Carta Maior
Traducido para Rebelión por Antoni Aguiló y José Luis Exeni |
Las elecciones de
Brasil suscitaron una gran atención en los medios de comunicación a
nivel mundial. En gran medida, estos hicieron una cobertura hostil de la
candidata Dilma Rousseff, en lo que fueron celosamente acompañados por
los “grandes media” brasileños. El paroxismo del odio contrario al PT
llevó a una revista de amplia circulación, Veja, a encaminarse por una vía probablemente ilegal. El New York Times
en ninguna ocasión se refirió a la candidata del PT sin el epíteto de
“exguerrillera”. Con la misma inconsistencia de siempre, no se le
ocurriría a este periódico, o a tantos otros que siguen su línea,
referirse a la “excomunista” Ángela Merkel o al “exmaoísta” Durão
Barroso, o incluso al “comunista” Xi Jinping, presidente da China. Los
intereses que sustentan a esta prensa corporativa esperaban y querían
que la candidata del PT fuese derrotada. El terrorismo económico de las
agencias de rating, de The Economist, del Financial Times
y de la bolsa de valores buscó condicionar a los electores brasileños y
asumió una virulencia sorprendente, tomando en cuenta la moderación del
nacionalismo desarrollista brasileño y el hecho evidente de que son
sobre todo factores mundiales (léase, China) los que afectan el ritmo de
crecimiento de países como Brasil.
¿Por qué razón tanta y tan desesperada hostilidad?
Los factores externos: la nueva Guerra Fría
Hay razones externas e internas que solo parcialmente se sobreponen.
Por ello la necesidad de analizarlas por separado. Las razones externas
son mucho más profundas que el mero apetito del capital internacional
por las grandes privatizaciones del presal y de Petrobras, o que la
violencia de la respuesta del capital financiero ante cualquier límite a
su voracidad, por muy moderado que sea. Brasil es hoy el ejemplo
internacionalmente más importante y consolidado de la posibilidad de
regular el capitalismo para garantizar un mínimo de justicia social e
impedir que la democracia sea totalmente capturada por los dueños del
capital, como sucede hoy en Estados Unidos y está ocurriendo un poco en
todas partes. Y Brasil no está solo. Solo es el país más importante de
un continente donde muchos otros países (Venezuela, Argentina, Chile,
Bolivia, Ecuador, Uruguay) buscan soluciones con la misma orientación
política general, aunque diverjan en la dosis de nacionalismo o de
populismo (tal y como Ernesto Laclau, no condeno en bloque ni a uno ni a
otro). Además, estos países han procurado construir formas de
solidaridad regional que no pasan por la bendición norteamericana, al
contrario de lo que sucedía antes.
¿Cuál es el significado
global de esta rebeldía? Ella configura una nueva Guerra Fría. Una
Guerra Fría ya no entre el capitalismo y el socialismo, sino entre el
capitalismo neoliberal global, sin vestigio nacionalista o popular, y el
capitalismo con alguna dimensión nacional y popular, o capitalismo
socialdemócrata o socialdemocracia capitalista. Este último capitalismo
puede asumir muchas formas y puede llegar a estar presente tanto en
Rusia como en China, en India o en África del Sur, o sea, en los
llamados BRICS. El fin de la Guerra Fría histórica no fue solo el fin
del socialismo en su versión histórica; fue también el fin de la
socialdemocracia europea, la única entonces existente, pues a partir de
ese momento el capitalismo se sintió liberado de su obligación de
sacrificar sus lucros inmediatos para garantizar la paz social siempre
amenazada por la existencia de una alternativa potencialmente más justa.
En ese momento terminó el capitalismo del breve siglo XX y se buscó
reconstruir El Dorado, más mítico que real, de la acumulación del siglo
XIX. Fue entonces solemnemente declarado el fin de la historia y la
ausencia de alternativa al capitalismo neoliberal.
