Hacia la COP-21, a finales de noviembre
TomDispatch
Traducción del inglés para Rebelión de Carlos Riba García. |
¿Será nuestro futuro las guerras por los recursos?Introducción de Tom Engelhardt.
En estos días, si usted no quiere que se le pongan los pelos de punta con la cuestión de nuestro futuro en el planeta Tierra, todo lo que tiene que hacer es mirar a su alrededor. Aquí va una breve lista hecha al azar de las últimas noticias sobre los acontecimientos relacionados con el cambio climático.
Hace unos días, México fue golpeado por el huracán más fuerte registrado alguna vez en el hemisferio occidental. Según la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica (NOAA, por sus siglas en inglés), en septiembre la temperatura media mundial se salió de todas las pautas conocidas (“Esto marca que se ha establecido el quinto mes consecutivo de record mensual de altas temperaturas del promedio de los últimos 1.629 meses del registro empezado en enero de 1880”). Septiembre fue el séptimo mes de 2015 registrado como “terrible record”; esta acumulación de altos registros podría hacer que este año siguiera el mismo camino de records (en estos momentos, a esta historia se la considera tan rutinaria y previsible que ¡ha desaparecido de la primera plana de los diarios!). La catastrófica guerra civil, guerra terrorista y conflicto internacional que tiene lugar en Siria está siendo reclasificada para pasar a ser la primera guerra del cambio climático sobre la base de la terrible sequía que la precedió. De hecho, a esta calamidad se la ha llamado “la peor sequía prolongada y la más grave serie de cultivos fracasados desde que hace miles de años empezó la civilización agrícola en la Media Luna Fértil (la cuna de la civilización: Mesopotamia, el valle del Nilo y zonas verdes intermedias)”. Si nos volvemos hacia climas más fríos, el hielo antártico se está derritiendo tan rápidamente que, según las últimas investigaciones, la capa de hielo de ese continente podría desaparecer hacia el 2100, lo que garantizaría un aumento del nivel del mar de proporciones inimaginables. Mientras tanto, la semana pasada, era posible mirar online un dramático vídeo que muestra el deshielo de Groenlandia, los ríos en los que el agua corre por la capa de hielo que se está derritiendo, lo que hará que en estas décadas el nivel del mar en el mundo se eleve en unos seis metros, según estimaciones. Y, sí, para aquellos cuya curiosidad se centra en las regiones más cálidas, un nuevo estudio indica que, en el final de este siglo, las olas de calor en el golfo Pérsico pueden ser tan intensas que pondría literalmente en peligro la supervivencia humana en algunas partes del corazón petrolero del planeta.
¿Es necesario que continúe? ¿Es necesario que diga por qué importan muchísimo las próximas conversaciones sobre el cambio climático que en pocas semanas se realizarán en París? ¿Es necesario que agregue que sean cuales sean los acuerdos a los que se pueda llegar en París es muy poco probable que sean suficientes para controlar de verdad el calentamiento global? En ese contexto, si usted piensa en que el Gran Oriente Medio –donde desde 2001 hay cinco estados fallidos– ya es una pesadilla, reflexione sobre la visión que nos presenta Michael Klare, miembro regular de TomDispatch, de un planeta Tierra desgarrado por guerras por los recursos en un futuro de “terribles records” de calores inhumanos y coyunturas trascendentales. Si quiere saber qué está en juego para nuestros nietos y biznietos, lea esta nota.
* * *
Evitar un mundo de estados fallidos y guerras por los recursos
A finales de noviembre, delegaciones de casi 200 países se reunirán en París en lo que se anuncia como el encuentro climático más importante de la historia. Oficialmente conocida como COP-21 o la 21ª Conferencia de las Partes de la Convención Marco de Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (el tratado de 1992 que estableció que este fenómeno amenazaba la salud del planeta y la supervivencia humana), la conferencia cumbre de París se centrará en la adopción de medidas capaces de limitar el calentamiento global por debajo de los niveles de catástrofe. Si fracasa, es probable que en las próximas décadas el aumento de la temperatura media exceda los 2 grados centígrados, que es el aumento máximo que la mayoría de los científicos cree que la Tierra puede soportar sin que se produzcan impactos climáticos irreversibles, entre ellos importante aumento del nivel de los mares.
El fracaso en poner un tope a las emisiones de gases de efecto invernadero garantiza también otra consecuencia, a pesar de que es una de las menos discutidas. En el largo plazo, producirá no solo impactos climáticos sino también una inestabilidad social de alcance mundial, insurrecciones y guerras. En este sentido, debería considerarse que la COP-21 no solo es una conferencia por el clima sino también una conferencia de paz; tal vez, la convocatoria por la paz más importante de la historia.
