Página12
La empresa de origen alemán comenzó una campaña publicitaria para ocultar la imagen negativa que arrastra Monsanto y para vincular los transgénicos con la salud. El pasado oculto de Bayer y sus vínculos con el nazismo. |
A la campaña “Si es Bayer es bueno”, los activistas responden “Si es Bayer es Monsanto”.
De la aspirina a los agrotóxicos. La alemana Bayer compró Monsanto y, luego de la aprobación de Estados Unidos y la Unión Europea, se transformó en la empresa líder del agronegocio. Consciente de la pésima imagen de Monsanto, comenzó una campaña publicitaria para desligarse de las denuncias pero las organizaciones sociales y académicos críticos ya cuestionan a Bayer por las consecuencias sociales, ambientales y sanitarias del modelo agropecuario. En Alemania, país de origen de Bayer, está prohibido sembrar transgénicos.“Si es Bayer es bueno”, fue una campaña publicitaria muy efectiva durante décadas. Pero es resignificada por movimientos sociales: “Si es Bayer es Monsanto”. La multinacional alemana inició en 2016 la compra de la compañía estadounidense Monsanto, una de las empresas con peor imagen y más denuncias de la historia, productora del químico “agente naranja” (utilizado en la guerra de Vietnam), al refrigerante cancerígeno PCB, la soja transgénica y el agrotóxico glifosato.
A pesar de que Bayer tendrá una posición dominante, la Dirección General de Competencia de la Unión Europea aprobó la fusión en marzo pasado. Lo mismo hizo el Departamento de Justicia de Estados Unidos en mayo. La compra fue por 66.000 millones de dólares.
Bayer se transformó así en la mayor empresa de semillas transgénicas y agrotóxicos del mundo. Su primer anunció fue que desaparecerá el nombre de Monsanto (aunque seguirá comercializando todos sus productos) y comenzó una campaña publicitaria para mejorar su imagen. Utiliza los mismos argumentos que Monsanto para aumentar sus ventas: promete que con más transgénicos y químicos se combate el hambre del mundo.
Desde hace medio siglo que las empresas del agronegocio publicitan ese argumento, desmentido infinidad de veces por movimientos campesinos y académicos críticos. Hasta organismos que apoyan el agronegocio (como la FAO, de Naciones Unidas) aclaran que el hambre no se trata de falta de alimentos sino de un problema de distribución.
La Coordinación contra los peligros de Bayer es una red europea de organizaciones y activistas que difunden denuncias sobre el accionar de la compañía, tanto en su aspecto farmacéutico como del agronegocio. “El modelo de negocio de Bayer y Monsanto carece de escrúpulos. Ambos obtienen sus beneficios con pesticidas y técnicas de manipulación genética, dañan la salud de agricultores y consumidores, alteran el clima, destruyen la biodiversidad y ponen en peligro las bases de la alimentación y subsistencia de las generaciones futuras. Ahora Bayer, al fusionarse con Monsanto, potencia este amenazador modelo de negocio y busca aumentar los beneficios de sus grandes accionistas a costa de la gente y la naturaleza”, afirmó la organización.
Silvia Ribeiro, investigadora del Grupo ETC (Grupo de Acción sobre Erosión, Tecnología y Concentración), estudia la concentración corporativo del agro desde hace treinta años. “La desaparición del nombre Monsanto es un triunfo de la extendida resistencia popular, de campesinas y campesinos, de ambientalistas y consumidores contra los transgénicos. No es un logro menor. Aunque los transgénicos siguen en mercados, campos y alimentos, hay un rechazo generalizado a éstos. Las trasnacionales, Bayer incluida, no han logrado colonizarnos la mente”, destacó.
Recordó que sólo una veintena de países siembran de forma masiva transgénicos y que existen más de 160 países que no permiten el cultivo comercial de transgénicos (entre otros, Alemania, país de Bayer).
Un tema central es el control de las semillas y agrotóxicos. Tres conglomerados, más la alemana BASF, dominan el sector: Bayer-Monsanto, Syngenta-ChemChina y DuPont-Dow (formaron la nueva empresa Corteva Agriscience). Manejan el 60 por ciento del mercado global de semillas comerciales, el 100 por ciento del de semillas transgénicas y el 70 por ciento del mercado de agrotóxicos.
Bayer acumula denuncias de contaminación al medio ambiente, intoxicación por agrotóxicos, causas judiciales por ensayos clínicos de productos en la India, afecciones de sus píldoras anticonceptivas en Estados Unidos, deformidades de pruebas hormonales en Alemania y Reino Unido. Pero su crimen más silenciado es el que denuncia Fernando Bejarano González, un investigador mexicano que para los 150 años de Bayer (2013) resumió en un conciso documento el accionar de la empresa. “El pasado oscuro de las transnacionales alemanas”, es el título y explica el acuerdo de la empresa con el nazismo para “desarrollar experimentos con prisioneros del campo de concentración de Auschwitz”.
El investigador mexicano retoma el trabajo de Diarmuid Jeffreys (autor de “Historia de la I.G. Farben”) y recuerda que la compañía pagaba al nazismo por trabajadores esclavos y estuvo a cargo del campo de concentración de caucho sintético llamado “Buna/Monowitz”, que llegó a tener 10.000 prisioneros. Otro hecho silenciado por Bayer es que producía (mediante la subsidiaria Degesch) el gas con el que asesinaban en el campo de exterminio de Birkenau-Auschwitz (el “Zyklon B”, un plaguicida).
En el juicio de Nüremberg (que juzgó los crímenes del nazismo) se declaró culpable a trece altos directivos de la I.G. Farben por esclavización, participar en el programa de trabajos forzados y por participación activa en la política genocida del nazismo.
Bayer oculta ese pasado, financia campañas publicitarias de transgénicos y agrotóxicos, y cuenta con nuevo eslogan: “Ciencia para una vida mejor”.
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