1. La irrupción del Buen Vivir
La concepción del Buen Vivir se propone desnudar y superar los errores y
las limitaciones de la matriz de pensamiento eurocentrista, de una
determinada narrativa de la modernidad y del capitalismo como única
forma posible de pensar y vivir. Ello se encuentra asociado a las
diversas nociones y teorías tradicionales del progreso y el desarrollo
que se sustentan en el crecimiento exponencial de bienes y servicios lo
cual supone la explotación ilimitada de los recursos naturales y humanos
que existen en el planeta. Para alcanzar los beneficios que presume la
distribución de los frutos de este crecimiento económico persistente, se
elaboran políticas, planes y programas de desarrollo, proceso reforzado
por un conjunto de instancias financieras, de capacitación y
transferencia de conocimientos desde el mundo desarrollado hacia el
mundo en vías de desarrollo. Esta especie de mandato sacrosanto se
transformó en una verdad única e incuestionable que acabó por someter o
ignorar toda y cualquier perspectiva surgida fuera del canon occidental
de formación de la modernidad y del capitalismo como proyecto
civilizatorio.
La abundante información elaborada hasta ahora
por los científicos dejaría meridianamente claro que dicho paradigma
está destinado al fracaso. En efecto, el presente modelo ha generado un
crecimiento exponencial en la explotación de los recursos naturales y ha
estimulado un consumismo desenfrenado, especialmente en los países del
hemisferio norte. Por lo mismo, es responsable tanto de provocar un
agotamiento de los recursos como de producir toneladas de basura que
contaminan diariamente las aguas, el aire y la tierra. 2
Cada año se pierden millones de hectáreas de bosques y miles de
especies, reduciendo y erosionando irreversiblemente la diversidad
biológica. Continúa la devastación de las selvas, con lo cual el mundo
pierde anualmente cerca de 17 millones de hectáreas, que equivalen a
cuatro veces la extensión de Suiza. Y como no hay árboles que absorban
los excedentes de CO 2 , el efecto invernadero y el
recalentamiento se agravan. La información generada por los científicos
del Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC) señala que
necesitamos reducir el nivel de equivalentes de CO 2 en la
atmósfera para 350 partes por millón. Actualmente este nivel se
encuentra en 390 partes por millón y la tendencia es que continúe en
aumento. El dióxido de carbono presente en la atmósfera se ha
incrementado en un 32% respecto del siglo XIX, alcanzando las mayores
concentraciones de los últimos 20 millones de años, y se calcula que
estas emisiones se acrecienten un 75% entre 1997 y 2020. La capa de
ozono, a pesar del Protocolo de Montreal, no se recuperará hasta
mediados del siglo XXI. Cada año emitimos cerca de 100 millones de
toneladas de dióxido de azufre, 70 millones de óxidos de nitrógeno, 200
millones de monóxido de carbono y 60 millones de partículas en
suspensión, agravando los problemas causados por las lluvias ácidas, el
ozono troposférico y la contaminación atmosférica local.
En
definitiva, un conjunto de indicadores medioambientales estudiados en
las últimas décadas parecen revelar cada vez con mayor claridad que si
la humanidad no cambia su estilo de desarrollo, en menos de un siglo
colocaremos en serio riesgo la supervivencia del planeta y del género
humano. Muchas de las soluciones que se han elaborado para contornar los
efectos perversos del modelo productivista que impera en el mundo ha
sido la generación de mecanismos de mercados para limitar la emisión de
contaminantes, como el sistema de mercado de carbono. Este tipo de
respuestas solo vienen a legitimar la acción de las empresas y naciones
contaminadoras que compran en la bolsa “verde” su licencia para seguir
contaminando. Como nos recuerda Mészáros, a cada nueva fase de
postergación forzada, las contradicciones del sistema del capital sólo
se pueden agravar, acarreando consigo un peligro aún mayor para nuestra
propia sobrevivencia.