Para comprender el porqué hay que tener en cuenta los últimos descubrimientos científicos sobre el posible impacto del calentamiento global, sobre todo el informe 2014 del Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en inglés). Cuando se publicó, el informe atrajo la cobertura de los medios internacionales porque predecía que el cambio climático sin obstáculos provocaría graves sequías, fuertes tormentas, olas de intenso calor, recurrencia de cosechas fracasadas e inundación de zonas costeras marítimas, conducentes todas a grandes pérdidas de vidas y penurias. Acontecimientos recientes, como prolongadas sequías en California y agobiantes olas de calor en Europa y Asia, llamaron la atención mediática en solo estos impactos. El informe IPCC, sin embargo, sugería que el calentamiento global tendría también devastadoras consecuencias de naturaleza social y política, incluyendo ruina de la economía, caída de gobiernos, conflictos civiles, migraciones en masa y, más temprano que tarde, guerras por los recursos.
Ese pronóstico fue recibido con mucha menos atención; aunque la posibilidad de semejante futuro debería ser bastante obvio dado que las instituciones humanas, al igual que los sistemas naturales, son vulnerables al cambio climático. Las economías serán afectadas cuando las materias primas clave –cereales, maderas, pescado, animales de cría– se hagan cada día más escasas, sean destruidas o falten. Las sociedades empezarán a venirse abajo como consecuencia de la depresión económica y los enormes flujos de refugiados. Es posible que los conflictos armados no sean la consecuencia inmediata de estos problemas, señala el IPCC, pero si se combinan los efectos del cambio climático con los ya existentes, como la pobreza, el hambre, la escasez de recursos, los gobiernos ineptos y corruptos, además de los culturales, étnicos, religiosos y los resentimientos nacionales, es posible que se acabe en enconados conflictos por el acceso a los alimentos, el agua, la tierra y otros recursos vitales.
Las próximas guerras civiles climáticas
Esas guerras no surgirán de la nada. Las tensiones y resentimientos que ya existen irán en aumento, sin duda ayudados por actos de provocación y exhortaciones de líderes demagógicos. Pensemos en los actuales brotes de violencia en Israel y los territorios palestinos, desencadenados por choques por el acceso al Templo de la Montaña en Jerusalén (también conocido como el Noble Santuario) y la incendiaria retórica de los líderes implicados. Combinemos las penurias económicas y de recursos con una situación como la descrita y tenemos la receta perfecta para la guerra.
Las necesidades vitales ya están distribuidas de un modo muy poco uniforme en todo el planeta. Es frecuente que la línea de separación entre aquellos que gozan de un acceso adecuado al suministro de los recursos vitales y quienes carecen de ellos coincida con divisiones raciales, culturales, religiosas o lingüísticas de larga data. Los israelíes y palestinos, por ejemplo, guardan una hostilidad profundamente asentada en cuestiones étnicas, culturales y religiosas pero además las posibilidades de unos y otros son muy diferentes cuando se trata del acceso a la tierra y al agua. Si a esta situación añadimos las tensiones provocadas por el cambio climático es muy posible suponer que las pasiones se descontrolen.
El cambio climático degradará o destruirá muchos sistemas naturales –muchos de ellos ya sufren tensiones– en los cuales se basa la supervivencia del ser humano. Algunas zonas en las que hoy conviven la agricultura y la cría de animales pueden llegar a ser inhabitables o solo capaces de satisfacer las necesidades de poblaciones muy reducidas. Por ejemplo, debido al aumento de las temperaturas y a las sequías cada vez más feroces, la franja sur del desierto del Sahara, en otros tiempos unas praderas capaces de sustentar a los pastores nómadas, ahora se está transformando en una tierra yerma que les obliga a abandonar su hogar ancestral. A muchas tierras de cultivo de África, Asia y Oriente Medio les espera la misma suerte. Algunos ríos, que alguna vez aseguraban el suministro de agua durante todo el año, fluirán solo esporádicamente o se secarán por completo; una vez más, las poblaciones afectadas serán dejadas ante opciones muy difíciles de aceptar.
Tal como señala el informe del IPCC, las instituciones de los países más débiles serán muy presionadas para que se ajusten a la carga climática y ayuden con alimentación, techo y otras necesidades de emergencia a quienes estén desesperadamente apurados. “El aumento de la inseguridad humana”, dice el informe, “puede coincidir con una disminución de la capacidad estatal de llevar a cabo eficaces acciones de adaptación, creando así las condiciones más apropiadas para posibles conflictos violentos”.
