A finales de 2010 informaba el New York Times que,
tras cuatro años consecutivos de sequía, la más grave de los últimos 40
años, el corazón agrícola de Siria y las zonas vecinas de Irak se
enfrentaban a una situación muy grave: «[l]os antiguos sistemas de riego
se han desmoronado, las fuentes de aguas subterráneas se han secado y
cientos de aldeas han sido abandonadas a medida que las tierras de labor
se convertían en superficies desérticas cuarteadas y morían los
animales. Las tormentas de arena son cada vez más habituales y alrededor
de los pueblos y ciudades más grandes de Siria e Irak se han levantado
inmensas ciudades de tiendas, en las que viven los agricultores
arruinados y sus familias». [2]
La principal zona afectada
por la falta de lluvias es el nordeste de Siria, que produce el 75% de
la cosecha total de trigo. El Informe de evaluación global sobre la reducción del riesgo de desastres del año 2011, publicado
por las Naciones Unidas, señala que cerca del 75% de los hogares que
dependen de la agricultura en el nordeste del país ha sufrido pérdidas
totales de sus cosechas desde que comenzó la sequía. El sector agrícola
de Siria representaba el 40% del empleo total y el 25% del producto
interior bruto del país antes de la sequía. Entre dos y tres millones de
personas se han visto condenadas a una pobreza extrema ante la falta de
ingresos de sus cultivos y han tenido que vender su ganado a un precio
un 60 ó 70% inferior a su coste. La cabaña ganadera de Siria ha quedado
diezmada, pasando de 21 millones a entre 14 y 16 millones de cabezas de
ganado. Esta calamidad ha sido provocada por una serie de factores, que
incluyen el cambio climático, la sobreexplotación de las aguas
subterráneas debida a las subvenciones para cultivos que consumen
grandes cantidades de agua (algodón y trigo), unos sistemas de riego
ineficientes y el sobrepastoreo. [3]
La sequía ha
provocado el éxodo de cientos de miles de personas de las zonas rurales
hacia núcleos urbanos. Las ciudades de Siria padecían ya tensiones
económicas, debidas en parte a la llegada de refugiados de Irak tras la
invasión de 2003. Un creciente número de personas indigentes se
encuentra ahora en situación de intensa competencia por unos recursos y
unos puestos de trabajo escasos. Francesco Femia y Caitlin Werrell, del
Center for Climate and Security, escriben que «las comunidades rurales
desafectas han desempeñado un destacado papel en el movimiento sirio de
oposición, en comparación con otros países de la primavera árabe. El
pueblo agrícola rural de Dara’a, afectado con especial dureza por cinco
años de sequía y de escasez hídrica, sin apenas apoyo del régimen de
al-Assad, fue efectivamente el germen de las protestas del movimiento de
oposición en sus primeros tiempos [en 2011]». [4]
La
experiencia de Siria sugiere que las tensiones ambientales y de
recursos, incluido el cambio climático, podrían convertirse en una
importante causa de desplazamientos. Aunque el profundo descontento
popular tras décadas de gobierno represivo constituye indudablemente uno
de los motivos de la guerra civil de Siria, las tensiones generadas por
las alteraciones climáticas han añadido leña al fuego. Y esta es
precisamente la cuestión importante: las repercusiones de la degradación
ambiental no suceden en el vacío, sino que interactúan con toda una
serie de tensiones y problemas sociales preexistentes en un auténtico
hervidero.
Impactos climáticos
A pesar de la
intención declarada por los gobiernos de limitar el incremento del
calentamiento global a 2ºcentígrados, siguen sin adoptar políticas para
lograr este objetivo. Un nuevo informe del Potsdam Institute for Climate
Impact Research and Climate Analytics advierte que en muchas regiones
las consecuencias serán de dimensiones cataclísmicas, con olas de calor,
inundaciones en ciudades costeras, agravamiento de la escasez de agua,
crecientes riesgos para la producción de alimentos, mayor intensidad de
los huracanes tropicales y una pérdida irreversible de biodiversidad sin
precedentes. [5]
A medida que las repercusiones de la
desestabilización climática empiecen a dejarse sentir en todo el mundo,
un interrogante clave es cómo se traducirán los cambios físicos en
cambios sociales y económicos, que a su vez pueden obligar a la gente a
abandonar sus hogares, bien sea temporalmente o para siempre. El Grupo
Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático advertía ya en
1990 que «el mayor impacto individual del cambio climático podrían ser
las migraciones humanas», lo que significa millones de personas
desplazadas por la erosión litoral, la inundación costera y las graves
sequías. Pero las dinámicas e interacciones concretas variarán, sin
duda, de unas regiones a otras, con consecuencias más graves en unas
zonas y mayor resiliencia y adaptabilidad en otras, además de respuestas
políticas divergentes. [6]
Un clima y un estrés
hídrico más extremos y la pérdida de tierras pueden minar la
habitabilidad, seguridad alimentaria y viabilidad económica de un
territorio. Es posible que algunas comunidades, regiones o países
afectados sean capaces de hacer frente a las tensiones mediante cultivos
resistentes a la sequía, una diversificación económica y otras medidas
de adaptación. Pero también es posible que la gente sienta la necesidad
de emigrar, como estrategia para hacer frente al problema o como fruto
de la desesperación.
