiendo la proliferación del hongo causante de la plaga.

Cuando Keene contempla los extensos campos de cultivo que caracterizan su estado natal de Dakota del Norte, ve las dos caras de la agricultura moderna. Por un lado, los monocultivos han proporcionado a muchas personas una fuente vital de calorías. «Como estadounidenses, utilizamos el entorno para proporcionar una calidad de vida con la que, en términos generales, ni siquiera podían soñar las generaciones anteriores» afirma. «¿Y quién lo hace posible? Los agricultores. Tenemos una gran deuda con ellos.»

Sin embargo, el mismo sistema agrícola ha afectado drásticamente al entorno natural, desde las plantas autóctonas que solían prosperar en las praderas del Medio Oeste hasta los microbios que pueblan el suelo. Se están gestando cambios en el clima terrestre, y un sistema en el que hemos llegado a confiar puede empezar a tambalearse. La agricultura moderna ha llenado el estómago de los humanos, «pero —se pregunta Keene— ¿a qué coste ecológico?».

Este artículo de Saima Sidik, publicado originalmente en ‘Grist’,
es una traducción de Rita da Costa para ‘Climática’.

Fuente: https://www.climatica.lamarea.com/proxima-pandemia-cultivos-grist/




martes, 25 de julio de 2023

La crisis del agua en Uruguay y el rol de gobiernos, empresas y el extractivismo

 Por Mariángeles Guerrero | 25/07/2023 | América Latina y Caribe

Fuentes: Agencia TierraViva

Montevideo está en crisis hídrica. Mientras el Gobierno culpa al clima, a la falta de obras en gestiones anteriores y propone la compra de agua embotellada, desde sectores socioambientales explican que se trata de una mala planificación, cuestionados negocios con sectores privados y del modelo extractivo de monocultivos y pasteras. «No es sequía, es saqueo», afirman.

Uruguay lleva 70 días sin agua potable. El líquido que sale de las canillas tiene altos índices de sodio y de cloruros, además de trihalometanos (bromuros y cloroformos que surgen cuando se aplica el cloro para potabilizar agua con mucha materia orgánica). Los trihalometanos tienen efectos potencialmente cancerígenos. El gobierno de Luis Lacalle Pou demoró 40 días en declarar la emergencia hídrica y la solución que propone es la compra de agua embotellada. «No es sequía, es saqueo», afirman las organizaciones socioambientales para explicar la crisis del agua en Uruguay.

Unas 1.700.000 personas de Uruguay deben comprar agua envasada a las dos empresas que tienen el monopolio del embotellamiento: Danone (de Francia) y Agua Viva (de Chile). “El agua que venden es de todas y de todos, la extraen sin pagar un peso en impuestos y la venden a precios muy altos”, cuestiona  María Selva Ortíz, de la organización Redes-Amigos de la Tierra Uruguay.

El panorama es desalentador: “No tenemos en el horizonte una salida de esta situación, porque tiene que llover bastante para que podamos cambiar la calidad del agua y dejar de tomar agua del Río de la Plata”. Los informes del Instituto Nacional de Meteorología y de la Universidad de la República proyectan lluvias para octubre o noviembre. Y la respuesta del Gobierno es invitar a la población a rezar para que llueva y girar recursos a los sectores populares que sólo alcanzan para adquirir dos litros de agua por día para tomar y cocinar.

Agotadas las reservas de agua dulce que abastecen a la zona metropolitana de Montevideo, desde Redes-Amigos de la Tierra proponen que se siga abasteciendo a la población con el agua disponible para asegurar el saneamiento. Pero, además, insisten en que se tiene que asegurar a la población agua potable para consumo humano, para beber y para cocinar. “Asegurar eso no es a través del mercado, como lo está haciendo el gobierno”, afirma Ortiz. En los hechos, la solución del presidente Lacalle Pou es transferir dinero a los sectores populares para que puedan comprar dos litros de agua por día para tomar y cocinar. La propuesta de las organizaciones es —por ejemplo— transportar agua con camiones cisternas desde otros puntos del país. 