Fue así que
la Guerra Fría desarmó a la socialdemocracia europea. Pero,
contradictoriamente, hizo posible la emergencia de la socialdemocracia
latinoamericana. No olvidemos que América Latina fue una de las grandes
víctimas de la Guerra Fría histórica. Durante este periodo, el
capitalismo solo hacía concesiones socialdemócratas en Europa, pues a
ello obligaba la tragedia de dos grandes guerras. Fuera de Europa, en
cambio, las zonas de influencia del capitalismo eran tratadas con la
máxima violencia para liquidar cualquier posibilidad de alternativa. Esa
violencia contemplaba guerra financiera, ajuste estructural,
desestabilización social y política, e intervención militar. En África,
todos los países que pretendieron una solución socialista fueron puestos
en orden, desde Gana a Tanzania y Mozambique. En América Latina, el
“patio trasero” del Imperio, Cuba había sido una distracción
imperdonable. La respuesta fue inmediata. Como decía poco tiempo después
de la Revolución cubana el enviado de Fidel Castro a varios países de
América Latina, Regis Debray, los Estados Unidos aprendieron más
rápidamente la lección de Cuba que la izquierda latinoamericana. También
aquí los mecanismos de intervención fueron varios, unos menos violentos
que otros, de la Alianza para el Progreso a las dictaduras brasileña,
chilena y argentina.
La osadía de América Latina en los últimos
quince años consistió en construir una nueva Guerra Fría, aprovechando,
como en la anterior, un momento de flaqueza del capitalismo hegemónico.
Entrampado desde los años noventa del siglo pasado en el Oriente Medio
para saciar el insaciable complejo industrial militar y su avidez de
petróleo, el Imperio dejó que avanzasen en su patio formas de
nacionalismo y de populismo que, al contrario de las anteriores, ya no
buscaban las exiguas clases medias urbanas, sino la gran masa de los
excluidos y marginados. Tenían, pues, una fuerte vocación de inclusión
social. Esta emergencia fue también posible gracias a un descubrimiento
copernicano hecho por un gran líder mundial llamado Lula da Silva. Ese
descubrimiento, simple como todos los descubrimientos genuinos,
consistió en ver que el ímpetu democratizador que venía desde la lucha
contra la dictadura había preparado a la sociedad brasileña para una
opción moderada por los pobres, como el mismo Lula en sus orígenes. Se
trataba de una opción que la Iglesia católica había asumido durante un
tiempo y luego abandonó cobardemente. No se trataba de socialismo, sino
tan solo de un capitalismo sujeto a algún control político con el
objetivo de realizar políticas de Estado relativamente desvinculadas de
los intereses directos e inmediatos de la acumulación capitalista. Este
descubrimiento transformó la naturaleza de la hegemonía en Brasil y se
convirtió rápidamente hegemónica en el continente. Digo hegemónica
porque los propios adversarios tuvieron que usar sus términos para
boicotearla y porque su vocación inclusiva se expandió rápidamente hacia
otras áreas, especialmente a la inclusión étnico-racial. La sociedad
brasileña se hacía más inclusiva en el preciso momento en que se
reconocía no solo como sociedad injusta, sino también como sociedad
racista, y se disponía a minimizar tanto la injusticia social como la
injusticia histórica étnico-racial.
El hecho de que este
descubrimiento no haya quedado confinado a Brasil y se haya propagado a
otros países, cada uno con trazos específicos de sus trayectorias
históricas, combinado con el hecho de que en otros continentes, por
otras vías, surgieron formas convergentes de rebeldía al capitalismo
neoliberal supuestamente sin alternativa, dio origen a una nueva Guerra
Fría. Esta sufriría un golpe fuerte si el país que más avanzó en este
campo decidiese volver al redil neoliberal y se comportara como un buen
rebaño, tal como está sucediendo en Europa, que durante algún tiempo
resistió al destino que le fue dictado por la caída del Muro de Berlín.
De ahí la enorme inversión hecha para derrotar a la presidenta Dilma.
