Traducción para Rebelión por S. Seguí |
Introducción
El presidente Obama se está apurando por proclamar su legado imperial, que pasa por Rusia, Asia y América Latina.
En los últimos dos años ha acelerado el incremento de su arsenal
nuclear militar en las fronteras de Rusia, y el Pentágono ha diseñado un
sistema antimisil de alta tecnología destinado a debilitar las defensas
rusas.
En América Latina, Obama ha abandonado su superficial
pretensión de tolerar los regímenes electorales de centro-izquierda. En
su lugar, se ha aliado con rabiosos neoliberales autoritarios en
Argentina; se ha reunido con los jueces y políticos que están
escenificando el derrocamiento del actual gobierno brasileño; y ha dado
aliento a los emergentes regímenes de extrema de derecha en Perú, bajo
Keiko Fujimori, y Colombia, con el gobierno de Juan Manuel Santos.
En Asia, Obama ha potenciado visiblemente su acumulación de efectivos
militares, que amenazan las principales rutas marítimas de China, en el
Mar del Sur de China. Asimismo, ha alentado a grupos separatistas
agresivos y violentos en Hong Kong, el Tíbet, Xinjian y Taiwán, a la vez
que ha invitado a multimillonarios de Beijing a transferir un billón de
dólares en activos a las “lavanderías” de América del Norte, Europa y
Asia. Al mismo tiempo, ha bloqueado activamente la “ruta de la seda”
comercial china, planeada desde hace tiempo, a través de Myanmar y el
oeste de Asia.
En Oriente Próximo, el presidente Obama se unió a
Arabia Saudita en la escalada de este país en su brutal guerra y
bloqueo de Yemen y condujo a Kenia y otros estados depredadores de
África a atacar a Somalia. A la vez, ha seguido respaldando a los
ejércitos mercenarios invasores de Siria al tiempo que colabora con el
dictador turco, Erdogan, en un momento en que las tropas turcas
bombardean a los combatientes kurdos, sirios e iraquíes que combaten en
primera línea contra el terrorismo islamista.
El presidente
Obama y sus secuaces se han humillado constantemente ante el Estado
judío y su quinta columna de Estados Unidos, con un incremento masivo
del tributo que paga Estados Unidos a Tel Aviv. Mientras tanto, Israel
sigue apoderándose de miles de hectáreas de tierra palestina, asesinando
y deteniendo a miles de palestinos, desde niños pequeños hasta abuelos
de edad avanzada.
El régimen de Obama está desesperado por
superar las consecuencias de sus fracasos políticos, militares y
económicos de los últimos seis años y establecer a EE.UU. como la
potencia económica y militar mundial indiscutible.
En esta
etapa, el objetivo supremo de Obama es dejar un legado perdurable,
consistente en: (1) haber rodeado y debilitado a Rusia y China; (2)
haber convertido a América Latina en un patio trasero de libre comercio
autoritario abierto al saqueo de EE.UU.; (3) haber hecho de Oriente
Próximo y el Norte de África una sangrienta gallera en la que los
dictadores árabes y judíos maltratan a naciones enteras y provocan
millones de refugiados que inundan Europa y otros territorios.
Una vez establecido su legado, nuestro “histórico primer presidente
negro” puede presumir de haber arrastrado a nuestra “gran nación” a más
guerras durante períodos de tiempo más largos, con un costo mayor de
vidas humanas y más refugiados desesperados que cualquier presidente
anterior de Estados Unidos, al mismo tiempo que polarizaba y empobrecía a
la gran masa de los trabajadores estadounidenses. Obama, en efecto,
habrá puesto el listón muy alto a su sustituta, la señora Hillary
Clinton, quien tendrá dificultades para superarlo o ampliarlo.
Para analizar la promesa de un legado de Obama y evitar juicios
prematuros, lo mejor es recordar brevemente los fracasos de sus primeros
seis años y reflexionar sobre su actual búsqueda de un lugar en la
historia.
Miedo, asco y retirada
El
descarado rescate de Wall Street que realizó Obama contrasta claramente
con los deseos y sentimientos de la gran mayoría de los estadounidenses
que lo eligieron. Este fue un momento histórico de miedo y asco, en el
que decenas de millones de estadounidenses exigieron al gobierno federal
que pusiese freno a los criminales financieros, detuviese la espiral de
quiebras de particulares y las ejecuciones hipotecarias, y diese un
impulso a la economía productiva de Estados Unidos. Después de una breve
luna de miel tras su “histórica elección”, el “histórico” presidente
Obama dio la espalda a los deseos del pueblo y puso a disposición miles
de millones de dólares de dinero público para el rescate de los bancos y
los centros financieros de Wall Street.
