Rubén Ramos
23-09-2013
NO. La moral 
judeo-cristiana no tiene asidero ontológico. Tampoco ético. Su 
entendimiento sólo es posible desde la Lógica Deóntica utilizada para 
analizar la construcción formal de normas. Normas, son los “libros 
sagrados”. También los Diez mandamientos, el Sermón de la montaña, los 
diferentes Evangelios (aunque todos dicen lo mismo), y cualquier otro 
texto esotérico. 
 Sus exégetas dicen tratarse de “textos virtuosos”, 
escritos por personas virtuosas. Lo que contienen es, sin embargo, una 
“transvaloración” (Nietzche) de la moral afirmativa y vital, 
convirtiéndose en un agregado de normas como artículos de fe. 
 
 
Uno de estos artículos de fe es el de “la caridad”. Aceptada como 
virtud, convierte a quien la practique (sujeto, o institución) en 
virtuoso (a). Ser caritativo es ser virtuoso. Dicen que Jesús lo era. 
 
 “La caridad” se vive como mandato de los libros sagrados, de los 
Evangelios, de la moral judeo-cristiana. Conduce a la “visión” de Dios 
como logro de máxima plenitud y de bien supremo, después de muertos. 
Quienes practican “la caridad” son virtuosos. Verán a Dios. Bendita sea 
“la caridad”. 
 
 DOS. Desde el término de la II Guerra, en 
el lenguaje de las instituciones de NNUU y de las Secretarías de Defensa
 y de Estado de los EEUU, el virtuosismo de la caridad se llama “ayuda 
externa”, “ayuda internacional”, “ayuda extranjera”, “cooperación 
internacional”, “asistencia técnica internacional”. 
 
 Desde 
entonces, ha adoptado diferentes estrategias para introducirse como 
práctica política: Plan Marshall, Alianza para el Progreso, Pax 
Americana, Estrategias Alianza País (entre otras). 
 
 En la “nueva
 era” del modelo neoliberal, desde el Consenso de Washington y sus 
Programas de Ajuste Estructural (PAE), el virtuosismo de la caridad o 
“ayuda externa”, se ha rebautizado como “crecimiento económico con 
inclusión social”. 
 
 Sus propósitos “económicos” (entre otros): 
asegurar el pago de la deuda externa, integrar nuestras economías en la 
economía mundial, reprimatizar nuestras exportaciones, privatizar 
empresas públicas y servicios básicos (agua, luz, telefonía, educación, 
salud, puertos, aeropuertos, carreteras, medios de comunicación e 
información), flexibilizar la legislación laboral, proteger la inversión
 privada extranjera, garantizar la libre remisión de utilidades de los 
“inversionistas” a sus países de origen o a los paraísos fiscales. Se 
trata, fundamentalmente, de propósitos que efectivizan la exclusión
 del Estado de la gestión económica. Sólo sirve para legislar a favor de
 los “socios inversionistas" de la Instituciones Financieras 
Internacionales IFIs (FMI, BM, BID, USAID) que manejan nuestras 
economías y deciden las políticas y el qué y cómo hacer que funcionen. 
 
 Entre los propósitos sociales, donde yo prefiero hablar de “caridad con
 inclusión social” figuran, entre otros: asignar “becas” para jóvenes 
(Beca 18), “pensión” para la tercera edad (Pensión 65), entregas 
monetarias para insertar a las familias en el consumismo (Programa 
Juntos), programas alimenticios para niños menores de cinco años (Cuna 
Más), y para escolares de educación inicial y primaria (Qali Warma). Los
 nombres entre paréntesis identifican a los “programas de caridad” en el
 Perú. En cualquier caso, se trata de programas que nada tienen que ver 
con la ocupación y el trabajo productivo, con el acceso al ingreso. 
 Las empresas minero extractivas, que depredan nuestros recursos 
naturales, explotan irracionalmente nuestras riquezas acuíferas, 
forestales, petrolíferas y gasíferas, también tienen su propia “caridad 
con inclusión social”. Se llama, “responsabilidad social empresarial”. 
Igual, la tienen los bancos que se dedican a traficar con dinero ilícito
 de las drogas y de la corrupción, las ONGs, las universidades públicas y
 privadas. 
 