Foto del El paso Severino, el dique donde se junta el agua potable del rio Santa Lucia. Crisis del agua en Uruguay, no es sequía es saqueo,
Foto: Diego izquierdo / Télam

El país tiene una cuenca estratégica, la del río Santa Lucía, que se ubica en el sur del territorio y abarca 13.433 kilómetros cuadrados. Es la que abastece al 60 por ciento de la población uruguaya de agua potable. Ortiz explica que la cuenca tuvo una presión muy grande y un uso por parte de la industria que no fue debidamente controlado. “El 80 por ciento de su contaminación es difusa y viene del sector agropecuario: monocultivos de árboles a gran escala con destinos celulósicos, del modelo sojero, de la ganadería a corral y de la lechería”, señala. 

“Esto no es solamente sequía, es también saqueo. Si hubiera habido un manejo sustentable de esta cuenca, y no un manejo con las características extractivas que tiene, si hubiera habido previsión y no un desmantelamiento de la empresa pública de agua, no estaríamos en esta situación”, sostiene. Y afirma que un país que tiene un ecosistema templado, con una red hídrica tan rica como Uruguay, esté en esta situación «es realmente alarmante» y debería alertar para prevenir y realizar inversiones que aseguren el derecho humano al agua a las poblaciones, «que fue lo que no hizo el Estado uruguayo”.

María Ortiz explica: “Esto es saqueo del agronegocio sojero, del modelo forestal celulósico, del agronegocio ganadero. Ellos sí tienen agua dulce y la población tiene agua salada. Encima la única forma de acceder es a través del mercado, convirtiendo el derecho humano al agua en una mercancía”.

El agua es un derecho humano

Uruguay se convirtió en 2004 en el primer país del mundo en declarar expresamente al agua como un derecho humano. Lo hizo a través de una reforma constitucional que sentó las bases para una política nacional que priorice el agua para consumo humano, con una perspectiva solidaria hacia las generaciones futuras y jerarquización de lo social sobre lo económico. Casi 20 años después, Ortiz marca la gravedad de que hoy el acceso al agua potable pase sólo por el mercado y por tener plata para comprar agua embotellada.

El disparador principal de aquella reforma constitucional fue frenar proyectos de privatización del agua y de los servicios de saneamiento. La nueva legislación estableció que los servicios públicos de agua potable y saneamiento deben ser garantizados directa y exclusivamente por personas jurídicas estatales. 

Ortiz comenta que, cuando el Frente Amplio dejó el gobierno en 2020, el ex presidente Tabaré Vázquez le entregó al presidente entrante, Luis Lacalle Pou, una carpeta con políticas de Estado que debían ser abordadas porque eran temas prioritarios para el país.

“La política número uno era generar una represa de una reserva de un 70 por ciento de agua dulce en la zona alta de la cuenca del Santa Lucía, que se llama represa de Casupá”, puntualiza Ortiz. Pero, explica, el nuevo gobierno descartó esa propuesta y tomó una iniciativa de cinco empresas privadas que planteaban una planta potabilizadora tomando agua del río de la Plata. Ese es el proyecto llamado Neptuno. 

manifestación publica en el centro del Uruguay, Crisis del agua en Montevideo / Uruguay
Foto: Redes.org.uy

Un proyecto para privatizar el abastecimiento de agua en Uruguay

El proyecto Neptuno fue presentado en 2020 por cuatro empresas (Saceem, Berkes, Ciemsa y Fast) bajo un consorcio denominado «Aguas de Montevideo» y aceptado por el gobierno de Lacalle Pou. El Gobierno resolvió entonces que los privados se encargarían de la construcción y el mantenimiento de una toma de agua y de una planta potabilizadora sobre el Río de la Plata en la zona de Arazatí (San José). La estatal OSE, por su parte, se ocuparía de la operación. 

En 2022, el representante del Frente Amplio en el OSE, Edgardo Ortuño, pidió la anulación del proyecto argumentando que no iba a «garantizar el abastecimiento de agua potable en la zona metropolitana», que presentaba «carencias técnicas» y que «fue aprobado sin informes de la empresa pública». El proyecto fue elaborado con la consultoría de la empresa israelí Mekorot.

La zona prevista por las empresas es una en la que los niveles de salinidad del Río de la Plata tienen índices por encima de los estándares posibles para potabilizar. Además, sectores académicos alertaron que es una zona de estancamiento permanente de cianobacterias (algas tóxicas). Sin embargo, el proyecto siguió adelante.

