martes, 17 de mayo de 2016

La revolución en su urgencia: algunos debates sobre la conducción


La derrota legislativa del pasado 6 de diciembre significó un punto de inflexión en la revolución venezolana. Una señal que indicó el final de una posibilidad para el chavismo: la de estirar el tiempo con las mismas coordenadas. Los días que siguieron tuvieron consignas espontaneas, sintetizadas con palabras comodepuración, limpieza, etc., un mensaje hacia la dirección del proceso. No en términos de nombres y apellidos, sino apuntando hacia determinadas prácticas, sorderas, relatos, mediaciones políticas en crisis.

 La rotación y sobreacumulación de cargos de los mismos hombres y mujeres, los grandes eventos sin consecuencias en la toma de decisiones, el discurso oficial cada vez más alejado de los lenguajes cotidianos, las medidas presidenciales sin traducciones en la realidad, la impunidad ante la corrupción. Entre otras cosas.
 Pasados cinco meses desde la fecha un pronóstico resultó cierto: la derecha se sirvió de la Asamblea Nacional como espacio para generar choques de poderes, leyes antipopulares, desfinanciamiento de de políticas estratégicas de la revolución.
 Una expectativa en cambio quedó trunca: la modificación en las lógicas de la conducción, en particular en su instrumento político y de control de gran parte del aparato estatal, el Partido Socialista Unido de Venezuela (Psuv). Pareció que sí, en los primeros días, con el empuje de movilizaciones y asambleas generales suscitadas por el impacto del 6D. Pero rápidamente todo volvió a su lugar y una conclusión se impuso: según parece, no habrá cambios significativos.
 Por complicidades, caballos de Troya, imposibilidades, disputas, desconexión con la base. Cada uno tiene su diagnóstico acerca de las causas precisas que conforman el actual cuadro de las fuerzas del chavismo. La conducción no habla de frente en una situación económica cada vez mas asfixiante, no existen lineamientos claros –salvo excepciones coyunturales como los recientemente conformados Consejos Locales de Abastecimiento y Producción- y los grandes espacios impulsados por el Gobierno, como el Congreso de la Patria generan escepticismo en muchos. Más de lo mismo, se dice aguas abajo.
 Sobran tarimas, camisas rojas, una retórica que se repite, pero no contiene ni prepara para enfrentar futuros escenarios que, todo indica, serán muy difíciles. Se gana un tiempo que se pierde, dándole más fuerza a la estrategia de la derecha que trabaja sobre la agonía y el desangramiento. Su objetivo es llegar al momento de los choques frontales con una fuerza chavista disminuida.
 Y todo indica que esos momentos podrían acelerarse: el Golpe de Estado en Brasil terminó de dejar el continente listo para que el imperialismo avance sobre su objetivo principal desde hace 16 años, la revolución bolivariana. Sienten, cómo nunca, que pueden y aceleran. Esta es la fase dos de la “Operación Venezuela Freedom”, el plan elaborado por el Comando Sur a principios de año, un intento de estocada final en la guerra no convencional que llevan adelante. Álvaro Uribe pidió públicamente, días atrás, una intervención armada sobre Venezuela.
 También los tiempos populares pueden acelerarse: ¿Cuánto más puede aguantarse la imparable subida de precios, destrucción del poder de compra, escasez y colas cotidianas?
 La dirección mantiene en ese contexto una épica ideológica combinada con acciones que van en otra dirección. Sostiene por ejemplo verbalmente una confrontación con la burguesía, en particular contra Lorenzo Mendoza –enemigo real- mientras prioriza en los hechos acuerdos con los empresarios, relegando la organización popular. El vicepresidente del Área Económica y ministro de Industrias y Comercio, Pérez Abad, un empresario, encarna esa tendencia y la enuncia públicamente.
 ¿Es un problema la búsqueda prioritaria de acuerdos con actores que trabajan para terminar con la revolución? Lo es, en particular cuando las reservas temporales se agotan. Darle poder al enemigo para contenerlo no solamente no sirve –como volvió a mostrar el caso de Dilma Roussef- sino que desmoviliza y empeora las condiciones para futuras resistencias. Además de ir contra la lógica virtuosa de la revolución: la radicalización ante la agresión.
 Esto no quita debatir las limitaciones del movimiento popular, el acumulado del proceso comunal, los equilibrios de la compleja estructura cívico-militar, la inmensidad del despliegue del imperialismo que ha descargado todas sus fuerzas en simultáneo para terminar con la revolución. Que actúa en simultáneo sobre la economía, el paramilitarismo, la inteligencia militar, las pinzas geopolíticas, los medios de comunicación, la batalla cultural.
 El proyecto histórico del chavismo tiene la fuerza necesaria para resistir al intento de caotización. La base popular –muy grande- está dispuesta, después de tres años de golpe tras golpe, a defender lo construido en los 16 años. El rol de la conducción es entonces central para evitar una derrota.
 En particular en el contexto de la cultura política chavista, fundada en la presencia de un liderazgo inmenso. Porque Hugo Chávez era quien convocaba, llamaba, planteaba cómo resolver los nudos tácticos y estratégicos, una suerte de relámpago permanente. Y a través de su peso el Estado accionaba –en parte y contra su naturaleza- en esas direcciones. El problema estuvo siempre en las mediaciones, centralmente el Psuv.
 Algunos arriba están viendo cómo el agua entra en el barco y preparan la huida, con lo que puedan llevarse. Pero lo cierto es que más allá de los traidores, la contrarrevolución viene con 16 años de revancha acumulada, y de poder llevar adelante su proyecto, intentará que no quede ni el nombre del chavismo en pie.
 ¿Cómo resistir, evitar lo que parece venir y prepararse en caso de que llegue? Quienes en la dirección todavía creen en el proyecto histórico revolucionario tienen mucho que decir y sobre todo hacer. De lo contrario cargarán con el peso oscuro de la historia. Se debe avanzar, como dice la consigna, con los dirigentes a la cabeza o con la cabeza de los dirigentes. El tiempo viene de frente como una bala. Y buscar, más que nunca, aguas abajo.

Tal vez sea cierto aquello de que solo el pueblo salva el pueblo.

Marco Teruggi
Fuente: Prensa CRBZ 

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