domingo, 3 de noviembre de 2013

Los OGM y el incesto político-corporativo


Las líneas de distinción entre gobierno y agroindustria se siguen desdibujando, a gran coste para muchos

Al Jazeera

Traducido para Rebelión por Germán Leyens


El Premio Mundial de la Alimentación –autoproclamado como el “premio internacional más prestigioso que reconoce los exitosos logros individuales que han causado el avance del desarrollo humano a través del mejoramiento en la calidad, cantidad y disponibilidad mundial de los alimentos” – fue presentado a tres científicos en una ceremonia durante este mes.
Uno de los galardonados es un ejecutivo de Monsanto, la firma biotecnológica basada en EE.UU. y fabricante durante la era de la Guerra de Vietnam del letal defoliante Agente Naranja.
Otro laureado pertenece a Syngenta, el gigante suizo de la agroindustria que recientemente demandó a Europa por atreverse a prohibir temporalmente peligrosos pesticidas vinculados a la devastación de poblaciones de abejas.
Ambas corporaciones son sinónimos de la campaña por sembrar la tierra con cultivos genéticamente modificados.
Según el sitio en la web del Premio Mundial de la Alimentación, el premio “subraya la importancia de un suministro alimentario nutritivo y sustentable para todos”.
La entrega de un premio semejante a representantes de la industria de Organismos Genéticamente Modificados (OGM) es por lo tanto, en términos de ironía, el equivalente de otorgar el Premio Nobel de la Paz al belicoso presidente de EE.UU. – la principal diferencia es que Barack Obama no hizo una multimillonaria donación al comité del Nobel antes de recibir su premio.
Un comunicado de prensa de la Unión de Científicos Comprometidos (UCS) señala:
“Monsanto y otras compañías agrícolas son generosos patrocinadores del Premio Mundial de la Alimentación –incluyendo una donación de 5 millones de dólares de Monsanto– lo que crea un conflicto de interés para los científicos de la compañía que reciben el premio”.
Sustentando la insustentabilidad
El comunicado de prensa contiene varias indicaciones sobre por qué los OGM no son de hecho propicios para producir “un suministro nutritivo y sustentable”.
Por ejemplo, la UCS señala que Fraley –el ejecutivo de Monsanto en el trío premiado– ayudó al desarrollo de la línea de productos Roundup Ready, que consiste de cultivos de OGM diseñados para resistir el herbicida distintivo de la compañía, Roundup.
El comunicado de prensa explica que “El uso excesivo de Roundup ha llevado a una epidemia de ‘súper-malezas’ resistentes a los herbicidas, que ha aumentado el uso total de herbicidas y ha llevado a los agricultores a volverse hacia formulaciones más tóxicas.”
Más allá de malezas degeneradas y veneno, las semillas de OGM diseñadas con características no renovables para que los agricultores tengan que volver a comprarlas no son enormemente compatibles con el concepto de sustentabilidad.
Tampoco lo es el hecho de que cerca de 300.000 agricultores indios se han quitado la vida desde 1995 después de ser llevados a deudas abrumadoras por la política neoliberal, que alentó la proliferación incontrolada del algodón Bacillus thuringiensis (Bt) de Monsanto.
Comercializado como resistente a las orugas y un camino seguro para aumentar la producción agrícola, en lugar de hacerlo el algodón ha engendrado rendimientos inferiores y nuevas pestes que requieren una abundancia de pesticidas.
En numerosas ocasiones, esos pesticidas han resultado ser de multiuso, sirviendo como un arma suicida preferida por agricultores desesperados.
Mientras tanto, un artículo de 2006 de la física y autora Vandana Shiva destaca otros motivos por los cuales es posible que los ejecutivos de la biotecnología no debieran recibir premios a la nutrición sustentable:
“Mil millones de personas carecen de alimento porque los monocultivos industriales les han robado su sustento en la agricultura y su derecho a alimentos. Otros 1.700 millones sufren de obesidad y enfermedades relacionadas con los alimentos.”
¿Cuáles, entonces, son algunas alternativas? Llamando la atención a las “groseramente exageradas” afirmaciones de productividad de la industria de los OGM, UCS señala:
