La agricultura urbana se
difunde cada vez más como una práctica social que vuelve a “traer el campo a la
ciudad”. Sus detractores la consideran una actividad terapéutica de ciertas
clases acomodadas, mientras que sus defensores la ven como una de las posibles
soluciones a muchas de las dificultades actuales de la región: inseguridad
alimentaria, hambre, desempleo, consumo con altos costos de carbono, para
nombrar algunas. Entrevista con el geógrafo argentino Andrés Barsky,
investigador del Instituto del Conurbano (Univ. Nac. de General Sarmiento) y
docente (FLACSO).
Por Nueva Sociedad
Marzo 2016
=SERIE ESPECIAL SOBRE
AGRICULTURA URBANA=
La agricultura urbana se
difunde cada vez más como una práctica social que vuelve a “traer el campo a la
ciudad”. Sus detractores la consideran una actividad terapéutica de ciertas
clases acomodadas, mientras que sus defensores la ven como una de las posibles
soluciones a muchas de las dificultades actuales de la región: inseguridad
alimentaria, hambre, desempleo, consumo con altos costos de carbono, para
nombrar algunas.
Lo cierto es que en América
del Norte y Europa la práctica se está integrando a los planes de ordenamiento
territorial y de las ciudades. En América Latina y el Caribe (ALC) hay algunos
ejemplos de institucionalización son exitosos pero siguen siendo marginales.
Sin embargo, la agricultura urbana ofrece perspectivas interesantes para la
región. El vaciamiento del campo para alimentar la creciente urbanización
plantea el desafío de la producción de comida de proximidad. Por otra parte,
los efectos notorios del cambio climático recuerdan la necesidad de un consumo
más responsable. La agricultura urbana propone respuestas, apuntando a un
consumo más local y un posible involucramiento de migrantes rurales, así como
de jóvenes muy capacitados para desenvolverse en las huertas más innovadoras.
La agricultura urbana es una
práctica cada vez más integrada a las políticas públicas en Europa y Estados
Unidos, pero no parece generar el mismo entusiasmo en nuestra región. ¿Qué
puede explicar esta falta de interés aquí?
Existen otras prioridades en
la agenda pública, en las ciudades y en sus cordones periurbanos. Hay una serie
de temas que en el día a día de la gestión adquieren prioridad, por ejemplo la
necesidad de expandir las infraestructuras, generar empleo o enfrentar
situaciones de violencia urbana relacionadas con la denominada “inseguridad”.
En este contexto, resulta difícil pensar en el surgimiento de una demanda
social para el desarrollo de la agricultura urbana. Entonces, tampoco
transciende a la agenda política.
En particular, se nota en
Europa la integración de la agricultura a los planes de ordenamiento urbano y
territorial, pero en ALC parece quedar en manos de la sociedad civil. ¿Qué
puede explicar que no se perciba como una herramienta de política pública en la
región?
Antes que nada, hay que
aclarar que en la región son pocas las ciudades que han concretado un plan de
ordenamiento de amplio alcance urbanístico. Las ciudades de Rosario en
Argentina, Medellín en Colombia y, particularmente, Curitiba en Brasil han
realizado importantes esfuerzos en esa dirección. Vale mencionar que la
agricultura urbana se integró como parte de un plan de mejoramiento de la
ciudad, pero no con metas explícitas de abastecimiento alimentario.
En términos concretos,
dedicar espacio urbano a la agricultura también tiene su dificultad. Primero,
porque en la región las ciudades han transitado por procesos de urbanización
muy intensos, lo cual puso mucha presión sobre el precio del suelo. Como las
infraestructuras no siguieron el ritmo de crecimiento de la ciudad, se potenció
lo que se denomina el efecto “aglomerativo”: para mejorar su calidad de vida,
diversos sectores de la población pugnan por vivir en los lugares servidos con mejor
infraestructura, los cuales terminan resultando saturados. En este contexto,
cada porción de suelo se valoriza, y es muy difícil que se lo dedique a
espacios verdes o agricultura. Además, la agricultura urbana y periurbana
presenta varios problemas: baja consideración social, riesgo económico y
climático, alta competencia de otros sectores laborales como la construcción en
términos de salarios, falta de coordinación entre zonas productivas, bajo nivel
de integración a planes nacionales y escasa organización política entre sus
trabajadores.
La agricultura urbana ha
funcionado bien como instrumento de política pública en momentos de crisis,
como vimos en Argentina en 2002. En ese contexto se consolidó el programa
ProHuerta, el cual tuvo un importante alcance en ese momento. En la actualidad,
hay más de 600.000 huertas familiares relevadas en Argentina (la mayoría en
zonas urbanas), pero desde un punto de vista económico no se puede considerar
su rol como central en lo referido al abastecimiento urbano. Tiene relevancia
desde un punto de vista social. Cuando se recuperó la economía y creció el
trabajo asalariado, muchas personas dejaron de producir en las huertas. Por lo
tanto, más allá de estos momentos excepcionales, es difícil que los gobiernos
de la región enfaticen su accionar en la agricultura urbana.