Contrariamente, el Buen Vivir cuestiona
la esencia de este padrón productivista y consumista que viene
organizando el planeta a partir de una perspectiva evolucionista, lineal
que supone que todas las sociedades deben transitar desde un ámbito
atrasado, tradicional o subdesarrollado hacia una etapa superior
identificada con la modernidad, la industrialización y el progreso. El
Buen Vivir nos advierte sobre la inviabilidad de continuar manteniendo
el actual esquema de producción y consumo, concebido como un dispositivo
legítimo de crecimiento basado en la acumulación permanente de bienes
materiales. Para el Buen Vivir, diferentemente, la riqueza no consiste
en tener y acumular la mayor cantidad de bienes posibles, sino en lograr
un equilibrio entre las necesidades fundamentales de la humanidad y los
recursos disponibles para satisfacerlas.
Sumak Kawsay en Quechua, Suma Qamaña
en Aymara o Buen Vivir en la traducción más difundida, representa una
cosmovisión construida a través de muchos años por los pueblos
altiplánicos de los Andes. Ella no encarna necesariamente una manera de
pensar y actuar de las comunidades altiplánicas, pues dicha perspectiva
también es parte de la vida de otros pueblos originarios, como las
comunidades Mapuche del sur, las poblaciones que habitan en la región
amazónica o los diversos grupos autóctonos diseminados por todo el
continente. De esta forma, el Buen Vivir se ha constituido en una
propuesta y en una oportunidad para pensar otra realidad en las cual los
seres humanos forman parte de un todo más armónico con la naturaleza y
con los otros humanos, con la alteridad que nos enriquece
cotidianamente. Es el reconocimiento de que existen diversos valores y
formas de concebir el mundo, de respeto por todos los seres vivos que
integran y conviven en nuestra casa común, la tierra. Su visión utópica
se ha venido complementando y ampliando a través de la incorporación de
múltiples discursos y saberes diseminados por los más diferentes
rincones del planeta.
Por lo tanto, el Buen Vivir no es
patrimonio de ningún grupo o sector social en particular, ni tampoco
supone una fórmula mágica o catecismo al cual hay que adherir
religiosamente. Es una propuesta en construcción permanente, es una
concepción que parte de la idea de que existe una diversidad cultural,
una pluralidad que se enriquece permanentemente en la convivencia
cotidiana y que encuentra su armonía precisamente en el reconocimiento
de esas diferentes formas de vivir. Es la búsqueda de una vida en
fraternidad y cooperación del ser humano consigo mismo, con sus pares y
con el conjunto de los seres que habitan en la naturaleza, todos
formando parte de una entidad indisoluble e interdependiente, cuya
existencia se delimita a partir de los otros. Tal visión no implica por
cierto desconocer que en la sociedades coexisten las diferencias
sociales, los conflictos y las desavenencias entre sus miembros. Lo que
el Buen Vivir plantea es que se puedan superar estos obstáculos y
desacuerdos en torno a una consciencia y un compromiso colectivo que
permita cimentar una vida más plena y sustentable para todos.
En América Latina la emergencia de gobiernos progresistas auguraba la
expectativa de que las nociones tradicionales de desarrollo y progreso,
asociadas a la idea de crecimiento, fueran modificadas o expurgadas del
vocabulario coloquial. Sin embargo, ello no ha ocurrido y podemos
observar que la mayor parte de los gobiernos llamados de “progresistas”
continúan cautivos a una visión tradicional del desarrollo, afectando
con sus actividades (públicas y privadas) a pueblos originarios y
comunidades campesinas existentes en la región. Por lo mismo se torna
pertinente pensar en valores que han sido parte del arsenal de la
humanidad, pero que han sido postergados en función de las fuerzas
económicas y mercantiles. El Buen Vivir sintetiza esta alternativa o la
posibilidad de pensar otro tipo de modelo. No obstante lo anterior, es
necesario consignar que la noción de Buen Vivir es lo suficientemente
amplia y abstracta – y por lo mismo muchas veces ambigua – que impide o
limita su aplicación como política pública.
