domingo, 1 de septiembre de 2013

Paraguay, ¿aguantará el Ejército?





El militar paraguayo, como todos en esa profesión en el mundo, está formado para matar y morir, además de reprimir poblaciones en gran escala, obedeciendo siempre a la orden superior, pero carece de capacidad para desempeñar el papel de policía en el control de la seguridad pública, que le ha asignado el Presidente Horacio Cartes, en una decisión complicada, que nada bueno presagia para nadie.Cientos de soldados y sus superiores se están instalando desde hace una semana en tres departamentos del este-norte del país, desbordados por el narcotráfico y el contrabando múltiple, con la misión de terminar, no con esos males, sino con el Ejército del Pueblo Paraguayo (EPP), un emblema llamado guerrilla revolucionaria por la prensa derechista, por el grueso del mundillo más cavernario del país, y por parte de la ciudadanía malinformada, sin que nadie pueda presentar pruebas contundentes acerca del carácter ideológico y los objetivos de tal organización, si es que ella existe.
Por el momento, la sigla EPP alimenta a los sectores más retrógrados del país alistados en la campaña mundial que dirige Estados Unidos contra toda manifestación individual y colectiva de contenido democrático, progresista, emancipador, empeñado en impedir la integración de gobiernos y pueblos para mejor someterlos, en asociación con las oligarquías vernáculas, las cuales, como siempre, utilizan a los uniformados como escudo, con el beneplácito de jerarcas movidos por cálculos mezquinos.
Cartes ordenó la sustitución de la policía por el ejército y el cambio se ha hecho sin ningún tipo de alteración institucional aparente, pero observando más a fondo es posible encontrar elementos disonantes, debido a que la cúpula del primer organismo se siente humillada y, aunque no lo pueda decir públicamente, considera que ese piso le pertenece por antigüedad y oficio, facultada mejor que nadie porque maneja un importante capital de vínculos muy estrechos y comprometidos con los cabecillas del narcotráfico y el contrabando de armas, vehículos, personas e infinidad de otras mercaderías. Numerosos oficiales han sido denunciados por asociación ilícita.
En cambio, la soldadesca, formada para otras misiones, llega sin experiencia a ese terreno, carente de la gimnasia necesaria y, aunque formalmente tenga la delantera en la decisión de las operaciones, siente sobre sí la presencia baquiana de la policía, cuya comandancia fue otorgada días atrás por Cartes al Comisario General Antonio Gamarra, hombre de oscuros antecedentes en la institución, en la que lleva muchos años, y quien difícilmente aceptará subordinarse a un oficial castrense, ni éste a él.
Además de esa contradicción que debilita la autonomía militar sobre el terreno, provocando malestar entre su oficialidad, otro problema que se presenta al Presidente es el riesgo de fracaso en la eliminación del EPP y en el cumplimiento de instalar un clima de seguridad para la población rural en sus diferentes componentes, en particular las familias marginadas, sin tierra, humilladas y hambreadas, y sin excluir al grueso de los influyentes productores que exigen tranquilidad para sus negocios.
La eventualidad del fracaso abre, entonces, la hipótesis de que si, a pocas semanas, se vislumbrara un descrédito para la jerarquía castrense, mayoría cercana a su jubilación y habituada a una existencia desactivada, nada garantiza que acepte continuar alejada del confort de sus cuarteles, aunque ello suene a insubordinación y pueda generar sobresaltos en el quehacer político nacional, al punto que hasta la juguetona figura del boomerang podría aparecer en un tiempo no muy lejano.
Cartes es Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas, pero hasta ahora no del Estado, a tal punto que el Fiscal General, Javier Díaz Verón, apunta que todo operativo que se ordene en esa zona en conflicto, deberá llevar la fiscalía al frente.
De ello se desprende una serie de interrogantes: ¿Los jefes militares estarían subordinados, a pesar de la decisión del parlamento y la autorización del Presidente? ¿Aceptará esa situación el Ejército? ¿El mandatario se vería forzado a negociar, incluso con los partidos políticos? ¿Qué decisión tomarán los expertos norteamericanos, colombianos e israelíes que han sido contratados para combatir el narcotráfico y la guerrilla terrorista? ¿Aceptarán el fracaso o intentarán intensificar la criminalización, reeditando las tiranías de hace tres décadas, sustentadas por Estados Unidos?
La subjetividad que está en juego entre la mayoría del pueblo, quizás permanecerá en las próximas semanas en ese espacio semioscuro del sentir humano, velada por los movimientos inaugurales y muy mediatizados de la actividad internacional de Cartes, que comenzó este jueves con el viaje a Surinam para participar en la asamblea de la Unión de Naciones Suramericanas (UNASUR), a la que Paraguay retorna después de haber sido suspendido como socio del MERCOSUR, a consecuencia del Golpe de Estado del 22 de junio del 2012, contra el gobierno democrático de Fernando Lugo.