Un buen ejemplo de este peligro es el que proporciona el inicio de la guerra civil en Siria y el posterior colapso de ese país en un fárrago de luchas y una ola de refugiados como no se había visto desde la Segunda Guerra Mundial. Entre 2006 y 2010, Siria vivió una sequía devastadora en la que se cree que el cambio climático tiene su parte de responsabilidad y que ha convertido en desierto al 60 por ciento de su territorio. Los cultivos fracasaron y murió la mayor parte del ganado sirio; la consecuencia es que millones de campesinos acabaron en la miseria. Desesperados e incapaces de seguir viviendo en su tierra, se trasladaron a las principales ciudades de Siria en procura de un trabajo, a menudo no solo enfrentando penurias extremas sino también la hostilidad de las elites urbanas bien situadas.
Si el autócrata Bashar al-Assad hubiese respondido con algún programa de emergencia destinado a crear puestos de trabajo y proporcionar vivienda a los desplazados por la sequía, quizá se habría evitado el conflicto. En lugar de ello, recortó los susidios para alimentos y combustibles, incrementando la miseria de los desplazados y avivando las llamas de la revuelta. Según el punto de vista de varios importantes estudiosos, “el rápido crecimiento de los suburbios de las ciudades sirias, donde predominaban los asentamientos ilegales, la superpoblación, la escasez de infraestructuras, el paro y el delito, fue descuidado por la administración Assad y se convirtió en el corazón del creciente descontento”.
Un cuadro análogo se produjo en la región africana del Sahel, en el margen sur del Sahara, donde se dio una combinación de intensa sequía, degradación del hábitat y negligencia gubernamental que acabó en violencia armada. En el pasado, la región había sufrido varios periodos similares pero ahora, debido al cambio climático, las sequías son cada vez más frecuentes. “En lugar de producirse cada 10 años, empezaron a llegar cada cinco años; ahora se dan cada dos años”, observa Robert Pipe, coordinador de Naciones Unidas para la ayuda humanitaria en el Sahel. “Eso, a sus vez, plantea enormes tensiones en un medio ambiental que ya es increíblemente frágil y su población muy vulnerable.”
En Malí, uno de los varios países que ocupan esa región, los tuareg han sido particularmente golpeados. Las praderas en las que este pueblo nómada pastoreaba su ganado se están convirtiendo en desierto. Los tuareg, musulmanes que hablan la lengua berber, hace mucho tiempo que se enfrentan con la hostilidad del gobierno central con sede en Bamako, en otros tiempos controlado por los franceses y hoy por africanos negros de profesión tanto cristiana como animista. Con sus tradicionales medios de vida en peligro y escasa ayuda de la capital, los tuareg se rebelaron en enero de 2012 y se hicieron con la mitad del territorio de Malí antes de ser obligados a internarse en el Sahara por los franceses y otras fuerzas extranjeras (con el apoyo logístico y de inteligencia de Estados Unidos).
Los acontecimientos en Siria y Malí deberían considerarse como un anticipo de lo que es probable que ocurra en una escala mucho mayor según avance este siglo. A medida que se intensifique el cambio climático y traiga consigo no solo desertización sino también la elevación del nivel de los mares con la correspondiente inundación de las zonas costeras más bajas y las devastadoras olas de calor en regiones ya normalmente cálidas, cada vez más porciones del planeta serán menos habitables y obligarán a huir a millones de personas desesperadas en busca de zonas más propicias.
Mientras tanto los gobiernos más poderosos y ricos, especialmente los de las regiones más templadas del planeta, serán más capaces de hacer frente a esas tensiones y serán testigos del dramático crecimiento del número de estados fallidos con los consiguientes enfrentamientos violentos y guerras abiertas allí donde aún haya alimentos, tierra cultivable y un lugar para vivir. En otras palabras, imaginemos importantes partes de la Tierra tal como hoy están Libia, Siria y Yemen. Alguna gente permanecerá en su territorio y luchará para sobrevivir; otras personas emigrarán y, sin duda se toparán con una hostilidad mucho más violenta que la que ya vemos hoy en relación con los inmigrantes y refugiados en los países hacia donde van. Inevitablemente, el resultado será una epidemia global de guerras civiles por los recursos y de todo tipo de actos violentos para hacerse con ellos.
Las guerras por el agua
La mayor parte de esos conflictos serán dentro de los países: guerras civiles, clanes contra clanes, tribus contra tribus, sectas contra sectas. Sin embargo, en un planeta en cambio climático, no deben descartarse luchas entre países debidas a la escasez de recursos vitales, especialmente el agua. Ya está claro que el cambio climático reducirá la disponibilidad de agua en muchas zonas tropicales y subtropicales, poniendo en peligro la continuidad de las labores agrícolas, la salud, el funcionamiento de ciudades importantes y, posiblemente, la vitalidad misma de la sociedad.
