Por Xavier Bartlett
Como modesto conocedor de la Historia, no dejo de asombrarme de lo poco que sabemos en realidad de los tiempos más antiguos. No obstante, la cosa empeora cuando nos damos cuenta de que, además, la interpretación de ese pasado contiene no pocos sesgos. Así, la ciencia actual nos suele mostrar dicho pasado a la luz del paradigma evolucionista, según el cual el hombre ha ido progresando a partir de un estadio de primitivismo, ignorancia, pobreza, superstición, penalidades de todo tipo, etc. gracias al avance de la civilización. En efecto, la ideología social, cultural y económica imperante nos vende que la Humanidad “progresa” linealmente hacia las mayores cotas de bienestar y conocimiento, y todo ello a pesar de que la tozuda realidad de los hechos nos dice que en ese camino ha habido gran cantidad de retrocesos, obstáculos y desastres, y que el hombre –como dice el tópico– suele tropezar dos veces (yo diría que muchas más) en la misma piedra.
Lo cierto es que en la actualidad estamos sometidos a un constante bombardeo ideológico que ensalza los conceptos de modernidad y progreso, y muy especialmente por parte de los partidos políticos. Así pues, desde izquierdas a derechas, de nacionalistas a no-nacionalistas, de conservadores a radicales, etc., todo el mundo nos insiste en la idea de que ellos van a traer el progreso, el avance, el desarrollo, el crecimiento… Y, lógicamente, la población está encantada porque parece que vamos a entrar directamente en el paraíso de la mano de la economía, la ciencia y la técnica. Pero, por cierto, ¿hacia dónde progresamos?
Si uno mira hacia atrás y examina lo que ha sido la historia de la Humanidad, por lo menos desde el inicio de la civilización, verá que las condiciones de vida de las personas siempre han sido relativamente duras, por cuanto la mera subsistencia siempre ha sido una tarea ardua para la población en general (excepto, desde luego, para las élites político-económicas que siempre han estado en la cúspide). Sin embargo, hoy nos quieren hacer creer que hemos avanzado mucho en el terreno social, político, económico, cultural, etc. y que gozamos de un nivel de vida –al menos en Occidente– notablemente superior al de los antiguos romanos, por poner un ejemplo.
A este respecto, me he planteado a menudo la cuestión del progreso histórico, y puedo afirmar que posiblemente nuestras vidas sean más “cómodas” en muchos aspectos que las vidas de nuestros ancestros de hace 2.000 años… Pero, ¿somos realmente más felices, o más bien somos una humanidad tan –o más– perdida y desquiciada que la de hace varios siglos? Los relatos del pasado y los propios restos arqueológicos nos muestran que la gente de hace miles de años pasaba por problemas muy semejantes a los actuales, o bien otro tipo de problemas que ellos manejaban a su manera. No vivían “peor”, vivían “diferente”. Desde luego, sus aspiraciones materiales eran modestas y no tenían el alud de “necesidades” (en realidad, “deseos” que nos han inculcado) que tiene el hombre moderno actual, que le hacen vivir en un estado de constante ansiedad e insatisfacción pese a tener cada vez más cosas, artefactos, objetos, y bienes de todo tipo.
En épocas pretéritas, los humanos vivían de forma más sencilla y mucho más en armonía con la naturaleza, de la cual gozaban casi inconscientemente. En cambio, hoy nos quejamos del maltrato al medio ambiente, de la contaminación, de los residuos tóxicos, etc. pero casi nadie se queja de los coches, los teléfonos móviles, los aviones… ¿Son absolutamente necesarios para vivir? Bueno, la verdad es que no. Tal vez un romano se moriría del susto y la locura que supone el mundo “civilizado” actual si pudiera dar un salto en el tiempo. Los romanos, en tiempos de paz y bonanza, estaban tan bien o mejor que nosotros, incluso las clases más modestas, pero claro, también sufrían de enfermedades, guerras, delincuencia, abusos de poder, injusticias, carestía de alimentos…
Pero que nadie se llame a engaño. Hemos “progresado” relativamente en lo que podría ser una sociedad basada en bienes materiales, pero quizá las cosas no sean tan positivas como nos quieren hacer creer. A todo esto, debo añadir que tampoco es bueno idealizar el pasado, pues todas las comparaciones son odiosas y está claro que el sufrimiento y la penalidad han sido un leit-motiv constante a lo largo de las eras. Podríamos decir que lo cambia es la forma, pero no el fondo. Es como si a un prisionero lo fueran cambiando de prisión o de celda, pero seguiría siendo reo, unas veces mejor tratado y otras peor.
