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Traducido del francés por Beatriz Morales Bastos |
Iraq, Libia, Sudán, Somalia, etc., la lista de naciones que han saltado en pedazos tras una intervención militar estadounidense y/o europea no deja de aumentar. Parece que al colonialismo directo de una «primera edad» del capitalismo y al neocolonialismo de una «segunda edad» les sucede ahora la «tercera edad» de la balcanización. Paralelamente se puede constatar una mutación de las formas del racismo. Después de la Segunda Guerra Mundial el racismo culturalista sucedió al racismo biológico y desde hace varias décadas el primero tiende a presentarse a partir de lo religioso bajo la forma dominante por ahora de la islamofobia. En nuestra opinión, estamos en presencia de tres historicidades estrechamente vinculadas: la del sistema económico, la de las formas políticas de la dominación y la de las ideologías de legitimación.
Vuelta a Cristóbal Colón
La
visión dominante del eurocentrismo explica la emergencia y posterior
extensión del capitalismo a partir de factores internos de las
sociedades europeas. De ahí se desprende la famosa tesis de que algunas
sociedades (algunas culturas, algunas religiones, etc.) están dotadas de
una historicidad y otras carecen de ella. Cuando Nicolas Sarkozy afirma
en 2007 que «el drama de África es que el hombre africano no ha entrado
lo suficiente en la historia (1)» no hace sino retomar un tema
reiterativo de las ideologías de justificación de la esclavitud y la
colonización:
«La «deshistorización» desempeña un papel
decisivo en la estrategia de colonización. Legitima la presencia de
colonizadores y certifica la inferioridad de los colonizados. La
tradición de las historias orales y posteriormente las «ciencias
coloniales» impusieron un postulado sobre el que se construyó la
historiografía colonial: Europa es «histórica» mientras que «la
ahistoricidad» caracteriza a las sociedades coloniales definidas como
tradicionales e inmóviles. […] Movida por sus valores intelectuales y
espirituales, Europa desempeña a través de la misión colonial una misión
histórica haciendo entrar en la Historia a unos pueblos que estaban
privados de ella o que se habían quedado paralizados en un estadio de la
evolución histórica superado por los europeos (estado de naturaleza,
Edad Media, etc) (2)».
Tanto la antigüedad de esta lectura
esencialista y eurocentrista de la historia del mundo como su
recurrencia (más allá de las modificaciones de formas y de presentación)
ponen de relieve su función política y social: la negación de las
interacciones. Desde que Cristóbal Colón ordenó desembarcar a sus
soldados la historia mundial se ha convertido en una historia única,
global, relacionada, globalizada. La pobreza de unos ya no se puede
explicar sin preguntarse por las relaciones de causalidad con la riqueza
de los demás. El desarrollo económico de unos es indisociable del
subdesarrollo de otros. El progreso de los derechos sociales aquí solo
es posible por medio de la negación de los derechos allí.
La
invisibilización de las interacciones requiere una movilización de la
instancia ideológica para formalizar unos esquemas explicativos
jerarquizadores. Estos esquemas constituyen el «racismo» tanto en sus
constantes como en sus mutaciones. Hay invariabilidad porque todos los
rostros del racismo, desde el biologismo a la islamofobia, tienen una
comunidad de resultado: la jerarquización de la humanidad. También hay
mutación porque cada rostro del racismo corresponde a un estado del
sistema económico de depredación y a un estado de relación de fuerzas
políticas. Al capitalismo monopolista corresponderá la esclavitud y la
colonización como forma de dominación política, y el biologismo como
forma del racismo. Al capitalismo monopolista globalizado y senil
corresponderá la balcanización y el caos como forma de dominación, y la
islamofobia (en espera de otras versiones para otras religiones del Sur
en función de los países que hay que balcanizar) como forma de racismo.
Hace
ya mucho tiempo que en su análisis de la aparición del neocolonialismo
como sucesor del colonialismo directo Mehdi Ben Barka* puso en evidencia
las relaciones entre la evolución de la estructura económica del
capitalismo y las formas de dominación. Al analizar las «independencias
concedidas», las relaciona con las mutaciones de la estructura económica
de los países dominantes:
«Esta orientación [neocolonial] no
es una simple opción en el dominio de la política exterior. Es la
expresión de un cambio profundo en las estructuras del capitalismo
occidental. Desde el momento en que después de la Segunda Guerra Mundial
y gracias a la ayuda [del Plan] Marshall y a una interpenetración cada
vez mayor con la economía estadounidense Europa occidental se aleja de
la estructura del siglo XIX para adaptarse al capitalismo
estadounidense, era normal que Europa occidental adoptara también las
relaciones de Estados Unidos con el mundo. En una palabra, que tuviera
también su «América Latina (3)*».