En el caso de
Bolivia o Ecuador, países que han incorporado en sus constituciones los
derechos de la Naturaleza, las medidas concretas hacia el Buen Vivir se
han visto bloqueadas por las diferentes concepciones sobre las formas
más adecuadas de operacionalizar o poner en práctica una agenda del Buen
Vivir a través de las acciones gubernamentales. En efecto, el gobierno
de Evo Morales se ha dedicado preferencialmente a desarrollar una
política social intensa, de alfabetización, distribución de renta,
participación del Estado en la producción de gas y petróleo, incentivo a
la mediana y pequeña empresa, pero manteniendo una relación
contradictoria y tensionada con las comunidades originarios y con la
naturaleza. El caso TIPNIS quizás sea el ejemplo más expresivo de esta
modalidad discordante para llevar adelante los principios del Buen
Vivir.
2. Articulación con otras propuestas alternativas
Considerando los problemas y límites impuestos por los modelos clásicos
de desarrollo, han surgido diversas corrientes de pensamiento o
paradigmas que pretenden erigirse como alternativas al padrón dominante.
Muchas de estas iniciativas han sido impulsadas por una variedad de
grupos relativamente pequeños, pero que en su globalidad representan un
porcentaje significativo de la población mundial. Precisamente desde una
crítica vehemente a la noción clásica de desarrollo, un grupo de
autores (Escobar, Shiva, Esteva, Rahnema y Bawtree, entre otros) han
propuesto una perspectiva que pretende superar las limitaciones y
ampliar los horizontes de dicha concepción. Partiendo de la constatación
de que este concepto fue cimentado históricamente desde la exclusión de
las diversas voces y saberes, el llamado posdesarrollo se constituye
como un modelo que parte de la valorización de las culturas vernáculas y
de la idea de depender menos del conocimiento de los expertos y más del
conocimiento generado por las personas que aspiran a construir un mundo
más humano y sostenible en términos culturales y ecológicos. Ello
implica la necesidad de cambiar las prácticas del “saber” y del “hacer”
que definen el actual régimen de desarrollo y, por lo tanto, multiplicar
los centros y agentes de producción del conocimiento. Lo anterior
supone visibilizar aquellas formas de conocimiento que son generadas por
quienes supuestamente son los objetos del desarrollo para que puedan
transformarse en sujetos y agentes. 3
El posdesarrollo concibe también que las personas y las comunidades no
están necesariamente abocadas a satisfacer sus necesidades materiales,
pues ellas forman parte de una constelación más amplia, pero acotada, de
necesidades construidas culturalmente. Anteriormente, una crítica a la
afirmación del carácter infinito de las necesidades ya había sido
realizada por la vertiente del desarrollo a escala humana (Max-Neef,
Elizalde y Hopenhayn). En efecto, los defensores del desarrollo a escala
humana plantean que a diferencia de lo que generalmente se piensa, las
necesidades humanas son finitas y se encuentran en permanente
interacción. Ellas pueden ser pueden ser definidas y clasificadas de
acuerdo con dos criterios: existencial y axiológico. 4
En síntesis, dicha concepción sostiene la idea de que el desarrollo se
debe concentran en constituir un conjunto de satisfactores adecuados
para atender las necesidades humanas fundamentales que permitan la
generación de niveles crecientes de interdependencia entre los seres
humanos, entre ellos mismos y en su articulación con la naturaleza, en
la interacción de los procesos globales y los comportamientos a escala
local y en la imbricación del ámbito personal con su entorno social.
En dialogo fecunda con esta concepción en que la humanidad puede
efectivamente alcanzar a satisfacer sus necesidades dentro de un umbral
sustentable y por medio de mecanismos que no pasan obligatoriamente por
los mercados capitalistas, se encuentra toda la tradición derivada de
aquello que fue llamado por Marcel Mauss como el “espíritu del don”.
