domingo, 19 de mayo de 2013


El poder hegemónico afina la conspiración contra la Patria Grande



“La embajadora Mari Carmen Aponte ha sido una representante sumamente efectiva de los Estados Unidos en El Salvador, ganándose el respeto del espectro político completo, de los líderes civiles y militares, y de los funcionarios públicos y privados”, dijo Barack Obama a finales del año pasado, cuando la diplomática estaba lista para reasumir el puesto tras obtener la aprobación del Senado.
Kaosenlared y otros medios alternativos denuncian ahora que Mari Carmen Aponte se ha reunido con varios jueces salvadoreños en interés de lograr la destitución de José Salomón Padilla, presidente de la Corte Suprema, miembro del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional, quien tiene abiertos casos de importancia como la demanda de los sindicatos contra el Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos.
Es fácil observar que está actuando una colaboradora de confianza del presidente de Estados Unidos, y que no hay duda de que sus acciones han sido pautadas por el Departamento de Estado y por la Casa Blanca.
¿Y qué decir de este ejercicio de “diplomacia coercitiva”? Que está contemplado en la concepción original de la Guerra de Baja Intensidad.
Si el esquema de dominación fue rediseñado luego del derrumbe de las Torres Gemelas, es obvio que en ese rediseño fueron readaptados los mecanismos de Guerra de Baja Intensidad, que, en América Latina, debían ir dirigidos a mermar la incidencia en los Estados del grupo de militares y civiles bolivarianos.
La diplomacia coercitiva, reconocida con ese nombre en el documento Santa Fe II (elaborado por estrategas con líneas generales para hacer más efectiva la injerencia) no pierde sus características esenciales por ligarse con acuerdos de aposento, soborno y otras sucias maniobras. Se utiliza a un sector para golpear a otro que esté guiado por objetivos que son contrarios al interés imperialista.
En Ecuador están haciendo lo mismo, en alianza con la derecha opositora. La semana pasada, el presidente Rafael Correa tuvo que advertirle al embajador Adam Namm que debía respetar la soberanía y la dignidad de los salvadoreños. Lo calificó de “malcriadito y metidito”, utilizando eufemismos para no pronunciar los calificativos que este personaje merece.
En Bolivia, la conspiración no ha cesado. Más de un funcionario estadounidense ha sido señalado como conspirador, y organismos como la USAID se dedican a auspiciar ONG y grupos políticos que muy mal disimulan que tienen por misión adherirse a la postura yanqui.
En el caso de Venezuela, no se trata de reseñar las andanzas de un embajador. Los más autorizados del Departamento de Estado y de la propia Casa Blanca muestran identificación con las demandas del grupo encabezado por Henrique Capriles. Porque la identificación de la Casa Blanca se explica en el hecho de que son posturas pautadas realmente desde Washington.
El poder estadounidense no acepta que Venezuela, país petrolero y que guarda otros valiosos recursos naturales, siga siendo gobernada por un sector que se opone a la política imperialista. A finales de la década de 1990, el triunfo electoral de Hugo Chávez constituyó un motivo de preocupación. Hoy, el objetivo es desarticular los mecanismos de integración regional como la Unión de Naciones Suramericanas, UNASUR, y particularmente la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños, para mantener el protagonismo de la Organización de Estados Americanos, OEA, donde Estados Unidos y Canadá tienen un predominio de facto.
¿Acaso es casual que en la conspiración contra Venezuela se haya hecho evidente la participación del ultraderechista expresidente de Colombia Álvaro Uribe Vélez, y que el propio Juan Manuel Santos deje ver la cola por debajo del disfraz al prestarse a defender a su rival y antiguo jefe? No, el imperialismo está moviendo sus fichas, y los estrategas hacen esfuerzos para que no caminen en falso.
Por eso, la solidaridad con Venezuela debe expresarse sin reservas, y es preciso poner énfasis en el objetivo político de la misma.
La preocupación por las conquistas que, en el plano político, han sido logradas en América Latina por la acción de Chávez y de otros gobernantes progresistas y revolucionarios, ha llevado al poder hegemónico a elaborar estrategias para facilitar el paso de uno a otro nivel en el accionar conspirativo.
Urge, pues, elevar el nivel de organización de los sectores conscientes de América Latina, y fortalecer mecanismos como la CELAC y la UNASUR para frustrar el objetivo que persigue el poder hegemónico, que es revertir lo que se ha logrado e introducir factores que contribuyan a la atomización para impedir que avance el proceso de integración… La conquista de la soberanía, ha de ser lograda en la lucha contra el poder imperialista, y eso no deja de ser cierto por el hecho de que Obama o el sionista Joe Biden visiten América Latina y formulen falsas promesas con dibujada sonrisa… Antes, después y junto a las promesas, vienen los drones, las instalaciones militares y las negociaciones bilaterales para dar continuidad al intercambio desigual…
Hace casi cinco décadas, el Che Guevara advirtió que no se puede confiar en los representantes del imperio… Hoy, la advertencia del comandante es todavía más oportuna… Es deber de conciencia proteger la Patria Grande…
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.