“Este proyecto, además de ser inconstitucional, es la única solución que el Gobierno plantea para la crisis: que cuando tengamos esa nueva planta no estaríamos ante esta situación”, critica la integrante de Redes-Amigos de la Tierra. Y afirma: “Desde los movimientos sociales y la academia decimos que esto es una falsa solución, porque en realidad es un gran negocio para estas cinco empresas privadas que van a invertir 258 millones de dólares en esa planta potabilizadora y luego van a cobrar 800 millones de dólares en 18 años, porque van a seguir manejando la planta”.

Señala que van a tener que bajar los estándares de calidad del agua, subiendo los niveles de salinidad por encima de lo que está aprobado en el país. Afirma que Neptuno no es la solución para asegurar el derecho humano al agua del área metropolitana de Uruguay (donde vive el 60 por ciento de la población del país).  

“Estamos muy alarmados sobre si este proyecto en realidad no trae bajo la manga construir una desalinizadora que tengamos que comprar a Israel, cuando los costos de esa planta no tienen ningún sentido para el pueblo uruguayo enfrentarlo, teniendo una red de agua dulce superficial y subterránea como la que tiene el país. Contamos con una red y un potencial para abastecernos y no tendríamos que estar en la crisis si hubiera habido previsión e inversión por parte del Estado”, recuerda.

Selva Ortiz no tiene dudas que lo sucedido en Uruguay puede ser un antecedente para los países de la región. “Principalmente en esta política del gobierno neoliberal que no invierte en asegurar un derecho humano fundamental y en no tener previsiones ante eventos extremos climáticos que van a ser cada vez más frecuentes, producto del cambio climático sobre el que tampoco estamos haciendo nada como humanidad. Seguimos calentando el planeta, sin políticas y con falsas soluciones”, denuncia.

Fuente: https://agenciatierraviva.com.ar/la-crisis-del-agua-en-uruguay-y-el-rol-de-gobiernos-empresas-y-el-extractivismo/

viernes, 9 de junio de 2023

Agroecología y reciclaje de residuos orgánicos contra el cambio climático

 


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Fuentes: Tierra viva [Imagen: Tierra de compostaje en proceso para enriquecer campos agroecológicos - Foto: Sergio Goya]

De la crisis climática a la agroecología, del hambre a la soberanía alimentaria, de los residuos biodegradables a la producción de comida. Se puede transformar un problema en una alternativa para enfriar el planeta, producir de manera sustentable y alimentar a la población. Además de políticas públicas, es vital el rol de una ciudadanía partícipe y comprometida.

¿Qué poseen en común el cambio climático, el tratamiento de los residuos biodegradables, el deterioro de los suelos y la producción de alimentos de manera agroecológica? Desde una mirada reduccionista parecen dificultades aisladas que amenazan a la sociedad causando problemas de tipo socioambiental, pero desde una mirada integral y sistémica pueden constituir componentes de un proceso virtuoso que derive en la producción de alimentos de manera sustentable.

Uno de los problemas más graves que acosan a la sociedad es la producción creciente de desperdicios derivado de las actividades domésticas y productivas, incluidas las de tipo agrícola. Estos residuos se recogen, acumulan y descartan sin una planificación adecuada. Se generan procesos de contaminación del aire, agua y suelo en todas las fases, aunque quizás la más importante es su descarte y quema, en vertederos, así como su combustión en incineradores, tanto por la magnificación de los procesos como por la producción de sustancias contaminantes como dioxinas, furanos y gases con efecto invernadero (como el metano y el dióxido de carbono).

Residuos orgánicos: nutrientes para el suelo o gases para la crisis climática

Respecto a los residuos con origen doméstico, más de la mitad está constituida por desperdicios orgánicos o biodegradables, o sea que proceden de organismos que alguna vez tuvieron vida y que pueden ser transformados en humus y luego en nutrientes para las plantas.

Para que este proceso ocurra se debe planificar de manera adecuada la recolección selectiva y en origen de los desperdicios, y propiciar su descomposición de manera adecuada. Proceso que requiere de la acción de bacterias y hongos que demandan aire y agua y su posterior transporte hacia los lugares de utilización. En la actualidad, dada una recolección conjunta de residuos sin separar aquellos que poseen origen orgánico de los plásticos y metales (así como su acumulación en vertederos) propician una descomposición que, en ausencia de oxígeno, producen gas metano.