Esta perspectiva pretende dar cuenta de un tipo de relación que se
establece entre los hombres en la cual la reciprocidad desempeña un
papel fundamental, contrariamente a los intercambios de equivalentes
realizados simultáneamente que se producen en la economía de mercado
capitalista. A partir de la noción de los tres momentos de la
reciprocidad expuestos por Marcel Mauss en sus estudios sobre las
comunidades aborígenes (dar – recibir – retribuir), un conjunto de
autores (Boilleau, Caillé, Godbout, Insel, Kolm, entre otros) viene
rediscutiendo la función del mercado, el valor de cambio, el interés, la
impersonalidad y el utilitarismo como iconos incontestados de la
sociedad moderna. Estos autores descubrieron que el espíritu de don o
dádiva posee una fuerza indiscutible entre las personas, fuerza que
permite establecer y consolidar los lazos existentes en la comunidad y
en las sociedades contemporáneas. Por ejemplo, autores principalmente
franceses vinculados al grupo M.A.U.S.S. ( Mouvement anti-utilitariste dans les sciences sociales
) demostraron que los circuitos de reciprocidad no se producen
solamente en la sociedades tribales estudiadas por el propio Mauss, sino
que tales circuitos de trocas reciprocas están íntimamente presentes y
actuantes en nuestras sociedades. Prácticamente todos los sistemas de
voluntariado, cuidados de enfermos, donación de sangre y de órganos,
trabajos por el bien de la vecindad, etc. se basan en comportamientos de
generosidad con los extraños, acciones derivadas de gestos de buena
voluntad, desprendimiento y libertad del donante. Esta dimensión de la
actividad humana representa para estos autores, una forma de reconstruir
y consolidar el tejido o lazo social existente entre las personas. 5
Estas nuevas formas de reciprocidad constituyen, por lo tanto, un tipo
de contrato de la civilidad, que no es más el contrato político con el
Estado, sino un contrato de cada persona con todos aquellos que forman
parte de la colectividad. El espíritu del don - a diferencia de los
intercambios de mercado- crea una relación, un vínculo entre los actores
de dicho intercambio, el cual no tiene un límite de tiempo demarcado.
Aquí, los bienes que participan en la permuta poseen principalmente un
valor simbólico, valor de uso marcado por las relaciones que surgen y se
establecen en función de ese bien.
Una perspectiva que también
privilegia una relación ponderada entre las necesidades humanas, los
bienes de consumo y una producción delimitada para satisfacer estas
necesidades fundamentales ha recibido el nombre de decrecimiento. 6
Tal como lo advierte uno de sus principales propulsores, la palabra
decrecimiento posee más que nada una fuerza propagandística, es un
slogan político que posee implicaciones teóricas:
“La palabra
de orden ‘decrecimiento’ tiene como principal meta enfatizar fuertemente
el abandono del objetivo del crecimiento ilimitado, objetivo cuyo motor
no es otro sino la búsqueda del lucro por parte de los detentores del
capital, con consecuencias desastrosas para el medio ambiente y por
tanto para la humanidad. No solo la sociedad queda condenada a no ser
más que el instrumento o el medio de la mecánica productiva, sino que el
propio hombre tiende a transformarse en la víctima de un sistema que va
a transformarlo en un inútil y prescindir de él”. (Latouche, 2009, pp.
4-5).
El decrecimiento es una opción de desarrollo diferentemente
de los presupuestos del modelo productivista, es una perspectiva que
nació para enfrentarse a aquellas visiones del desarrollo sostenible que
era y continúa siendo enarbolada por las empresas y que quieren
convertir el llamado desarrollo verde o ecológico en una nueva
oportunidad de negocios. Es un proyecto global y a la vez
revolucionario, pues implica un cambio a largo plazo en que las empresas
y los consumidores estén dispuestos a mudar el patrón predatorio y de
consumo existente hasta ahora, su objetivo es lograr que la sociedad se
autolimite para conseguir el bienestar de todos. Supone poner en marcha
una reorganización de nuestras vidas, la producción, el transporte y el
consumo a través de formas más conscientes de consumo y por medio de una
vida más simple, sin grandes parafernalias que nos rodeen, utilizando
estrictamente lo que necesitamos para llevar una vida digna y plena.
