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En la etapa final del mandato de Obama, los principales objetivos que persigue la política exterior norteamericana son la contención de China y Rusia, y el control de Oriente Medio, pese a los fracasos obtenidos en la última década. Es poco probable que los dos primeros sean sometidos a una revisión profunda: Washington, sea quien sea el nuevo presidente norteamericano, es consciente de que Pekín y Moscú son sus principales rivales. En Oriente Medio, su política sigue la inercia de los últimos años, que sólo ha conseguido ensangrentar más a toda la región. Empantanadas y sin resolver las guerras de Afganistán e Iraq, Estados Unidos se lanzó a derribar a los gobiernos sirio y libio, y aceptó que su aliada Arabia iniciase una feroz intervención en Yemen, cuyos únicos resultados han sido centenares de miles de muertos, millones de refugiados y el aumento del caos y la destrucción en todo Oriente Medio. A corto plazo, Washington no va a revisar su política en Oriente Medio, aunque las negociaciones de Ginebra sobre Siria son una débil esperanza En los tres escenarios, Estados Unidos ha movido en las últimas semanas algunas piezas: en Ucrania, Siria y en el mar de la China meridional.