Sea como fuere, no me gustaría perderme en elucubraciones abstractas y por ello me planteo exponer a continuación una serie de situaciones en que podremos ver que estos valores de modernidad y progreso son realmente ideas vacías en el mejor de los casos, o una ruta directa al precipicio, en el peor de ellos.
Salud y sanidad: Se dice que en tiempos muy remotos, los hombres eran mucho más longevos que ahora, pero en épocas históricas vivían como nosotros o un poco menos, con altas tasas de mortalidad infantil. La esperanza de vida no era muy alta, pero las enfermedades eran similares a las actuales (si bien desconocían algunas de las nuestras) y existía una rudimentaria medicina que funcionaba básicamente con remedios naturales, aunque varias culturas y civilizaciones desarrollaron una medicina más avanzada (como en China, la India…) y unas técnicas quirúrgicas notables. Con todo, podría parecer que nuestra moderna medicina alopática, absolutamente quimicalizada, es muy superior y nos da una mejor calidad de vida. Pero el maravilloso progreso, una vez más, tiene una cara bien siniestra. Millones de personas son sometidas a pruebas y terapias agresivas, y a montones de fármacos inoperantes o directamente nocivos (en EE UU hay estadísticas que hablan de cientos de miles de muertes a causa de los fármacos). En general, vemos una medicina que interfiere en la vida de las personas y cronifica sus enfermedades. El resultado es que ni vivimos ni morimos en paz, sino dependientes de un sistema de enfermedad. Entretanto, las empresas farmacéuticas se gastan billones en crear medicamentos para que los habitantes de los países desarrollados sigan enfermos, y abandonan a su suerte a la población del Tercer Mundo, que no son “negocio”.
Trabajo y economía: tenemos una imagen del pasado de esclavismos y vasallajes, de gente explotada y sometida a nobles, burgueses o patrones. Creemos que, con las conquistas sociales, nuestro mundo es más justo y la riqueza se reparte más equitativamente. Pero resulta que la actividad bancaria, que ya nació en Sumeria y fue “progresando” con el paso de los siglos, ha ido cobrándose sus dividendos y esclavizando a personas, empresas y países a través de la deuda, mientras que los estados han cobrado cada vez más y más impuestos, supuestamente “por el bien común”. En el pasado había buenas o malas épocas, y hasta los esclavos de Roma podían vivir razonablemente bien en según qué condiciones. A su vez, la gente libre tenía sus tierras, su pequeño negocio, su tienda, etc. y con esfuerzo podían salir adelante. Con la industrialización (el exponente máximo del progreso), se metió a la gente en fábricas y empresas, sin derechos, con sueldos míseros, con condiciones de trabajo inhumanas… Y luego, sin comerlo ni beberlo, se podían quedar sin trabajo porque el sistema había creado el “paro”. Viendo la situación del mundo en general, parece que los recursos, el dinero e incluso el propio trabajo siguen en manos de los siempre, llevando a la desesperación a países enteros. Bien por el progreso…
Educación: se podría decir que la gran mayoría de los antiguos eran unos paletos, iletrados, analfabetos, y poco menos que brutos que no entendían el propio mundo que los rodeaba. La educación era cosa de minorías y así era mucho más fácil explotar a la gente. Pero… ¿qué ha sucedido con el progreso?
La antigua sabiduría y tradición, que quedaba fuera de la imposición mental de las élites (o sea, la educación), se fue perdiendo y en su lugar llegó la educación pública y universal. Y sí, el analfabetismo está erradicado en el mundo civilizado, pero ¿hay verdadero conocimiento? La educación que recibimos simplemente es la justa y necesaria para que podamos funcionar en el moderno mundo maquinal, especialmente como buenos trabajadores. Los niños y jóvenes son bombardeados con gran cantidad de contenidos, pero ya apenas saben escribir correctamente, entender bien lo que leen o redactar decentemente. El conocimiento es inmenso y complejo, y está dividido en múltiples especialidades que sólo unos pocos expertos entienden. Hay mucha información disponible, pero… ¿es realmente útil? ¿La podemos digerir o contrastar? El resultado es que el hombre de hoy tampoco comprende los entresijos del mundo en el que vive, simplemente se deja llevar.
