Osvaldo León
ALAI AMLATINA
En el marco de la crisis alimentaria, la Asamblea General de Naciones Unidas declaró el 2014 como el Año Internacional de la Agricultura Familiar (AIAF), con el objetivo general de “promover la conciencia internacional y apoyar los planes impulsados por los países para fortalecer la contribución de la agricultura familiar y los pequeños agricultores a la erradicación del hambre y la reducción de la pobreza rural, conduciendo así al desarrollo sostenible de las zonas rurales y la seguridad alimentaria”.
En tal sentido, el AIAF apunta a reposicionar este segmento en las políticas agrícolas, ambientales y sociales de las agendas nacionales, regionales y globales por su aporte significativo a la producción mundial de alimentos, a la preservación de alimentos tradicionales, a la generación de empleo y mitigación de la pobreza, a la conservación de la biodiversidad y tradiciones culturales.
A la Agricultura Familiar se la presenta como “una forma de organizar la agricultura, ganadería, silvicultura, pesca, acuicultura y pastoreo, que es administrada y operada por una familia y, sobre todo, que depende preponderantemente del trabajo familiar, tanto de mujeres como de hombres. La familia y la granja están vinculados, co-evolucionan y combinan funciones económicas, ambientales, sociales y culturales”.
Disputa de sentidos
Como no podía ser de otra manera, la propia denominación del Año Internacional de la Agricultura Familiar suscita cuestionamientos. Por ejemplo, Gustavo Duch pregunta: “¿Es el apelativo familiar la mejor definición para trazar la línea que separa la agricultura de las sociedades anónimas, las cotizaciones en bolsa y las semillas esterilizadas de la agricultura campesina de los mercados locales y de la biodiversidad cultivada? ¿Es suficiente definirla como aquella actividad agraria operada por una familia y que depende principalmente de la mano de obra familiar, incluido tanto a mujeres como hombres? La familia, ¿es el único modelo para desarrollar agricultura campesina a pequeña escala?”[1].
Cuestionamientos que, en el fondo, hacen parte de la disputa de sentidos que se está librando en diversos planos respecto al AIAF, porque éste –como suele acontecer con los eventos que propicia la ONU– contribuye a visibilizar debates que se mantenían en sordina por obra y gracia de la conjunción de los poderes fácticos con el mediático.
En la dinámica de las corporaciones para subordinar la agricultura mundial a sus intereses, aparece un relato cuyo eje es “incorporar” la agricultura familiar a su cadena productiva. Y es lo que están negociando en las instancias oficiales. Es así que en la 37 reunión anual del Fondo Internacional de Desarrollo Agrícola (FIDA), realizada en Roma (19-20, febrero 2014), esta entidad presentó como un primer logro del AIAF la suscripción de un convenio con Unilever, destacando que ambas organizaciones se guían por principios similares y comparten objetivos y compromisos en torno a la agricultura familiar.
Como reseña un comunicado del FIDA, el Director Ejecutivo de Unilever, Paul Polman, “resaltó cómo conectar mejor a las multinacionales, pequeñas y medianas empresas con los pequeños agricultores, de manera recíprocamente beneficiosa y productiva”. Unilever es una transnacional agroalimentaria que opera en 100 países, con materia prima en la que abundan transgénicos y agrotóxicos, conservantes y químicos, y que es cuestionada por encubrir trabajo infantil y precarizado. ¿Serán, acaso, tales las condiciones mínimas para quienes opten por “incorporarse” a la oferta “beneficiosa y productiva” que propone el Director Ejecutivo de Unilever?
“La idea de la ‘integración’ de los agricultores familiares a la cadena agroindustrial global supone un libre mercado en el que todos podemos competir y donde las reglas son ‘claras’”, señala un pronunciamiento de la Coordinadora Latinoamericana de Organizaciones del Campo – Vía Campesina (CLOC-VC)[2]; para luego añadir: “Veamos algunos datos: con tan solo ¼ de las tierras arables del mundo, los campesinos y campesinas alimentamos al 70% de la población mundial, y según la FAO , más del 40% de los alimentos de la cadena agroindustrial se pierden por descomposición. El 90% del mercado mundial de granos está en manos de cuatro corporaciones: ABC, Bunge, Cargil y Dreyfus”.
Monsanto, acota el documento, “controla el 27% del mercado global de semillas, y junto con otras 9 corporaciones más del mercado de agrotóxicos. Esta concentración les permite presionar especulativamente para que los precios de los commodities aumenten sistemáticamente. Además su estrecha alianza con la banca internacional les permite disponer de enormes masa de capital de origen especulativo que se utiliza para el acaparamiento de tierras, lobby y presión a los gobiernos del mundo, la corrupción, etc. ¿De qué mercado libre nos hablan? El ‘mercado’ es rehén de las corporaciones y el capital financiero”.
Por lo mismo, subraya: “si sumamos al monopolio, los problemas de pérdida de biodiversidad y crisis ambiental provocada por grandes extensiones de monocultivos, los problemas graves de salud y contaminación por miles de millones de toneladas de agrotóxicos que fumigan indiscriminadamente, el trabajo esclavo, el uso indiscriminado de combustibles fósiles, la destrucción de mercados locales, entre otros, aparece con claridad que no es posible armonizar agricultura campesina, con la agricultura de las corporaciones, así como no será posible terminar con el Hambre de la mano de ese sistema nacido con la revolución verde”.
En un texto referido a las cualidades de la agricultura familiar, Jan Douwe van der Ploeg[3] establece que entre las amenazas internas consta la tendencia a ingresar en procesos empresariales que afecta la continuidad y virtuosidad de la agricultura familiar; sin embargo, destaca que existen tendencias importantes que corren en sentido contrario.
“Muchos predios familiares se están fortaleciendo e incrementado su renta con el empleo de principios agroecológicos, con la participación en nuevas actividades económicas o con la producción de nuevos productos y la prestación de nuevos servicios que son en general distribuidos y ofrecidos a través de nuevos mercados, socialmente construidos”, dice. Para luego acotar que “estas nuevas estrategias se definen como formas de recampesinización, que buscan restaurar la naturaleza campesina de la agricultura al fortalecer el predio familiar. La recampesinización es, por tanto, una forma de defender y fortalecer la agricultura familiar”.
- Osvaldo León es Director de “América Latina en Movimiento.
* Este texto es parte de la Revista América Latina en Movimiento, No., 496 de junio de 2014, que trata sobre el tema de " Políticas y alternativas en el agro en el año de la agricultura familiar" - http://www.alainet.org/ publica/496.phtml
Notas:
[1]La agricultura desposeída de la tierra, http://alainet.org/active/ 74283
[2] La CLOC Vía Campesina en el Año Internacional de la Agricultura Familiar http://alainet.org/active/ 72077
[3] Dez qualidades da Agricultura Familiar, http://alainet.org/active/ 71672
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