lunes, 1 de junio de 2015

Inventar la democracia, subvertir el capitalismo global

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Por: REINALDO ITURRIZA  @ReinaldoI
Cortesía de CDP 
Una revolución debe plantearse de manera permanente multiplicar los sujetos y lugares de enunciación. De hecho, es muy difícil concebir una revolución sin un cuestionamiento radical del orden de las jerarquías, sin una impugnación de las posiciones de poder asociadas a ciertas formas de saber.

Existe, por ejemplo, un cierto saber (unas lecturas canónicas, unos fundamentos, unos conceptos elementales) asociado a la cultura política de la izquierda más tradicional, así como un saber-hacer de la militancia política (una forma más o menos clientelar de sumar adeptos, vinculada estrechamente con el hábito del sectarismo), que durante algún tiempo permitió a sus portadores ejercer determinadas posiciones de poder: autoerigirse en la “vanguardia” de los pueblos, actuar como agentes civilizadores de las masas bárbaras, dar clases en la universidad, dirigir una institución cultural, aunque siempre en franca minusvalía respecto de los partidos de la derecha tradicional y la influencia de su cultura política, etc.

Este monopolio en el ejercicio de la política (con sus agentes a la derecha y a la izquierda del espectro político), estas relaciones de saber-poder, es lo que subvierte y democratiza radicalmente el chavismo: desde entonces, difícilmente algún actor puede reclamar el monopolio del saber-poder político, precisamente porque ese saber-poder tiende a producirse y ejercerse de manera colectiva, o al menos la revolución bolivariana sigue reclamando esta posibilidad como parte constitutiva de su horizonte.

El eventual desconocimiento de este fenómeno histórico equivale a desconocer el origen de la fuerza del proceso bolivariano. Cualquier tentativa de “retorno” de la vieja cultura política, del signo que sea, implica la negación de hecho de aquel impulso subversivo inicial del chavismo.

¿Qué hacer para que no se produzca tal desconocimiento? De nuevo: no dejar de multiplicar los sujetos y lugares de enunciación, crear las condiciones para que emerjan estos lugares y sujetos, alimentarnos de su vitalidad para que la revolución no envejezca prematuramente.

Chávez era un maestro en estas lides, y tal vez el esfuerzo de mayor alcance estratégico, su mayor apuesta de multiplicación de espacios para el común, fue la creación de los consejos comunales y, luego, como sabemos bien, de las Comunas. Es la misma apuesta estratégica de Nicolás Maduro cuando plantea crear los Consejos Presidenciales de Gobierno Popular.

Guardando las distancias (se trata sin duda de una iniciativa más bien modesta), esa es la apuesta política del Congreso Internacional “Inventar la democracia del siglo XXI. Derechos humanos, cultura y vivir bien”: aportar a la construcción de un espacio donde se exprese, más allá de nuestra intelectualidad, el “intelectual colectivo”. Tal ha sido, es justo reconocerlo, una exigencia reiterada de nuestros intelectuales más lúcidos: superar los formatos tradicionales de discusión (extenuantes jornadas que culminan, invariablemente, en el acto declarativo), y avanzar en la creación de espacios con mayor eficacia política.

“Inventar la democracia del siglo XXI” convoca a intelectuales, activistas de derechos humanos, militantes del movimiento popular, científicos y artistas, al debate público sobre una agenda que, consideramos, contiene muchos de los asuntos que tendrían que estar discutiendo todas las sociedades del planeta en este momento histórico: 1) soberanía, ciencia y tecnología; 2) educación liberadora: revolución del conocimiento; 3) cultura, comunicación y prácticas simbólicas; 4) economía para la vida; 5) ciudades en disputa: entre el capital y la gente; y 6) antiimperialismo, multipolaridad y relaciones Sur-Sur.

De la misma manera que, como tanto se ha insistido en estos años de revolución, el debate sobre la economía no puede ser monopolio de los economistas, ningún sujeto puede ser excluido de la discusión sobre cualquiera de los problemas fundamentales de nuestra sociedad. Esto no implica, por cierto, menospreciar la importancia de los saberes específicos, pongamos por caso, de arquitectos, geógrafos o ingenieros en una discusión sobre la ciudad, sino valorar la importancia de la participación de los movimientos de motorizados o de las comunidades de “pioneros” partidarios de la autogestión popular.

Pero además, ¿acaso nuestros científicos, a los que difícilmente reconocemos como sujetos políticos, no tendrán aportes significativos que hacer en el debate sobre la guerra económica, entre tantos otros? ¿Quién decidió que la actitud de nuestros artistas debe ser la contemplación, o que el lugar de nuestros músicos o poetas debe ser la tarima y su función hacer de teloneros de los discursos centrales? ¿Cómo dejar por fuera el extraordinario aporte de nuestros activistas de derechos humanos, curtidos en el intenso proceso de democratización de la sociedad venezolana?

A otra escala, ¿por qué renunciar a debatir sobre lo que significa la democracia en estos tiempos? En estos asuntos debemos estar siempre un paso adelante. Agregaríamos: una sociedad que se ha planteado el desafío de construir el socialismo, que se reconoce en la tradición de luchas anticapitalistas, está en la obligación de plantear la discusión sobre la democracia, justamente porque para nosotros ella no está reñida con el socialismo. Hacer lo contrario, actuar a la defensiva, es resignarnos a ocupar el lugar que nos tienen reservados los guardianes del capitalismo global: el de tiranías antidemocráticas violadoras de los derechos humanos.

Ese orden de jerarquías del capitalismo global también debemos subvertirlo. Con más democracia. Porque como aprendimos de viejas luchas, el triunfo de la democracia bolivariana pasa necesariamente por la democratización radical a escala global, por el triunfo de las mayorías populares en todo el mundo, por la derrota de las fuerzas del capital.

En tiempos como los que corren, con nuestro planeta amenazado por un orden depredador, lo peor que podemos hacer es dar por sentado la democracia. Lo que corresponde es inventarla. Consolidando una nueva cultura política. Lo contrario es equivocarnos.

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