Opinión
Del 24 al 27 de enero tendrá lugar en Quito, Ecuador, la IV Cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), espacio en el que participan 33 estados del continente americano, con la sola exclusión de los Estados Unidos y Canadá.
La reunión de los Jefes y Jefas de Estado se producirá el día 27 en el edificio de la Unasur, mientras que en los días previos los coordinadores nacionales y los cancilleres trabajarán para ajustar los acuerdos sobre las resoluciones y documentos a ser expuestos y proclamados en el cónclave.
La agenda de trabajo prevé en la mañana del miércoles un encuentro a puertas cerradas de los presidentes y jefes de gobierno, para luego dar pie en horas de la tarde al debate general, cuyas intervenciones estarán limitadas a seis minutos cada una. Posteriormente, se darán a conocer y adoptarán la Declaración política, el Plan de acción 2016 y las Declaraciones especiales. Estas últimas suelen ser la modalidad utilizada para recoger temáticas de interés particular para algunos estados y se espera que en esta Cumbre sean aprobadas en número cercano a las veinte. Por último, la Cumbre finalizará con la ceremonia de traspaso de la presidencia rotativa (o Pro Témpore) del organismo por parte de Ecuador a la República Dominicana, país que a su vez albergará a la próxima Cumbre.
La CELAC, fundada en Caracas en diciembre de 2011 como foro de concertación política, no sólo ha mostrado su eficacia en la resolución favorable de conflictos intrarregionales, sino que ha avanzado hacia una nueva instancia, desarrollándose como espacio de coordinación de acciones hacia adentro y conjuntamente hacia afuera de la región. La fuerza que la impulsa es indubitablemente la aspiración de integración soberana, no tutelada por EEUU.
Contrariamente a ello, el gobierno norteamericano ha impulsado en el área su injerencia diplomática institucional – entre otras múltiples variantes abiertas o secretas – a través de la Organización de Estados Americanos (OEA) y sucesivas Cumbres de las Américas. Sugestiva, a efectos de comprender a quién sirve en sus declaraciones y acciones, resulta ya la ubicación del edificio de la sede central de la OEA (OAS por sus siglas en inglés) en Washington, a sólo 600 metros de la Casa Blanca y 500 del Departamento de Estado.
La fundación de esa organización se produjo en 1948, en el transcurso de la IX Conferencia Panamericana en Bogotá, en la que participaba el jefe del Estado Mayor del Ejército durante la Segunda Guerra Mundial y Secretario de Estado norteamericano, general George Marshall. Simultáneamente era asesinado el “Tribuno del pueblo” colombiano, el precandidato liberal Eliecer Gaitán, que tal como lo relatara magistralmente Eduardo Galeano, se dirigía a una cita con “uno de los estudiantes latinoamericanos que se están reuniendo en Bogotá al margen y en contra de la ceremonia panamericana del general Marshall.” Galeano revela el nombre del estudiante pocas líneas después: ni más ni menos que Fidel Castro.
Pero si no fuera suficiente con estas inferencias, basta listar sucintamente el apoyo de la OEA por omisión al derrocamiento de Arbenz en Guatemala (1954), la expulsión de Cuba de su seno (1962) o el aval a la invasión de República Dominicana por parte de marines norteamericanos (1965). Tampoco mostró el ente reacción firme ante la agresión británica (apoyada por los Estados Unidos) a Argentina durante el episodio bélico en las Islas Malvinas (1982), ni condena inmediata a la invasión estadounidense de Granada, con motivo del asesinato del primer ministro Bishop (1983). Sintomático para el alineamiento panamericanista dominado por la doctrina Monroe, es que fue precisamente una de las cumbres de las Américas – la IV celebrada en Mar del Plata en 2005 – el foro elegido para presionar hacia un Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA). La derrota de aquella intención constituyó un hito decisivo en el camino para avanzar hacia la autonomía regional.
El signo emancipatorio de la CELAC, por el contrario, se manifiesta con claridad, más allá de la diversidad de signos políticos que alberga, a través de su historia fundacional y en los principales hitos desde entonces.
Ya en 1983 cuatro países (México, Panamá, Venezuela y Colombia) formaron el Grupo de Contadora con la misión de fomentar acuerdos de Paz en la devastada Centroamérica. En 1985, se sumaron cuatro naciones más (Argentina, Brasil, Perú y Uruguay) en lo que se conoció como el Grupo de los Ocho. Tales esfuerzos de paz, que concluyeron exitosamente tiempo después en los Acuerdos de Paz de Esquípulas I y II (1986-1987), no contaron con el beneplácito de la potencia norteamericana, principal impulsora de la guerra contra el gobierno revolucionario de Nicaragua y de las masacres de la represión contrainsurgente en el Salvador y Guatemala.