El riesgo de “guerras por el agua” surgirá cuando dos o más países dependan de la misma fuente de este recurso –el Nilo, el Jordán, el Éufrates, el Indo, el Mekong y otros sistemas fluviales fronterizos– y cuando uno o más de esos países intenten apropiarse de una parte desproporcionada del cada vez más reducido caudal de esos ríos. Los intentos de algunos países de construir presas o de desviar el curso de un río en esos sistemas fluviales ya ha ocasionado fricciones y amenazas de guerra, como cuando Turquía y Siria levantaron diques en el Éufrates obstaculizando el normal flujo del agua.
En este sentido, un sistema fluvial que preocupó mucho fue el del río Brahmaputra, que nace en China (donde es conocido como el Yarlung Tsangpo) y discurre a través de India y Bangladesh antes de desembocar en el golfo de Bengala. China ya ha construido una presa en el río y tiene planes para construir alguna más, lo que provoca considerable inquietud en India, donde el agua del Brahmaputra es vital para la agricultura. Pero lo que alarmó más es un plan chino para construir un canal para llevar agua de este río a zonas en el norte de ese país donde escasea el líquido elemento.
Los chinos insisten que el proyecto no es algo inminente, pero la intensificación del calentamiento y el aumento de las sequías en el futuro inducirían a ponerlo en marcha haciendo peligrar la provisión de agua en India y posiblemente provocando un conflicto. “Se prevé que la construcción de pantanos por parte de China y su propuesta de desvío del Brahmaputra no solo repercutirán en el fluir del agua, la agricultura, la ecología, la vida y los medios de vida aguas abajo”, escribió Sudha Ramachandran en The Diplomat, “podría también convertirse en otra cuestión de disputa que minaría las relaciones entre China e India.”
Por supuesto, incluso en un futuro de mayores tensiones a causa del agua, ese tipo de situaciones no necesariamente derivarían en conflictos bélicos. Es posible que los países implicados resuelvan la manera de compartir cualquier recurso limitado que aún quede y busquen medios alternativos de supervivencia. No obstante, es posible que a medida que se reduzcan los recursos y millones de personas se vean frente a la sed y el hambre aumente la tentación de emplear la fuerza. En esas circunstancias, la supervivencia de cualquier país estaría en riesgo, lo que animaría a recurrir a medidas desesperadas.
Bajar la temperatura
No existen dudas de que es mucho lo que se puede hacer para reducir el riesgo de guerras por el agua, entre otras cosas la adopción de esquemas cooperativos de la gestión del agua, la introducción generalizada del riego por goteo y otros procesos afines, que utilizan más eficientemente el agua. Sin embargo, la mejor manera de de evitar futuros enfrentamientos causados por el clima es, por supuesto, reducir el ritmo global de calentamiento. Cada décima de grado menos de calentamiento que se consiga en París y a partir de entonces, significará menor derramamiento de sangre en futuras guerras por los recursos basadas en el calentamiento climático.
Esta es la forma en que debe ser vista la conferencia cumbre de París, una conferencia que tiene lugar antes de que las guerras empiecen de verdad. Si los delegados de la COP-21 tienen éxito en encaminarnos en la senda que limita el calentamiento global en los 2 ºC, el riesgo de violencia futura habrá disminuido en consecuencia. De más está decir que incluso un calentamiento de 2 grados asegura un importante daño a los sistemas vitales naturales, la posibilidad de grave escasez de recursos y la expectativa de conflictos civiles. Por esta razón, sería preferible un techo aún más bajo de aumento de temperatura; este debería ser el objetivo de futuras conferencias. Aun así, dada la actual emisión de gases de efecto invernadero que se echan en la atmósfera, incluso un tope de 2 grados sería un logro importante.
Para conseguir un resultado como este, sin duda los delegados tiene que empezar a ocuparse también de los conflictos en curso, entre ellos los de Siria, Iraq, Yemen y Ucrania, para colaborar en el diseño de medidas comunes ligadas al cambio climático. En este sentido, la conferencia cumbre de París será también una conferencia de paz. Por primera vez en la historia, los países del mundo tendrán que dar un paso más allá del pensamiento nacional y aceptar un objetivo más trascendente: la seguridad del ecosistema Tierra y todos sus habitantes, no importa cuál sea su identidad nacional, cultural, religiosa, racial o lingüística. Nunca se ha intentado nada parecido, es decir, será un ejercicio de pacificación de la más fundamental índole y, por primera vez, antes de las guerras empiecen de verdad.