Clima extremo y habitabilidad.
El ritmo al que acontecen los desastres se acelerará probablemente en
un mundo más cálido, aunque se desconoce todavía su frecuencia e
intensidad exacta. La revista Scientific American publicaba en un
artículo de 2011 que la frecuencia de los desastres naturales ha
aumentado ya un 42% desde la década de los años ochenta, y que la
proporción de estos episodios relacionados con el clima ha aumentado del
50 al 82%. [7]
Los fenómenos que se desatan con
rapidez, como las inundaciones y los huracanes, afectan a la población
de forma distinta que los procesos más graduales como la sequía, la
desertificación y la subida del nivel del mar. La intensidad y la
frecuencia de los desastres pueden tener también repercusiones
diferentes. Los movimientos poblacionales en respuesta a los desastres
pueden variar enormemente en su duración, características y destino.
Se considera que los desastres meteorológicos extremos provocan
normalmente desplazamientos temporales y a corta distancia, tras los
cuales las comunidades afectadas regresan para reconstruir sus hogares
una vez que ha remitido el huracán o las inundaciones. [8] Sin
embargo, experiencias como las ocurridas tras el huracán Katrina en
Estados Unidos sugieren que en algunos casos los desplazamientos pueden
ser permanentes. La población de Nueva Orleáns descendió entre 2005 y
2010 un 24,5%, más de 120.000 personas. [9]
Estrés hídrico y seguridad alimentaria.
Unos patrones de precipitaciones cambiantes, unas lluvias más
irregulares y unas sequías más graves debidas al calentamiento global se
traducen en fluctuaciones de la disponibilidad de agua, con impactos
potencialmente muy graves para la agricultura.
Hace más de una
década los científicos advirtieron que los procesos de desertificación
están poniendo en riesgo de expulsión de las tierras que habitan a una
población estimada en 135 millones de personas en todo el mundo. [10]
El creciente estrés hídrico en algunas zonas se agravará también por
los efectos de la intrusión salina en zonas costeras debido a la subida
del nivel del mar, la fusión de los glaciares en regiones como el
Himalaya y los Andes y la alteración de los ciclos monzónicos. La
escasez de agua podría afectar para 2020 a una población de entre 75 a
250 millones de personas en África y para 2050 a más de 1.000 millones
de personas en Asia. [11]
En 2012, la sequía devastó
los cultivos en todo el mundo, incluyendo a productores importantes como
Estados Unidos, Argentina, Brasil, Australia, la India y Rusia. [12]
La Organización Meteorológica Mundial afirmaba en agosto 2012 que «se
prevé que el cambio climático aumente la frecuencia, la intensidad y la
duración de las sequías, con impactos en muchos sectores, en particular
la alimentación, el agua y la energía». [13] En un mundo donde
la temperatura media haya subido 4º centígrados, se estima que los
rendimientos de los alimentos básicos caerán masivamente en gran parte
del África subsahariana, y que más de la tercera parte de las tierras de
cultivo actuales del este y del sur africano se volverán probablemente
inadecuadas para el cultivo. [14]
Unos rendimientos más
bajos, una temporada de cultivo más corta o la pérdida total de las
cosechas amenazan la seguridad alimentaria de muchos millones de
personas y ponen en peligro los ingresos agrícolas de los hogares en las
zonas rurales.
Las repercusiones del cambio climático se
reflejarán en unos precios alimentarios al alza, tanto con subidas
repentinas como con incrementos más graduales y a largo plazo. Durante
la pasada década los precios han subido ya de forma constante,
registrando dos subidas súbitas muy acusadas (véase gráfico 1). Un
estudio reciente del New England Complex Systems Institute sostiene que
los precios de los alimentos constituyen un factor clave detonante de
agitación social. La vulnerabilidad de las poblaciones a las tendencias
mundiales de los precios de los alimentos ha aumentado debido a la
dependencia de muchos países pobres del sistema alimentario mundial y a
la capacidad limitada de la oferta local para amortiguar sus impactos.