Para el líder
revolucionario marroquí lo que suscita el paso del colonialismo al
neocolonialismo es, efectivamente, la monopolización del capitalismo.
Del mismo modo, la precocidad de la monopolización en Estados Unidos es
una de las causalidades de la precocidad del neocolonialismo como forma
de dominación en América Latina.
Frantz Fanon, por su parte, puso
en evidencia las relaciones entre la forma de la dominación y las
evoluciones de las formas del racismo. La resistencia que suscita una
forma de dominación (el colonialismo, por ejemplo) obligan a esta a
mutar. Sin embargo, esta mutación requiere el mantenimiento de la
jerarquización de la humanidad y, en consecuencia, llama a una nueva
edad de la ideología racista. «Este racismo», precisa Fanon, «que se quiere racional, individual, determinado, genotípico y fenotípico se transforma en racismo cultural».
Por lo que se refiere a los factores que llevan a la mutación del
racismo, Frantz Fanon menciona la resistencia de los colonizados, la
experiencia del racismo, es decir, «la institución de un régimen colonial en plena tierra de Europa» y «la evolución de las técnicas (4)», es decir, las transformaciones de la estructura del capitalismo, como revelaba Ben Barka.
Por consiguiente, sin entrar en un debate complejo de una periodización
del capitalismo datada con precisión es posible relacionar los tres
órdenes de hechos que son las mutaciones de la estructura económica,
unas formas de la dominación política y unas transformaciones de la
ideología racista. Las tres «edades» del capitalismo piden tres «edades»
de la dominación que suscitan tres «edades» del racismo.
La infancia del capitalismo
Lo
propio del capitalismo como modo del producción económica es que debido
a su ley del beneficio requiere una extensión permanente. Está de
inmediato en globalización, aunque esta conozca sus umbrales de
desarrollo. Es decir, se trata del engaño del discurso actual sobre la
globalización, que la presenta como un fenómeno completamente nuevo
vinculado a los cambios tecnológicos. Como pone de relieve Samir Amin,
el nacimiento del capitalismo y su globalización corren parejos:
«El
sistema mundial no es la forma relativamente reciente del
capitalismo, que se remonta solo al último tercio del siglo XIX en el
que se constituyen «el imperialismo» (en el sentido que Lenin dio a
este término) y el reparto colonial del mundo asociado a él. Por el
contrario, nosotros afirmamos que esta dimensión mundial encuentra de
inmediato su expresión, desde el origen, y sigue siendo una constante
del sistema a través de las etapas sucesivas de su desarrollo.
Admitiendo que los elementos esenciales del capitalismo se cristalizan
en Europa a partir del Renacimiento (la fecha de 1492, inicio de la
conquista de América, sería la fecha de nacimiento simultáneo del
capitalismo y del sistema mundial), ambos fenómenos son inseparables (5)».
En
otras palabras, tanto el saqueo y la destrucción de las
civilizaciones amerindias como la esclavitud fueron las condiciones
para que el modo de producción capitalista pudiese ser dominante en las
sociedades europeas. No hubo nacimiento del capitalismo y después
extensión, sino un saqueo y una violencia total que reunía las
condiciones materiales y financieras para que se instalara el
capitalismo. Destaquemos además con Eric Williams que la destrucción de
las civilizaciones amerindias va acompañada de su esclavización. Así,
la esclavitud no es consecuencia del racismo, sino que este último es
el resultado de la esclavitud de los indios. «En el Caribe», destaca este autor, «el
término esclavitud se ha aplicado demasiado exclusivamente a los
negros. […] El primer ejemplo de comercio de esclavos y de mano de obra
esclavista en el Nuevo Mundo no concierne al negro sino al indio. Los
indios sucumbieron rápidamente bajo el exceso de trabajo y como la
comida era insuficiente, murieron de enfermedades importadas por el
blanco (6)».