En estos días, si usted no quiere que se le pongan los pelos de punta con la cuestión de nuestro futuro en el planeta Tierra, todo lo que tiene que hacer es mirar a su alrededor. Aquí va una breve lista hecha al azar de las últimas noticias sobre los acontecimientos relacionados con el cambio climático.
Hace unos días, México fue golpeado por el huracán más fuerte registrado alguna vez en el hemisferio occidental. Según la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica (NOAA, por sus siglas en inglés), en septiembre la temperatura media mundial se salió de todas las pautas conocidas (“Esto marca que se ha establecido el quinto mes consecutivo de record mensual de altas temperaturas del promedio de los últimos 1.629 meses del registro empezado en enero de 1880”). Septiembre fue el séptimo mes de 2015 registrado como “terrible record”; esta acumulación de altos registros podría hacer que este año siguiera el mismo camino de records (en estos momentos, a esta historia se la considera tan rutinaria y previsible que ¡ha desaparecido de la primera plana de los diarios!). La catastrófica guerra civil, guerra terrorista y conflicto internacional que tiene lugar en Siria está siendo reclasificada para pasar a ser la primera guerra del cambio climático sobre la base de la terrible sequía que la precedió. De hecho, a esta calamidad se la ha llamado “la peor sequía prolongada y la más grave serie de cultivos fracasados desde que hace miles de años empezó la civilización agrícola en la Media Luna Fértil (la cuna de la civilización: Mesopotamia, el valle del Nilo y zonas verdes intermedias)”. Si nos volvemos hacia climas más fríos, el hielo antártico se está derritiendo tan rápidamente que, según las últimas investigaciones, la capa de hielo de ese continente podría desaparecer hacia el 2100, lo que garantizaría un aumento del nivel del mar de proporciones inimaginables. Mientras tanto, la semana pasada, era posible mirar online un dramático vídeo que muestra el deshielo de Groenlandia, los ríos en los que el agua corre por la capa de hielo que se está derritiendo, lo que hará que en estas décadas el nivel del mar en el mundo se eleve en unos seis metros, según estimaciones. Y, sí, para aquellos cuya curiosidad se centra en las regiones más cálidas, un nuevo estudio indica que, en el final de este siglo, las olas de calor en el golfo Pérsico pueden ser tan intensas que pondría literalmente en peligro la supervivencia humana en algunas partes del corazón petrolero del planeta.
¿Es necesario que continúe? ¿Es necesario que diga por qué importan muchísimo las próximas conversaciones sobre el cambio climático que en pocas semanas se realizarán en París? ¿Es necesario que agregue que sean cuales sean los acuerdos a los que se pueda llegar en París es muy poco probable que sean suficientes para controlar de verdad el calentamiento global? En ese contexto, si usted piensa en que el Gran Oriente Medio –donde desde 2001 hay cinco estados fallidos– ya es una pesadilla, reflexione sobre la visión que nos presenta Michael Klare, miembro regular de TomDispatch, de un planeta Tierra desgarrado por guerras por los recursos en un futuro de “terribles records” de calores inhumanos y coyunturas trascendentales. Si quiere saber qué está en juego para nuestros nietos y biznietos, lea esta nota.
* * *
Evitar un mundo de estados fallidos y guerras por los recursos
A finales de noviembre, delegaciones de casi 200 países se reunirán en París en lo que se anuncia como el encuentro climático más importante de la historia. Oficialmente conocida como COP-21 o la 21ª Conferencia de las Partes de la Convención Marco de Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (el tratado de 1992 que estableció que este fenómeno amenazaba la salud del planeta y la supervivencia humana), la conferencia cumbre de París se centrará en la adopción de medidas capaces de limitar el calentamiento global por debajo de los niveles de catástrofe. Si fracasa, es probable que en las próximas décadas el aumento de la temperatura media exceda los 2 grados centígrados, que es el aumento máximo que la mayoría de los científicos cree que la Tierra puede soportar sin que se produzcan impactos climáticos irreversibles, entre ellos importante aumento del nivel de los mares.
El fracaso en poner un tope a las emisiones de gases de efecto invernadero garantiza también otra consecuencia, a pesar de que es una de las menos discutidas. En el largo plazo, producirá no solo impactos climáticos sino también una inestabilidad social de alcance mundial, insurrecciones y guerras. En este sentido, debería considerarse que la COP-21 no solo es una conferencia por el clima sino también una conferencia de paz; tal vez, la convocatoria por la paz más importante de la historia.