En la medida en que los gobiernos son incapaces de garantizar la
seguridad alimentaria de la población, se resiente su legitimidad y las
protestas subsiguientes podrían convertirse en vehículo para expresar el
descontento de toda una serie de otros problemas. Cuando en 2008 se
dispararon por primera vez los precios se produjeron más de 60 revueltas
alimentarias en 30 países diferentes. El vertiginoso aumento de precios
a finales de 2010 y principios de 2011 coincidió nuevamente con el
estallido de revueltas alimentarias, incluidas las de los países de la
primavera árabe. Independientemente de las subidas repentinas de
precios, su constante tendencia al alza durante la pasada década puede
ser un indicador de más agitaciones e inestabilidad futuras.
Subida del nivel del mar y pérdida de tierras.
Pequeños estados isleños como las Maldivas en el océano Índico y Tuvalu
en el Pacífico podrían quedar sumergidos completamente a medida que
suben las aguas marinas. Y más de 600 millones de personas en todo el
mundo viven en deltas fluviales y otras zonas bajas costeras. [15]
El Gobierno de Bangladesh advierte de que más de 20 millones de sus
habitantes podrían verse obligados a trasladarse debido a una
combinación de la subida del nivel del mar y creciente número de
ciclones y de marejadas ciclónicas. [16] Los modelos sugieren
que 40 millones de personas podrían verse desplazadas en la India por
una subida de 1 metro del nivel del mar. Una subida similar podría
desplazar eventualmente a más de 7 millones de habitantes en el delta
del Mekong de Vietnam, y un ascenso de las aguas de 2 metros podría
duplicar esta cifra y afectar a la mitad de la población de este delta. [17]
La subida del nivel del mar tendrá posiblemente unas repercusiones más
graduales que los fenómenos meteorológicos extremos, pero su impacto es
irreversible. Las aguas de una inundación se retiran con el tiempo, pero
en un mundo que se está calentando el mar no vuelve a niveles más
bajos. Los desplazamientos provocados serán, por tanto, permanentes.
Trasladarse o no
Todavía existe un enérgico debate sobre si el cambio climático
provocará un enorme aumento de los movimientos de población. La
Organización Internacional para las Migraciones señala con razón que «no
siempre se producen migraciones, pues la población más vulnerable puede
carecer de medios para emigrar». En las regiones donde se producen
movimientos poblacionales inducidos por el clima, éstos pueden
considerarse como falta de adaptación (es decir, reflejo de la
vulnerabilidad y falta de resiliencia de la población, y por tanto una
respuesta más parecida a la de los refugiados), o como una estrategia de
respuesta (un esfuerzo para diversificar las fuentes de ingresos y
aumentar la resiliencia). No obstante, para trasladarse las personas
necesitan recursos financieros y pueden necesitar acceder a redes
sociales que faciliten su movilidad y que posiblemente les proporcionen
asistencia en su lugar de destino. Sin este tipo de medios, la gente
puede verse obligada a quedarse donde habita independientemente de las
condiciones existentes. Por supuesto, el que la gente no se desplace no
significa que no se sufran impactos negativos. [18]
El
punto de vista convencional considera que las migraciones seguirán
siendo una válvula de escape que permitirá a las personas y a las
comunidades hacer frente a situaciones difíciles, incluso en un mundo en
proceso de calentamiento. Indudablemente, la resiliencia y la
adaptabilidad de las personas no debería subestimarse, pero es
improbable que el pasado pueda ser un prólogo de la situación venidera;
por tanto, esta afirmación puede ser excesivamente optimista por varias
razones que se enumeran a continuación.
Primero, las
repercusiones de un sistema climático desestabilizado −con episodios
desastrosos más frecuentes y potentes− no tienen ningún precedente
significativo en la historia de la humanidad.
Segundo,
probablemente las sociedades no estarán expuestas a un sólo impacto,
sino que experimentarán simultáneamente distintos tipos de impactos −por
ejemplo, inundaciones y sequías−, con la posibilidad de que se
produzcan efectos en cascada y de bucles de realimentación imprevistos.
