jueves, 15 de enero de 2015

Violencia sexual y colonialismo israelí


Jadaliyya/Viento Sur

“No solo invadieron nuestra casa, se apropiaron de nuestro espacio y nos desahuciaron, sino que a mí incluso me detuvieron y me llevaron a la maskubya, la comisaría de policía. Me encerraron en la habitación número cuatro, sola, durante mucho tiempo. Después entró un hombre grande y alto, un agente de policía, en el cuarto de interrogatorios. Yo estaba sola y me puse a temblar de miedo cuando él cerró la puerta, comenzó a mover objetos de un lado para otro y me examinó de pies a cabeza. Yo estaba aterrorizada, el corazón me latía desbocado. Sus ojos penetraron mi cuerpo mientras él abría los cajones en busca de algo. Entonces salió de la habitación y volvió cinco minutos después con una caja en las manos, de la que extrajo un par de guantes de plástico azules y se los puso, mientras me miraba y me dijo: ‘Ven aquí…’ He de decir que yo estaba aterrorizada cuando invadieron nuestra casa y nos expulsaron. Estaba sumamente preocupada cuando detuvieron a mi hijo. Pero mi temor de ‘sabes qué’… que abusen de ti… que te violen esas grandes manos azules y más... fueron los momentos más terribles de mi vida/1.”

Estas fueron las palabras de Sama, una mujer palestina de 36 años de edad que perdió el espacio familiar y físico de su hogar para experimentar nuevos horrores con la amenaza de abuso sexual. El testimonio de Sama no es infrecuente, ya que las mujeres colonizadas que viven en condiciones de privación y desposesión absolutas son objeto de agresiones diarias contra su sexualidad y sus derechos sobre el propio cuerpo. La violencia sexual es un elemento central de la estructura más amplia del poder colonial, su aparato de dominación racial y su lógica de eliminación. Esto salta a la vista en la historia de los contextos coloniales, donde la maquinaria de violencia se dirige explícitamente contra la sexualidad de las mujeres y la seguridad de sus cuerpos como “enemigas interiores” biológicas, ya que son las productoras de la siguiente generación.
El colonialismo –como “estructura, no como acontecimiento”– actúa con una “lógica de eliminación” que trata de borrar la presencia indígena en un territorio determinado (el “elemento irreductible” del colonialismo). Es un colonialismo que “destruye con el fin de reemplazar”. La invasión de tierras indígenas busca eliminar permanentemente la presencia indígena sobre el terreno a fin de sustituirla por la nueva sociedad y la gobernanza de los colonos. En medios académicos se ha señalado que la lógica de eliminación del colonialismo puede culminar en el genocidio de los indígenas. En sus manifestaciones europeas, tanto el colonialismo como el genocidio han “empleado la gramática organizadora de la raza”.
Desde que se concibió, el Estado judío se insertó en una lógica colonial de tipo racial. Esta lógica convierte al palestino en un “otro” peligroso por oposición al sujeto blanco/judío y su polis. Como han observado numerosos autores, esta configuración racial se articula a través de la ideología orientalista de los primeros pensadores sionistas, que declararon al pueblo judío portador de la civilización europea frente a una región y una población culturalmente retrógradas. Tal proyecto “modernizador” o misión “civilizatoria” se nutría de un imaginario sionista de una mano de obra exclusivamente judía que cultivaría una tierra vacía y baldía, “haciendo florecer el desierto”. La dirección sionista temprana trató de actualizar el mito fundacional sionista de la “tierra sin gente para gente sin tierra” mediante la limpieza étnica sistemática de los palestinos indígenas en 1948. La entidad sionista sigue desahuciando hoy a los palestinos nativos. Las masacres en Gaza de julio y agosto de 2014 y la política represiva del “puño de hierro” contra los habitantes palestinos de Jerusalén en las fechas en que escribimos este artículo son modalidades contemporáneas de la expulsión colonial de la población nativa palestina.
Sostenemos que las agresiones contra los cuerpos y la sexualidad de las mujeres es consustancial a la lógica de eliminación del proyecto colonial israelí. La violación y otras formas de violencia sexual contra mujeres palestinas han sido siempre un elemento constitutivo de los intentos del Estado colonial de eliminar y expulsar a los palestinos indígenas de sus tierras. Además de la violación y otras formas de violencia sexual, la lógica racial refuerza el imaginario y el proyecto de conquista y explotación de la tierra palestina, transformándola en la polis judía. Por consiguiente, nuestro comentario sobre la violencia sexual no sólo tiene que ver con las prácticas y políticas sexuales del Estado sionista, sino también con la naturaleza de la propia violencia colonial israelí.