Para comprender el porqué hay que tener en cuenta los últimos descubrimientos científicos sobre el posible impacto del calentamiento global, sobre todo el informe 2014 del Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en inglés). Cuando se publicó, el informe atrajo la cobertura de los medios internacionales porque predecía que el cambio climático sin obstáculos provocaría graves sequías, fuertes tormentas, olas de intenso calor, recurrencia de cosechas fracasadas e inundación de zonas costeras marítimas, conducentes todas a grandes pérdidas de vidas y penurias. Acontecimientos recientes, como prolongadas sequías en California y agobiantes olas de calor en Europa y Asia, llamaron la atención mediática en solo estos impactos. El informe IPCC, sin embargo, sugería que el calentamiento global tendría también devastadoras consecuencias de naturaleza social y política, incluyendo ruina de la economía, caída de gobiernos, conflictos civiles, migraciones en masa y, más temprano que tarde, guerras por los recursos.
Ese pronóstico fue recibido con mucha menos atención; aunque la posibilidad de semejante futuro debería ser bastante obvio dado que las instituciones humanas, al igual que los sistemas naturales, son vulnerables al cambio climático. Las economías serán afectadas cuando las materias primas clave –cereales, maderas, pescado, animales de cría– se hagan cada día más escasas, sean destruidas o falten. Las sociedades empezarán a venirse abajo como consecuencia de la depresión económica y los enormes flujos de refugiados. Es posible que los conflictos armados no sean la consecuencia inmediata de estos problemas, señala el IPCC, pero si se combinan los efectos del cambio climático con los ya existentes, como la pobreza, el hambre, la escasez de recursos, los gobiernos ineptos y corruptos, además de los culturales, étnicos, religiosos y los resentimientos nacionales, es posible que se acabe en enconados conflictos por el acceso a los alimentos, el agua, la tierra y otros recursos vitales.
Las próximas guerras civiles climáticas
Esas guerras no surgirán de la nada. Las tensiones y resentimientos que ya existen irán en aumento, sin duda ayudados por actos de provocación y exhortaciones de líderes demagógicos. Pensemos en los actuales brotes de violencia en Israel y los territorios palestinos, desencadenados por choques por el acceso al Templo de la Montaña en Jerusalén (también conocido como el Noble Santuario) y la incendiaria retórica de los líderes implicados. Combinemos las penurias económicas y de recursos con una situación como la descrita y tenemos la receta perfecta para la guerra.
Las necesidades vitales ya están distribuidas de un modo muy poco uniforme en todo el planeta. Es frecuente que la línea de separación entre aquellos que gozan de un acceso adecuado al suministro de los recursos vitales y quienes carecen de ellos coincida con divisiones raciales, culturales, religiosas o lingüísticas de larga data. Los israelíes y palestinos, por ejemplo, guardan una hostilidad profundamente asentada en cuestiones étnicas, culturales y religiosas pero además las posibilidades de unos y otros son muy diferentes cuando se trata del acceso a la tierra y al agua. Si a esta situación añadimos las tensiones provocadas por el cambio climático es muy posible suponer que las pasiones se descontrolen.
El cambio climático degradará o destruirá muchos sistemas naturales –muchos de ellos ya sufren tensiones– en los cuales se basa la supervivencia del ser humano. Algunas zonas en las que hoy conviven la agricultura y la cría de animales pueden llegar a ser inhabitables o solo capaces de satisfacer las necesidades de poblaciones muy reducidas. Por ejemplo, debido al aumento de las temperaturas y a las sequías cada vez más feroces, la franja sur del desierto del Sahara, en otros tiempos unas praderas capaces de sustentar a los pastores nómadas, ahora se está transformando en una tierra yerma que les obliga a abandonar su hogar ancestral. A muchas tierras de cultivo de África, Asia y Oriente Medio les espera la misma suerte. Algunos ríos, que alguna vez aseguraban el suministro de agua durante todo el año, fluirán solo esporádicamente o se secarán por completo; una vez más, las poblaciones afectadas serán dejadas ante opciones muy difíciles de aceptar.
Tal como señala el informe del IPCC, las instituciones de los países más débiles serán muy presionadas para que se ajusten a la carga climática y ayuden con alimentación, techo y otras necesidades de emergencia a quienes estén desesperadamente apurados. “El aumento de la inseguridad humana”, dice el informe, “puede coincidir con una disminución de la capacidad estatal de llevar a cabo eficaces acciones de adaptación, creando así las condiciones más apropiadas para posibles conflictos violentos”.