No satisfecho con esta
traición a los trabajadores y la clase media en apuros, Obama tampoco
cumplió sus promesas de campaña de poner fin a la(s) guerra(s) en
Oriente Próximo, e incrementó la presencia de tropas estadounidenses y
amplió su guerra de asesinatos mediante aviones no tripulados a
Afganistán, Iraq, Yemen, Libia, Somalia y Siria.
Las tropas
estadounidenses volvieron a invadir Afganistán, combatieron y se
retiraron derrotadas ante el avance de los talibanes. EE.UU. amplió su
programa de formación del ejército títere iraquí, que se derrumbó en sus
primeras escaramuzas con el Estado islámico; Washington se retiró de
nuevo. El cambio de régimen en Libia, Egipto y Somalia creó unos estados
mercenario-depredadores sin nada parecido a control y dominación por
parte de Estados Unidos.
Obama se había convertido en un maestro de derrotas militares y de estafas financieras.
En el hemisferio occidental, un continente de gobiernos
latinoamericanos independientes había surgido y desafiaba la supremacía
de Estados Unidos. El “histórico presidente” Obama había quedado como un
aficionadillo imperial sin ideas y sin contactos con los gobiernos al
sur del Canal de Panamá. Mientras el comercio y la inversión florecían
entre América Latina y Asia, Washington se quedaba atrás. Los acuerdos
políticos y económicos regionales aumentaban, pero Obama se quedó sin
aliados.
Los torpes intentos de Obama de lograr un “cambio de
régimen” apoyado por EE.UU. en Venezuela y otros lugares fueron
derrotados. Sólo el pequeño y corrupto narcoestado de Honduras cayó en
la órbita de Obama, con el golpe maquinado por Hillary Clinton de su
presidente electo populista-nacionalista.
China y Rusia crecían
y florecían a medida que el precio de las materias primas se disparaba,
la riqueza se expandía y la demanda de productos industriales chinos
explotaba.
En 2013 Obama no tenía legado.
La recuperación: el legado perdido de Obama
Obama comenzó su camino hacia el establecimiento de un legado con el
golpe de estado financiado por Estados Unidos en Ucrania, encabezado,
por primera vez desde la Segunda Guerra Mundial, por una milicia nazi.
Después de celebrar el violento “cambio de régimen” contra el gobierno
electo de Ucrania, el nuevo régimen oligarca-títere de Obama y su
ejército étnico-nacionalista se revelaron como un desastre, perdiendo el
control de la región industrializada de Donbás ante los rebeldes de
etnia rusa y perder sin remedio la estratégica Crimea, en la que la
población votó abrumadoramente a favor de volver a unirse a Rusia
después de 50 años. Mientras tanto, el oligarca y presidente Poroshenko y
sus compañeros de teatro de marionetas despilfarraban varios miles de
millones de dólares de ayuda de la UE, todo ello en aras del legado de
Obama.
Más tarde, Obama impuso sanciones económicas
devastadoras contra Rusia por su papel en el referéndum de Crimea y su
apoyo a los millones de personas de habla rusa en Donbás, y de paso
obligó a la Unión Europea a hacer grandes sacrificios comerciales. Por
su papel en la creación de un verdadero “legado estadounidense” de
Obama, los alemanes, franceses y los otros veinte y ocho países han
sacrificado miles de millones de euros en comercio e inversiones,
alienándose a grandes sectores de su propia economía agrícola e
industrial.
El régimen de Obama colocó armas nucleares en la
frontera oriental de Polonia apuntando al corazón de Rusia. Estonios,
lituanos y letones se unieron a los ejercicios militares de Obama, quien
estacionó buques y aviones de ataque estadounidenses en el Mar Báltico,
amenazando la seguridad de Rusia.
El legado de Obama en América Latina
El régimen de Obama intensificó sus esfuerzos para restablecer su
supremacía, mediante la desaparición de los regímenes de
centro-izquierda desde las elecciones de finales de 2013 hasta la
actualidad.