Al final, el descubrimiento brasileño reveló una vitalidad que, quizá,
ni sus propios protagonistas esperaban. Pero obviamente no se espere que
el capitalismo neoliberal global desista. Se siente suficientemente
fuerte para no tener que convivir con el statu quo europeo
anterior a la caída del Muro. Recurrirá pues al boicot sistemático de la
alternativa, por más moderada e incompleta que sea. Tal vez no incluya
las formas más violentas que en el pasado llevaron a intervenciones de
“cambio de régimen” en países grandes de América Latina y que hoy se
limitan a países pequeños como Haití (2004), Honduras (2009) y Paraguay
(2012). Serán acciones de desestabilización social y política,
aprovechando el descontento popular, financiando ONG con posiciones
“amigas”, proveyendo consultoría técnica para el control de las
protestas, y así obteniendo informaciones cruciales. Esta intervención
será más evidente en países como Venezuela y Argentina, dada la urgencia
de poner fin al antiimperialismo chavista o peronista. Pero en todos
los países con gobiernos de centroizquierda se esperan acciones de
desestabilización interna.
Los factores internos: el colonialismo interno
Como señalé, la superposición entre los factores externos e internos
existe, aunque no sea total. La agresividad de los grandes medios de
comunicación, la desesperación que llevó a algunos de ellos a cometer
actos probablemente criminosos, se asienta en el interés de la gran
burguesía por recuperar el control pleno de la economía y obtener los
lucros extraordinarios de las privatizaciones a ejecutar. En esa medida,
la gran burguesía brasileña brasilera no es más que el brazo brasileño
de una burguesía transnacional bajo la égida del capital financiero. No
habiendo sido capaz de derrotar a la candidata del PT, seguirá
presionando abiertamente (y es probable que tenga éxito) para que se
conforme un equipo económico instalado en el corazón del gobierno que
satisfaga los “imperativos de los mercados”.
Este brazo
brasileño del capital transnacional arrastró consigo importantes
sectores de la clase media tradicional e incluso de la nueva clase
media, que es un producto de las políticas de inclusión de los gobiernos
del PT. Y también estos sectores asumieron el discurso de la
agresividad que convierte al adversario en enemigo. Este discurso no
puede explicarse únicamente por razones de clase. Hay factores que son
específicos de una sociedad forjada en el colonialismo y la esclavitud.
Son funcionales a la dominación capitalista, pero operan a través de
marcadores sociales, formas de subjetividad y sociabilidad que poco
tienen que ver con la ética del capitalismo weberiano. Se trata de la
línea abismal que separa al pobre del rico y que, por estar lejos de ser
sólo una separación económica, no puede ser superada con medidas
económicas compensatorias. Puede, por el contrario, ser intensificada
por ellas.
Desde la óptica de los marcadores sociales
colonialistas, el pobre es una forma de subhumanidad, una forma
degradada de ser que combina cinco formas de degradación: ser ignorante,
ser inferior, ser atrasado, ser vernáculo o folklórico y ser perezoso o
improductivo. El rasgo común a todas ellas es que el pobre no tiene el
mismo color de piel que el rico. Estamos hablando, por tanto, de
colonialismo inscrito en las relaciones sociales que a menudo se
desdobla en colonialismo en las relaciones entre regiones (sur versus
norte), la forma más conocida de colonialismo interno (del norte de
Italia con relación al sur; del sur de Brasil en relación con el norte).
En los términos de este colonialismo de la sociabilidad, las
condiciones naturales de inferioridad pueden suscitar lo más noble que
hay en los seres superiores, pero siempre bajo la condición de que los
inferiores en ningún caso pretendan ser iguales que ellos. Esta
subversión sería más impensable y destructiva que la subversión
comunista. Claro que los seres inferiores pueden creer en el principio
de igualdad que escuchan de la boca de los superiores (nunca de su
corazón) y luchar por la igualdad. Les beneficia luchar solos porque
ello los vuelve más civilizados, y es bueno para la sociedad porque
obviamente nunca conseguirán sus objetivos y acabarán reconociendo el
carácter natural de la desigualdad.