Pensada o no, decidida a ex profeso o no, la agenda presidencial, que enumera varios desplazamientos al extranjero para septiembre, podría cumplir la tarea de distraer o disminuir la presión de los conflictos internos, del gremio docente, movilizado desde hace dos meses, el de salud y del campesinado cada día más empobrecido y ahora reprimido en los primeros actos de una peligrosa escalada contra las ideas socialistas y de solidaridad bolivariana, cuyo fin es atemorizar a los luchadores sociales bajo el pretexto del terrorismo que encarnaría el EPP, aunque éste podría ser solo un instrumento de las mafias fronterizas, en un juego macabro de los superpoderes.
Cartes, ante la acefalia política nacional, y vista su temeridad, nada sorprendería que, además del título de empresario y Presidente de Gobierno, quiera subir otro escalón y graduarse de Tendotá, o Jefe de Estado Todopoderoso, al estilo de su admirado General Alfredo Stroessner, empujando un plan cuya aplicación lo llevaría a ignorar el carácter parlamentarista de la Constitución vigente y las potestades de varias instituciones del poder republicano.
Ese anhelo, que traslucen algunas medidas tomadas en sus primeros días de mandato, asumido el jueves 15, junto a varios enunciados de impopulares intenciones, está tomando cuerpo y alimenta diversas hipótesis acerca del desarrollo práctico que podría protagonizar en los cinco años del mandato por el cual fue electo el pasado 21 de abril, en representación del Partido Colorado. Claro, no se excluyen imprevistos.
Acostumbrado a los riesgos, incursionando desde muy joven en actividades complicadas, que años atrás lo llevaron a banquillos de tribunales de investigación de delitos económicos en su país y en Brasil, Cartes ha tenido, escrúpulos aparte, la habilidad de convertir esos tropiezos en una escuela y hoy goza de las mieles de esos triunfos misteriosos y asombrosos que permiten que una minoría de personas, en el mundo, acumulen fortunas inmensas en cortos periodos de su vida.
Empeño, audacia y temeridad, sin dudas, para llegar a conducir con rentabilidad a más de veinte empresas bancarias, agropecuarias, de bebidas, etc, éxito que parece haber convencido a Cartes de que nació predestinado para ascender constantemente en todo emprendimiento, como el de gerenciar fácilmente un país con 6 a 7 millones de habitantes, más de un millón emigrado, con la más desigual tenencia de la tierra de Suramérica, y con el 40 por ciento de la población en la pobreza y la mitad en la miseria total, alto analfabetismo e importante porcentaje de mortalidad infantil.
Frente a esa penosa realidad, Cartes ha llegado a su nueva función sin presentar a la ciudadanía ningún proyecto alentador en la corrección de esos males sociales y, más bien, transita por el viejo método de respaldarse en los aparatos represivos y en el tejido corrupto de la partidocracia, huérfana de la creatividad e innovación estructural que el país reclama a gritos, y de un parlamento venal e inepto, dando espalda a la contribución que podría aportar el pueblo en ideas e iniciativas de progreso.
A Cartes no se le conoce ninguna iniciativa para reordenar las funciones y el personal del paquidérmico Estado, quizás porque es el mayor empleador del país y la principal clientela electoral, consecuencia del prebendarismo sistémico de los Partidos Colorado y Liberal, con 270 mil personas en planillas, que cuestan 250 millones de dólares por mes en salario, aunque la mayoría no sirve a la sociedad sino a los grupos de poder financiero, donde se superponen las instituciones públicas y su ineficacia.
Sin embargo, redireccionarlo no sería muy difícil para un buen administrador, dado los enormes recursos naturales que posee en sus 400 mil kilómetros cuadrados de superficie, poco poblado, con buena tierra, agua dulce abundante y variedad de metales, y que produce gran cantidad de alimentos para la exportación, en particular soja y carne, con una deuda externa para nada asfixiante y el doble de reservas en divisas, aunque la FAO denuncie que hay un millón y cuarto de niños desnutridos.
Paraguay es difícil de explicar racional y culturalmente porque el origen del grueso de su población multilingüe arrastra desde hace más de un siglo el complejo no asumido de tener origen indígena, raíz despreciada permanentemente por la creciente y alienada clase media y la oligarquía inculta, dificultando una definición rigurosa del ser nacional, cuya construcción viene siendo obstaculizada desde la destrucción de la República Soberana, en 1870, y que sólo la movilización consciente y organizada de su pueblo podrá recuperar, para garantizar el bienestar, la independencia y la integración.

