Marciano Jara, uno de los principales dirigentes de Arroyito, Horqueta, nos relata cómo empezó la comunidad, cómo les afectó el asesinato de Benjamín “Toto” Lezcano, y cómo salen adelante en un ambiente de persecución. “Sabemos que hay interés de perseguir a las organizaciones sociales y, por ende, a sus dirigentes”, indicó.
Desde la muerte de Benjamín “Toto”
Lezcano, mucha gente siente que la vida de Marciano Jara corre peligro.
Es que Marciano está en todas. Es presidente de la comisión de
distritación de Arroyito, miembro del Consejo de Desarrollo Comunitario,
de la cooperativa de docentes, de la radio comunitaria… Una gran
autoridad moral ejerce en las comunidades y, además, es “letrado”, en la
antigua concepción de este término. Mejor alumno en la universidad, con
tesis sobre producción agroecológica, desde la muerte de Toto Lezcano
una preocupación silenciosa sobre la vida de Marciano recorre la
intimidad de varios dirigentes, no solo de la comunidad, sino de los
alrededores. Él lo sabe y ha tomado ciertas precauciones, pero también
sabe que, con una justicia que niega la muerte de la dirigencia
campesina o directamente la ampara, la vida vale lo que cuesta cien
kilos de soja transgénica. En el recorrido nos tomamos un pequeño
descanso en su rancho, comimos con sus hijos y su esposa, una maestra de
grado, y de postre un melón jugoso. “Sin veneno”, enfatiza.
A sus 43 años, es la memoria viva de
todo el asentamiento, una memoria que se pierde o se conjuga en la de su
padre, antiguo poblador de la zona que creció con el espíritu de las
Ligas Agrarias Cristianas.
–Contanos cómo surge la idea del asentamiento
–La idea original del asentamiento
(conquistado en 1989, a meses de la caída de Alfredo Stroessner) era
trabajar en cooperativa para evitar la venta de las derecheras y el
destierro de nuestra gente. Se planteó un modelo asociativo de tenencia,
de tres hectáreas familiares y ocho colectivas, recreando un poco la
experiencia de la comunidad Jejuí (la que fuera desarticulada por el
régimen de Stroessner), de las Ligas Agrarias, impulsadas por la
Iglesia, a través de la Pastoral Social. Desde el inicio vinieron las
persecuciones, los intentos de división, de fragmentación, desde el IBR
que no quería que tengamos tierras sociales y luego los partidos
políticos también intentaron dividirnos, y en algunos casos,
consiguieron en parte sus objetivos.
–Cómo pudieron sostenerse en medio de esos conflictos.
–Aun así pudimos mantener el espíritu
del aty, de encontrarnos, de preguntarnos por dónde avanzar. Todo lo que
se ve acá es fruto del esfuerzo, de las movilizaciones, de cortes de
ruta, nada ha sido gratis, nunca.
–Llegaron a tener almacén de consumo.
–Sí, llegamos a tener uno.
–Cuál ha sido el enfoque inicial, qué tipo de producción agrícola querían implementar.
–El enfoque era agroecológico, cuidado
de bosques, con programas de reforestación, fruto de eso contamos con
árboles de otros lugares en nuestras casas e incluso se ha aprovechado
la reforestación para la construcción de casas.
–A qué se debe la rápida
obtención de las tierras (a menos de seis meses de ocupación, ya habían
conseguido las 8.600 hectáreas en 1989).
–Se debe a la previa preparación, humana
y política, de la mano de la Pastoral Social. En esa época había muchos
programas de formación para laicos en la Pastoral Social. También
tuvimos la asistencia de Concorder (este organismo multiinstitucional
creado durante el gobierno de Andrés Rodríguez), en provisión de
mercaderías y herramientas.
–Por qué tres hectáreas para el rancho. Parecen, a primera vista, demasiadas.
–La vida campesina tiene que tener un
amplio patio, sus animales de corral, sus frutales, sus huertas. Por eso
tenemos de frente 100 metros y de fondo 30.
–¿Lo conocías bien a Toto Lezcano?
–Sí, cómo no (mira abajo como buscando
la mejor precisión de su excompañero de asentamiento). Referente
importante, formó parte de la toda la lucha por el asentamiento,
ocupando incluso la presidencia de la comisión central de sintierras
durante la dictadura.
–¿Cuando lo matan, en qué andaba?
–Formaba parte de otra comisión
sintierra, con muchos jóvenes. Llegaron a ocupar la estancia Santa
Delia, sufrieron dos desalojos y se imputó a más de sesenta personas.
–¿Hay mucho temor en la dirigencia luego de lo ocurrido con Toto?
–Sí, a nivel del cuadro dirigente hay
temor. Sabemos que hay interés de perseguir a las organizaciones
sociales y, por ende, a sus dirigentes. Hay temor de más asesinatos. Hay
temor de ser acusado de formar parte de la logística del EPP.
–No es para menos, a muchos se los acusa de esto usándose cosas risibles, como por ejemplo bolsas de maíz en los graneros…
–Así, así es. Como contraparte a este
temor, hay mucha más conciencia de la realidad. Se mantienen la armonía,
reuniones, análisis de realidad, se buscan soluciones colectivamente y
sentimos mucha solidaridad de mucha gente, de la Iglesia…
–Se siente una iglesia muy particular en Horqueta…
–Asimismo, más abierta, más
comprometida. Seguramente sigue trabajando Maricevich (Aníbal, gran
impulsor de las comunidades eclesiales de bases campesinas, desde su
estadía actual).
–¿Cómo repercute entre los pobladores este cerco contra la comunidad?
–Muchos cambios importantes. Ahora se
dejaron las rencillas por las escuelas, se dejaron las luchas internas
de dirección, la gente se siente como afectada. Esto nace con Toto. Lo
que le ocurrió a Toto se sintió como un atropello a la comunidad.
–En Horqueta sobrevive una gran población rural.
–Sí, un estudio del periodista Hugo
Pereira habla de que el 40 por ciento del mundo rural de Concepción está
concentrado en Horqueta. Tenemos profunda raíz campesina y es esa raíz
la que nos mantiene con vida, en lucha por nuestra vida, por nuestro
teko. Como sabrás, el campesinado paraguayo viene sufriendo múltiples
agresiones combinadas entre el mercado y Estado.
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