El hecho de que el poder
político de la época Lula identificara esta línea abismal y tratara de
superarla mediante políticas compensatorias y de antidiscriminación
racial que ayudaran a los inferiores al abandono de su condición de
inferioridad es un insulto a la nación biempensante y un desperdicio
criminal de recursos. En este caso concreto, tuvo también otra
consecuencia: el encarecimiento inoportuno del servicio doméstico que,
tal y como está organizado en Brasil, es una herencia directa del mundo
de Los maestros y los esclavos [1].
Vale la pena tener
en cuenta que el ideario colonialista no es el monopolio de las clases
dominantes y sus aliados. Habita en las mentes de quienes más sufren sus
consecuencias. Y habita, sobre todo, en las mentes de aquellos que
fueron ayudados a salir de su estatuto de inferioridad, pero que activa y
rápidamente se olvidan de la ayuda para pensar tan bien como piensa la
sociedad biempensante, la sociedad de este lado de la línea abismal en
la que acaban de integrarse. Me refiero a los sectores de la llamada
nueva clase media.
La mejor respuesta
Las
razones anteriores no pretenden explicar las diferencias jugadas en la
disputa electoral. Únicamente pretenden explicar su agresividad. Una vez
ganadas las elecciones, el gobierno tiene que centrarse en las
diferencias sin olvidarse de la agresividad. No es fácil definir la
mejor respuesta, pero es fácil prever cuál será la peor. La peor
respuesta será pensar que, como la victoria fue estrecha, el PT sólo
consiguió retrasar cuatro años su paso a la oposición y que, siendo así,
no vale la pena el esfuerzo de cambiar las políticas seguidas hasta
ahora e incluso tal vez resulte conveniente rebajar el nivel de
confrontación con la derecha. Esta será la peor respuesta porque, con
ella, el PT no sólo podría retrasar cuatro años su pasaje a la
oposición, sino que quizá podría tardar muchos más en salir de ella.
Veamos, pues, posibles líneas de respuesta que no retrasen derrotas,
sino que consoliden la hegemonía de la sociedad más inclusiva y diversa y
obligue a la derecha a cambiar los términos de la disputa electoral en
los próximos años y en función de esa nueva sociedad.
Políticas sociales.
La victoria se logró gracias a los pobres que por primera vez se
sintieron apoyados para cruzar la línea abismal y gracias a la
militancia aguerrida de quienes se solidarizaron con ellos después de
haber visto la línea abismal y disgustarse con lo que vieron. La primera
orientación consiste en no frustrar las expectativas de quienes
lucharon por la victoria de la candidata Dilma Rousseff. Contrariamente a
lo que pensaron algunos analistas del PT en estado de pánico, las
manifestaciones de junio del año pasado no fueron un caldo de cultivo de
la derecha. En el frente de lucha por Dilma, hubo algunos movimientos
que protagonizaron las manifestaciones. Esto muestra que el descontento
fue real, aunque a veces su intensidad haya sido manipulada. Y también
muestra que el beneficio de la duda dado al Gobierno del PT por los
manifestantes de ayer y hoy no volverá a repetirse. La expectativa es
ahora más fuerte que nunca. Si no es satisfecha, particularmente en las
áreas de la educación, la salud, la calidad de vida urbana, medio
ambiente, economía campesina y demarcación de las tierras indígenas, la
frustración será irreversible y corrosiva .
La reforma política.
La reforma política es el objetivo más reclamado por las fuerzas
progresistas y el más bloqueado por un Congreso que, gracias a la
patología de la representación generada por el sistema actual, no es el
espejo de la diversidad social, política y cultural del país. Casi ocho
millones de brasileños exigieron un plebiscito popular para la
convocatoria de una asamblea constituyente exclusiva. En situaciones tan
distintas como las de Ecuador y Colombia, esta fue la solución
encontrada para desbloquear un impasse institucional semejante al
que amenaza Brasil. Es muy importante acabar con la financiación
corporativa de los partidos o aplicar efectivamente el principio
consagrado por la “ley de la ficha limpia” (no haber sido nunca
incriminado por corrupción) para los cargos públicos. Pero no es
suficiente. Todo el sistema de gobernabilidad tiene que cambiarse. ¿Cómo
se puede explicar que dos de los partidos que apoyaron a la candidata
Dilma Rousseff hayan sido los oponentes más feroces del candidato a
gobernador, Tarso Genro, cuya propuesta de gobierno representa lo más
genuino que hay en el horizonte del PT? Sin una profunda reforma
política, no habrá reforma tributaria y, sin ésta, Brasil continuará
siendo un país injusto a pesar de todas las políticas de inclusión.