Fuentes original: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=173280

Siria, la intervención soñada



Cuarto Poder


En relación con la más que probable “intervención” militar del gobierno de EEUU en Siria, hay dos posiciones igualmente absurdas:

La de los que pretenden que Bachar Al-Assad no ha usado armas químicas. Un asesino que bombardea y lanza misiles a su propia población, que tortura sistemáticamente a su pueblo y degüella a mujeres y niños, es sin duda capaz de arrojar gas sarín o cualquier otra sustancia letal sobre sus ciudadanos.

La de los que pretenden que EEUU no miente sobre el uso de armas químicas en Siria. Una potencia capaz de invadir Iraq tras inventarse pruebas y falsificar documentos, que mantiene abierto Guantánamo y que practica rutinariamente ejecuciones extrajudiciales fuera de sus fronteras y desde el aire, es perfectamente capaz de mentir también en el caso de Siria, como tantas veces antes.

Desde el punto de vista del derecho y la justicia, es imperativo investigar y determinar si y quién ha utilizado armas químicas en Siria y tratar de juzgar y condenar a los culpables, quienes quiera que sean. Pero un análisis político serio, no “ideológico” y no sectario, debe partir más bien de los únicos hechos demostrables. Son dos. El primero es que, con independencia de que haya usado o no armas químicas contra su propio pueblo, el régimen dictatorial de la dinastía Assad es el responsable primero y directo de la destrucción de Siria, del sufrimiento de su población y de todas las consecuencias, humanas, políticas y regionales que se deriven de ahí. En virtud de una dolorosa paradoja (dolorosa al menos para quien escribe estas líneas) algunos de los que vociferan hoy “contra la guerra”, como si no hubiera ya una desde hace dos años, han venido guardando silencio sobre los crímenes del régimen sirio o, peor aún, han venido `practicando el más abyecto negacionismo. A juzgar por sus arrebatadas denuncias, vibrantes de autoridad moral, el ejército de EEUU estaría a punto de bombardear un país próspero y en calma, dirigido por un gobierno muy popular cuyo único crimen sería el de “resistir” las insidiosas agresiones de Israel. Esta “indignación moral” de algunos anti-imperialistas -debo confesarlo- suena en mis oídos tan odiosamente hipócrita como las invocaciones de la “democracia” y el “humanitarismo” por parte de los imperialistas.

El segundo hecho irrefutable es que, con independencia de que haya mentido o no sobre el uso de armas químicas en Siria, el gobierno de EEUU no tiene el menor interés en la democracia ni en la protección de los civiles ni en la cuestión “moral” de las armas químicas. Está pensando únicamente en sus intereses, como siempre, intereses que nunca coinciden con los de los pueblos a los que dicen querer ayudar y a los que históricamente han abandonado, sometido, bombardeado y asesinado. Esta verdad banal (que algunos sirios desesperados querrían a su vez negar) es perfectamente compatible con la anterior, porque lo cierto es que en el mundo caben muchas fuerzas criminales y relativamente autónomas entre sí, sin que nadie pueda obligarnos a aplicar los principios de la lógica a los dilemas éticos y políticos. A la declaración de un personaje que sostenía ante él que “no es posible estar en dos sitios diferentes al mismo tiempo”, respondía Groucho Marx con alegre contundencia: “Eso no es verdad. Nueva York y Washington están en dos sitios diferentes al mismo tiempo”. En la historia, en la batalla, en la revolución, en este mundo terrible es perfectamente posible que Bachar Al-Assad haya usado armas químicas y que al mismo tiempo Obama mienta sobre el uso de armas químicas por parte de Bachar Al-Assad.