 Por su parte las religiones evangélicas 
fundamentalistas, provenientes de los EEUU, (adventistas, mormones, 
testigos de Jehová, bautistas y otros) también tienen su “virtuosa 
caridad con inclusión social”. Alentadas y financiadas por USAID, la 
NED, el IRI, las Freedom House, se encargan de prohibir y castigar, por 
“ser pecado”, la ingesta de carne de animales menores como el “cuy”, de 
trabajar los días sábado, de tener relaciones sexuales en determinados 
días, de sacarse sangre para análisis clínicos, de asistir a los 
servicios médicos por controles ginecológicos, de usar métodos 
anticonceptivos. 
 
 Pero nada les prohíbe apropiarse de terrenos, 
casas, locales, estadios, para montar lucrativas clínicas, instituciones
 educativas, universidades. Tampoco de comprar o alquilar espacios 
radiales, televisivos, páginas web, blogs, grupos musicales, emisoras; 
de producir y distribuir masivamente su música en todos los géneros y 
formatos; de publicar y difundir biblias, revistas, folletos, ropa, 
adornos; de convencer cara a cara, puerta a puerta y a través de eventos
 masivos de adoctrinamiento y activismo religioso a millones de 
“hermanos”. (Estas y otras actividades de “virtuosa caridad” para todas 
las sectas evangélicas y protestantes están previstas en los “Documentos
 de Santa Fé” que produce la Central de Inteligencia Norteamerica-CIA). 
 
 TRES.
 En general, lo que pretende la “caridad con inclusión social” que 
instrumentalizan las IFIs, es introducir a los pobres del campo en una 
estrategia consumista que consiste en consumir productos y 
servicios de baja calidad, que no se producen en los hábitats 
originarios, dentro de un determinado tiempo. Este consumo sustitutivo 
mata niños, produce enfermedades, trastoca las bases de la cultura y la 
identidad locales. Para esto se utilizan diversos mecanismos de presión y
 chantaje social y cultural. 
 
 La “caridad con inclusión” apareja
 inactividad productiva, abandono de la agricultura y ganadería de 
subsistencia, extiende el asistencialismo, fomenta la ociosidad y la 
desidia, acentúa la proclividad al alcoholismo y otros vicios, rompe los
 lazos de convivencia comunal y ayuda mutua, genera mayores niveles de 
violencia familiar, facilita el desarraigo de la población rural, su 
alienación, su emigración. Su temporalidad hace que terminado el período
 del consumismo, el pobre extremo es más pobre aun, haya, o no, emigrado. 
 
 El objetivo es claro: despoblar las áreas rurales para allanar el campo
 a los “socios inversionistas” de las IFIs, extranjeros y nativos, 
dedicados a las actividades extractivas de todo tipo, a los cultivos de 
mayor rentabilidad para la exportación, a los biocombustibles, a los 
transgénicos[1]. 
 
 Su beneficio es perverso: Las IFIs incrementan
 la deuda externa con el financiamiento a los “programas de caridad con 
inclusión”; presionan por el pago puntual de la deuda; imponen ajustes 
monetarios y fiscales que afectan la ocupación, los ingresos y la 
seguridad laboral de los trabajadores; elevan indiscriminadamente los 
precios de los servicios básicos y de los alimentos; llenan las ciudades
 con población migrante con incipiente capital cultural para enfrentar 
los desafíos de la ciudad. 
 
 Esta población genera una mayor 
demanda por servicios básicos (agua, luz, saneamiento), atención social 
(salud, educación), e incrementa los niveles de inseguridad ciudadana, 
de prostitución, de delincuencia y crimen organizado. 
 
 Las IFIs 
arremeten de nuevo ofreciendo más caridad, más ayuda, más deuda. 
Exigiendo al propio tiempo, mejores incentivos a la inversión privada, 
menos trabas burocráticas, reglas claras, estado de derecho, mano dura 
contra la corrupción y el narcotráfico que la misma caridad genera. 
 
 Por su parte, sus “socios inversionistas” depredan nuestros recursos 
naturales, convierten al país en un desierto lleno de cráteres, arruinan
 toda posibilidad agrícola y ganadera para la alimentación, aseguran su 
exclusividad en la provisión de bienes y servicios para los “programas 
de caridad con inclusión social”, controlan su gestión y gerencia, los 
monitorean y evalúan pero no dan cuenta de resultados sino del número de
 supuestos “beneficiarios”. 
 
 Pero el rito de la “caridad con inclusión” de las IFIs y de sus “socios
 inversionistas”[ii], no se limita a éstos. Se agrega la caridad de la 
asistencia y cooperación técnica de NNUU: UNESCO, UNICEF, OIT, OMS, 
PNUMA, WWF y otras que sería largo enumerar. A éstas se suman las ONGs 
“sin fines de lucro”. Juntos financieras, socios inversionistas, 
cooperación internacional y ONGs, lideran la cruzada del engaño sobre la
 democracia, el crecimiento, la educación, la cultura, la niñez, el 
trabajo, el medio ambiente, los recursos naturales, el progreso, la 
modernización, la inclusión. 
 