La participación popular.
Dado el bloqueo institucional que se avecina, los movimientos sociales
probablemente tendrán que volver a la calle y ejercer presión política
para que el gobierno de Dilma se sienta apoyado en las reformas que
quiere acometer. Será este el test decisivo para la presidenta Dilma.
Para ser llevado a cabo con éxito, son necesarios dos aprendizajes
recíprocos, ambos cruciales. Los movimientos populares tienen que
aprender a no dejarse manipular por los grandes media, interesados en
radicalizar sus demandas siempre que se circunscriban al gobierno y no
incluyan el sistema económico y financiero, este último uno de los más
depredadores del mundo en las sociedades democráticas. Y tienen
igualmente que aprender a detectar y denunciar a los agitadores
profesionales infiltrados en su interior, una realidad con la que sin
duda hay que contar dado el contexto internacional que he mencionado. A
su vez, la presidenta Dilma tiene que aprender a hablar con quien no
habla el lenguaje tecnocrático. Tiene que superar la impactante
distancia mantenida con los movimientos sociales en su primer mandato.
Tiene que saber lidiar con el hecho de que la participación popular
oscilará entre dos formas, la participación institucional y la
participación extrainstitucional (en calles y plazas), y debe tener la
lucidez de saber que la segunda forma será más fuerte mientras más débil
y partidarizada sea la primera.
Justicia y tierras indígenas y quilombolas.
El sistema judicial tiene una misión democrática que cumplir en la que
el gobierno no debe interferir. Pero el gobierno puede crear condiciones
que faciliten o, por el contrario, obstaculicen esa misión. La
Presidenta se ha ganado la credibilidad necesaria para asumir su parte
de responsabilidad en la lucha contra la corrupción. Pero también tiene
que asumir la defensa de la ley cuando favorece a sectores
históricamente marginados y excluidos, como los pueblos indígenas, los
afrodescendientes y campesinos en general. Mantener al actual ministro
de Justicia es un acto de hostilidad frontal respecto a los pueblos
indígenas cuyas tierras dependen de firmas que el ministro ha pospuesto
ostensiblemente.
Una política de los media.
La derecha nunca es agradecida con los gobiernos que no salen de su
base socioeconómica, por más favores que le hagan. A diferencia de otros
gobiernos progresistas del continente, el gobierno popular brasileño no
quiso luchar por una nueva normativa que impidiese a los grandes medios
ser el principal elector de la derecha. Si el gobierno espera que esta
actitud benevolente fuese interpretada como una rama de olivo enviada a
ellos para auspiciar una convivencia civilizada, estaba rotundamente
equivocado, como bien mostró la campaña electoral. El caso de Río Grande
do Sul es quizá uno de los más representativos de este estado de cosas
que convierte a los medios de comunicación corporativos en los
principales electores de la derecha. Hay, pues, que seguir adelante con
tanta determinación como moderación en esta área. El apoyo a los medios
comunitarios y alternativos será un buen comienzo.
Nota [1] Casa-Grande e Senzala (1933) es una obra del antropólogo y escritor Gilberto Freyre que trata sobre la formación de la sociedad brasileña.
Boaventura de Sousa Santos. Doctor en Sociología del Derecho, universidades de Coimbra (Portugal) y de Winsconsin (EE.UU.)
Fuente: http://www.boaventuradesousasantos.pt/media/Boaventura%20Brasil%20A%20grande%20Divisao%204Nov2014docx1.pdf
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