Cuando cultivamos un huerto ecológico queremos conseguir los mejores
alimentos en el mínimo espacio, disfrutar de la abundancia y la
biodiversidad. Por ello tenemos que conseguir que nuestra tierra vaya
convirtiéndose en una esponja repleta de agua y materia orgánica. Así
que lo que hoy vamos a comentar parece un disparate tan grande que mucha
gente no quiere ni pensarlo: la mejor manera de cultivar es no arar la
tierra nunca. Hoy en día, gracias a los conocimientos e informaciones
que tenemos, podemos afirmar rotundamente que la técnica más habitual de
preparar la tierra de nuestros cultivos es la peor decisión que hemos
tomado durante años.
¿Por qué no se debe arar la tierra?
Cuando aramos la tierra, la volteamos para eliminar malas hierbas y
preparar el terreno. En ese momento notamos que la tierra que ponemos en
superficie parece tener un color distinto, con una textura más húmeda y
más rica. Esto se debe a la acción que provoca el Sol en el suelo es
devastadora: perdemos humedad y microorganismos constantemente. La
mayoría de microorganismos que convierten los deshechos en materia
orgánica son incapaces de vivir con luz directa del Sol y por ello se
pierden 3mm de tierra fértil cada año que aramos. Recuerdo una clase con
Darren Doherty en la que dijo “el Sol hace más daño a la tierra que
cualquier bomba nuclear que se tercie“. Quizá parece un poco exagerado,
pero si nos paramos a pensar cuántos años hace que cultivamos sin
proteger el suelo, quizá entendamos por qué necesitamos cada día más
fertilizantes químicos y maquinaria.
Así pues, cuando aramos la tierra estamos provocando la muerte de todos
los microorganismos que estaban en capas inferiores del suelo y que los
exponemos directamente al Sol. Además, la tierra que estaba húmeda y
tenía materia orgánica empieza a perder vida de nuevo y se reseca antes
de lo que pensamos.
¿Y qué alternativas hay al arado?
Si queremos respetar nuestra tierra y conseguir mayor producción,
necesitamos que nuestro suelo sea un campo de esponjas capaces de
retener el agua y condensar la mayor cantidad de materia orgánica. No
debemos pisar nunca nuestros bancales porque la tierra pierde capacidad
de “respirar” gracias a los agujeros que van cavando los insectos y
gusanos. Así que un buen acolchado
es la mejor manera de proteger la tierra del Sol y de la pérdida de
agua y humedad. Este mismo mecanismo es el que tiene la naturaleza para
protegerse: los humedales, los bosques y los prados, nunca pierden su
capa protectora vegetal.
A pequeña escala es más fácil ver los resultados de no arar:
en lugar de perder fertilidad, cada año ganaremos en materia orgánica y
producción si hacemos un correcto uso de las rotaciones y asociaciones.
A gran escala, la cosa ya es un poco más difícil. Cuando cultivamos
cereales en grandes extensiones, es imposible trabajar con un acolchado
manual. Por ello, debemos contar con la ayuda de la naturaleza; son los
propios cultivos que se utilizan como acolchado. Masanobu Fukuoka,
en su libro La revolución de una brizna de paja, presenta un método
alternativo que propone la siembra conjunta de dos o más cultivos.
Aunque hablaremos de ello más adelante, reproduzco algunos párrafos:
En el otoño el Sr. Fukuoka
siembra el arroz, el trébol blanco y el cereal de invierno en el mismo
campo y los cubre con una espesa capa de paja de arroz. El centeno o la
cebada y el trébol brotan inmediatamente, pero las semillasde arroz
permanecen latentes hasta la primavera.
Mientras el cereal de invierno está creciendo y madurando en los campos
bajos, las laderas del vergel se convierten en el centro de la
actividad. La cosecha de los cítricos dura desde mediados de noviembre
hasta abril. El centeno y la cebada se siegan en mayo y se esparcen
sobre el campo para que se sequen durante una semana o diez días.
Entonces se trillan y se aventan, y se meten en sacos para su
almacenamiento. Toda la paja se esparce sin triturar sobre los campos
como acolchado.
Los campos se mantienen inundados durante un corto periodo de tiempo
durante las lluvias monzónicas de junio para debilitar el trébol y las
malas hierbas y dar así al arroz la oportunidad de brotar a través de la
capa vegetal que cubre el suelo.
Una vez que se ha drenado el campo el trébol se recupera y se extiende
creciendo por debajo de las plantas de arroz en crecimiento. Desde
entonces hasta la cosecha una época de pesado trabajo para el agricultor
tradicional, las únicas labores en los campos de arroz del Sr. Fukuoka son las de conservación de los canales de drenaje y las de segar la hierba de los estrechos caminos entre los campos.
El arroz se cosecha en octubre. Las gavillas se cuelgan para que se
sequen y luego son trilladas. La siembra de otoño se finaliza justo
antes de que las variedades tempranas de mandarinas estén maduras y
listas para su cosecha. El Sr. Fukuoka cosecha entre 4.900 5.800 Kg.de arroz por hectárea. Esta producción es aproximadamente la misma que se obtiene según el método tradicional
o el método químico en su región. El rendimiento de su cosecha de
cereal de invierno es frecuentemente mayor que el de los agricultores
que emplean las técnicas tradicionales o las técnicas químicas
utilizando ambas el método de cultivo a base de lomos y surcos. Los tres
métodos (natural, tradicional y químico) dan rendimientos similares,
pero difieren marcadamente en su efecto sobre el suelo. El suelo en los
campos del Sr. Fukuoka mejora con cada estación. Durante los últimos 25
años, desde que dejó de labrar el suelo, sus campos han mejorado en
fertilidad, estructura y en su habilidad de retener el agua.
Conclusiones
De nuevo nos encontramos en una dicotomía: ¿utilizar más información pero menos energía para producir más con el acolchado y el no arado o preferimos máxima producción y seguir perdiendo suelo en favor de nuestra comodidad?
Ecoportal.net
Sergi Caballero
http://www.sergicaballero.com/
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