Agronegocio, fertilizantes y calentamiento global

Las recientes sequías ocurridas durante la primavera–verano en la Argentina volvieron a demostrar que el proceso de cambio junto a la variabilidad climática ya se manifiestan entre nosotros incidiendo en todas las actividades cotidianas y en los ciclos de producción de alimentos. De allí, entre otras causas, el alto precio alcanzado por las frutas y hortalizas.

El cambio climático no es un fenómeno natural, por el contrario, es causado por prácticas realizadas por los seres humanos desde la utilización de combustible en el transporte de personas y materias primas, en los procesos relacionados con producciones agrícolas, industriales y comerciales, en la utilización de energía vinculada a la calefacción /refrigeración en edificios, y en la acumulación y descomposición (sin clasificación adecuada) de desperdicios orgánicos en los basurales.

En todas estas actividades se generan y emiten al ambiente gases que —como el dióxido de carbono, el metano y el óxido nitroso— van conformando una campana, que como un gran invernadero impide que la tierra se enfríe.

Las actividades agrarias basadas en el sobre laboreo de los suelos, la utilización de un paquete tecnológico constituido por semillas híbridas y/o transgénicas, plaguicidas, fertilizantes y cada vez más materiales plásticos (invernáculos, sistemas de riego, bolsas) determina la eliminación y emisión al ambiente de gases con efecto invernadero como el dióxido de carbono, el metano y el óxido nitroso.

Respecto a este último gas, cabe resaltar que los fertilizantes son responsables de su emisión. Y, dado que en Argentina se utilizan cada vez más de estos insumos, es de esperar un mayor efecto a nivel local y global.

Desmontes y sus consecuencias

La deforestación es otro de las consecuencias que derivan del modo de realizar una agricultura basados en monocultivos, insustentables y dependientes de insumos químicos. La tala y quema de árboles autóctonos, proceso que lleva décadas en nuestro país pero que se ha magnificado en los últimos 40 años, implica la emisión al medio de grandes cantidades de dióxido de carbono que impacta la capa atmosférica. La eliminación de los árboles también incluye una menor superficie ocupada por vegetales capaces de absorber ese mismo gas, por sus hojas, en el proceso de fotosíntesis.

Procesos de deforestación e implantación de monocultivos junto a la utilización de fertilizantes químicos y plaguicidas han determinado un menor aporte de materia orgánica en los suelos y, también, afectaron las posibilidades de vida y reproducción de las bacterias, hongos e insectos que se incluyen en los procesos de transformación de la materia orgánica primero en humus y luego en nutrientes.

El proceso de humificación implica la transformación de las sustancias orgánicas en humus, sustancia química fundamental para que los suelos sean capaces de absorber y retener agua, conservar aire, posibilitar el crecimiento de las raíces y proveer alimentos a las plantas.

El humus se transforma, gracias a la acción de bacterias específicas, en nutrientes que —como el calcio, el nitrógeno, el hierro, el fósforo— penetran por las raíces e integran la estructura de las plantas formando parte de las semillas y flores.

Además, toman parte de procesos que, como el de fotosíntesis, son vitales para las plantas.

Si el suelo carece de materia orgánica, humus y nutrientes las plantas no solo crecerán menos sino que se serán más débiles y se hallarán más expuestas al ataque de insectos y enfermedades.

La agroecología entendida como un paradigma que brinda herramientas a fin de analizar la realidad y construir agroecosistemas resilientes, sustentables y viables constituye un modelo que favorece la recuperación de los suelos y produce alimentos saludables en sistemas productivos adaptados, críticamente, al cambio climático.

Uno de los ejes fundamentales de la agroecología es la nutrición integral de los suelos, el otro es la diversidad biológica y cultural. Así, se propicia la alimentación de los suelos con residuos orgánicos para que éstos se transformen en humus y nutrientes. Es allí donde cobra importancia el manejo de los residuos urbanos, los agrícolas e incluso los producidos en algunas industrias (como las alimenticias y de actividades comerciales, como los negocios de comidas).

Para lograr su óptima utilización se requiere una gestión integral de los residuos, desde la recolección selectiva y el compostaje hasta su distribución local y regional.

Los suelos a los que se incorpora materia orgánica son capaces de retener dióxido de carbono (evitando que se dirija a la atmósfera), poseen la capacidad de retener el agua de lluvia (fundamental en los procesos de sequía) y posibilitan la producción de alimentos sanos y nutritivos.