El legado de Obama en América Latina se basa en el
retorno al poder de las élites neoliberales en la región. Sus exitosas
elecciones fueron el resultado de varios factores, entre otros: (1) el
aumento del poder económico de la derecha en América Latina; (2) la
decadencia y corrupción del poder político dentro de la izquierda; 3) la
incapacidad de la izquierda para desarrollar sus propios medios de
comunicación independientes, que desafiasen el monopolio de los medios
de la derecha; y (4) el fracaso de los regímenes de centro-izquierda
para diversificar su economía y desarrollar el crecimiento al margen de
los límites definidos por los sectores capitalistas dominantes.
El régimen de Obama colaboró estrechamente con la élite
político-empresarial, organizando sus campañas políticas y controlando
las políticas económicas clave, incluso durante los gobiernos de
centro-izquierda. Los regímenes de izquierda financiaron, subvencionaron
y recompensaron los intereses comerciales de la derecha en las
industrias agro-minerales, la banca y los medios de comunicación, así
como en la fabricación y la importación.
Mientras la demanda
mundial de materias primas fue fuerte, los gobiernos de centro-izquierda
dispusieron de mucho margen para ajustar su gasto social destinado a
los trabajadores a la vez que acomodaba los intereses empresariales.
Cuando la demanda y los precios cayeron, los déficits presupuestarios
obligaron al centro-izquierda a recortar el gasto social destinado a las
masas, así como las subvenciones a las élites empresariales. En
respuesta, el sector empresarial organizó un ataque a gran escala contra
los gobiernos en defensa del poder de las élites. El centro-izquierda
no pudo contrarrestar el poder y la posición crecientes de sus
adversarios de las élites empresariales.
La élite empresarial
puso en marcha una guerra de propaganda a gran escala por medio de sus
medios de comunicación cautivos, explotando escándalos de corrupción
reales o imaginarios que desacreditaban a los políticos de
centro-izquierda. La izquierda carecía de unos medios de comunicación
propios eficaces para responder a las acusaciones de la derecha, al no
haber logrado democratizar los monopolios de los medios de comunicación
corporativos.
Los partidos de centro-izquierda adoptaron la
técnica de las élites de financiar las campañas políticas mediante
sobornos, concesiones de contratos, patrocinios y otros arreglos con las
empresas privadas y estatales. El centro-izquierda se imaginó que
podría competir con la derecha capitalista en la financiación de
campañas y candidatos mediante la manipulación y no por medio de la
lucha de clases. Este juego nunca lo lograron dominar.
La
derecha, por su parte, movilizó a sus aliados dentro de la policía, y
las instituciones públicas y judiciales para perseguir y descalificar al
centro-izquierda por la comisión de los mismos delitos que la derecha
había eludido.
El centro-izquierda no movilizó a los
trabajadores y empleados para establecer controles siquiera mínimos de
las élites y asumir un poder de gestión. Pensaron que podían competir
con la derecha en sus propios términos, a través de artimañas y negocios
turbios.
El centro-izquierda confió en la financiación de su
administración y sus políticas a lo largo del periodo de auge de las
materias primas en demanda de sus recursos naturales, sin tener en
cuenta la inestabilidad fundamental y la volatilidad del mercado mundial
de productos básicos. Mientras que la derecha condenaba abiertamente la
debilidad del centro-izquierda, en privado ha llevado a cabo políticas
aún más dependientes de los especuladores y las élites internacionales.
En Argentina, a medida que la economía se contraía, la dirección de la
derecha, dirigida por Mauricio Macri, lanzó una exitosa campaña
presidencial con la participación de los medios de comunicación, los
bancos, los votantes de clase media y las élites agro-mineras.
Inmediatamente después de asumir el poder, el gobierno de Macri liquidó
los servicios sociales destinados a los trabajadores y la clase media
baja, reduciendo su nivel de vida y despidiendo a miles de empleados
gubernamentales. Obama vio en Macri al salvador tipo de su legado y a la
Argentina como el nuevo centro de poder estadounidense en América
Latina, con planes para otros cambios de régimen en Brasil, Venezuela y
en toda la región.
En Brasil, el partido de centro-izquierda
Partido de los Trabajadores (PT) se enfrentó a un ataque masivo a su
base de poder por parte de los partidos de extrema derecha. Los
escándalos de corrupción sacudieron todo el espectro de la clase
política, pero el PT fue el implicado más destacado en un fraude masivo
en la gran empresa nacional de petróleo de Brasil, Petrobras. Los
problemas del gobierno del PT se intensificaron cuando el país entró en
recesión con la caída de la demanda de sus exportaciones agro-mineras.
