Por: Luis
Salas
Primera
Ley de Lerner: en economía, uno nunca debe comprometer sus
principios, sin importar los problemas que otros tengan para
comprenderlos. Parece una pregunta de respuesta obvia, pero en
realidad no lo es: ¿Cuál es (o cuáles son) el (los) criterio(s)
para juzgar el éxito o fracaso de una política económica?.
Si
la respuesta parece obvia es porque cualquier persona con un poco de
sentido común respondería: por sus resultados prácticos sobre la
vida de las personas. Sin embargo, en el mundo de los “expertos”
económicos convencionales y del sentido común mediatizado, la
respuesta es muy distinta: se evalúa en base a unos criterios
nominales que poco importa si son ciertos o falsos en la práctica,
si tienen datos o no que los respalden y, que en muchos casos,
incluso contravienen cualquier lógica formal de la más básica.
La
gráfica que acompaña este texto nos muestra la correlación entre
tres variables fundamentales para evaluar el desempeño de una
política económica en cuanto impacto que genera en una economía
nacional y, por ende, sobre la vida de las personas que en ella
habitan. La línea azul mide la evolución del PIB, es decir, el
tamaño de dicha economía. La colorada mide la evolución del
coeficiente de Gini, el grado de desigualdad en cuanto a la
distribución de los ingresos. Mientras que la amarilla mide la
evolución de la pobreza.
El
período va desde 1990 hasta 2013, lo que nos permite comparar la
década inmediatamente anterior a la llegada de Chávez con el
desempeño de la economía durante su presidencia. La gracia de esta
comparación es hacerlo con los años, no sólo de la Cuarta
República, sino con los años en que se aplicaron las políticas de
ajuste neoliberal. Es decir, no estamos comparando simple y
llanamente con el resultado del colapso del puntofijismo rentista,
del modelo fedecamaras de capitalismo parásito dependiente. Sino que
estamos comparando con los años en los cuales se aplicaron a
rajatabla y sin contemplaciones, las mismas políticas económicas
que insistentemente se machaca hoy que hay aplicar para salir de la
situación compleja en la que vive Venezuela.
Pero
yendo al grano, en cuanto al crecimiento del PIB la imagen habla por
sí misma. Digan lo que digan, lo pongan como lo pongan, lo cierto es
que la economía venezolana medida con el más convencional de los
indicadores que puede haber, es más grande –sustancialmente más
grande- después de Chávez. Pero no solo es más grande. Sino que la
evolución de dicho crecimiento tiene una correlación positiva con
la disminución de la pobreza y la mejora en la distribución del
ingreso. Es decir: no solo es más grande, sino más justa e
inclusiva.
Y
esto no es un hecho mecánico: es el resultado de una decisión
política. Y no es
mecánico, pues si se toman en cuenta los dos
momentos en que el PIB creció en
tiempos en que los Hausman, los
Petkof, los Francisco Rodríguez y los CEO de la Polar
como Gustavo
Rossen “decidían” la política económica (lo que obviamente es
un decir,
pues no decidían nada, más bien ejecutaban lo que les
recetaban hacer), dicho
crecimiento no implicó que la pobreza y la
desigualdad disminuyesen si no
exactamente lo contrario. O sea:
crecía la economía y al mismo ritmo crecía la
desigualdad y
aumentaba la pobreza. Y valga agregar que el crecimiento del año
1991
no se debió al genio de los paquete boys del segundo gobierno
de CAP, si no al
impacto que sobre los precios del petróleo tuvo la
primera invasión de Irak.
Otro dato digno de destacar es la
estabilidad con una ligera tendencia al alza en el
comportamiento
del PIB que se observa entre los años 1992 y 1995. Y es destacable
pues fíjese cómo contrasta abiertamente con el crecimiento de la
pobreza y la
desigualdad, entre otras cosas apalancado por la
criminal estafa bancaria sucedida en
aquellos años. Ahora bien,
nótese de igual manera que en el año 1995 se produce una
mejora
sustancial de ambos indicadores: ¿tendrá algo que ver dicha mejora
con la
suspensión temporal de las medidas neoliberales aplicadas
por el defenestrado CAP?
Recuérdese que en el marco de la
emergencia nacional que entonces se vivía como
resultado de la
estafa bancaria, Caldera, que llegó por segunda vez a la presidencia
montado en el tsunami popular desencadenado por Chávez y
prometiendo la no
aplicación de medidas neoliberales, suspendió a
mediados de 1994 una serie de
garantías relacionadas con la
propiedad privada y la libertades económicas, lo que
supuso el
control estatal sobre el mercado de cambios, el sistema bancario y
los
precios. Poco le duró el impulso. A los dos años, bajo la
presión de los especuladores
financieros y su propio equipo de
gobierno (con Petkof a la cabeza), se embarcó en la
Agenda
Venezuela (segundo paquete FMI), lo que disparó la pobreza a niveles
históricos. Solo la aplicación de una serie de medidas de
contención y la manipulación
avalada por el FMI de algunos
indicadores (aval sin el cual no es posible dicha
manipulación y
con el cual evidentemente el chavismo no cuenta ni ha contado
nunca), no hacen aparecer peor el cuadro.
