martes, 4 de agosto de 2015

La indigestiĆ³n que viene



Le Monde diplomatique

Traducido del francĆ©s para RebeliĆ³n por Caty R.


Resultado de imagen para comida chatarraUna carcasa artificial cae sobre la cadena de producciĆ³n de una fĆ”brica asĆ©ptica. Recubierta de una espesa pasta blanca que sale de un brazo metĆ”lico, a continuaciĆ³n pasa por una mĆ”quina que le da aspecto de un pollo bien cebado al que habrĆ­an cortado la cabeza y las patas. Tras unas pulverizaciones de colorante, el «ave» estĆ” empaquetada lista para la venta. Estas imĆ”genes, extraĆ­das de la pelĆ­cula L’Aile ou la Cuisseuna comedia popular en la que Louis de FunĆØs interpreta a un crĆ­tico gastronĆ³mico en guerra contra un gigante de la restauraciĆ³n colectiva, presentaban en 1976 un carĆ”cter estrafalario propio para suscitar hilaridad.

Cuarenta aƱos despuĆ©s la realidad supera a la ficciĆ³n y la risa se congela. La comida anodina expedida rĆ”pidamente ha sustituido los platos sabrosos en las mesas de los hogares y restaurantes. Productos que no tienen nada de naturales invaden las estanterĆ­as de los supermercados: tomates y fresas insĆ­pidos, productos de invierno y de verano de invernaderos recalentados a golpe de abonos y fungicidas, platos preparados con «minerai de bœuf», una mezcla de carne, piel, grasa y vĆ­sceras en la que se esconden a veces pedazos de caballo, pizzas cubiertas de sucedĆ”neo de queso que tiene la apariencia de queso autĆ©ntico pero no contiene una gota de leche. Y lo mismo las pequeƱas croquetas de pollo bautizadas «nuggets», cuyo mĆ©todo de fabricaciĆ³n parece salido directamente de la pelĆ­cula de Claude Zidi: se trata en realidad de una pasta de ave recompuesta, endurecida con pan rallado y despuĆ©s pasada a la freidora.
Todos esos productos han llegado a las estanterĆ­as sin encontrar resistencia. No porque a los consumidores les apetezcan particularmente los productos quĆ­micos, sino porque tienen ventajas econĆ³micas, hay mucha oferta y no hay alternativas. SegĆŗn una idea que mantienen ampliamente las multinacionales agroalimentarias –y negada por numerosos estudios (1)- serĆ­a imposible alimentar a todo el mundo con productos frescos y sanos a un precio razonable. Por lo tanto hay que adaptarse a la ganaderĆ­a y la agricultura extensivas, a la utilizaciĆ³n de pesticidas y piensos, a la estandarizaciĆ³n de los productos y a no ver mĆ”s que inconvenientes para la democratizaciĆ³n de la alimentaciĆ³n. Por otra parte estĆ” el enriquecimiento de los promotores de comida basura, ese ingenioso medio de producciĆ³n que ha hecho bajar la parte del presupuesto que un hogar francĆ©s dedica a la alimentaciĆ³n del 40,8 % en 1958 al 20,4 % en 2013 (2).
Sin embargo la alimentaciĆ³n barata tiene un coste –social, sanitario, medioambiental- cada vez mĆ”s visible a medida que los hĆ”bitos de consumo de los paĆ­ses occidentales se extienden por todo el mundo. Para ofrecer productos a bajo precio, el complejo agroindustrial rompe los salarios y precariza a millones de trabajadores: las frutas y verduras vendidas por los grandes distribuidores (de donde sale el 70 % de las rentas alimentarias en Francia) son cosechadas por trabajadores temporeros o emigrantes clandestinos infrapagados, transportadas por conductores que no cuentan las horas y vendidas por dependientes con sueldos mĆ­nimos. AdemĆ”s los productos industriales, ricos en grasas saturadas, azĆŗcar y sal, son particularmente calĆ³ricos. Consumidos en cantidades importantes –como nos invita la publicidad- favorecen el sobrepeso y la obesidad y por lo tanto la difusiĆ³n de enfermedades como el colesterol, la diabetes y la hipertensiĆ³n. 200.000 estadounidenses mueren anualmente de enfermedades vinculadas al Ć­ndice de grasa corporal. A escala mundial, el nĆŗmero de personas con sobrepeso (alrededor de 1.500 millones de personas), supera al de personas desnutridas (alrededor de 800 millones). AsĆ­ un segundo problema de la nutriciĆ³n viene a aƱadirse al problema del hambre.
DeforestaciĆ³n, contaminaciĆ³n de las capas freĆ”ticas, empobrecimiento de los suelos y destrucciĆ³n de la biodiversidad: el productivismo alimentario tiene finalmente consecuencias funestas sobre el medio ambiente. Solo la industria de la carne acapara el 78 % de las tierras agrĆ­colas del planeta, es responsable del 80 % de la deforestaciĆ³n de la Amazonia y del 14,5 % de las emisiones de gas invernadero causadas por el hombre. Sabiendo que hacen falta 15.000 litros de agua y siete kilos de cereales para producir un kilo de carne de vacuno y que por ejemplo en Francia se consumen 3.000 kilos al minuto, es fĆ”cil hacer el cĆ”lculo…
Para detener el choque ecolĆ³gico en cadena, algunos plantean acelerar la huida hacia adelante cientĆ­fica. BiĆ³logos y genetistas han conseguido carne sintĆ©tica, totalmente fabricada en laboratorio, y huevos artificiales concebidos sin gallinas. Pero otros, siempre mĆ”s numerosos, proponen el regreso a una agricultura local, respetuosa con el medio ambiente y emancipada de las grandes cadenas de distribuciĆ³n. Sin embargo esta soluciĆ³n estĆ” reservada a una minorĆ­a de la poblaciĆ³n que puede permitirse el lujo de alimentarse correctamente sin tener que recortar otros gastos esenciales. Las clases populares en su mayorĆ­a se hallan cautivas de los productos del agronegocio. AsĆ­, la lucha por la alimentaciĆ³n es tanto polĆ­tica como social: permitir que todas las personas dispongan de los medios para acceder a una alimentaciĆ³n de calidad.
(1) VĆ©ase por ejemplo « Le droit Ć  l’alimentation, facteur de changement » (PDF), informe final, OrganizaciĆ³n de las Naciones Unidas, Nueva York, enero de 2014.
(2) Bajo la direcciĆ³n de Olivier Wieviorka, La France en chiffres de 1870 Ć  nos jours, Perrin, Paris, 2015 ; « Les comptes de la nation en 2013 » (PDF), Instituto Nacional de EstadĆ­stica y de Estudios EconĆ³micos. ParĆ­s, mayo de 2014.

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