En el momento que escribo solo faltan horas para
que el golpe de Estado parlamentario-judicial-mediático en Brasil se
haya consumado al estilo hondureño o paraguayo. No importa que la
mayoría de los intelectuales, artistas y movimientos sociales se hayan
manifestado en contra durante semanas, que ninguna personalidad
prestigiosa en Brasil, o en el mundo, lo haya apoyado.
La mayoría del Senado de Brasil aprobaría esta madrugada, pese a carecer de fundamento jurídico, el juicio político, o impeachment,
contra la presidenta Dilma Rousseff. Ella, conviene insistir, no ha
cometido “delito de responsabilidad”, requisito fijado por la
Constitución para abrir el juicio político. El procedimiento es tan
obvia y escandalosamente grotesco que hasta la fétida OEA y su pendular
Comisión Interamericana de Derechos Humanos han puesto reparos. No,
claro, con el desvelo y afán de su secretario general por servir al
imperialismo contra Venezuela.