Con
la llegada de Chávez a la presidencia y la radicalización de las
tímidas medidas de
contención de la pobreza a través, entre
otros, del Plan Bolívar 2002, ésta disminuye
aún más. En ese
momento aparecieron fedecámaras y sus secuaces entre finales de
2001 (primer paro patronal) y todo el 2002 (golpe de abril), hasta
principios de 2003
(cuando se derrota el sabotaje petrolero
comenzado en diciembre de 2002 por los
mismos personajes que Chávez
perdonó en abril, prácticamente los mismos que piden
se les
perdonen ahora de nuevo), causando una brutal caída del ingreso
nacional y por
tanto del PIB lo cual hizo descalabrar todos los
indicadores.
Luego
de superado ese trance, la economía venezolana vivió un
comportamiento poco
menos que virtuoso, con la aplicación de
controles de precio, cambio y toda esa serie
de medidas de
intervención del Estado en la economía que, se nos dice, son un
fracaso
y no hacen que ésta se desenvuelva exitosamente. Dicho
comportamiento solo se vio
interrumpido por el impacto de la crisis
financiera mundial, impacto por lo demás
global y que desde luego
no es achacable a la política económica, por más que pudiera
discutirse con la ventaja que da ver las cosas desde el retrovisor
si se tomaron las
previsiones necesarias. De todos modos, lo cierto
es que de ese trance se salió
bastante rápido (lo que de muy pocas
economías del mundo se puede decir) y tuvo
poco impacto negativo
sobre la pobreza y la desigualdad, que no aumentaron sino en
todo
caso ralentizaron su ritmo de descenso.
Al
cierre de 2012, el último año de ejercicio de gobierno del
Presidente Chávez, la
economía venezolana se anotó con un
crecimiento del 5,6% del PIB, casi el doble del
promedio mundial de
entonces. Se trató del noveno trimestre consecutivo de
crecimiento,
tendencia que se mantuvo hasta el primer trimestre de 2013, ya
entrados
en la radicalización de la guerra económica que siguió
su muerte.
Valga
decir, ya para culminar, que los críticos de la derecha y buena
parte de los
enrolados en la filas de la izquierda venezolana,
coinciden en señalar que todo lo que
ha venido después es, entre
otras cosas, culpa del despilfarro y el manejo
irresponsable de los
recursos públicos realizados durante los gobiernos del
Comandante
Chávez. Lo dicen, pero no tienen cómo probarlo. Siendo que lo único
que
tienen es el efecto de prueba que implica la repetición
incesante de lo mismo todos los
días por todos los medios
disponibles.
En
otros espacios ya hemos demostrado que el ritornelo sobre el impacto
inflacionario
del crecimiento de la liquidez monetaria es un
prejuicio que no resiste la más mínima
prueba empírica. También
hemos demostrado cómo la desinversión privada es un
hecho crónico
que antecede por mucho a la llegada del chavismo, motivo por el cual
no puede achacársele a Chávez y tampoco al Presidente Nicolás
Maduro el que los
privados no quieran invertir, por más que de
hecho en términos relativos lo han hecho
más durante y después
que antes de Chávez. En cuanto al otro cliché favorito de los
monetaristas amarillos y “rojos rojitos”: el déficit fiscal,
tampoco tienen pruebas que lo
acompañen, al menos claro que, como
decía, uno asuma como prueba de algo su
afirmación fanática.
Este
tema de déficit fiscal y su vinculación con la inflación lo
tocaremos otro día. Pero
solo valga decir por los momentos, que el
estímulo de la demanda por la vía de la
distribución progresiva
de la riqueza social, no tiene per se efectos inflacionarios. Si es
el caso de una economía con alta exclusión de su población,
desempleo de su mano de
obra y alta capacidad ociosa de sus
empresas, que era el caso de la nuestra cuando la
encontró Chávez,
el estímulo de la demanda puede perfectamente cubrirse mediante
incrementos de la producción sin generar aumentos de precios. Y
esto en buena
medida ocurrió, debido sobre todo a la entrada de
nuevos actores económicos y al
estímulo de la oferta pública
(incluyendo importaciones), en la medida en que la
respuesta de la
mayoría de los empresarios locales fue especular con los precios.
A
los que cabe extender la feliz caracterización que un buen amigo
hizo de uno de ellos: sufren del
síndrome del ornitorrinco (ese
curioso animal con pico en forma de pato, cola de castor y patas de
nutria, que es mamífero pero pone huevos), en cuanto sus posturas
combinan de forma no menos
asombrosa, injertos de manual de la
Editorial Progreso con monetarismo del más primitivo y un tufo
neoliberal del cual en la mayoría de los casos, en honor a la
verdad, ni siquiera son conscientes. sacrificando la producción.
Pero más allá de todo esto, de lo que decía nos ocuparemos
otro
día, ya en lo específico del déficit como causa de la inflación,
lo cierto es que
tomando como referencia las cifras del BCV y el
FMI, el déficit fiscal como % del PIB de
los años 2006 – 2011,
por ejemplo, fue de 2,0; 4,5; 0,1; -3,7; -2,0 y -2,6 para cada uno
de los años de dicha serie. Sin embargo, la inflación para cada
uno de esos mismos
años fue de 17%; 22,5%; 30,9%; 25,1%; 27,2% y
27,6%. Como se ve claramente, no
existe ninguna correlación entre
una cosa y la otra.
Así
las cosas, y esta vez sí para terminar, lo que la realidad real
demuestra es que en lo
económico, como en todas las otras materias,
Chávez estuvo y estará muy por encima
de lo que sus detractores
(“los economistas del fraude”, como él mismo los llamaba
siguiendo a Galbraith) todos sumados, multiplicados y puestos unos
sobre otros
podrán jamás estar. Chávez vive.
Fuente:
http://www.celag.org/
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