“La ingeniería genética no ha aumentado dramáticamente los rendimientos en EE.UU. en comparación con otras tecnologías agrícolas. Los modestos aumentos en rendimiento de la ingeniería genética son inferiores al aumento de la productividad resultante de mejoramientos genéticos y mejoras en la labranza. Además, las prácticas agroecológicas modernas, incluyendo los cultivos en cobertura, las rotaciones de cultivos, y la integración de ganado y cultivos, pueden equilibrar la productividad, los beneficios de los agricultores y la protección del medioambiente.”
Las raíces y las repercusiones del incesto
Por cierto, la revisión de la situación actual es algo difícil cuando el gobierno de EE.UU. está relacionado desvergonzadamente con gente como Monsanto.
Como han revelado cables de WikiLeaks, el Departamento de Estado –utilizando dineros públicos– ha promovido agresivamente para Monsanto y otros fabricantes de semillas en el extranjero, y personal de las embajadas de EE.UU. funciona aparentemente como poco más que representantes de la industria de la biotecnología.
En una celebración en junio en el Departamento de Estado en honor de los tres laureados del Premio Mundial de la Alimentación, el secretario de Estado John Kerry presentó sus extasiados elogios por “sus esfuerzos que marcan nuevos rumbos y sus tremendas contribuciones… a la lucha contra el hambre y la desnutrición”.
“El hambre es una trampa que impide que la gente realice su potencial otorgado por Dios. El alimento impulsa la vida. Y la lucha por alimentos es una lucha por la vida. Eso convierte el hambre en un problema económico, en un problema de seguridad nacional – y sin duda un problema moral.”
Otro problema moral, sin duda, es el motivo por el cual se permite que el incesto político-corporativo en EE.UU. pase por ser democracia sin que los medios dominantes apenas lo mencionen, mientras eluden toda información crítica a favor de apologías por cuenta del capital elitista.
En un reciente correo electrónico sobre la complicidad mediática en el evangelismo de los OGM que me envió el periodista investigativo Christian Parenti –cuyo libro Tropic of Chaos: Climate Change and the New Geography incluye una sección sobre algodón Bt– discute otros factores relevantes más allá de la impregnación corporativa posibilitada por la riqueza de instituciones clave de la sociedad:
“Existe una tendencia en nuestra sociedad de ver sin cuestionar nada la tecnología. Porque gran parte de lo que hace la tecnología es bueno, la suposición se convierte en: Tecnología siempre es buena. Vinculada a esta tecnofilia está la impostura común contra los ecologistas como tecnofóbicos… Parte de la hostilidad general de los medios dominantes hacia los ecologistas involucra un apoyo de compensación exagerada a todo lo que sea tecnológico.”
Silencio letal
Para mantener una narrativa según la cual el neoliberalismo tecnofílico es ciertamente bueno para nosotros, las víctimas del sistema deben ser efectivamente ocultadas a la conciencia pública – de ahí la utilidad del relativo silencio mediático sobre las víctimas humanas y ecológicas de los OGM en sitios como India y Argentina. En este último país, el amorío con las plantaciones genéticamente modificadas y los pesticidas ha sido acompañado por un aumento vertiginoso de la cantidad de cáncer y deformaciones genéticas.
En su compilación anual de las 25 historias noticiosas más censuradas, el grupo de investigación mediática Project Censored incluyó mi artículo de opinión para Al Jazeera sobre Monsanto y la economía suicida de India, inspirado por el próximo filme de la cineasta Leah Borromeo Dirty White Gold sobre suicidios de agricultores y la industria de la moda.
En cuanto a noticias contemporáneas no censuradas, estas incluyen el supuesto uso de armas químicas por el régimen sirio, que evocó concienzudos artículos de opinión en el New York Times como ser: “Bombardead Siria, incluso si es ilegal”.
Si solo pudiésemos indignarnos de esta manera sobre otras variedades más sutiles de destrucción química de la vida.
Belén Fernández es autora de The Imperial Messenger: Thomas Friedman at Work, publicado por Verso en 2011. Pertenece al consejo editorial de Jacobin Magazine y sus artículos se han publicado en London Review of Books blog, Salon, The Baffler, Al Akhbar en inglés y muchas otras publicaciones. Twitter: @MariaBelen_Fdez