Mburukujá no era su nombre cristiano, sino el tierno apodo que le había dado un aborigen guaraní a quien ella amaba en secreto y con el que se encontraba a escondidas, ya que su padre jamás habría aprobado tal relación. En realidad, su padre ya había decidido que ella desposara a un capitán a quién el creía digno de obtener la mano de su única hija.
Hasta el 15 de junio de 2012, muy poca gente sabía en Paraguay quién era Rubén Villalba. Campesino como muchos, dirigente de su comunidad, como muchos también, Rubén pertenecía a una organización campesina pequeña con base en la zona de Curuguaty. No hacía muchos años se había asentado en ese lugar. Nacido en un pequeño pueblo del departamento de Paraguarí, la historia de Rubén es similar a la de muchos campesinos sin tierra que migran en busca de un lote en alguna parte.
Pero en la historia de Rubén hay algo más que marcó su militancia campesina: el servicio militar obligatorio, que le tocó cumplir siendo un adolescente. La tarea que le asignaron fue la de participar de desalojos a campesinos. Después de dos años de ser parte forzada de la violencia contra su propia gente, desertó. Transcurrían los tiempos tenebrosos del gobierno de Stroessner.
Imposibilitado de volver a su pueblo, migró como tantos campesinos desplazados a la capital. En esa vida de vendedor callejero se convenció de la necesidad de regresar a la tierra.
Pero en la historia de Rubén hay algo más que marcó su militancia campesina: el servicio militar obligatorio, que le tocó cumplir siendo un adolescente. La tarea que le asignaron fue la de participar de desalojos a campesinos. Después de dos años de ser parte forzada de la violencia contra su propia gente, desertó. Transcurrían los tiempos tenebrosos del gobierno de Stroessner.
Imposibilitado de volver a su pueblo, migró como tantos campesinos desplazados a la capital. En esa vida de vendedor callejero se convenció de la necesidad de regresar a la tierra.