Política: los ciudadanos griegos y romanos ya votaban hace más de 2.000 años. ¿Acaso tales votaciones servían para algo? ¿Se podía cambiar la sociedad o el orden establecido? Los “elegibles” eran siempre de la casta dirigente, que estaba aparentemente dividida en facciones, a veces más populares, a veces más elitistas. Luego vinieron las autocracias, el régimen feudal, las monarquías absolutas… y con la Revolución Francesa se creyó instaurar la democracia, la libertad, la soberanía nacional, etc. No hubo progreso ninguno. Esto ya es muy antiguo, el mismo sistema. Nada va cambiar de fondo, sólo en la forma, en las apariencias. Recuérdese aquello de “que todo cambie, para que todo siga igual”. El voto es el instrumento que permite “legitimar” los designios de los que mandan realmente. No hay ningún avance, sólo una cortina de humo para no ver lo evidente. La totalidad de la población occidental es llevada como un rebaño al matadero por los que ostentan el poder, y en el fondo la gente sigue siendo tan esclava como lo era la población romana, abrumada por la ley y el imperio. (Pero, de hecho, nunca en la historia de la Humanidad las personas estuvieron tan reguladas como lo están hoy en día por miles de mandatos de todo tipo). Somos súbditos, propiedad de los estados y de los poderes económicos, que son la misma cosa. Y por cierto, que nadie se equivoque: el régimen que más habló de progreso y liberación del ser humano fue la dictadura comunista soviética, que ni dio libertad ni paz ni prosperidad material. Tarde o temprano, los mitos de las ideologías y las falsas oposiciones acabarán por caer.
Guerras: Aquí sí que podemos sacar pecho y decir que hemos “progresado” mucho. Con el paso de los siglos hemos aumentado el número de conflictos y las dimensiones de éstos. Hemos creado armas cada vez más potentes y mortíferas y hemos desarrollado el asesinato en masa, sobre todo de civiles. De guerrear con flechas y espadas, pasamos a los fusiles y cañones, y terminamos con ametralladoras, gases tóxicos, tanques, aviones de combate, misiles, bombas atómicas, etc. El progreso científico, tecnológico e industrial ha sido en gran parte causa y efecto de la guerra, y los países más “avanzados” y “civilizados” han sido los primeros en armarse hasta los dientes para defender… ¿qué? Sin ir muy lejos, hace poco más de medio siglo, las muy libres y democráticas naciones occidentales masacraron a la población civil alemana a base de masivos bombardeos indiscriminados que causaron cientos de miles de muertos. Por no hablar del genocidio nuclear de Hiroshima y Nagasaki, perpetrado con la excusa de “acabar con la guerra”. Es difícil encontrar mejores ejemplos de barbarie en su máxima expresión. ¡Ah! ¿Qué no era este el progreso ético que queríamos presentar? Vaya por Dios…
Podríamos seguir con más ejemplos, pero insistiríamos en los mismos mensajes. Ya hay mucha gente que dice que esto del desarrollo y el crecimiento económico indefinido no sólo es imposible, sino que es absurdo, nocivo e inhumano. El ser humano está metido en una carrera materialista y egoica hacia ninguna parte, siguiendo el estandarte del “progreso”. Así, constantemente se le van inyectando ansiedades y metas para crea que “debemos progresar”, pero cada vez más personas ven que esto es un pozo sin fondo, que estamos en caída libre y que la bondad del progreso es un mero instrumento de control de las masas. ¿Qué nos depara este futuro de progreso? ¿Acaso ser una especie de bio-robots, controlados mediante un micro-chip, que vivan cientos de años, esclavizados en este mundo material? ¿Seres sin alma, conectados a la máquina que nos da el sustento y al mismo tiempo nos depreda? (recordemos la metáfora deMatrix…)
Lamentablemente, el auténtico progreso, encarnado en el auto-conocimiento del ser humano y el trascender espiritual, ha sido borrado y silenciado por el ruido procedente de la “civilización”. Ya hace miles de años que diversas tradiciones antiguas nos hablaron de ciclos de evolución espiritual por los que vamos pasando una y otra vez. Los textos sánscritos ya nos decían que el supuesto mundo real o material (“Maya”) no es más que una ilusión y que la verdadera esencia del hombre es el “Atman”, el espíritu. Pero nada esto parece formar parte de nuestro progreso cotidiano. Mientras pensemos que los nuevos artilugios de comunicación, los coches eléctricos o los robots de cocina son la modernidad y el desarrollo, seguiremos en el camino equivocado.
Para poder avanzar de verdad, habrá que desconectar la mente de esos conceptos que tenemos tan fuertemente arraigados, mirar hacia dentro, encontrar lo que realmente somos y actuar en consecuencia. Y esa es nuestra responsabilidad. No esperemos que el mundo cambie por sí solo. El poder siempre ha estado ahí dentro, aguardando a que la conciencia lo active. Y cuando eso suceda, entenderemos de verdad qué es el progreso.
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