Como feministas palestinas afirmamos que el imaginario del movimiento sionista de conquistar y colonizar el cuerpo palestino es indisociable del proyecto de conquistar y colonizar la tierra palestina y de eliminar la presencia indígena. En este sentido nos basamos en la tesis de la académica nativa estadounidense Andrea Smith de que la lógica de la violencia sexual colonial “fundamenta la ideología de que los cuerpos indígenas son intrínsecamente violables y, por extensión, de que las tierras indígenas también son intrínsecamente violables”. Centramos nuestro análisis de la nakba incesante que se dirige contra nuestro pueblo en la lógica de la violencia sexual de los colonos. Examinamos la lógica de la violencia sexual, en su contexto histórico y actual, como una maquinaria oculta y visible de patriarcado colonial contra las comunidades indígenas en Palestina. La lógica de la violencia sexual pretende fragmentar la familia y la comunidad palestina, pues corta la conexión con su tierra. El proyecto sionista se basa intrínsecamente en la destrucción de los cuerpos y las tierras indígenas palestinas, que no puede separarse de la lógica colonial de eliminación. La violencia sexual no es un mero subproducto del colonialismo, sino que “la lógica de la violencia sexual estructura al propio colonialismo”.
Violencia sexual y genocidio palestino desde la nakba

Para comprender los ataques intensificados contra los cuerpos de las mujeres palestinas en tiempos de ofensiva del régimen colonial es preciso realizar un análisis feminista. Este análisis toma como punto de partida la nakba. Israel se construyó sobre las ruinas de Palestina, su tierra, fruto del dolor y la expulsión. Se construyó sobre la destrucción de nuestros lazos sociales comunales y sobre la violación e invasión de nuestros hogares y nuestros cuerpos. La violación y el asesinato de las mujeres palestinas fueron un aspecto central de las masacres y expulsiones sistemáticas por parte de las tropas israelíes durante la destrucción de las aldeas palestinas en 1948.
Así, durante la masacre perpetrada en Deir Yassin, por ejemplo, se ordenó a todos los habitantes que se reunieran en la plaza del pueblo. Allí los pusieron delante de un muro y los fusilaron. Una testigo dijo que su hermana, que estaba embarazada de nueve meses, recibió un tiro en la nuca y que los agresores abrieron luego su tripa con un cuchillo de carnicero y sacaron al bebé nonato. Cuando una mujer árabe trató de agarrar el bebé, le dispararon… Violaron a mujeres delante de sus hijos y luego las asesinaron y arrojaron sus cuerpos en un pozo.
David Ben Gurion, al igual que otros dirigentes sionistas, comentó abiertamente la violación y la tortura sexual de las mujeres palestinas en su diario en 1948. Al tiempo que defendía el asesinato de mujeres y niños palestinos, calificándolos de amenaza para la gobernanza de los colonos judíos, instituyó un premio que se concedería a toda mujer judía con motivo del nacimiento de su décimo hijo. Ben Gurion se aseguró de que fuera la Agencia Judía, no el Estado, la que gestionara esos incentivos a la natalidad con el fin de garantizar la exclusión de los árabes/2. La fetichización de la fertilidad hizo que las mujeres palestinas, en particular, fueran vilipendiadas por la retórica nacionalista que politiza profundamente su reproducción. Para los sionistas, las mujeres palestinas han sido siempre y siguen siendo, como hemos visto en los últimos ataques en Gaza, víctimas de la maquinaria asesina sionista.
Académicas feministas también han sugerido que el Estado sionista moviliza la violencia contra los cuerpos y la sexualidad de las mujeres palestinas con el fin de reforzar las estructuras patriarcales indígenas y contribuir a la expulsión de los palestinos de su tierra. Bajo la ocupación israelí ha proliferado el abuso sexual militarizado. El Estado de Israel y sus fuerzas militares han utilizado la amenaza de violencia sexual contra las mujeres palestinas y las percepciones patriarcales de la sexualidad y el “honor” para “reclutar a palestinas como colaboradoras” durante periodos de levantamiento popular y para atajar todo intento de organizar la resistencia. Esta práctica ha sido tan común históricamente que en lengua árabe se ha acuñado un término específico, isqat siyassy, que designa el abuso sexual de mujeres palestinas por motivos políticos. El aparato de seguridad del Estado sigue utilizando la identidad sexual de las palestinas y las concepciones orientalistas de la “cultura árabe” para reclutar a colaboradores y fragmentar la sociedad palestina. Recientes revelaciones de la Unidad 8200 de los servicios secretos militares de Israel han vuelto a poner sobre el tapete este hecho. La “violación” real y figurativa de los cuerpos de mujeres palestinas, calificados de intrínsecamente violables por la entidad sionista, está basada en la misma lógica de violencia sexual que refuerza el proyecto colonial de violación y confiscación de la tierra de los palestinos nativos.