Esa visión de resolución de conflictos por vía pacífica, constituyó junto a otros temas de interés común como la agobiante deuda externa, la plataforma fundacional del Grupo de Río (1986). Éste a su vez, en tanto mecanismo permanente de consulta y concertación política, contaba ya en el año 2000 con la adhesión de diecinueve países de la región. La actuación de este foro fue decisiva en la consolidación de la democracia y la defensa de los derechos humanos en la región, en el contexto del momento histórico y político inmediatamente posterior a la caída de las dictaduras militares. Del mismo modo, el Grupo comenzó a activar de manera conjunta e independiente en la ONU, reclamando reformas en la estructura institucional a favor de una mayor participación de los países de la región (y en general de aquellos con menor desarrollo económico) en los mecanismos de decisión de la estructura internacional.
De este modo, en la vigésimo primera Cumbre del Grupo de Río, conocida como la Cumbre de la Unidad de América Latina y el Caribe y realizada en Playa de Carmen, en México (2010), se aprobó la creación de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC).
La CELAC se reunió desde entonces en cuatro oportunidades, en su ya mencionada cita fundacional en Venezuela (2011), en Santiago de Chile (2013), La Habana (2014) y en la ciudad de Belén, Costa Rica (2015).
En las declaraciones y acciones conjuntas se ha ido reforzando el principio de convergencia en la diversidad que constituye uno de los valores esenciales de este espacio de integración regional. La ampliación de la democracia, la no injerencia de la política exterior norteamericana, la irrestricta defensa de los derechos humanos, la consolidación de la paz, la lucha conjunta para erradicar el hambre, la pobreza y atacar las desigualdades, el desafío compartido de combatir las causas y efectos del cambio climático y la voluntad inequívoca de aunar criterios distintos para mejorar las posibilidades de cada uno en un contexto de creciente integración como pilares centrales de su accionar, han convertido a la CELAC en un instrumento vanguardista para que la región logre atravesar los umbrales de su pesada herencia colonial hacia un nuevo momento de mayor independencia.
También en sus acercamientos de carácter multilateral, como los foros y reuniones mantenidas con China, la Unión Europea y Rusia, la CELAC ha mostrado su vocación de proponerse como interlocutor regional válido y apto para emprender acciones de cooperación, saliendo de la órbita de “patio trasero” de los EEUU.
En este contexto general y desde la resistencia al intento ininterrumpido de la potencia del Norte de recuperar terreno perdido en su propósito hegemónico, es que debe comprenderse el vigoroso proceso de la CELAC.
¿Qué puede esperarse de esta Cuarta Cumbre?
La IV Cumbre celebrará sin duda como un logro – en la estela de su Declaración como zona de Paz, aprobada en la III Cumbre – los avances en las negociaciones entre el gobierno colombiano y las Farc para alcanzar una paz duradera con justicia social en aquel país. No hay duda que además alentará y exhortará a las partes a concluir un acuerdo durante el presente año.
Se destacará como una conquista de la presión de la Comunidad de Naciones, la participación de Cuba en la última Cumbre de las Américas en Panamá y el restablecimiento de relaciones diplomáticas entre Cuba y EEUU, exigiendo el levantamiento total del bloqueo a la isla y el cierre y evacuación de la cárcel en Guantánamo.
Los acuerdos sobre inversión, comercio y transferencia tecnológica logrados como conjunto con socios extrarregionales como China, la Unión Europea y de manera más incipiente con Rusia, serán mostrados como evidentes avances de cooperación multilateral, a expensas de cualquier visión monopólica.
Uno de los temas centrales será la evaluación y la ratificación de la agenda ya concertada en la Cumbre anterior, referida a la erradicación del hambre, cuyo eje es la implementación del Plan de Seguridad Alimentaria, Nutrición y Erradicación del Hambre 2025 propuesto conjuntamente por la FAO y la CEPAL. A pesar de tener el valor de apuntar a una necesidad indiscutible, este plan ha recibido fuertes críticas de organizaciones campesinas y originarias, por apuntalarse en una ambigua “agricultura familiar”, en vez de potenciar la redistribución de la tierra y la adopción de modos de producción agrícola sustentables, colocando como protagonistas primarios al campesinado y a los pueblos originarios. Sin duda que las delegaciones contarán para la Cumbre con el informe sobre los avances prácticos en la implementación del plan, que fuera objeto de análisis en la II Reunión de Ministros y Responsables de Desarrollo Social, realizado en Octubre 2015 en Caracas con la asistencia de 25 países.