Después la colonización no es sino el
proceso de generalización de las relaciones capitalistas al resto del
mundo. Es la forma de dominación política que finalmente se ha
encontrado para la exportación y la imposición de estas relaciones
sociales al resto del mundo. Para ello, por supuesto era necesario
destruir las relaciones sociales indígenas y las formas de organización
social y cultural que habían engendrado. El economista argelino Youcef
Djebari demostró la magnitud de la resistencia de las formas
anteriores de organización social y la indispensable violencia para
destruirlas: «En todos sus intentos de anexión y de dominación en
Argelia el capital francés se enfrentó a una formación social y
económica hostil a su penetración. Desplegó todo un arsenal de métodos
para aplastar y someter a las poblaciones autóctonas (7)». Por ello la violencia total es consustancial a la colonización.
El racismo biológico aparece para legitimar esta violencia y esta destrucción. Fanon pone de relieve que el racismo «entra
en un conjunto caracterizado: el de la explotación descarada de un
grupo de hombres por otro. […] Por ello la opresión militar y económica
precede casi siempre al racismo, lo hace posible y lo legitima. Hay
que abandonar la costumbre de considerar que el racismo es una
disposición del espíritu, una tara psicológica (8)».
Por
consiguiente, el racismo como ideología de jerarquización de la
humanidad que justifica la violencia y la explotación no es una
característica de la humanidad, sino una producción situada histórica y
geográficamente: la Europa de la emergencia del capitalismo. El
biologismo como primer rostro histórico del racismo conoce su edad de
oro en el siglo XIX al mismo tiempo que la explosión industrial por una
parte y la fiebre colonial por otra. El médico y antropólogo francés
Paul Broca clasificó los cráneos humanos con fines comparativos y
concluyó que «respecto a la capacidad craneal, el negro de África
ocupa una situación aproximadamente media entre el europeo y el
australiano (9)». Por consiguiente, existe algo inferior al negro,
el aborigen, pero un superior indiscutible, el europeo. Y como todas
las dominaciones requieren unos procesos de legitimación, si no
similares cuando menos convergentes, extiende su método a la diferencia
de sexos para concluir que «la pequeñez relativa del cerebro de la mujer depende a la vez de su inferioridad física y de su inferioridad intelectual (10)».
- Monopolios, neocolonialismo y culturalismo
El
siglo XX es el de la monopolización del capitalismo. Este proceso se
desarrolla a ritmos diferentes para cada una de las potencias. Los
grandes grupos industriales dirigen cada vez más la economía y el
capital financiero se vuelve preponderante. La relación física y
subjetiva entre el propietario y la propiedad desaparece a beneficio de
la relación entre el cupón de la acción bursátil y el accionista. El
gran colono propietario de tierras cede el primer puesto al accionista
de minas. Esta nueva estructura del capitalismo requiere una nueva
forma de dominación política, el neocolonialismo, que Kwame Nkrumah
define de la siguiente manera: «La esencia del neocolonialismo es
que el Estado sometido a él es teóricamente independiente, posee todas
las insignias de la soberanía en el plano internacional. Pero en
realidad su economía y, en consecuencia, su política están manipulados
desde el exterior (11)».
Por supuesto, la toma de
conciencia nacionalista y el desarrollo de las luchas de liberación
nacional aceleran la transición de una forma de dominación política a
otra. Pero como el objetivo es mantener la dominación, sigue siendo
necesario justificar una jerarquización de la humanidad. La nueva
dominación política requiere una nueva edad del racismo. El racismo
culturalista emergerá progresivamente como respuesta a esta necesidad
haciéndose dominante en las décadas que van de 1960 a 1980. En adelante
ya no se trata de jerarquizar biológicamente, sino culturalmente. El
experto y el consultor sustituyen al colono y al militar. Ya no se
estudia «la desigualdad de los cráneos» sino los «frenos culturales al
desarrollo». Como ya no se puede legitimar sobre la base biológica, la
jerarquización del ser humano se desplaza en dirección a lo cultural
atribuyendo a las «culturas» las mismas características que antes
supuestamente especificaban las razas biológicas» (fijeza,
homogeneidad, etc.).