Desenmascarar la lógica de la violencia sexual
El muro de silencio en torno al uso por la maquinaria sionista de la violencia sexual contra las mujeres palestinas/3 y sus comunidades se ha manifestado de nuevo desde el comienzo de las operaciones militares más recientes del Estado. La lógica de la violencia sexualizada que estructura el proyecto colonial israelí se ha hecho todavía más visible en el último periodo de invasión militar. Consignas como “muerte a los árabes” y “árabes fuera” se han vuelto más comunes y toleradas en el espacio público israelí, poniendo de relieve el afán necropolítico contra los nativos palestinos en el corazón de la llamada democracia judía.
El 1 de julio, inmediatamente después del descubrimiento de los cadáveres de tres jóvenes colonos judíos que habían desaparecido en la Cisjordania ocupada, el profesor israelí Mordechai Kedar, del Centro Begin-Sadat de Estudios Estratégicos, comentó lo siguiente en la radio pública: “Lo único que puede disuadir a… quienes secuestraron a los niños [israelíes] y los mataron, la única manera de disuadirles es que sepan que si los capturan, su hermana o su madre serán violadas… Esta es la cultura de Oriente Medio.” Sus comentarios sugieren que la violación de las mujeres palestinas es el único medio para disuadir a la resistencia palestina y el “terrorismo”.
A nosotras, feministas palestinas, no nos extrañó que Kedar propugnara la violación como antídoto contra la resistencia anticolonial. Al hacer esos comentarios en la radio pública, abiertamente, donde le escucharía un amplio sector de la audiencia judía israelí, mujeres y hombres, incluidas las feministas judías israelíes, expresó la mentalidad y socialización colonial ante los palestinos. El hecho de preconizar la violación de mujeres palestinas como estrategia militar por parte de un supuesto académico de una de las universidades más prestigiosas de Israel, revela el modo en que los colonizadores contemplan a las mujeres colonizadas. La presentación de un discurso orientalista sexualizado califica a los palestinos de “atrasados” culturalmente, de “otros” no humanos.
Aunque los discursos sexistas lanzados por Kedar parezcan una aberración, es importante señalar que él no fue el único actor de este último número teatral de violencia sexual. Cuando los soldados israelíes iban de camino a Gaza para matar a palestinos, recitaban consignas de apoyo elaboradas por sus compañeros judíos israelíes del siguiente tenor: “Id a machacar a sus madres y volved a casa con las vuestras”. Judíos israelíes se reunieron en lo alto de las colinas circundantes para observar entre aplausos cómo el ejército bombardeaba Gaza. El post publicado en Facebook por una joven mujer judía resumió el placer sexual que sintieron al contemplar cómo nos linchaban: “Qué orgasmo al ver a las Fuerzas de Defensa israelíes bombardear edificios en Gaza con niños y familias dentro. Bum bum.” Hasta su primer ministro Netanyahu recibió un post que circuló ampliamente entre el público israelí a través de las redes sociales y que mostraba a una mujer con velo a la que llamaba “Gaza”, que estaba desnuda de cintura para abajo y sostenía este mensaje: “Bibi, ¡acaba el trabajo esta vez! Firmado: ciudadanos a favor de la invasión terrestre”. A esto hay que añadir la declaración pública del diputado Ayelet Shaked en la Knesset de que había que matar a las madres palestinas. 