Pandemia de hambre y caminos posibles

Según Naciones Unidas (ONU), en 2021 padecían hambre en el mundo entre 702 y 828 millones de personas. Unas 56 millones viven en América Latina. En Argentina casi la mitad de los ciudadanos/as no alcanzan a obtener una alimentación adecuada, en cantidad y calidad. El derecho a la soberanía alimentaria se encuentra negado para una gran parte de la humanidad, tanto en las dimensiones ligadas a la producción como aquellas relacionadas con el acceso a alimentos de calidad nutricional. Es allí donde los procesos de reciclaje de los residuos orgánicos cobran importancia en las instancias de producción de alimentos sanos y a nivel familiar, comunitario e incluso en emprendimientos comerciales.

El vínculo entre residuos bien manejados y su conversión en materia orgánica (y humus) para la producción de alimentos es posible a gran escala. Claro que no se trata solo de proponerlo, sino de hacerlo y para ello necesitamos construir saberes situados, acceder a la información e implementar políticas públicas integrales, continuas en el tiempo, participativas y monitoreadas por la comunidad. Y, sobre todo, es fundamental ciudadanos y ciudadanas informadas que deseen involucrarse desde cada lugar, organización y ámbito de acción en todos los procesos que implican un hecho tan simple como necesario: el reciclaje de los residuos para un modelo agroecológico y la producción de alimentos sanos.

Javier Souza Casadinho. Ingeniero agrónomo, coordinador regional de la Red de Acción en Plaguicidas y Alternativas de América Latina (Rapal) e integrante de GAIA.

Fuente: https://agenciatierraviva.com.ar/agroecologia-y-reciclaje-de-residuos-organicos-contra-el-cambio-climatico/

Los estados existen para el despojo

 


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Fuentes: La Jornada

La realidad no es como nos gustaría que sea, ni siquiera como lo fue décadas atrás.

Desde que el capital declaró la guerra a los pueblos para apropiarse de los bienes comunes (agua, tierra, aire y todo lo vivo), convirtió a los estados-nación en el escudo de los poderosos, usando y abusando de los aparatos armados, legales e ilegales, para contener y disciplinar a los sectores populares.

Contra lo que sostiene buena parte de la izquierda, el neoliberalismo no es menos, sino más Estado. Si lo observamos en su conjunto, la militarización es la respuesta estructural del capital para proceder al despojo, controlar a los pueblos que lo resisten y alentar la acumulación violenta y depredadora. Es el Estado el que militariza los territorios donde habitan los pueblos; por tanto, sin esta demoledora presencia estatal no sería posible que el capital concretara sus fechorías.

Quienes sostienen que el progresismo no es neoliberal porque aumenta la presencia del Estado en la sociedad y en la economía, pasan por alto deliberadamente el fenómeno de la militarización, que trasciende gobiernos y colores políticos para convertirse en una realidad asfixiante en toda América Latina. En Perú, Amnistía Internacional (AI) reconoce en un informe del 16 de febrero que la violencia estatal contra campesinos e indígenas durante las protestas de los últimos meses es muestra de desprecio hacia la población (amnesty.org/es).

Érika Guevara, directora para las Américas de AI, dijo que no es casualidad que decenas de personas dijeran a AI que sentían que las autoridades las trataban como animales y no como seres humanos. ¿Qué indígena, campesino o persona de los sectores populares no ha sentido algo similar en su trato con las autoridades y en particular con los aparatos armados del Estado?

Debemos rechazar la idea de los particularismos si queremos comprender el sistema. Perú, México, Guatemala, Honduras, Chile, Ecuador, Argentina, Brasil, Venezuela, atraviesan situaciones en las cuales las similitudes y las tendencias de fondo son mucho más importantes que las diferencias puntuales. Vamos hacia regímenes cada vez más autoritarios, en todas geografías, con diferencias en tiempos y en modos.

El último ejemplo ocurre estos días en Brasil. El presidente Lula prometió a los indígenas durante la campaña electoral que legalizaría sus territorios, como ordena la Constitución aprobada en 1988. No podrá porque el agronegocio bloquea cualquier iniciativa en pro de los pueblos originarios y de los campesinos, y llevan años impidiendo avances sólidos en la reforma agraria.

