Ayer caminaba por la avenida Michigan en el centro de Chicago y frente al lago se realizaba el espectáculo anual de aviones en el que participan aviones de la Fuerza Aérea y en el que realizan infinidad de piruetas, evento al que acuden miles de espectadores. Cada vez que sobrevolaban el centro de la ciudad un sonido tétrico y horroroso se estancaba entre las calles y los rascacielos produciendo un eco que aceleraba el corazón y que paralizaba a las multitudes que en verano pasean por el centro de la ciudad, un sonido aterrador: el sonido de la muerte.
Cada tres minutos pasaban inundando de miedo las calles, la gente se agachaba y se tapaba la cabeza pensando que algún rascacielos había sido bombardeado. Jamás en mi vida había escuchado un sonido así. Pensé, mientras recuperaba la respiración y el paso, en Hiroshima, ¿cómo habrá sido ese instante? ¿Qué sintió la gente? ¿Cómo los sobrevivientes lograron continuar después de semejante horror? Pensé en la Latinoamérica bombardeada en la época de las dictaduras y la United Fruit Company, en esos aviones de guerra lanzando bombas al por mayor.
Cada tres minutos volvía el horror, el sonido de la muerte y la gente volvía a agacharse mientras unos gritaban y otros enmudecían, paralizados todos. Pensé en Irak, en Yemén, en Siria, en la Palestina digna que aún con el silencio del mundo sigue en pie. Pensé en aviones de guerra con metrallas, en bombas destruyendo pueblos enteros: hospitales, escuelas, parques, campos de cultivo, museos. Pueblos enteros siendo eliminados en nombre de la imposición, del apocamiento, del avorazamiento de quienes creen que serán eternos y que todo les pertenece: simples partículas de nada entre la inmensidad del universo.
No hay injerencia sin cómplices, desde dentro se entreteje la traición. Estados Unidos ha enviado un barco de guerra a las aguas de Colombia, con el pretexto de llevar ayuda humanitaria a los migrantes venezolanos en el país. Ha creado otra base militar en Argentina en la frontera entre Bolivia, en la Quiaca. Creó otra en la triple frontera entre Argentina, Brasil y Uruguay, sobre el Acuífero Guaraní. Ha podido crearlas porque en Argentina, Colombia y Brasil gobiernan lacayos y así mismo en el resto de países de América Latina con gobiernos neoliberales: clicas criminales de carácter empresarial a los pies de los injerecistas.
El barco estadounidense en aguas colombianas es una clara agresión a Venezuela, si Estados Unidos se preocupara por los migrantes como dice, empezaría por su propio país, donde son millones clamando por la Reforma Migratoria. Sabe que la razón de esas migraciones forzadas es la injerencia en Latinoamérica, si deja de buscar poseer libertades y dignidades que no le pertenecen, la historia de la migración masiva a su país no existiría. ¿Tiene buena fe con los migrantes y cree en la ayuda humanitaria? Bueno, que legisle una Reforme Migratoria Integral en su propio país y que deje de perseguir indocumentados criminalizándolos por su estatus legal en el país.
La idea no solo es cercar a Venezuela, su principal objetivo, también acorralar y asegurar la posesión de Argentina, Uruguay, Brasil y Bolivia, porque aunque así se paren de cabeza Cristina volverá a ser presidenta del país y los estadounidenses ya saben lo que eso significa. En Brasil la lucha ardua por la presidencia de Lula muestra la resistencia del pueblo brasileño a la dictadura de Temer. En Bolivia, Evo crece como flor silvestre entre los montes: natural y como parra que se expande como pasionaria en los barrancos. En Uruguay el panorama no es distinto.
Aviones como los que hacían estremecer a las multitudes en la avenida Michigan, están preparados para bombardear a Venezuela desde territorio argentino, colombiano y brasileño, no porque Nicolás Maduro sea un dictador, si no porque tanto traidores como injerencistas mueren por adueñarse del petróleo del país y apoderarse del control de la colonia estadounidense en la que han convertido a buena parte de América Latina.
Pero no todos se venden y no todos son traidores y esa resistencia tiene raíz de Pueblos Originarios.
El sonido de la muerte es aterrador y es recurso de los injerecistas, en cambio el sonido de la vida es agua de quebrada, ese sonido es la armonía de la libertad por la que luchan los pueblos que 500 años después no han logrado doblegar.
Ilka Oliva Corado @ilkaolivacorado
19 de agosto de 2018.
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