Un buen ejemplo de este peligro es el que proporciona el inicio de la guerra civil en Siria y el posterior colapso de ese país en un fárrago de luchas y una ola de refugiados como no se había visto desde la Segunda Guerra Mundial. Entre 2006 y 2010, Siria vivió una sequía devastadora en la que se cree que el cambio climático tiene su parte de responsabilidad y que ha convertido en desierto al 60 por ciento de su territorio. Los cultivos fracasaron y murió la mayor parte del ganado sirio; la consecuencia es que millones de campesinos acabaron en la miseria. Desesperados e incapaces de seguir viviendo en su tierra, se trasladaron a las principales ciudades de Siria en procura de un trabajo, a menudo no solo enfrentando penurias extremas sino también la hostilidad de las elites urbanas bien situadas.
Si el autócrata Bashar al-Assad hubiese respondido con algún programa de emergencia destinado a crear puestos de trabajo y proporcionar vivienda a los desplazados por la sequía, quizá se habría evitado el conflicto. En lugar de ello, recortó los susidios para alimentos y combustibles, incrementando la miseria de los desplazados y avivando las llamas de la revuelta. Según el punto de vista de varios importantes estudiosos, “el rápido crecimiento de los suburbios de las ciudades sirias, donde predominaban los asentamientos ilegales, la superpoblación, la escasez de infraestructuras, el paro y el delito, fue descuidado por la administración Assad y se convirtió en el corazón del creciente descontento”.
Un cuadro análogo se produjo en la región africana del Sahel, en el margen sur del Sahara, donde se dio una combinación de intensa sequía, degradación del hábitat y negligencia gubernamental que acabó en violencia armada. En el pasado, la región había sufrido varios periodos similares pero ahora, debido al cambio climático, las sequías son cada vez más frecuentes. “En lugar de producirse cada 10 años, empezaron a llegar cada cinco años; ahora se dan cada dos años”, observa Robert Pipe, coordinador de Naciones Unidas para la ayuda humanitaria en el Sahel. “Eso, a sus vez, plantea enormes tensiones en un medio ambiental que ya es increíblemente frágil y su población muy vulnerable.”
En Malí, uno de los varios países que ocupan esa región, los tuareg han sido particularmente golpeados. Las praderas en las que este pueblo nómada pastoreaba su ganado se están convirtiendo en desierto. Los tuareg, musulmanes que hablan la lengua berber, hace mucho tiempo que se enfrentan con la hostilidad del gobierno central con sede en Bamako, en otros tiempos controlado por los franceses y hoy por africanos negros de profesión tanto cristiana como animista. Con sus tradicionales medios de vida en peligro y escasa ayuda de la capital, los tuareg se rebelaron en enero de 2012 y se hicieron con la mitad del territorio de Malí antes de ser obligados a internarse en el Sahara por los franceses y otras fuerzas extranjeras (con el apoyo logístico y de inteligencia de Estados Unidos).
Los acontecimientos en Siria y Malí deberían considerarse como un anticipo de lo que es probable que ocurra en una escala mucho mayor según avance este siglo. A medida que se intensifique el cambio climático y traiga consigo no solo desertización sino también la elevación del nivel de los mares con la correspondiente inundación de las zonas costeras más bajas y las devastadoras olas de calor en regiones ya normalmente cálidas, cada vez más porciones del planeta serán menos habitables y obligarán a huir a millones de personas desesperadas en busca de zonas más propicias.
Mientras tanto los gobiernos más poderosos y ricos, especialmente los de las regiones más templadas del planeta, serán más capaces de hacer frente a esas tensiones y serán testigos del dramático crecimiento del número de estados fallidos con los consiguientes enfrentamientos violentos y guerras abiertas allí donde aún haya alimentos, tierra cultivable y un lugar para vivir. En otras palabras, imaginemos importantes partes de la Tierra tal como hoy están Libia, Siria y Yemen. Alguna gente permanecerá en su territorio y luchará para sobrevivir; otras personas emigrarán y, sin duda se toparán con una hostilidad mucho más violenta que la que ya vemos hoy en relación con los inmigrantes y refugiados en los países hacia donde van. Inevitablemente, el resultado será una epidemia global de guerras civiles por los recursos y de todo tipo de actos violentos para hacerse con ellos.
Las guerras por el agua
La mayor parte de esos conflictos serán dentro de los países: guerras civiles, clanes contra clanes, tribus contra tribus, sectas contra sectas. Sin embargo, en un planeta en cambio climático, no deben descartarse luchas entre países debidas a la escasez de recursos vitales, especialmente el agua. Ya está claro que el cambio climático reducirá la disponibilidad de agua en muchas zonas tropicales y subtropicales, poniendo en peligro la continuidad de las labores agrícolas, la salud, el funcionamiento de ciudades importantes y, posiblemente, la vitalidad misma de la sociedad.