Un reciente reportaje en la página Sumauma.com , titulado ¿Lula puede cumplir lo que prometió a los indígenas?, explica que durante la gestión neoliberal de Fernando Henrique Cardoso (1995-2002) fueron homologados 145 territorios indígenas en ocho años, y que con Fernando Collor (1990-92) se alcanzaron 112 homologaciones en sólo dos años y medio de gobierno. En contraste, durante los dos gobiernos de Lula 2003-10) se homologaron apenas 81 territorios indígenas y bajo Dilma Rousseff (2011-16) apenas 21 territorios. Resulta chocante que gobiernos conservadores hayan superado holgadamente al gobierno del Partido de los Trabajadores tanto en la legalización de territorios indígenas como en entrega de tierras a los campesinos.

Debemos explicar esta realidad, comprender que estamos ante un viraje del capital y del Estado. El problema que no se quiere ver, en parte por intereses inmediatistas de las izquierdas, pero también por la inercia que arrastra toda cultura política, es que el Estado ha mutado, que ha sido secuestrado por el 1% para blindar su poder y su riqueza. Esta mutación del capital, de la acumulación por reproducción ampliada a la acumulación por despojo, está en la base de los actuales Estados para el despojo que fuerzan a los pueblos a protegerse de varios modos, desde las guardias indígenas y cimarronas hasta las autonomías y los autogobiernos territoriales.

En el reciente encuentro internacional El Sur Resiste, convocado por el Congreso Nacional Indígena y celebrado en el Cideci (San Cristóbal de las Casas), explicamos que la guerra de despojo apenas comienza, porque casi 40 por ciento de las tierras del continente siguen en manos de los pueblos originarios y negros, de pequeños campesinos, pescadores y de todas aquellas familias que producen alimentos, según informes anuales del Instituto para el Desarrollo Rural de Sudamérica (http://sudamericarural.org).

La disputa en el continente es por esos territorios que el capital aún no controla. Contrariando a Max Weber, debemos decir que hoy el Estado es aquella institución que articula las violencias contra los pueblos: militares, paramilitares, narco y de las más diversas pandillas. Apostar al Estado como herramienta de transformación supone abandonar a los pueblos a las manadas en armas.

Raúl Zibechi. Periodista, escritor y pensador-activista uruguayo, dedicado al trabajo con movimientos sociales en América Latina.

Fuente: https://www.jornada.com.mx/2023/06/02/opinion/015a2pol

martes, 9 de agosto de 2022

El cambio climático puede agravar más del 50% de las enfermedades infecciosas

Los peligros climáticos han agravado, en algún momento de la historia, el 58% de las enfermedades infecciosas humanas, según un estudio publicado en Nature Climate Change, que constata que el cambio climático continuado conlleva riesgos para la salud humana.



 "Los peligros climáticos son demasiado numerosos para que la sociedad se adapte de forma integral, lo que pone de manifiesto la necesidad urgente de trabajar en el origen del problema: la reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero", señalan los autores en su artículo.

Está relativamente bien aceptado que el cambio climático puede afectar a las enfermedades patógenas humanas, relatan los investigadores liderados por Camilo Mora, de la Universidad de Hawái; sin embargo, el alcance total de este riesgo sigue estando —advierten— mal cuantificado.

Hasta ahora, los estudios se han centrado principalmente en grupos específicos de patógenos (por ejemplo, bacterias o virus), en respuesta a determinados peligros (olas de calor o aumento de las inundaciones) o en los tipos de transmisión (por ejemplo, de origen alimentario o hídrico).

Pero se desconoce la amenaza total para la humanidad en el contexto del cambio climático y las enfermedades.

Para avanzar en este sentido, los investigadores revisaron más de 70.000 artículos de la literatura científica, revelando 3.213 casos empíricos que vinculan enfermedades patogénicas humanas únicas con diez amenazas climáticas, como el calentamiento, las inundaciones o la sequía.

En total, los autores encontraron que el 58% (218 de 375) de las enfermedades infecciosas documentadas a las que se enfrenta la humanidad en todo el mundo se han visto agravadas en algún momento por riesgos asociados al cambio climático y el 16% disminuidas.

Lea más: El mundo se debe preparar para un posible "final climático", alertan expertos

Si bien numerosos factores biológicos, ecológicos, ambientales y sociales contribuyen a la aparición exitosa de una enfermedad patógena humana, en el nivel más básico depende de que un patógeno y una persona entren en contacto y que el grado de resistencia de los individuos disminuya o que el patógeno se fortalezca por un peligro climático.