Crecientes déficits fiscales agravaron asimismo los problemas del
gobierno. La derecha dura brasileña movilizó todo su aparato de la élite
del poder –tribunales, jueces, policía y servicios de inteligencia– en
un intento de derrocar al gobierno del PT e imponer un régimen
autoritario neoliberal y apoderarse de todos los activos financieros,
comerciales y productivos.
El centro-izquierda nunca fue muy de
izquierda, si es que lo fue en alguna medida. Bajo los presidentes Lula
y Rousseff (2003-2016), las poderosas élites mineras y agrícolas
florecieron, y la banca, las inversiones y las empresas multinacionales
prosperaron. El centro-izquierda hizo algunas concesiones paternalistas a
las clases de ingresos más bajos, y aumentó los salarios de los
trabajadores industriales y agrarios. Pero el PT relegó a la clase
trabajadora a un segundo plano, mientras firmaba acuerdos comerciales y
concedía ventajas fiscales al capital. No consiguió hacer participar a
los trabajadores brasileños en la lucha de clases.
La derecha
nunca tuvo que enfrentarse a un genuino gobierno de izquierda que
presionara a los empresarios para lograr cambios estructurales. Por su
parte, la derecha intentó acabar incluso con las reformas más
superficiales. No aceptaría nada por debajo de un control total,
consistente en: la privatización de la principal compañía petrolera
nacional; la reducción de los salarios, las pensiones y los subsidios de
transporte; y el recorte de los programas sociales. El golpe derechista
brasileño –consistente en una destitución en falso, organizada por
convictos corruptos– tiene por objeto una vasta reconcentración de la
riqueza y el restablecimiento del poder empresarial, mientras hunde a
millones de personas en la pobreza y reprime a los principales
movimientos de masas organizados. En Brasil, los medios de comunicación
controlados por las élites, los tribunales y los políticos actúan como
juez, jurado y carcelero contra un régimen de centro-izquierda, que
nunca llegó a tomar el control de las principales instituciones de poder
de la élite.
Obama y el eje de su legado
Los derechistas políticos se unen a la policía para controlar a las
multitudes y tomar el poder, restableciendo los lazos profundos entre
Brasil, Argentina y Washington. A continuación, pasarán a la reconquista
neoliberal de toda América Latina. Contra esta nueva ola, es preciso
comprender que el legado latinoamericano de Obama es demasiado reciente,
demasiado apresurado y demasiado inconexo, y que la nueva derecha
presenta los mismos o incluso peores rasgos de la izquierda
recientemente fallecida.
En Argentina, Macri ha solicitado un
préstamo de 15.000 millones de dólares a un interés del 8%, en un
momento en que la economía está fracturada, el empleo está colapsado y
las exportaciones y la demanda a nivel mundial se hallan en declive. Al
mismo tiempo, el gabinete del presidente Macri está plagado de grandes
escándalos financieros relacionados con los papeles de Panamá y la clase
obrera en su totalidad –partido político, sindicatos, clase trabajadora
empleada– se halla profundamente desencantada con el gobierno
minoritario de Macri.
Argentina no puede llegar a ser el
perdurable “legado latinoamericano” de Obama: aunque Macri pueda abrir
la puerta para un breve periodo de dominio de Washington, los resultados
serán catastróficos y el futuro, dada la reciente historia argentina de
levantamientos populares, parece incierto.
Asimismo, en
Brasil, el proceso de destitución/golpe de Estado va a dar lugar a
nuevas y más numerosas investigaciones, con juicios a políticos después
de la destitución y una profunda crisis económica. El vicepresidente de
Brasil, que se volvió contra Rouseff, se enfrenta ahora a cargos de
corrupción, al igual que sus partidarios. La prolongada confrontación se
opone a cualquier continuidad básica. La política de un gobierno de
derecha consistente en el recorte de salarios, pensiones y “cestas” de
pobreza detonará enfrentamientos a gran escala con una población
polarizada. El legado de Obama será un breve episodio de celebración de
la salida del presidente del Partido de los Trabajadores, seguido de un
largo período de inestabilidad y desorden.
Los regímenes derechistas en Venezuela, Colombia y Perú serán parte del legado de Obama, pero ¿con qué fin duradero?