El riesgo de “guerras por el agua” surgirá cuando dos o más países dependan de la misma fuente de este recurso –el Nilo, el Jordán, el Éufrates, el Indo, el Mekong y otros sistemas fluviales fronterizos– y cuando uno o más de esos países intenten apropiarse de una parte desproporcionada del cada vez más reducido caudal de esos ríos. Los intentos de algunos países de construir presas o de desviar el curso de un río en esos sistemas fluviales ya ha ocasionado fricciones y amenazas de guerra, como cuando Turquía y Siria levantaron diques en el Éufrates obstaculizando el normal flujo del agua.
En este sentido, un sistema fluvial que preocupó mucho fue el del río Brahmaputra, que nace en China (donde es conocido como el Yarlung Tsangpo) y discurre a través de India y Bangladesh antes de desembocar en el golfo de Bengala. China ya ha construido una presa en el río y tiene planes para construir alguna más, lo que provoca considerable inquietud en India, donde el agua del Brahmaputra es vital para la agricultura. Pero lo que alarmó más es un plan chino para construir un canal para llevar agua de este río a zonas en el norte de ese país donde escasea el líquido elemento.
Los chinos insisten que el proyecto no es algo inminente, pero la intensificación del calentamiento y el aumento de las sequías en el futuro inducirían a ponerlo en marcha haciendo peligrar la provisión de agua en India y posiblemente provocando un conflicto. “Se prevé que la construcción de pantanos por parte de China y su propuesta de desvío del Brahmaputra no solo repercutirán en el fluir del agua, la agricultura, la ecología, la vida y los medios de vida aguas abajo”, escribió Sudha Ramachandran en The Diplomat, “podría también convertirse en otra cuestión de disputa que minaría las relaciones entre China e India.”
Por supuesto, incluso en un futuro de mayores tensiones a causa del agua, ese tipo de situaciones no necesariamente derivarían en conflictos bélicos. Es posible que los países implicados resuelvan la manera de compartir cualquier recurso limitado que aún quede y busquen medios alternativos de supervivencia. No obstante, es posible que a medida que se reduzcan los recursos y millones de personas se vean frente a la sed y el hambre aumente la tentación de emplear la fuerza. En esas circunstancias, la supervivencia de cualquier país estaría en riesgo, lo que animaría a recurrir a medidas desesperadas.
Bajar la temperatura
No existen dudas de que es mucho lo que se puede hacer para reducir el riesgo de guerras por el agua, entre otras cosas la adopción de esquemas cooperativos de la gestión del agua, la introducción generalizada del riego por goteo y otros procesos afines, que utilizan más eficientemente el agua. Sin embargo, la mejor manera de de evitar futuros enfrentamientos causados por el clima es, por supuesto, reducir el ritmo global de calentamiento. Cada décima de grado menos de calentamiento que se consiga en París y a partir de entonces, significará menor derramamiento de sangre en futuras guerras por los recursos basadas en el calentamiento climático.
Esta es la forma en que debe ser vista la conferencia cumbre de París, una conferencia que tiene lugar antes de que las guerras empiecen de verdad. Si los delegados de la COP-21 tienen éxito en encaminarnos en la senda que limita el calentamiento global en los 2 ºC, el riesgo de violencia futura habrá disminuido en consecuencia. De más está decir que incluso un calentamiento de 2 grados asegura un importante daño a los sistemas vitales naturales, la posibilidad de grave escasez de recursos y la expectativa de conflictos civiles. Por esta razón, sería preferible un techo aún más bajo de aumento de temperatura; este debería ser el objetivo de futuras conferencias. Aun así, dada la actual emisión de gases de efecto invernadero que se echan en la atmósfera, incluso un tope de 2 grados sería un logro importante.
Para conseguir un resultado como este, sin duda los delegados tiene que empezar a ocuparse también de los conflictos en curso, entre ellos los de Siria, Iraq, Yemen y Ucrania, para colaborar en el diseño de medidas comunes ligadas al cambio climático. En este sentido, la conferencia cumbre de París será también una conferencia de paz. Por primera vez en la historia, los países del mundo tendrán que dar un paso más allá del pensamiento nacional y aceptar un objetivo más trascendente: la seguridad del ecosistema Tierra y todos sus habitantes, no importa cuál sea su identidad nacional, cultural, religiosa, racial o lingüística. Nunca se ha intentado nada parecido, es decir, será un ejercicio de pacificación de la más fundamental índole y, por primera vez, antes de las guerras empiecen de verdad.
Michael T. Klare, colaborador habitual de TomDispatch, es profesor de Seguridad y Paz en el Mundo en el Hampshire College y autor del muy reciente The Race for What’s Left. Una versión cinematógráfica documental de su libro Blood and Oil está disponible en Media Education Foundation.
No hay comentarios:
Publicar un comentario