La idea del decrecimiento ha sido considerada ilusa y atacada desde
diversos ángulos. En primer lugar, porque el mundo necesita seguir
creciendo para alimentar a sus habitantes. Pero el decrecimiento no
implica necesariamente dejar de producir, sino que producir a una escala
moderada. Y de hecho las recientes evidencias sobre el calentamiento
global y cambio climático que aquejan al planeta apuntan en otra
dirección; la alternativa por el decrecimiento y la discusión sobre el
poder y la desigual distribución del uso de los recursos naturales es
ciertamente parte imprescindible de cualquier agenda que pretenda
discutir el futuro de la humanidad. En ese sentido, el debate sobre el
decrecimiento puede ser considerado un elemento fundamental para pensar
en la construcción de un proyecto ecologista y socialista, puesto que
incluye en su seno la concepción de que es preciso avanzar hacia una
modalidad diferente de funcionamiento de la sociedad, más democrática,
más igualitaria y más incluyente que redefina drásticamente el actual
modelo de producción y consumo, intentando alcanzar el bienestar de
todos en el marco de un nuevo relacionamiento de la humanidad entre ella
misma y con la naturaleza.
Una corriente ciertamente vinculada
a la anterior es aquella inaugurada con la publicación del libro Elogio
de la lentitud de Carl Honoré 7
que como lo dice el subtítulo, se ha transformado en una especie de
biblia que desafía el culto a la vorágine contemporánea en que estamos
todos envueltos. Esta visión se vincula con el movimiento por una opción
de simplicidad voluntario y un estilo de vida leve, más liviana, más
lenta, como aquel levantado por el también movimiento slow food . En esta búsqueda de una vida más relajada, más consciente, otras iniciativas similares dentro del movimiento slow
han surgido en este último periodo. Por ejemplo, luego se agregaron a
esta tendencia un grupo -todavía reducido- de ciudades que consolidaron
un estilo de vida armonioso, sin el ruido y la agitación de las grandes
urbes, las cuales se denominan cittaslow . Dichas ciudades se
caracterizan por organizar su vida en torno a las plazas, “que funcionan
como puntos de encuentro de la población (…), donde la gente puede
pasear y, si lo desea, observar productos y comprarlos, ya que en estas
plazas suelen abundar las pequeñas tiendas de comercio local y de vez en
cuando también se celebra algún mercado temporal con productos típicos
de la zona”. 8 Derivado de este creciente ethos , el slow fashion
incorpora una perspectiva que superar la rápida obsolescencia de la
ropa estimulada por la industria de la moda. Son nuevas búsquedas por
crear prendas que duren mucho más que una temporada pasajera y fugaz.
Finalmente, en estrecha relación y dialogando con el proyecto por el decrecimiento y el movimiento slow
, se encuentra toda la tradición por un socialismo ecológico, tendencia
inaugurada por William Morris en el siglo XIX. Este socialismo
ecológico o eco-socialismo representa también una reorganización de la
vida en muchos ámbitos, supone pensar en el uso de energías alternativas
y limpias, supone reducir la huella ecológica a través de actividades
en escala local y de relaciones más equitativas entre los miembros de la
comunidad. De esta manera, el ecosocialismo busca romper drásticamente
con las prácticas destructivas y las formas predadoras que derivan de un
modo de producción y consumo altamente demandante de recursos naturales
y humanos. La respuesta ecosocialista representa una ruptura tanto con
el modelo expansionista del capital como con la perspectiva
productivista del “socialismo real”. Para los ecosocialistas, ya sea la
lógica del mercado y del lucro o ya sea el productivismo burocrático del
marxismo economicista y vulgar, son considerados modelos totalmente
incompatibles con la urgente e impostergable exigencia de preservar y
cuidar del medioambiente y las personas. 9
Así, la propuesta del socialismo ecológico y la perspectiva del
decrecimiento representan una reorganización de la vida en muchos
ámbitos, suponen renunciar al consumo artificial para emprender un
consumo auto-limitado y adecuado a las necesidades reales de las
personas, lo cual supone pensar también en el uso de energías
alternativas y limpias y recudir la huella ecológica a través de
actividades en escala local y de relaciones más equitativas y armónicas
entre los miembros de la comunidad.
