Comparto esta
reflexión sobre Lenin, al cumplirse el día de hoy 90 años de su muerte.
El estallido de la revolución de Febrero lo sorprende en su exilio
suizo. Al igual que tantos otros exiliados, libra una dura batalla para
regresar a Rusia, cosa que finalmente concreta un par de meses más
tarde. Lenin llegó a Petrogrado la noche del 16 de Abril de 1917. Tal
como lo narra el gran historiador Edward Wilson esto fue lo que pasó a
su arribo a la Estación Finlandia, punto final de su periplo:
“La
estación terminal de los trenes procedentes de Finlandia … tenía una
sala reservada para el Zar; y cuando llegó el tren, muy tarde, allí
condujeron a Lenin los camaradas que fueron a recibirle. … En el andén
exterior un oficial se le acercó y le saludó. Lenin, sorprendido,
devolvió el saludo. El oficial dio la orden de firmes a un destacamento
de marineros con bayoneta calada. Focos eléctricos iluminaban el andén y
bandas de música tocaban la Marsellesa. Una tempestad de
aplausos y vítores se elevó de una multitud que se apiñaba en rededor.
“¿Qué es esto?”, preguntó Lenin retrocediendo unos pasos. Le contestaron
que era la bienvenida a Petrogrado que le tributaban los trabajadores y
marinos revolucionarios; la multitud había estado gritando una palabra:
“Lenin”. Los marineros presentaron armas y el comandante su puso a sus
órdenes. Le dijeron al oído que querían que hablara. Avanzó unos pasos y
se quitó el sombrero hongo:
Camaradas marineros
–comenzó-, los saludo sin saber si creen o no en las promesas del
Gobierno Provisional. Pero afirmo que cuando les hablan amablemente,
cuando les prometen tantas cosas, los están engañando a ustedes y a todo
el pueblo ruso. El pueblo necesita paz, el pueblo necesita pan, el
pueblo necesita tierra, y lo que les dan es guerra y hambre, y permiten a
los terratenientes que sigan disfrutando de la tierra. … Hemos de
luchar por la revolución social, luchar hasta el fin, hasta la completa
victoria del proletariado. ¡Viva la revolución socialista mundial! “
Fuente: Edmund Wilson, Hacia la Estación de Finlandia. Ensayo sobre la forma de escribir y hacer historia (Madrid: Alianza Editorial, 1972), pp.547-550.
Este pasaje del espléndido libro de Wilson me da pie para hacer un par de comentarios:
Lenin,
desde su exilio en Zurich comprendió como nadie dos cosas. Primero, que
en el marco de la revolución que había estallado en Febrero de 1917 el
papel de los Soviets era fundamental y estaba llamado a eclipsar por un
tiempo al partido. Fiel a su profundo sentido de la autocrítica y a la
idea de que el marxismo no es un dogma sino una guía para la acción no
vaciló un instante en lanzar una original consigna: “Todo el poder a los
Soviets”, poniendo provisoriamente en suspenso –en ese contexto de
disolución y quiebra del zarismo y auge revolucionario- el papel rector
que durante tanto tiempo le había asignado en sus escritos y en su
práctica política al partido. Huelga señalar que este verdadero tour de force fue
tenazmente resistido por sus camaradas, o ridiculizado por los
liberales rusos que creían que Rusia se había convertido en Inglaterra y
que se encontraban a pasos del establecimiento de una democracia
liberal y una monarquía constitucional. La ceguera y el fetichismo
político de unos y otros les impedía percibir la inmensa potencia del
impulso revolucionario que la guerra, las hambrunas y la arrogancia de
la aristocracia y la burguesía rusas alimentaban sin cesar, impulso que
inexorablemente acabaría con el zarismo y abriría las puertas de la
revolución socialista. Para Lenin, el tránsito de Febrero hacia la
revolución social requería el protagonismo de los Soviets más que el del
partido. Muchos pensaban que lo de Lenin era un extravío propio de un
emigrado que tras largos años de exilio no comprendía lo que estaba
ocurriendo en Rusia. La realidad demostró exactamente lo contrario.
Segundo,
la asombrosa precisión con la cual captó el estado de conciencia de las
masas rusas –eso que Fidel tantas veces llamó la “conciencia posible”
de las masas, los contenidos cognitivos y valorativos que están en
condiciones de asimilar y asumir como punto de partida para sus luchas.
Lenin comprendió que lo que requería la tumultuosa fragua de la
revolución no eran grandes discursos teóricos al estilo de los que
hacían Kautsky y los acólitos de la socialdemocracia alemana. Que en la
hora de los hornos, para utilizar la expresión de Martí lo único que se
debía de ver era la luz, y que los soldados, campesinos y obreros rusos
difícilmente verían esa luz en las tesis marxistas sobre la composición
orgánica del capital o la tendencia decreciente de la tasa de ganancia.
Esa luz que los movilizaría y lanzaría a la lucha tenía que sintetizarse
en una propuesta que interpelara con sencillez y contundencia a las
masas rusas. Lenin la halló al plasmar una consigna simple, comprensible
y de una extraordinaria efectividad política: “Pan, tierra y paz.”
Vaya
este breve recuerdo de un pasaje crucial en la vida del gran
revolucionario ruso, que dirigió y condujo, hasta su muerte, la primera
revolución socialista de la historia. Sobreviviente a duras penas de dos
tentativas de asesinato -la última de las cuales, en Agosto de 1918 le
dejó huellas indelebles en su cuerpo que, años después precipitarían su
muerte- Lenin falleció pocos meses antes de cumplir los 54 años de edad,
en un día como hoy hace exactamente noventa años. Al abrir una nueva
era en la larga marcha de la humanidad hacia la construcción de su
propia historia, su legado, y el de la Revolución Rusa, han demostrado
por muchas razones ser imperecederos. Algunos, inclusive en cierta
izquierda libresca o posmoderna, no lo creen así; pero la derecha y el
imperialismo, con infalible instinto de clase, no se equivocan y saben
que cualquier esfuerzo es poco con tal de borrar de la faz de la tierra
la figura de Lenin y la epopeya de la Revolución Rusa. Precisamente por
eso debemos conmemorar este nuevo aniversario de su fallecimiento.
Fuente: Rebelion.org
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