El congreso de la derecha venezolana –apodada MUD (Mesa para la Unidad
Democrática)– pretende derrocar al presidente electo. Exige la
liberación de varios asesinos de extrema derecha actualmente en prisión,
la privatización de la industria petrolera y un recorte profundo en los
programas sociales (salud y educación). La derecha reduciría los
salarios de los empleados y eliminaría los subsidios a los alimentos. La
MUD no tiene un plan competente o la capacidad para hacer crecer la
economía del petróleo y superar la escasez crónica de alimentos, y no
haría más que sustituir la economía subvencionada de la izquierda por un
aumento masivo de precios de los productos básicos, reduciendo con ello
el consumo interno a una fracción de su nivel actual. En otras
palabras, la ofensiva de la derecha puede derrotar a la izquierda
chavista pero no estabilizará Venezuela y no desarrollará una
alternativa neoliberal viable. Cualquier nuevo régimen de derecha se
deteriorará rápidamente y el problema crónico de la violencia criminal
será superior a los niveles actuales. La alianza entre Washington y la
extrema derecha de Venezuela difícilmente respaldará el pretendido
legado histórico de Obama. Es más probable que sea otro ejemplo de
gobierno de derecha fallido derecha incapaz de sustituir a un debilitado
gobierno de izquierda.
En otros regímenes de derecha emergentes podemos hallar circunstancias similares.
En Colombia, el actual presidente derechista Juan Manuel Santos habla
con las FARC, pero también acoge a los escuadrones de la muerte
paramilitares. Sus conversaciones para el logro de acuerdos de paz y su
reforma social están vinculados a la derecha genocida, dirigida por el
ex presidente Álvaro Uribe. Mientras tanto, la economía se estanca con
los precios del petróleo y del metal colapsados en el mercado mundial.
El nivel de vida de Colombia ha declinado y la promesa de un
resurgimiento de la derecha se torna débil. La alianza entre Estados
Unidos y Colombia puede socavar a las FARC pero la derecha no ofrece
ninguna perspectiva para la modernización de la economía o la
estabilización de la sociedad.
Del mismo modo, en Perú, la
derecha gana votos y abraza el libre mercado, pero el crecimiento
declina, las inversiones y las ganancias se agotan y el desencanto crece
entre la masa de los pobres, augurando conflictos en la calle.
El legado de Obama en América Latina ha seguido a una serie de
victorias brutales que no tienen la capacidad de volver a imponer un
“nuevo orden” estable de mercados libres y las elecciones libres. La
primera oleada de inversiones favorables y concesiones lucrativas no
logrará revivir y volver a calibrar una nueva dinámica de crecimiento.
De manera aún más inquietante, Obama utilizó el asesinato en masa para
sustituir a un presidente de izquierda nacionalista elegido en Honduras e
imponer un régimen de terror contra la población pobre e indígena.
Mientras tanto, donativos financieros ilícitos recompensan a los
especuladores en Argentina.
El legado de Obama en América
Latina refleja un espectro completo que va desde golpes de estado
derechistas realizados para expulsar a los gobiernos elegidos en Brasil y
Venezuela, a los presidentes autoritarios elegidos en Perú y Colombia
con vínculos históricos con escuadrones de la muerte y cuentas en el
exterior multimillonarias en dólares.
El contemporáneo “legado
latinoamericano” de Obama huele a una manipulación electoral brutal que
prepara el terreno para sangrientas guerras de clase.
El legado de Obama en Ucrania, Yemen y Siria
El gobierno de Obama pensó que podía manejar los conflictos
generalizados, los levantamientos y las guerras para avanzar en su
supremacía global.
A tal efecto, Obama gastó miles de millones
de dólares en armas y propaganda, armando a paramilitares neonazis para
tomar el poder en Ucrania. Una brutal y grotesca banda de oligarcas (y
fugitivos extranjeros caídos en desgracia, como el depuesto líder
georgiano, Mikhail Saakashvili) sirvió a Washington en el régimen títere
de Kiev. Críticos, periodistas, juristas y ciudadanos son asesinados;
la economía ha colapsado; los precios se disparan; los ingresos se han
reducido a la mitad; el desempleo se triplicó y millones de personas han
buscado refugio en el extranjero. La guerra se propaga entre el
ejércitos de ciudadanos de etnia rusa de Donbás y el régimen títere de
Kiev y el pueblo de Crimea votó a favor de unirse a Rusia. Mientras
tanto, las sanciones económicas contra el comercio con Rusia han
exacerbado la escasez en la población ucraniana.