3. Interrogantes y comentarios finales
A partir de estas breves consideraciones, surgen inevitablemente
algunas interrogantes esenciales: ¿El Buen Vivir representa un nuevo
paradigma para reencontrar este equilibrio? o ¿representa una
alternativa factible para concebir una sociedad poscapitalista? O
también cabe cuestionarse si ¿El Buen Vivir puede convertirse en una
revolución cultural que, en el marco del capitalismo, reduzca las
consecuencias perversas del individualismo, el hedonismo extremo y el
consumo desatado? ¿Existe el riesgo de que el Buen Vivir no pase de ser
una moda conceptual que con el transcurso del tiempo se vaya diluyendo
hasta convertirse en una palabra más que se incorpora al léxico de las
agencias del poder supranacional? Una primera tentativa para responder
tales cuestiones, nos lleva a sostener que el Buen Vivir puede
efectivamente pensarse en términos propositivos como un camino factible
para construir una vida más armónica del ser humano consigo mismo, con
sus congéneres y con el mundo natural, entendiendo que frente a los
efectos nocivos del crecimiento ilimitado que impera actualmente es
ineludible conjugar y poner en práctica una nueva forma de vida más
digna y sostenible para el conjunto de los habitantes del planeta. Sin
embargo, la concepción y el debate sobre el Buen Vivir continúa siendo
una temática abierta e inacabada. Por lo mismo, no se puede pensar éste
como una categoría estanco a la cual se le asignan una serie de
pre-requisitos, características e indicadores para medir si funciona.
Las posibilidades de que alteraciones profundas se produzcan en la
mentalidad y el quehacer de la humanidad también dependen de la
convergencia de un sinnúmero de experiencias – a veces aisladas – que se
articulen en torno de la urgencia por transformar el actual modo de
vida que está condenando a la humanidad a su autodestrucción. El desafío
de gobiernos, instituciones supranacionales y, especialmente, de las
propias comunidades por sacudirse y eliminar la matriz
productivista/consumista que hemos incorporado a través de los siglos,
requiere una enorme voluntad de cambio y la convicción de que no existe
otro camino para hacer de la tierra un lugar habitable.
Notas
2 Por ejemplo, se calcula que si el consumo medio de energía de Estados Unidos fuese generalizado para el conjunto de la población mundial, las reservas conocidas de petróleo se agotarían en sólo 19 días. Junto con ello, si todos fuésemos tan contaminadores como los ciudadanos medios de Estados Unidos y Canadá, necesitaríamos de nueve planetas Tierra para absorber las emisiones generadas. Ver Raj Patel, O valor de nada , Rio de Janeiro: Zahar, 2010.
3 Arturo Escobar, Una minga para el postdesarrollo, Lima: Universidad Nacional Mayor de San Marcos, 2010.
4 En la primera categoría se encuentran las necesidades de Ser, Tener, Hacer y Estar. Y en la segunda categoría se encuentran las necesidades de Subsistencia, Protección, Afecto, Entendimiento, Participación y Ocio. Ver Manfred Max-Neef, Antonio Elizalde y Martín Hopenhayn, Desarrollo a Escala Humana: Una opción para el futuro, Uppsala: CEPAUR/Fundación Dag Hammrskjöld, 1986.
5 Jacques Godbout y Alain Caillé, L’esprit du don , Paris: Éditions La Decouverte, 1992.
6 Serge Latouche, Pequeno tratado do decrescimento sereno ; traducción Claudia Berliner. São Paulo: Editora Martins Fontes, 2009.
7 Carl Honoré, Elogio de la lentitud. Un movimiento mundial desafía el culto a la velocidad. Madrid: RBA Libros, 2009.
8 José Luis Vicente, “Movimiento slow contra la inmediatez capitalista”, en el sitio El Salmón Contracorriente http://www.elsalmoncontracorriente.es/?Movimiento-slow-contra-la, accesado en 25/02/2016.
9 Joel Kovel y Michael Löwy, Manifiesto Ecosocialista, en Revista Capitalism, Nature, Socialism, vol. 13, marzo 2002.
Fernando de la Cuadra, Doctor en Ciencias Sociales. Miembro del GT sobre Cambio climático, políticas públicas y movimientos sociales de CLACSO.
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