Esos riesgos incluyen aquellos que facilitan el acercamiento entre patógenos y personas; por ejemplo, el calentamiento aumenta la zona en la que actúan los organismos que transmiten enfermedades, como la de Lyme, el dengue y la malaria.

Por otro lado, están aquellos problemas climáticos que acercan personas a los patógenos. Por ejemplo, las tormentas, las inundaciones y el aumento del nivel del mar provocan desplazamientos humanos implicados en casos de fiebre de Lassa (enfermedad vírica hemorrágica aguda) o con la enfermedad del leginario (infección pulmonaria grave).

El estudio también ve peligros en los cambios del uso de la tierra facilitados por la invasión humana, lo que ha aproximado a las personas a vectores y patógenos ocasionando, por ejemplo, brotes de enfermedades, como el ébola.

El análisis observó asimismo que los cambios en las precipitaciones y la temperatura afectan a las reuniones sociales humanas y a la transmisibilidad de virus, como el de la gripe y el Covid-19.

Es posible —escriben los autores— que el calor extremo obligue a las personas a permanecer en el interior, lo que puede aumentar el riesgo de transmisión, especialmente cuando se combina con una ventilación deficiente.

Los científicos concluyen que estos hallazgos revelan vías únicas en las que los peligros climáticos pueden provocar enfermedades, lo que subraya la limitada capacidad de adaptación de la sociedad y pone de relieve la necesidad de reducir las emisiones de gases de efecto invernadero.

Fuente: EFE

jueves, 27 de enero de 2022

La producción de soja para ganadería industrial, elemento clave en la deforestación de ecosistemas tropicales

 



Fuentes: Ecologistas en acción

El estudio «Con la soja al cuello» muestra una radiografía del consumo masivo de soja en la ganadería industrial española: volúmenes, actores, impactos y alternativas.

La soja constituye un ingrediente de gran valor debido a su calidad y alta cantidad de proteína. Sin embargo, de la producción mundial de soja apenas el 6 % del haba entera se destina a alimentación humana. La soja se ha convertido en un ingrediente estrella en la producción de piensos para animales, un uso que tiene una larga lista de impactos socioambientales a nivel mundial. El último informe de Ecologistas en Acción, Con la soja al cuello, documenta cuáles son estos impactos y quiénes son los principales actores, cifras y sus alternativas.

Informe] Con la soja al cuello: piensos y ganadería industrial en España •  Ecologistas en Acción

El informe publicado muestra cómo la soja se ha masificado como ingrediente de piensos para ganadería industrial debido, principalmente, a la variedad y rentabilidad de los subproductos que se obtienen de su procesado. Los más utilizados: el aceite destinado a la producción de los mal llamados biocombustibles y alimentos industriales, o la harina y la torta de soja utilizadas en alimentación animal. La torta de soja representa por sí sola cerca del 70 % del uso de la soja en la industria, relegando el aporte de proteínas a través de fuentes tradicionales y autóctonas a un papel marginal: un escaso 2,2 % de las materias primas utilizadas en este sector en España.

España: maquila ganadera

Según el informe Con la soja al cuello, la importación masiva de soja a bajo precio, junto con la creciente producción de cereales, fuertemente subvencionados en Europa en detrimento de los cultivos proteicos, ha sido determinante para el desarrollo de la industria de los piensos y la expansión de la ganadería intensiva.

El Estado español fue en 2018 el mayor productor de piensos compuestos de Europa con más de 37 millones de toneladas. En 2019 importó 6,1 millones de toneladas de soja y se produjeron más de 7 millones de toneladas de carne, muy por encima de los 2 millones de toneladas consumidos en los hogares españoles.

En la actualidad España se sitúa como segundo productor de carne en Europa en cantidades que compiten con Alemania, con poco más de la mitad de la población. Por ejemplo, en el caso del porcino, se autoabastece en más del 170 %, lo que la ha convertido en el primer exportador de productos de cerdo a China.

