Los
estremecimientos internos de las fuerzas populares y revolucionarias en
América Latina, sus agudas y tormentosas contradicciones, pero sobre
todo el empeño puesto en superarlas, para poder estar en posición de
profundizar los diversos procesos de radicalización democrática,
seguirán marcando la pauta de la política continental durante los
próximos años, con las respectivas y acaso decisivas repercusiones en la
geopolítica mundial.
Tal afirmación puede parecer ingenua e
irresponsable, dada la evidencia irrefutable del progresivo avance de la
derecha en casi todo el continente. No obstante, hay razones de mucho
peso para concluir que, si de política hablamos, la principal incógnita
que hay que despejar en América Latina hoy es la siguiente: ¿cuánto
tiempo, y a qué precio, lograrán las oligarquías contener la fuerza
popular movilizada contra las medidas anti-populares que, inevitable e
invariablemente, ya ejecutan allí donde han recuperado el poder, y
ejecutarán en aquellos países donde logren formar gobierno?
En
el caso específicamente venezolano, un eventual gobierno del
antichavismo desde ya luce más débil y precario que el actual gobierno
bolivariano, con todo y que éste atraviesa por su momento más difícil en
diecisiete años.
Esta debilidad congénita de las derechas
latinoamericanas obedece a dos razones: su renovada fuerza radica en: 1)
su habilidad para perpetrar golpes “democráticos” y “constitucionales”,
como ya lo explicó Isabel Rauber en 2009, a propósito del golpe de
Estado en Honduras; y 2) su capacidad para movilizar estimulando el
“odio social”, como lo enunciara Leonardo Boff en 2015, al evaluar el
carácter de las movilizaciones contra el PT en Brasil.
En otras
palabras, a la total reinvención de la política que hoy continúan
reclamando las masas populares en América Latina, la derecha ha
respondido “reinventándose” democráticamente, haciendo alarde de su
meticuloso conocimiento de las artimañas legales para subvertir
gobiernos legítimos. Y a la creciente politización de las clases
populares, y lo que es más importante aún, a la incorporación de
millones de personas a la vida ciudadana (millones de excluidos que por
primera vez ejercen sus derechos ciudadanos), la derecha ha respondido
con un discurso que trabaja con mucha eficacia los miedos de la clase
media: miedo a perder su estabilidad, su seguridad, sus privilegios,
etc., como consecuencia de la irrupción de un otro amenazante que no “comprende” su lugar en el mundo.
Frente
a la reinvención de la política, la derecha “descubre” y exhibe el lado
más podrido de la democracia. Frente a la movilización popular,
moviliza las peores pasiones. Se trata, sin duda, de una fuerza
literalmente reactiva, que no desea conducir la sociedad para
convertirla en un lugar mejor para todos, sino para exprimirla.
Pero
si los gobiernos populares de América Latina, con sus diferencias de
grado, han debido padecer, sin excepción, los efectos disgregadores de
esta política del “odio social”, ¿cómo contener este odio una vez que la
derecha se hubiere reinstalado en el gobierno? ¿Qué sociabilidad puede
construir un gobierno erigido sobre el miedo a las mayorías populares
empoderadas?
Cualquier dirá: “Ya ha pasado antes”. Y sin
embargo, insisto en que si hay un elemento que no podemos obviar es que
se ha producido un cambio de época.
Incluso los tan mentados fines de ciclo ocurren en el contexto de este cambio de época. Una época de los pueblos.
En
Venezuela, la mayoría de la población evalúa negativamente a una
Asamblea Nacional bajo control del antichavismo, no porque haya sido
incapaz de fraguar el respectivo golpe “democrático” y “constitucional”,
sino porque no ha hecho absolutamente nada para aportar a la solución
de los principales problemas de la sociedad.
¿Qué decir del
gobierno bolivariano? Si de razones se trata, no es nada difícil darse
cuenta de que éste es evaluado con mucha severidad, principalmente, por
el chavista promedio. Es decir, el ciudadano que se politizó con Chávez,
que adquirió conciencia de su dignidad y de sus derechos en la medida
en que luchaba, por la vía democrática, por conquistarlos y para
contener y derrotar a las fuerzas retrógradas que intentaban impedirlo.
Pero aquí ya comenzamos a entrar en otro terreno: en el de las tensiones
a lo interno de las fuerzas revolucionarias.
Ellas, como hemos
afirmado al principio, seguirán marcando la pauta. Las derechas
continuarán haciendo un esfuerzo por atizar y, por supuesto,
aprovecharse de estas contradicciones. Es justo lo que hacen ahora, con
éxito parcial. Es eso lo que hace que parezca que han recuperado,
definitivamente, la iniciativa.
Pero eso está por verse.
En estos tiempos, la última palabra la tienen los pueblos.
*
Reinaldo Iturriza López fue Ministro del Poder Popular para la Cultura y
Ministro del Poder Popular para las Comunas y Protección Social de
la República Bolivariana de Venezuela
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