Una vez asumidos estos dos hechos probados, y ante la inminencia del ataque estadounidense, es sin duda imperativo “condenarlo” (como si fuera algo más que un ejercicio retórico y un salvoconducto para adquirir el derecho de hablar y de ser escuchado en ciertos medios), pero es más imperativo comprender. Los que condenamos (condenamos condenamos condenamos) el ataque estadounidense, podemos escoger entre uno de estos dos “relatos”:

1. EEUU (así, una Unidad Ominosa, tan monolítica y a-histórica como un “régimen”) lleva en su seno, desde sus orígenes, un plan de dominación mundial concebido in illo tempore y aplicado sistemáticamente; un plan providente y omnipotente que incluía desde el principio de los tiempos, y con independencia de las relaciones de fuerzas y los cambiantes avatares en la zona, el derrocamiento del gobierno nacionalista, resistente y socialista del partido Baaz en Siria; plan que montó o al menos utilizó una pseudorrevolución popular para, tras armar hasta los dientes a los llamados “rebeldes”, buscar durante dos años años un pretexto que justificara atacar e invadir el país; plan obstruido por Rusia, Irán y China y que ahora, a través de una mentira amplificada por los medios de comunicación mercenarios del imperialismo, está por fin a punto de materializarse.

2. EEUU (una Unidad de Sentido trabajada por muchas contradicciones, como todo en este mundo) a veces no tiene un plan sino varios y muchas dudas; Siria es su enemigo en el contexto de su enfrentamiento con Irán y de su defensa a ultranza de Israel, pero molesta poco y garantiza, en alguna medida, el statu quo en la región; cuando en la ola de las llamada “primaveras árabes” el pueblo sirio trata de sacudirse el yugo de 40 años de dictadura, el gobierno Obama apoya retóricamente su causa, preocupado en todo caso por la deriva armada, en la que van ganando terreno (de manera muy leninista) los grupos islamistas más radicales, por lo que conjuga el apoyo formal a la revolución siria con la mayor cautela a la hora de entregar armas a los rebeldes; desde el principio trata por todos los medios de no involucrarse militarmente en un berenjenal del que sabe que no puede obtener nada y que, además, puede perjudicar a Israel; a partir de un cierto momento apuesta claramente por una solución política, llega a un acuerdo con Rusia, se siente más amenazado por Al-Qaeda que por Bachar Al-Assad; pero ha hablado mucho, ha fijado una línea roja y necesita ahora, porque es débil, hacer una demostración de fuerza que, como ha explicado en The New York Times Edward Luttwak, del Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales, concilie la necesidad de hacer algo que no quiere hacer, y de alcance “limitado y casi propagandístico” (lo que no depende sólo de ellos), con sus verdaderos intereses; es decir, no con con el derrocamiento de Al-Assad y el establecimiento de la democracia sino con la prolongación de la guerra siria el mayor tiempo posible a fin de evitar que venza ninguno de los dos contendientes (ni Assad ni los rebeldes), peligrosísimos los dos para el plan de dominio regional estadounidense (con un gran cinismo Luttwak afirma que EEUU debe entregar armas a los rebeldes cada vez que vayan cediendo terreno y cerrar el grifo cada vez que vayan ganando).

El primer relato tiene un defecto; es coherente como un mito. El segundo relato tiene una virtud; es incierto como la realidad misma. El primer relato -además de hacer publicidad gratis de la omnipotencia del imperialismo estadounidense en sus horas más bajas y apetecer la intervención militar- implica despreciar a los pueblos que luchan en la zona, desdeñar su dolor, justificar a sus verdugos. El segundo relato nos sitúa en un avispero complejo, lleno de dilemas éticos y políticos, donde nada es seguro, pero donde también -ahora o más adelante- los pueblos pueden ganar algo, aunque no sea todo, y donde pueden también perderlo todo, pero no la dignidad.

Condeno condeno condeno la intervención militar estadounidense por todas las buenas razones que explica Yassin Swehat en un excelente texto reciente (http://traduccionsiria.blogspot.com.es/2013/08/lecturas-sobre-el-golpe-estadounidense.html): porque no sería legal, porque sólo va agravar el sufrimiento de la población, porque es el pueblo sirio el que debe librarse del dictador, porque la solidaridad internacional puede ser mucho más eficaz de otras maneras, porque esa intervención no pretende ayudar al pueblo sirio y porque sus consecuencias, incluso si quisiera y lograse derrocar el régimen (lo que es una hipótesis extravagante), serían siempre contrarias a la revolución que él y tantos sirios han defendido desde el comienzo.

Elijamos un relato. Y carguemos con las consecuencias.


Fuente original: http://www.cuartopoder.es/tribuna/siria-la-intervencion-sonada/4978