Es posible que un número de personas mucho mayor que en la actualidad
sienta la necesidad de trasladarse. [19]
Tercero, unas
poblaciones más numerosas en movimiento limitarán las posibilidades de
adaptación a medida que más personas compitan entre sí y con las
comunidades que les acogen por las mismas oportunidades, empleos,
recursos y servicios.
Cuarto, en las zonas receptoras también
puede reducirse notablemente la voluntad de acoger la llegada de más
gente, una respuesta ya evidente en todo el mundo en las circunstancias
actuales.
Quinto, los patrones de migración pueden pasar a ser
más estables y menos temporales. Por ejemplo, unos impactos graves del
cambio climático podrían alterar patrones tradicionales de movilidad
estacional. El nomadismo de los pastores para hacer frente a las sequías
en el África subsahariana ya está siendo afectado por unas condiciones
ambientales cambiantes muy rápidamente. Y en Bangladesh, el movimiento
tradicional entre distintos chars (islotes de arena y de limo en
el delta del río Padma y en la bahía de Bengala que albergan a más de 5
millones de personas) se está viendo alterado por crecidas súbitas cada
vez más frecuentes e intensas. [20]
De la misma manera,
los cultivadores vietnamitas de arroz que migraban estacionalmente a
las ciudades durante la época de inundaciones para diversificar sus
ingresos se han visto obligados recientemente a asentarse allí
permanentemente debido a las grandes inundaciones que han destruido su
medio de vida rural. Y las comunidades que viven a lo largo del río
Zambeze y el Limpopo en Mozambique tradicionalmente se movían
periódicamente fuera de la llanura fluvial para evitar las inundaciones.
Sin embargo, tras las catastróficas inundaciones del 2000, 2001 y 2007
el gobierno animó a los habitantes de esta región a mudarse de forma
permanente. La población reasentada carece, sin embargo, de medios de
sustento; con una fuerte dependencia de la ayuda, posiblemente tengan
que considerar trasladarse a la nueva capital, Maputo, o a la vecina
Sudáfrica. [21]
Nuevas categorías y controversias
Entre los diversos grupos de personas que dejan su hogar por diversas
razones hay algunas categorías bien definidas. La legislación
internacional otorga reconocimiento a los refugiados internacionales,
aunque los gobiernos no siempre cumplen con sus responsabilidades. Por
el contrario, las personas que se desplazan en el interior de un país
disfrutan de mucha menos protección, o, en ocasiones, de ninguna. Ha
habido intentos de dar mayor visibilidad a grupos adicionales de
población desplazada −personas desarraigadas por riesgos naturales y por
proyectos de desarrollo−, pero éstos suelen seguir a merced de la ayuda
humanitaria ad hoc, y eso cuando reciben algún tipo de ayuda. [22]
Algunos investigadores llevan años proponiendo que es preciso que la
comunidad mundial establezca nuevas categorías de poblaciones migrantes,
pues las antiguas categorías no recogen adecuadamente las razonas
complejas por las que se traslada la gente y cómo se mueve. En los años
setenta fue propuesto el término refugiado ambiental, pero no
rebasó de círculos muy restringidos hasta el informe redactado por Essam
El-Hinnawi en 1985 para el Programa de Medio Ambiente de Naciones
Unidas. [23]
La aparición de esta nueva terminología ha
generado un fuerte debate. Algunos analistas afirman que la categoría
de refugiados −definidos jurídicamente como personas que huyen de
persecuciones y que carecen de protección en su propio país− no debiera
ser enturbiada por otros factores como la degradación ambiental. Hasta
cierto punto esto refleja el hecho de que los estudios migratorios han
ignorado esencialmente los factores ambientales hasta hace poco. [24]
Al margen de la categoría de refugiados, no existe una definición
consensuada –ni, lo que tiene más importancia, jurídicamente vinculante−
para otros grupos de personas en movimiento. La definición de personas
desplazadas en el interior de un país tiene un cierto reconocimiento de
facto en las directrices adoptadas por las Naciones Unidas. Pero
términos como refugiados ambientales y emigrantes ambientales son totalmente informales y cuestionados. [25]
La distinción entre modalidades forzadas y voluntarias de movimientos
de población sigue siendo clave para la legislación internacional y las
políticas gubernamentales. El hecho de que no exista un reconocimiento
oficial para nuevas categorías de personas desplazadas limita la
capacidad mundial para afrontar adecuadamente esta situación.
Es fundamental que los expertos en migraciones, refugiados y medio
ambiente dialoguen entre sí con una mentalidad abierta para comprender
mejor las dinámicas y para generar un debate más productivo sobre las
políticas posibles.