De este modo, la violación de la tierra en forma de violación de los cuerpos de las mujeres se ha situado en primer plano con motivo de los ataques más recientes de Israel contra el pueblo palestino. A medida que se perpetuaban las masacres del pueblo palestino en Gaza, se destapaba la naturaleza sexual de la invasión israelí y el terror racial contra los nativos palestinos como elementos destacados de la política nacionalista. Las mujeres palestinas salieron a la calle junto con sus comunidades en toda la Palestina histórica contra las continuas masacres de Gaza. Las manifestaciones públicas de los judíos israelíes tomaron un giro sexual cuando los llamamientos de la muchedumbre de “¡Muerte a los árabes!” fueron sustituidos pronto por “¡Haneen Zoabi es una puta!”, en referencia a una diputada palestina en el parlamento israelí que defendió el derecho a la vida de su pueblo. La policía israelí atacó a las mujeres palestinas y a sus compañeros masculinos y las sacaron de las manifestaciones en Haifa y Nazaret, donde fueron detenidas o golpeadas por multitudes racistas. Dirigentes religiosos y militares al servicio del Estado emitieron edictos religiosos en que declaraban que en tiempos de guerra estaba permitido bombardear objetivos civiles palestinos con el fin de “exterminar al enemigo”. El ayuntamiento de Or Yehuda, un asentamiento del litoral israelí, colgó una pancarta en apoyo a los soldados israelíes que proponía la violación de las mujeres palestinas: “¡Soldados israelíes, los habitantes de Or Yehuda están con vosotros! Machacad a sus madres y volved a casa sanos y salvos con vuestras madres”/4.
Afirmamos que la lógica de la violencia sexual exhibida durante los ataques a los palestinos indígenas en el conjunto del territorio de la Palestina histórica, tanto en el pasado como durante los ataques más recientes del Estado israelí, es consustancial al Estado colonial israelí y a la sociedad de los colonos. En efecto, el Estado y la sociedad coloniales son entidades inseparables, interconectadas a través de un imaginario psicológico y político visceral que puentea la separación habitual entre Estado y sociedad civil. Como señala Lorenzo Veracini, los colonos “llevan su soberanía consigo”. Tanto los aparatos de Estado (incluidos los cargos públicos elegidos y las instituciones académicas y militares) como la sociedad colonial (incluidos los públicos israelíes, situados a lo largo del continuo de la ideología sionista) encarnan la maquinaria de la violencia colonial. No es extraño, entonces, que tanto los aparatos de Estado oficiales como los círculos coloniales no oficiales hayan protagonizado graves ataques a la sexualidad, los cuerpos y las vidas de las mujeres palestinas en el contexto de las últimas invasiones en Gaza, en los ataques diarios actuales en Jerusalén y en toda la Palestina histórica.
Las políticas represivas de los agentes israelíes y su incitación contra el pueblo palestino envalentonan a la sociedad colonial israelí y la impulsan a encarnar el poder del Estado y atacar a los palestinos. Esto se ha visto claramente en los ataques a los cuerpos de mujeres palestinas en la mezquita de Al Aqsa estas últimas semanas en Jerusalén, tanto por colonos amparados por el ejército israelí como por miembros de las fuerzas de seguridad del Estado. Un ejemplo reciente de la escena diaria de violencia sexual es el apaleamiento y la detención, por la policía de fronteras israelí, de Aida, una mujer palestina de la ciudad antigua de Jerusalén. Cuando trató en entrar en la mezquita de Al-Aqsa, la policía de fronteras la golpeó brutalmente. Le arrancaron el hiyab y la agarraron por el cabello mientras seguían golpeándola y la arrastraban por las calles de la ciudad antigua hasta la furgoneta de la policía. La llevaron a la comisaría, donde la interrogaron con violencia, la golpearon de nuevo y la acusaron a atacar a un agente de policía. La violación del cuerpo de Aida por las fuerzas de seguridad y los intentos de marcarla como elemento extraño intrínsecamente criminal constituyen una forma de violencia de género y sexual. La legalización de estas formas de violencia marca al propio sistema jurídico israelí, profundamente inmerso en la maquinaria de eliminación del proyecto colonial.
Esta violación de las mujeres palestinas por el Estado colonial también adopta formas más mundanas. Cuando detuvieron a Samera por participar en una manifestación en el este de Jerusalén ocupado, las autoridades condicionaron su puesta en libertad a que realizara lo que denominaron un “servicio comunitario”. Este consistía en la limpieza de los aseos de un edificio ocupado por la policía de fronteras y soldados israelíes. Samera nos lo explicó: “No me era posible pagar la cuantiosa multa y necesitaba salir [de la cárcel] para volver con mis niños. No tuve más remedio que limpiar sus aseos… El mero hecho de estar allí, en los aseos de hombres, en los retretes de hombres israelíes, ya me pareció una violación. Lo hice para evitar tener que pagar, pero no puedo evitar sentir que les permití mantenerme allí, en sus aseos, en un estado de terror permanente, temiendo que abusaran de mí sexualmente y después me tiraran a la basura como tiramos el papel higiénico en la letrina.”
