Por: Raúl Zibechi
Nación o región que no tenga proyecto estratégico, y mantenga el timón con firmeza en las peores tormentas geopolíticas, está destinada a ser arrastrada por los vientos dominantes. América Latina está dejando pasar la oportunidad de romper con su papel de subordinación como patio trasero del imperio, precisamente por carecer de ambas condiciones: proyecto y firmeza política.
América del Sur, la región que está en mejores condiciones para romper con el molde impuesto por Estados Unidos, se encuentra dividida y los países que podrían enfocarse hacia nuevos rumbos están paralizados. En su conjunto, ha perdido peso en la arena internacional y en los principales foros.
El documento Estrategia militar nacional de Estados Unidos 2015, difundido recientemente y enfocado a la contención de China y Rusia, menciona en varios pasajes todas las regiones del planeta, pero hace alusiones apenas laterales hacia América Latina y el Caribe. Lo que no quiere decir que el Pentágono no tenga una política hacia la región, sino que no vislumbra problemas mayores en su patio trasero, donde sólo se preocupa por las organizaciones criminales trasnacionales.
Estos días se suceden dos reuniones en Ufá, en los Urales del sur: la cumbre de los países BRICS y de la Organización de Cooperación de Shanghai (OCS). Para el periódico chino Global Times, la doble reunión –en realidad se trata de convergencia de intereses– refleja un cambio profundo en la situación euroasiática con capacidad para influir en todo el mundo, a través de mecanismos potentes como el Banco de Desarrollo BRICS, el Cinturón Económico de la Ruta de la Seda y el Banco Asiático de Inversiones en Infraestructura ( Global Times, 8 de julio de 2015). En ambas cumbres el papel de la región latinoamericana es también marginal.
Ni América Latina está presente en la coyuntura internacional, ni los grandes poderes globales, los tradicionales o los emergentes, la toman en cuenta como actor global. Es cierto que la región nunca tuvo presencia global, aunque Brasil jugó años atrás cierto papel en varios escenarios y en instituciones como los BRICS, pero lo destacable es el retroceso, en particular de Sudamérica, como actor independiente. Hay siete razones que explican este paso atrás.
La primera, y la más importante, es la parálisis de Brasil, fruto de la combinación de crisis económica y crisis política. La potente ofensiva del sector financiero, la derecha y las clases medias contra el PT y el gobierno de Dilma Rousseff, sumada a la corrupción en la estatal Petrobras, los colocaron a la defensiva y no es fácil que puedan retomar la iniciativa.
Brasil era el país que había conseguido diseñar una estrategia nacional y regional, que incluye el desarrollo de un complejo industrial-militar autónomo y una política exterior independiente. La prisión de algunos destacados directivos de las grandes constructoras, como Marcelo Odebrecht, presidente de la empresa clave en la construcción de submarinos convencionales y nucleares, pone en peligro toda la estrategia brasileña. El papel que tuvo Brasil como líder regional, con fuertes inversiones en infraestructura, tiende a ser sustituido por la creciente presencia de China.
La segunda es la crisis de Venezuela, en particular la económica, seguida de la crisis de liderazgo, que le impide seguir siendo un referente en la región. Las elecciones parlamentarias de diciembre pueden agravar las crisis que atraviesa el país.
La tercera es el fin del ciclo kirchnerista en Argentina, cuya sucesión puede ser resuelta favorablemente en las próximas elecciones presidenciales, el 25 de octubre, pero aun así será difícil que recupere la pujanza que mostró hasta ahora, en particular en las relaciones internacionales.
La alianza estratégica Brasil-Argentina-Venezuela conforma la masa crítica capaz de conducir al conjunto de la región en una dirección más independiente de Washington, trascendiendo Sudamérica con proyectos como la Celac (Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños).
En cuarto lugar está la parálisis del Mercosur, donde la crisis brasileña abre grietas en los acuerdos comerciales con Argentina y Venezuela. El cambio del ciclo económico con la baja de precios de las commodities coloca al Mercosur ante la necesidad de transitar hacia otro modelo productivo, que hasta ahora no se está registrando en ninguno de ellos.
En quinto lugar, el acercamiento de Paraguay y Uruguay hacia las políticas promovidas por Washington. El primero está reviviendo una vieja alianza con fuerte impronta militar, mientras el segundo quiere integrarse en la Alianza del Pacífico. En ambos casos se registra un viraje negativo respecto al Mercosur y la integración regional.
La sexta cuestión se relaciona con las dificultades que atraviesa la Unasur, que le impiden jugar un papel activo en la resolución de los conflictos, así como en el desarrollo de algunos procesos de integración que lucen paralizados. El Banco del Sur, las obras de infraestructura y los proyectos del Consejo de Defensa Suramericano están estancados o avanzan con demasiada lentitud en relación con la aceleración geopolítica que vive el mundo.
Por último, cabe destacar la falta de debates estratégicos en la región, que afecta a los institutos especializados, las academias, los partidos de izquierda y progresistas, y también a los movimientos sociales. Las urgencias del momento han relegado los temas de fondo, que incluyen desde la inserción de cada país y la región en un mundo que cambia, hasta los diversos proyectos nacionales. Se ha perdido una década, en gran medida por el facilismo de seguir detrás de los altos precios de las materias primas, que actuaron como narcóticos paralizando la voluntad de transformaciones estructurales.
Los movimientos son parte del problema. Desaparecidos los foros sociales como espacios de encuentro y debate, el vacío está siendo llenado por el Vaticano. Nada bueno puede salir de la carencia de proyectos estratégicos.
La Jornada
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