En palabras de Isabel Fernández Cruz, portavoz de Ecologistas en Acción, «nuestro territorio es una maquila cárnica, donde se reciben grandes cantidades de materias primas extranjeras baratas, para ser transformada en productos de mayor valor, que son nuevamente exportados a terceros países. Este modelo trae consigo graves impactos socioambientales, tanto en los lugares de cultivo de la soja, como en los territorios rurales ibéricos: contaminación del agua, el aire, pérdida de biodiversidad, etc., así como una despoblación progresiva de las zonas rurales donde se instalan macrogranjas. Mientras, se pierden las granjas tradicionales familiares y todos los servicios ecosistémicos asociados a sistemas ganaderos más tradicionales, extensivos y sostenibles».

¿Quiénes están detrás del mercado de la soja?

Tal y como muestra el informe de la organización ecologista, el abastecimiento de la cadena ganadera industrial en España depende en gran parte de tan solo dos multinacionales, Bunge y Cargill. Estas empresas cubren toda la cadena de producción de la soja: suministro de insumos a agricultoras y agricultores; transporte desde el continente americano hasta España; transformación en subproductos en sus plantas molturadoras en las propias instalaciones portuarias españolas; y distribución de sus productos a las empresas fabricantes de piensos que continúan con el circuito integrador en la ganadería industrial.

Las empresas dominantes del mercado español de piensos –Nutreco, Grupo Fuertes, Coren, Vall Companys, bonÀrea y Costa Foods– cubren toda la cadena. Desde la producción de pienso, cría y engorde de animales, hasta la transformación y comercialización, donde una empresa o grupo de una misma corporación puede acaparar dos o más eslabones de la cadena. Todas ellas convergen en el uso de la integración vertical, donde  las granjas integradas se limitan a suministrar la mano de obra y las instalaciones, y los ganaderos se proletarizan perdiendo el control sobre los medios de producción.

El lavado verde de la soja

La UE es el segundo importador mundial de deforestación tropical y emisiones asociadas, y responsable por lo menos del 16 % de la deforestación ligada al comercio internacional, con un total de 203.000 hectáreas y 116 millones de toneladas de CO₂. El cultivo de la soja está vinculado a la deforestación de zonas muy ricas en biodiversidad en Argentina, Brasil, Bolivia y Paraguay, así como a emisiones de gases de efecto invernadero, contaminación por el uso de agroquímicos y el desplazamiento forzado de comunidades indígenas y campesinas.

Debido a la creciente presión pública, la industria de los piensos centra buena parte de su actividad comunicativa e institucional en desvincular sus materias primas de la deforestación y acercarla a la producción sostenible. Tanto FEFAC (Federación Europea de Fabricantes) como CESFAC (Confederación Española de Fabricantes de Alimentos Compuestos para animales) siguen o recomiendan esquemas de certificación que ofrecen muy pocas garantías reales.

Ecologistas en Acción denuncia en su informe que la presencia de sellos certificadores en los productos finales induce a error a los consumidores, dando la impresión de que un producto certificado es «verde» cuando es, en realidad, «una herramienta más de impacto comunicativo que contribuye a invisibilizar la problemática».

Regulación y alternativas a la soja

El informe Con la soja al cuello pone de relieve la necesidad de que en el plano normativo –en el que ha empezado a trabajar la UE– se desarrollen medidas legislativas efectivas que frenen la importación de materias primas vinculadas a la deforestación. También que se regulen las acciones empresariales, con el objetivo de prevenir, penalizar y responsabilizar de los impactos que causan a nivel ambiental y social.

De manera paralela, Ecologistas en Acción propone que, para frenar la deforestación importada, se debe trabajar en políticas que reduzcan drásticamente los impactos negativos del sistema alimentario sobre los bosques y otros ecosistemas. Esto implica una reforma profunda de la Política Agrícola Común y acuerdos comerciales como el de la UE-Mercosur.

Tom Kucharz, portavoz de Ecologistas en Acción, ha añadido: «Todo ello acompañado de un cambio estructural en la forma de consumir y producir alimentos, que requerirá la adopción de políticas que impulsen la reducción de la producción y el consumo de carne y lácteos, apostar por los cultivos de legumbres autóctonas para alimentación humana y transitar a sistemas ganaderos extensivos y ecológicos, adaptados a los recursos y particularidades de cada territorio».

Presentación del informe

Fuente: https://www.ecologistasenaccion.org/187641/la-produccion-de-soja-para-ganaderia-industrial-elemento-clave-en-la-deforestacion-de-ecosistemas-tropicales/