Otro asunto de primera magnitud será la discusión sobre la forma de avanzar por sobre la flagrante desigualdad que azota la región, considerando que como factor agravante, la región experimenta la caída de los precios de las materias primas, exhibiendo una vez más su dependencia de un modelo exportador primario sumado a la brutalidad especuladora que afecta los términos de intercambio del comercio internacional. Es previsible que las expresiones y decisiones referidas a las inequidades y exclusión social se mantengan en el campo de priorizar el desarrollo macroeconómico sin poner bajo la lupa las injustas estructuras de propiedad de las cuales deriva directamente la situación consignada.
Por otra parte, es un hecho que la presidencia pro témpore saliente, a cargo de Ecuador, impulsará la discusión y aprobación de la “Agenda 2020”, que contempla precisamente como objetivos primordiales reducir la pobreza extrema y las desigualdades; promover la educación, la ciencia y la innovación tecnológica, contrarrestar el cambio climático y fomentar la protección medioambiental, mejorar la infraestructura y la conectividad en la región, como así también proveer fuentes de financiamiento para el desarrollo.
A pesar de las innumerables críticas realizadas por la mayoría de los movimientos sociales, agrupaciones ambientalistas y de derechos humanos acerca de la mediocridad y tibieza de los resultados alcanzados en la reciente Conferencia de las Partes sobre el Cambio Climático (COP21) en París, se estima que se pondrá de relieve la importancia de que los países de la región lograron mayormente adoptar una posición conjunta. El principio de responsabilidades compartidas pero diferenciadas entre los países más contaminantes y la gran mayoría de países con menor desarrollo industrial, en especial la deuda histórica de aquellos, la acción inmediata y verificable en la reducción de emisiones y la indispensable transferencia de tecnología y recursos para la mitigación del efecto invernadero, fueron los ejes del posicionamiento del grueso de las naciones de Latinoamérica y el Caribe.
La IV Cumbre de la CELAC hará alusión también a los comicios celebrados en Venezuela y Argentina, reafirmando la vocación democrática de la región. Sin embargo, es improbable que en los documentos finales se exprese algo sobre la tremenda manipulación mediática nacional e internacional sufrida por los gobiernos de ambos países, como así tampoco acerca de la guerra económica ejercida por sectores especuladores en el país caribeño. Una especial nota de preocupación se hará oír seguramente sobre las dificultades para completar el proceso en la elección presidencial en Haití, aunque es difícil que la Cumbre mencione la posibilidad de una cercana retirada de las tropas de la Minustah de aquel país, fuerzas que lejos de contribuir a la normalización social y democrática, operan como fuerzas de ocupación.
Por otro lado, no puede descartarse alguna anécdota disruptiva protagonizada por el recién llegado presidente argentino (o por parte de algún reemplazo si alguna dolencia menor le impidiera asistir a Quito), atendiendo a las muestras de sumiso realineamiento con EEUU exhibidas en un reciente encuentro del Mercosur. Si tal suceso ocurriera, es claro que será controlado por el conjunto, que difícilmente permita el fracaso de la Cumbre por irrupciones de este tipo.
Esto podría ser además indicador de fortaleza del proceso iniciado, habida cuenta de recientes indicadores del avance electoral de sectores conservadores, opuestos a la independización regional de los arbitrios de signo neocolonial.
Una tensión subyacente en este sentido será la amenaza para la soberanía regional del Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (TPP), que actualmente involucra a Chile, Perú, México (y potencialmente como actuales observadores a Costa Rica y Colombia). Dicho tratado, a ser ratificado este año por los distintos parlamentos de los países participantes (12 en total), es un instrumento jurídico que formaliza los intereses de dominio corporativo, evadiendo la posibilidad de control social democrático. Aun cuando no sea mencionado explícitamente en los documentos de la Cumbre, es improbable que los representantes no vean los alcances contraproducentes del mismo, sobre todo en relación a la incipiente cooperación intraregional en términos de soberanía tecnológica y la necesidad de los pueblos de acceder a una mejor calidad de vida.
En resumen, sobrevolará la cumbre, aunque de manera algo atenuada, la tensión dialéctica persistente entre los intereses subyacentes en los distintos modelos de integración regional: uno que responde a una visión conservadora, mercantilista y dependiente y aquel que hace grandes esfuerzos por liberar a estas tierras del sello colonial que le fue impuesto a través de sucesivas dominaciones.
El gran desafío de esta IV Cumbre de la CELAC será entonces mantener con firmeza la mira en consolidar la integración soberana con equidad social y desarrollo sustentables.
Así sea.
- Javier Tolcachier es un investigador perteneciente al Centro Mundial de Estudios Humanistas, organismo del Movimiento Humanista.
http://www.alainet.org/es/articulo/174863
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