 Los “felipillos” que ejercen de 
“presidentes”, se suman al engaño diciéndoles a los pobres que la 
“caridad” los convertirá en “la nueva clase media”. A esto agregan el 
cinismo de decir que los programas en energía eléctrica, en agua, en 
saneamiento ambiental, en infraestructura de carreteras, que ejecutan 
sus gobiernos, “ponen en valor” nuestros recursos. 
 
 Ninguno de 
nuestros Estados (excepto los de Bolivia, Cuba, Ecuador y Venezuela) 
hace productivos y sostenibles sus recursos económicos por cuenta 
propia. Por tanto, ponerlos “en valor” significa, ponerlos a expensas de
 los mercaderes del mercantilismo (que no es lo mismo que mercado). 
 
 Es propiciar su explotación indiscriminada por corporaciones 
transnacionales, bajo reglas monopólicas, sin beneficio alguno para la 
economía de nuestros países que no sea otro que una cifra porcentual que
 se llama PBI que no dice nada porque oculta todo. 
 
 75% de la 
población de América latina y El Caribe vive en extrema pobreza: no come
 lo que debe ni una sola vez al día, no dispone de agua potable, de 
energía eléctrica, de vivienda, de servicios básicos. No tiene acceso a 
la enseñanza significativa, a la atención médica, a la recreación 
formadora. No tiene ocupación, ni trabajo, ni ingreso alguno. De esto no
 dice nada el PBI. 
 
 La “focalización de la ayuda externa” junto a
 la inversión privada extranjera de los “socios inversionistas” de las 
IFIs, sólo beneficia a las economías de los países “no prestatarios” y 
el enriquecimiento de una “burguesía nacional” reptil. Todo esto, en 
pleno siglo XXI y a más de 250 años de la revolución industrial. 
 
 El pueblo tiene limitaciones muy grandes para poder entender cómo 
funciona esto. El capital cultural que lo habilite para el entendimiento
 y la comprensión de esta realidad, es muy incipiente. Producto de la 
paradoja perversa que genera “la caridad”: condena a los pobres a una 
mayor miseria, pero son éstos sus más decididos defensores. 
 
 Nota: 
 
 (1) El BM, el BID, USAID promocionan sus “préstamos” entre los 
inversionistas extranjeros o nativos que quieran sumarse a los programas
 y proyectos que se ejecutarán con cargo a esos mismos préstamos y a la 
deuda externa de cada país. Sus respectivos “manuales” donde se 
especifican los requisitos y condiciones. se llaman “Haga negocios…” con
 el BM, BID, USAID, según corresponda. Están en las respectivas páginas 
web. Aquí un ejemplo de lo que hace USAID, la institución que financia 
la subversión, el terrorismo y la injerencia de Estados Unidos en 
América latina y el mundo, so pretexto de los “programas de ayuda social
 con inclusión”. 
 
 ¿Por qué invertir junto con USAID en el PRA? (Proyecto de reducción y alivio a la pobreza) 
 
 En esta segunda fase del PRA (2009-2014), buscamos ampliar el impacto y sostenibilidad de nuestras actividades convocando a actores privados y públicos a unirse a este esfuerzo. El objetivo es el mismo: buscar el desarrollo económico de la Sierra y Selva del Perú haciendo que el mercado trabaje para los más pobres. USAID ofrece cuatro elementos centrales a potenciales empresas y programas interesados en sumarse a este objetivo: Una amplia experiencia en la Gerencia de Proyectos
 de Desarrollo en todo el mundo, convalidada por los más de 40 años que 
USAID lleva trabajando en temas de desarrollo en cinco continentes y más
 de 80 países alrededor del mundo. Un concepto de desarrollo orientado por el mercado y la demanda, el cual ha sido probado a lo largo de los casi 10 años de vigencia de la primera etapa del PRA. Un procedimiento de rendición de cuentas,
 “accountability”, tanto de nivel técnico como administrativo, a través 
de un sistema de monitoreo que permite saber en qué se invierte y qué 
resultados se generan con la ayuda entregada. Un esquema de 
cofinanciamiento, que permite compartir el esfuerzo del desarrollo entre
 USAID y sus potenciales socios. (Subrayados míos) 
Blog del autor: http://www.alizorojo.comFUENTES: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=174377