Resiliencia y adaptación
La
resiliencia es un factor clave para determinar si la vulnerabilidad de
una población la apremia a la huida. Los pobres están más expuestos
habitualmente a los peligros ambientales. La marginación social les
obliga a vivir con frecuencia en lugares de riesgo: laderas con fuerte
pendiente con probabilidades de sufrir deslizamientos de tierra, zonas
bajas susceptibles de inundación o zonas costeras que han sido
despojadas de sus barreras protectoras naturales (humedales, manglares y
arrecifes de coral). Y es frecuente que tengan una capacidad limitada
para enfrentarse a estos problemas, ya que a menudo carecen de los
recursos económicos y de las redes familiares u otras conexiones
necesarias para emigrar. [26]
La vulnerabilidad puede
mitigarse con las medidas de adaptación: sistemas de alerta temprana
sobre desastres y hambrunas, diversificación de los medios de
subsistencia, cultivos resistentes a la sequía, restauración de
ecosistemas, infraestructuras de defensa contra inundaciones, seguros de
cultivos y otras medidas. Pero una ayuda de emergencia y recuperación
adecuada puede significar que la gente permanezca o se vea obligada a
marcharse incluso tras las inundaciones y los huracanes. El grado de
resiliencia está en función también de la capacidad económica general,
de la diversificación para reducir la dependencia de un sólo recurso
económico o de varios, de las presiones demográficas, de las estructuras
de gobernanza, de un buen liderazgo y de la cohesión social y política.
Aunque es importante indudablemente actualizar los convenios y
categorías legales mundiales aplicables a los refugiados y cerrar la
dilatada brecha de protección existente, sigue siendo fundamental
intentar evitar tantos daños como sea posible a los sistemas naturales
de la Tierra. Deberá concederse mucha mayor prioridad y urgencia a la
mitigación, reducir las emisiones de gases de efecto invernadero y
minimizar otras agresiones humanas a la naturaleza. La adaptación tiene
unos límites y, para ser eficaz, debe ser ejecutada ahora, antes de que
se manifiesten las consecuencias más graves de la inestabilidad
climática, y no después.
Los activistas por las cuestiones
climáticas llevan mucho tiempo insistiendo en que la adopción de
políticas debiera estar guiada por la ciencia. Cada vez se hace más
evidente, sin embargo, a medida que pasa el tiempo, que el mayor reto
para la humanidad puede que no sea dominar las complejidades de la
ciencia del clima, sino responder a los interrogantes mucho más molestos
de cómo funcionan los sistemas políticos y por qué se resisten de tal
modo a escuchar las señales de alarma de la ciencia.
Si no
logramos que nuestros sistemas políticos presten atención a los
problemas del cambio climático, tendremos que aprender a hacer frente a
desplazamientos masivos de la población durante las próximas décadas.
[1] Este texto es una síntesis del capítulo 31 de
La Situación del Mundo 2013: ¿Es aún posible lograr la sostenibilidad?, publicado por FUHEM Ecosocial e Icaria y disponible en nuestra
librería virtual .
[2] Robert F. Worth, «Earth Is Parched Where Syrian Farms Thrived»,
New York Times, 13 de octubre de 2010.
[3] Ibid.
; Wadid Erian, Bassem Katlan y Ouldbdey Babah, «Drought Vulnerability
in the Arab Region: Special Case Study: Syria», colaboración en
Global Assessment Report on Disaster Risk Reduction 2011, 2010;
Francesco Femia y Caitlin Werrell, «Syria: Climate Change, Drought and
Social Unrest» (blog), Center for Climate and Security, 29 de febrero de
2012.
[4] Femia y Werrell,
op. cit. En nota 3.
[5] Potsdam Institute for Climate Impact Research and Climate Analytics,
Turn Down the Heat: Why a 4°C Warmer World Must Be Avoided, Banco Mundial, Washington D.C., 2012.
[6] Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático,
First Assessment Report, Cambridge University Press, Cambridge (Reino Unido), 1990, p. 20.
[7]
Alex de Sherbinin, Koko Warner y Charles Ehrhart, «Casualties of
Climate Change: Sea-level Rises Could Displace Tens of Millions»,
Scientific American, enero de 2011.
[8] Frank Laczko y Christine Aghazarm, eds.,
Migration, Environment and Climate Change: Assessing the Evidence, Organización Internacional para las Migraciones (OIM), Ginebra, 2009, p. 23.