Las palabras de Samera y su análisis ilustran los aspectos de género y sexuales de la compleja maquinaria de la violencia colonial. Samera concluyó su relato con estas palabras: “A veces me siento como si fuera su esclava, pero otras veces me digo que no, esto es resistencia, esto es sumud, esto es poder… Hice lo que era necesario para volver con mis hijos, sin haber sido tocada o violada sexualmente… Sí, es duro, complejo… Nuestra situación es compleja.” Incluso frente a esta violencia colonial, los actos cotidianos de resistencia y supervivencia de las mujeres palestinas demuestran su poder y su sumud o perseverancia.
En suma, la violencia sexual y de género no son un mero instrumento de control patriarcal, un subproducto de la guerra o de un conflicto intensificado. Las propias relaciones coloniales tienen su dimensión de género y sexual. Sostenemos que la violencia sexual, una lógica inherente al proyecto colonial israelí, sigue dos principios contradictorios que operan simultáneamente: invasión/violación/ocupación y supremacía/purificación/demarcación. Es decir, la invasión, violación y ocupación de los cuerpos, las vidas y la tierra de los nativos palestinos previstas en el proyecto colonial sionista están estrechamente ligadas a su demarcación de fronteras geográficas y físicas raciales entre la ciudadanía judía y los nativos palestinos y a su intento de “purificar” el cuerpo nacional judío eliminando el cuerpo palestino, considerado un contaminante biopolítico. Así es como la lógica de la violencia sexual inherente al régimen sionista nutre los ataques históricos y actuales contra los cuerpos y las vidas de la población palestina.
De este modo, nuestra lucha por la soberanía indígena dentro del activismo anticolonial como feministas busca necesariamente la protección de la seguridad física de las mujeres palestinas y de su sexualidad, su familia y su derecho a la vida en comunidad. Es una lucha contra el aparato militar y colonial sionista hipermasculino que contempla a las mujeres palestinas como una amenaza racial cuyos cuerpos han de ser violados y destruidos en tanto que enemigos internos y “reproductores de palestinos”. Esta lógica es inseparable de la lógica colonial de eliminación.
Como feministas palestinas preocupadas por la seguridad de los cuerpos y las vidas de las mujeres, por la supervivencia de nuestro pueblo y por las futuras generaciones, llamamos a las feministas locales e internacionales a unirse a nuestra lucha, desafiar la cultura de impunidad colonial y alzar sus voces contra los continuos crímenes de Estado israelíes.
Notas
1/ Esta cita está tomada de una discusión en grupo con mujeres palestinas celebrada en Jerusalén en 2014.
2/ En la década de 1950, Ben Gurion, el primer jefe de gobierno de Israel, declaró que la cuestión de la fertilidad de las mujeres era una prioridad nacional, señalando que “el aumento de la natalidad judía es una necesidad vital para la existencia de Israel” y que “una mujer judía que no tenga por lo menos cuatro niños está defraudando a la misión judía”. Véase Sharoni, S. (1995). Gender and the Israeli-Palestinian Conflict: the Politics of Women’s Resistance. Syracuse University Press. Véase también Davis, U. y Lehn, W. (1983), “And the Fund Still Lives: The Role of the Jewish International Fund in the Determination of Israel’s Land Policies”, Journal of Palestine Studies, vol. 7 (4), p. 3, en pp. 4-6 (1978).
3/ Aunque centremos nuestro análisis en las mujeres palestinas, queremos denunciar también el uso por el Estado sionista de la violencia sexual como táctica para afrontar la “amenaza demográfica” contra los cuerpos de algunas mujeres judías, incluidas las mujeres judías negras (de la comunidad etíope) y de entornos depauperados. Mientras intenta reducir la tasa de natalidad de las mujeres judías negras y/o pobres, una práctica que consideramos asociada al proyecto racial de reducir la reproducción y la vida de los palestinos, Israel ha tratado al mismo tiempo de incrementar la natalidad de las judías europeas mediante prácticas modernas como la compra de óvulos para la clonación reproductiva humana a mujeres pobres procedentes de Europa Oriental. Además, el Estado de Israel ha sugerido que la ley que prohíbe la clonación reproductiva humana (de 1999) ha expirado y muchos médicos, políticos e investigadores sociales israelíes apoyan esta práctica como estrategia complementaria para manetener la ventaja demográfica judía en el territorio de Palestina.
4/ Además de los mensajes y declaraciones contra las madres palestinas, chicas y mujeres judías animaban a los hombres que prestaban servicio en las fuerzas de ocupación israelíes enviándoles fotografías de ellas semidesnudas o pornográficas como expresión de cariño y apoyo (véase http://www.pitria.com/israeli-girls...). 

No hay comentarios:

Publicar un comentario