Bajo el
tutelaje de Obama, Ucrania se convirtió en un ejemplo mundial… de estado
fallido, con todo su “legado europeo”. Obama puede reclamar con razón
el mérito de haber impuesto un régimen absolutamente retrógrado de
cleptocapitalismo sin ningún rasgo presentable.
Obama abrazó la
guerra de Arabia Saudita contra Yemen que destruye la vida y las
ciudades de la nación más pobre de Oriente Próximo. El legado de Obama
en Yemen implica la destrucción sistemática de un pueblo soberano. El
jueguecito que realiza Obama favorece a los multimillonarios déspotas
saudíes mientras devasta a los inocentes. En lo que se refiere a los
israelíes en Palestina y los saudíes en Yemen, Obama rinde homenaje a
los criminales responsables de haber destrozado millones de vidas.
Y qué decir del legado de Obama en Siria y Libia. ¿Cuántos millones de
africanos y árabes han sido asesinados o han huido en los barcos
podridos de la miseria. Sólo una banda de los expertos más rancios y
corruptos de los medios de comunicación de EE.UU. puede pretender que
este presidente gánster no debería ser llevado ante un tribunal para
responder por crímenes de guerra.
Conclusión
El régimen de Obama ha llevado a cabo guerras de destrucción, una tras
otra. Ha establecido asociaciones con terroristas y escuadrones de la
muerte en busca de victorias imperiales a corto plazo que han terminado
en rotundos fracasos.
El legado imperial de este presidente
“histórico” es un espejismo de saqueo, miseria y destrucción. El
efecto de sus mentiras políticas ha comenzado a registrarse incluso
aquí, entre el público estadounidense: ¿Quién confía en el Congreso de
Estados Unidos y su presidente? Y en Europa, ¿quién confía en los socios
europeos de Obama que con tanto entusiasmo promovieron las guerras de
Oriente Próximo y el Norte de África y ahora temen y detestan a los
millones de víctimas de éstas, refugiados que huyen a las ciudades de
Europa, llenando sus playas de cadáveres ahogados de miembros de sus
comunidades desarraigadas?
Obama “vendió” las guerras y los europeos reciben las víctimas… con miedo y asco.
Obama logra victorias provisionales, desgraciadas y reversibles.
Obama bombardeó Afganistán ayer y ahora huye ante una resistencia renovada.
Obama tiene aliados que están de nuevo saqueando América Latina, pero
se enfrentan a una expulsión inminente por levantamientos populares.
Obama aterrorizó y fragmentó a Siria ayer, pero perdió las elecciones el día después.
Obama amenaza la economía de China mientras compra de productos de este país febrilmente.
El legado de Obama dio comienzo como una ofensiva militar y económica
fallida, acompañante de una profunda crisis social. Durante su último
año en el cargo, Obama trata de forjar alianzas con lo peor de la
derecha dura para salvar su legado. Su breve avance en este sórdido
mundo de neoliberales, neonazis y déspotas saudíes es un preludio de
nuevas retiradas y nuevos caos.
Obama ha celebrado públicamente
el giro a la derecha en Asia, América Latina, Europa y Oriente Próximo y
aplaude la alineación más retrógrada de fuerzas en los tiempos
modernos: saudíes e israelíes; generales egipcios y jihadistas libios;
neo-otomanos turcos y gánsteres oligarcas ucranianos. Los cambios de
régimen en Argentina y Brasil animan a Obama a reivindicar su legado
imperial.
Su momento de la verdad imperial es breve, demasiado
breve. En todas partes, somos testigos de que el rápido aumento del
éxito imperial va seguido por una serie de debacles.
En toda
América Latina especuladores capitalistas se sumergen en aventuras
financieras salvajes, robo y caos. En Oriente Próximo, EE.UU. se yergue
entre los palacios desmoronados de un régimen saudí moribundo. Los
avances imperiales, tan publicitados, se basan en todas partes en
grandes expolios, desde Egipto y Turquía a Ucrania.
En pocas
palabras: la fórmula de Estados Unidos de un exitoso legado está
fallando en el momento preciso que afirma su éxito. Obama y la derecha
han creado un mundo de caos y desintegración. Obama y sus legiones,
EE.UU. y Europa no tienen futuro en paz o en guerra, elecciones o
derrotas.
No hay legado imperial para el “histórico” presidente Obama.
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