[9]
Susan L. Cutter, «CSI: The Katrina Exodus», Foresight Project,
Migration and Global Environmental Change, Gobierno del Reino Unido,
octubre de 2011, p. 6.
[10] « Declaración de Almería
sobre Desertificación y Migraciones», Simposio Internacional sobre
Desertificación y Migraciones, 9–11 de febrero de 1994, Almería, España.
[11] Vikram Odedra Kolmannskog,
Future Flood of Refugees: A Comment on Climate Change, Conflict and Forced Migration , Norwegian Refugee Council, Oslo, 2008, p. 15.
[12] Vikas Bajaj, «Crops in India Wilt in a Weak Monsoon Season»,
New York Times, 3 de septiembre de 2012.
[13] Organización Meteorológica Mundial, «With Drought Intensifying Worldwide, UN Calls for Integrated Climate Policies»,
UN News, 21 de agosto de 2012.
[14] Actionaid
et al.,
Into Unknown Territory: The Limits to Adaptation and Reality of Loss and Damage from Climate Impacts, Bonn, 2012, p. 7.
[15] Kolmannskog,
op. cit. nota 11, p. 16.
[16] Actionaid
et al.,
op. cit. nota 14, p. 9
[17] De Sherbinin, Warner y Ehrhart,
op.cit. nota 7.
[18] Laczko y Aghazarm,
op. cit. nota 8, p. 24; Gemenne, «Climate-Induced Population Displacements in a 4ºC+ World»,
Philosophical Transactions of the Royal Society, enero de 2011, p. 188.
[19] Chris Bright, «Anticiparse a las “sorpresas” ambientales», en Lester R. Brown
et al.,
La Situación del Mundo 2000, FUHEM/ Icaria, 2000, pp. 53-78.
[20] De Sherbinin, Warner y Ehrhart,
op. cit. nota 7.
[21] Ibid.
[22] Veáse Cuadro 31–1 de
La Situación del Mundo 2013, basado en los siguientes: Federación International de la Cruz Roja y la Media Luna Roja (IFRC),
World Disasters Report 2012, Ginebra,
2012, p. 15; Oficina de Coordinación para Asuntos Humanitarios de las
Naciones Unidas (OCAH) e Internal Displacement Monitoring Centre (IDMC),
«42 Million Displaced by Sudden Natural Disasters in 2010—Report», nota
de prensa, Ginebra y Oslo, 6 de junio de 2011; OCAH e IDMC,
Monitoring Disaster Displacement in the Context of Climate Change, Ginebra: 2009; Actionaid
et al.,
op. cit. nota 14, p. 9; IFRC,
op. cit. en esta nota, p. 14.
[23]
James Morrisey, «Rethinking the ‘Debate on Environmental Refugees’:
From ‘Maximilists and Minimalists’ to ‘Proponents and Critics»,
Journal of Political Ecology, vol. 19, 2012, p. 36; Essam El-Hinnawi,
Environmental Refugees, UNEP, Nairobi, 1985 .
[24] Gemenne,
op. cit. nota 18, p. 186.
[25] Veáse Tabla 31–1 de
La Situación del Mundo 2013
basado en los siguientes: Alto Comisionado de Naciones Unidas para los
Refugiados (ACNUR), «Convención sobre el Estatuto de los Refugiados», en
http://www2.ohchr.org/spanish/law/refugiados.htm
; Consejo Económico y Social de Naciones Unidas, Comisión de Derechos
Humanos, «Further Promotion and Encouragement of Human Rights and
Fundamental Freedoms, Including the Question of the Programme and
Methods of Work of the Commission Human Rights, Mass Exoduses and
Displaced Persons», 11 de febrero de 1998; OIM, «Identifying
International Migrants», en
www.iom.int/jahia/Jahia/about-migration/developing-migration-policy/identify-intl-migrants; Essam El-Hinnawi,
Environmental Refugees , UNEP, Nairobi, 1985 ; Laczko y Aghazarm,
op. cit. nota 8, p. 19.
[26] Kolmannskog,
op. cit. nota 11, p. 13; Oli Brown,
Climate Change and Forced Migrations: Observations, Projections and Implications,
Occasional Paper 2007/17, Oficina del Informe de Desarrollo Humano,
Programa de Desarrollo de Naciones Unidas (PNUD), Nueva York, 2007, p.
15.
Fuente:
https://www.fuhem.es/ecosocial/boletin-ecos/numero.aspx?n=24