En el plano internacional el nuevo
rostro del racismo permite justificar el mantenimiento de una pobreza y
de una miseria populares a pesar de las independencias y de las
esperanzas de emancipación que trajeron. Como se eluden las nuevas
formas de dependencia (funcionamiento del mercado mundial, papel de la
ayuda internacional, el franco CFA, etc.), solo quedan como causas
explicativas unos rasgos culturales que supuestamente caracterizan a
los pueblos de las antiguas colonias: el etnismo, el tribalismo, el
clanismo, el gusto por la pompa, unos gastos suntuosos, etc. Se
despliega así toda una corriente teórica denominada «afro-pesimista».
Stéphan Smith considera que «África no funciona porque sigue estando “bloqueada” por unos obstáculos socioculturales que ella sacraliza como sus gris-gris [amuletos] identitarios»
o incluso que «la mecanógrafa, ahora provista de un ordenador, ya no
tiene la frente manchada de la cinta de la máquina de escribir a
fuerza de hacer la siesta sobre esta (12)». En eco, Bernard Lugan le
responde que la caridad, la compasión y la tolerancia y los derechos
humanos son ajenos a las «relaciones africanas ancestrales (13) ».
En
el plano nacional el racismo culturalista desempeña la misma función,
pero respecto a las poblaciones surgidas de la inmigración. Explicar
culturalmente unos hechos que señalan las desigualdades sistémicas de
las que son víctimas permite deslegitimar las reivindicaciones y las
revueltas que suscitan esas desigualdades. El fracaso escolar, la
delincuencia, la tasa de paro, las discriminaciones, las revueltas de
los barrios populares, etc., ya no se explicarían por medio de unos
factores sociales y económicos, sino por medio de unas causalidades
culturales o identitarias.
- Capitalismo senil, balcanización e islamofobia
Desde
la llamada «globalización» el capitalismo se enfrenta a nuevas
dificultades estructurales. El aumento constante de la competencia
entre las diferentes potencias industriales hace imposible la menor
estabilización. Las crisis se suceden unas a otras sin interrupción. El
sociólogo Immanuel Wallerstein considera que:
«Desde hace
treinta años hemos entrado en la fase terminal del capitalismo. Lo que
diferencia fundamentalmente esta fase de la sucesión ininterrumpida de
ciclos coyunturales anteriores es que el capitalismo ya no logra
“hacer sistema”, en el sentido en el que lo entiende el físico y
químico Ilya Prigogine (1917-2003): cuando un sistema, biológico,
químico o social, se desvía demasiado y con demasiada frecuencia de su
situación de estabilidad ya no logra recuperar el equilibro y se asiste
entonces a una bifurcación. La situación se vuelve entonces caótica,
incontrolable para las fuerzas que la dominaban hasta entonces (14)».
No
se trata simplemente de una crisis de sobreproducción. Al contrario
que esta, la recesión no prepara ninguna recuperación. Las crisis se
suceden y se encadenan sin recuperación alguna, las burbujas
financieras se acumulan y explotan cada vez más regularmente. Las
fluctuaciones son cada vez más caóticas y, por lo tanto, imprevisibles.
La consecuencia de ello es una búsqueda del máximo beneficio por
cualquier medio. En esta competencia exacerbada en situación de
inestabilidad permanente el control de las fuentes de materias primas
es un desafío todavía más importante que en el pasado. Ya no se trata
solo de tener acceso para uno mismo a las materias primas sino de
impedir que accedan a ellas los competidores (y en particular las
economías emergentes: China, India, Brasil, etc.).
Amenazado
en su hegemonía Estados Unidos responde por medio de la militarización
y las demás potencias le siguen para preservar también el interés de
sus empresas. «Desde 2001», señala el economista Philip S. Golub, «Estados
Unidos ha emprendido una fase de militarización y de expansión
imperial que ha trastocado profundamente la gramática de la política
mundial (15)». De Asia Central al Golfo Pérsico, de Afganistán a
Siria pasando por Iraq, de Somalia a Mali las guerras siguen el camino
de los lugares estratégicos de petróleo, del gas, de los minerales
estratégicos. Ya no se trata de disuadir a los competidores y/o
adversarios sino de llevar a cabo «guerras preventivas».