Una de las principales
críticas a la agricultura urbana es que no sirve para luchar contra el hambre.
¿Puede plantearse como parte de la solución a la inseguridad alimentaria y el
hambre en la región?
Lo que se ve por ahora es
que la producción urbana apunta principalmente al autoabastecimiento de los
hogares, mientras que la agricultura periurbana produce alimentos en función de
las reglas del mercado. La sensación que tengo es que la agricultura urbana no
llegó todavía a generar excedentes de importancia, ni tampoco, más allá de
determinadas experiencias, a insertarse plenamente en el marco de la economía
social y solidaria. Otro punto es la valorización del consumo de productos
locales, que todavía no está muy desarrollada en América Latina, tal como
acontece en Europa. Por lo menos, no de la misma manera. Es decir, son pocos
los consumidores que se informan o se interesan sobre el origen de lo que
compran.
Más allá de la provisión de
alimentos, ¿qué beneficios sociales provee la agricultura urbana en ALC?
En general, mi impresión es
que los beneficios son parciales, en virtud de que se registra una baja
consideración social por el trabajo de la tierra. Existen no obstante casos
exitosos, como el de la ciudad de Rosario. Rosario se inspiró directamente en
el modelo barcelonés para realizar una intervención urbana de importancia en el
ejido urbano y la agricultura formó parte del diseño.
Justamente, en el caso de
Rosario, después de varios años de promoverse la agricultura urbana, se observa
un declive de la agricultura periurbana, en las zonas cercanas a la ciudad.
¿Qué relación existe entre los dos fenómenos? ¿Se puede hablar de una lucha de
poderes allí?
Las dificultades del
cinturón periurbano de Rosario en términos agrícolas no se deben tanto a la
emergencia de la agricultura dentro de la ciudad –fenómeno que se dio en
realidad paralelamente– sino más bien por el marco nacional en el cual se
inserta. La producción se vio afectada por el alza de los precios de la tierra
y una fuerte competencia con la agricultura extensiva de exportación. Con el
boom de los commodities hasta 2008, los agricultores de la región pampeana que
rodea a la ciudad de Rosario hicieron inversiones importantes en el suelo, a
través del alquiler de tierras en zonas periurbanas y la compra de
departamentos y casas en el medio urbano. Esta alza, sumada a la especulación
característica de zonas de borde urbano, presionó mucho el mercado de tierras.
Ahí se nota claramente la relación entre campo y ciudad, con capital llegando
del campo para terminar ahogando a la producción periurbana por sus lógicas de
inversión. La producción periurbana de Rosario también ha sufrido un histórico
retraso tecnológico (estudiado por especialistas como Patricia Propersi) que,
al contrario del “exitoso” caso de la ciudad de La Plata, no pudo ser
compensado por la llegada de campesinos bolivianos. El gran fraccionamiento
administrativo del territorio, con una ciudad e intendencias independientes, no
permite una acción integrada para coordinar la intervención necesaria.
Finalmente, cabe destacar que Rosario se encuentra en el epicentro de una de
las zonas de mayor importancia en Argentina: la pampa ondulada productora de
soja, y más específicamente, donde se ubica uno de los complejos aceiteros
portuarios más importantes a nivel mundial. La producción periurbana se
encuentra entonces amenazada por el avance de la ciudad, el avance de los
cultivos de exportación, y por un retraso tecnológico sobre el que la gestión
fraccionada de la región urbana no permite incidir, dejando así el lugar en los
mercados para las producciones intensivas provenientes de otras regiones del
país.
Las ciudades de ALC
registran un crecimiento con niveles de los más altos del mundo, principalmente
por migraciones rurales. ¿La agricultura urbana puede ayudar a integrar estas
poblaciones con un trabajo que conozcan? ¿Existen casos exitosos?
En la Argentina, el
Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA) implementó la estación
experimental AMBA (Área Metropolitana de Buenos Aires), la primera
especializada en agricultura urbana y periurbana en América Latina. Asimismo,
en el año 2010 el Ministerio de Agricultura lanzó el Programa Nacional de
Agricultura Periurbana. Uno de los componentes principales de estas iniciativas
fue la agrupación de los agricultores urbanos y periurbanos, muchos de ellos
campesinos originarios de Bolivia. El Estado avanzó mucho en el registro de
todas estas situaciones y generó instancias muy valiosas en lo referido a
asistencia técnica, abastecimiento de semillas, etc. Existe cierto grado de
coordinación entre los agricultores de la región en función de su origen
étnico, pero muy poco en forma sectorial. Como mencioné antes, la cercanía de
los mercados alimentarios urbanos es una ventaja para la agricultura urbana,
pero también una desventaja: el trabajo de la huerta compite directamente con
otros tipos de trabajos (la construcción, la industria textil, los servicios),
donde se ofrecen mejores salarios.
Fuente: Nueva Sociedad
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