A la
mutación de la base material del capitalismo corresponde una mutación
de las formas de la dominación política. El principal objetivo ya no es
instalar unos gobiernos títere que ya no pueden resistir de forma
duradera a la cólera popular, sino balcanizar por medio de la guerra
para hacer que esos países sea ingobernables. De Afganistán a Somalia,
de Iraq a Sudán el resultado de las guerras es por todas partes el
mismo: la destrucción de la propia base de las naciones, el
desmoronamiento de todas las infraestructuras que permiten la
gobernabilidad, la instalación de caos. A partir de ahora se trata de
balcanizar las naciones.
Semejante dominación necesita una
nueva legitimación formulada en la teoría del choque de civilizaciones.
Esta teoría tiene vocación de suscitar unos comportamientos de pánico y
de miedo con el objetivo de suscitar una demanda de protección y una
aprobación de las guerras. Desde el discurso del terrorismo que
requiere unas guerras preventivas hasta la teoría de la gran
sustitución pasando por las campañas sobre la islamización de los
países occidentales y sobre los refugiados vectores de terrorismo, el
resultado esperado es siempre el mismo: miedo, pánico, demanda de
seguridad, legitimación de las guerras, construcción del musulmán como
nuevo enemigo histórico. La islamofobia es, efectivamente, una tercera
edad del racismo que corresponde a las mutaciones de un capitalismo
senil, es decir, que ya no puede aportar nada positivo a la humanidad,
ya que solo puede aportar guerra, miseria, y la lucha de todos contra
todos. No existe un choque de civilizaciones sino una crisis de
civilización imperialista que exige una verdadera ruptura. Lo que
tratan de evitar por todos los medios no es el fin del mundo sino el
fin de su mundo.
Notas: (1) Nicolas Sarkozy, discurso de Dakar del 26 de julio de 2007, http://www.lemonde.fr/afrique/article/2007/11/09/le-discours-de-dakar_976786_3212.html .
(2) Pierre Singaravelou, Des historiens sans histoire? La construction de l’historiographie coloniale en France sous la Troisième République, Actes de la Recherche en Sciences Sociales, n° 185, 2010/5, p. 40.
(3) Mehdi Ben Barka, Option révolutionnaire au Maroc. Ecrits politiques 1957-1965, Syllepse, París, 1999, pp. 229-230. [*Mehdi Ben Barka fue un político marroquí, luchador por la independencia y más tarde disidente del régimen de Hasan II, cofundador de los partidos políticos Istiqlal y Unión Nacional de Fuerzas Populares, además de presidente de la y secretario de la Conferencia Tricontinental. (N. de la t.)].
(4) Frantz Fanon, “Racisme et Culture”, Pour la Révolution africaine. Ecrits politiques, La Découverte, París, 2001, p. 40.
(5) Samir Amin, “Les systèmes régionaux anciens”, L’Histoire globale, une perspective afro-asiatique, éditions des Indes savantes, París, 2013, p. 20.
(6) Eric Williams, Capitalisme et esclavage, Présence Africaine, 1968, p. 19.
(7) Youcef Djebari, La France en Algérie, la genèse du capitalisme d’Etat colonial, Office des Publications Universitaires, Argel, 1994, p. 25.
(8) Frantz Fanon, Racisme et culture , op.cit., p. 45.
(9) Paul Broca, Sur le volume et la forme du cerveau suivant les individus et suivant les races, Volumen 1, Hennuyer, París, 1861, p. 48.
(10) Paul Broca, Sur le volume et la forme du cerveau suivant les individus et suivant les races, op.cit., p. 15.
(11) Kwame Nkrumah, Le néocolonialisme, dernier stade de l’impérialisme, Présence Africaine, París, 1973, p. 9.
(12) Stephen Smith, Négrologie: Pourquoi l’Afrique meurt, Fayard, París, 2012, p. 49 et 58.
(13) Bernard Lugan, God bless Africa. Contre la mort programmée du continent noir , Carnot, Paris, 2003, pp. 141-142.
(14) Immanuel Wallerstein, “Le capitalisme touche à sa fin” , Le Monde, 16 de diciembre de 2008, http://www.lemonde.fr/la-crise-financiere/article/2008/12/16/le-capitalisme-touche-a-sa-fin_1105714_1101386.html
(15) Philip S Golub, De la mondialisation au militarisme: la crise de l’hégémonie américaine, A Contrario, 2004, n°2, p. 9.
Fuente: http://www.investigaction.net/colonialisme-neocolonialisme-et-balkanisation-les-trois-ages-dune-domination/
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