viernes, 22 de abril de 2016

"Si calláramos, las piedras gritarán"

    Raimundo Gouveia, 61 años, tiene una mirada seria y profunda. Este 17 de abril de 2016, día internacional de la lucha campesina, recibe a un grupo de compañeras y compañeros de La Vía Campesina que viajaron desde 28 países del mundo hasta su asentamiento “17 de abril”, en Pará, Brasil.


    Es un territorio emblemático en tantos sentidos, que con sólo pisarlo todos los sentidos se agudizan, pese a que el sol y la humedad penetran cada poro en este estado amazónico. Ojos, corazón y mente no paran de registrar, sentir y tratar de expresarse al unísono. Los y las compañeras del asentamiento nos calman la sed con agua fresca, jugo de cajá y cupuaçú. En una larga mesa comparten una diversidad de frutos amazónicos que cultivan en el asentamiento, y nos cuentan su historia.

    Raimundo, al igual que muchos de las 690 familias que viven hoy en este asentamiento, fue al infierno y volvió. Hace 20 años, marchaba con su esposa, sus dos hijos y mil quinientos otros campesinos y campesinas del Movimiento de trabajadores rurales Sin Tierra (MST), hacia Belém, capital del estado. Exigían la entrega de tierras del latifundio Fazenda Macaxeira, que por la ley de reforma agraria debían ser desapropiadas por el Estado a favor de campesinos sin tierra. Tras siete días de caminar, cansados y hambrientos, ocuparon una carretera en el municipio Eldorado dos Carajás para demandar transporte hasta Belém. El gobierno les prometió 50 ómnibus y alimentos si desocupaban la carretera, entonces se colocaron a un lado. Pero por la mañana del 17 de abril les comunicaron que no les darían nada y debían retirarse del lugar inmediatamente. Los campesinos decidieron entonces ocupar otra vía más importante, la llamada Curva S de la carretera PA 150, ahora BR 155.

    A las cinco de la tarde del 17 de abril de 1996, 155 soldados de la policía militar de los estados de Pará y Marañón pusieron trincheras, cerrando la carretera por dos puntas, y se lanzaron contra los campesinos tirando gases lacrimógenos, disparando fusiles y ráfagas de metralla. Hombres, mujeres y niños campesinos corrieron hacia la selva, los soldados detrás, cazándolos. A quienes quedaron agonizantes en la carretera los remataron a machetazos, porque según declararon después “la orden era desocupar la carretera a cualquier costo”. Asesinaron 19 campesinos y dejaron 69 heridos de gravedad, con secuelas de larga duración. Dos más murieron por sus heridas.

    No hubo advertencia, mucho menos enfrentamiento iniciado por los Sin Tierra, como la Secretaría de Seguridad divulgó ese mismo día a la prensa, versión falsa que mantuvo hasta que las evidencias la derrumbaron.

    La orden de la matanza vino del entonces Secretario de Seguridad Paulo Sette Câmara, después de reunirse con el gobernador del estado Alvir Gabriel, del PSDB, Partido Social Demócrata Brasilero.

    Los gastos para el ataque los pagó la minera Compañía Vale do Rio Doce (ahora Vale) –que aún tiene allí las minas de hierro más grandes del planeta– porque los campesinos interrumpían el tráfico de sus camiones. (1)

    La policía militar bloqueó el lugar por horas, impidiendo atender a los heridos o llegar forenses a la escena, mientras intentaba sacar evidencias de la masacre. Amontonaron los cuerpos en camiones y ya cuando comenzó a llegar gente de afuera, subieron los heridos esposados a ómnibus.

    Un medio televisivo filmó los cuerpos mutilados y las primeras reacciones de los sobrevivientes (video), imágenes que mostraron por primera vez este tipo de ataques. Análisis forenses mostraron que 13 de los 19 muertos fueron ultimados a quemarropa, la mayoría rematada con machetes y armas blancas. Los heridos fueron atacados por la espalda mientras intentaban huir, salvo un pequeño grupo que trató de rescatar los primeros caídos, a ellos los hieren o matan por el frente.

    Oziel Alves Pereira tenía 19 años. Llegó al campamento del MST unos años antes y creció en esa comunidad de familias campesinas. Descubrió que la ocupación no era sólo por tierra, también era camino de lucha por dignidad, justicia, libertad para todas y todos, indígenas, campesinos, negros o caboclos. El día de la masacre, Oziel estaba alentando la movilización desde el camión de sonido. Los soldados lo encañonaron, obligándolo a arrodillarse mientras vociferaban “a ver si ahora te atreves a gritar como hacías en el camión”. Oziel vuelve a gritar “MST, a luta é pra valer!” (¡MST, esta lucha es de verdad!). Fueron sus últimas palabras. Le dispararon con la saña acumulada de soldados del latifundio contra los pobres que se organizan, contra los negros y los indios, contra todos los que habiendo nacido para esclavos de los señores, se atreven a rebelarse.

    “Tocamos el fondo del horror. Pero esta brutal masacre fue también un tiro al propio pie de soldados, gobierno estatal y nacional, latifundistas y todos los que llegaban a saquear la Amazonía”, reflexiona Charles Trocate, que al igual que Oziel, tenía entonces 19 años y era parte de la protesta. “Pensaban que sería una matanza más, como las que han hecho con total impunidad desde hace décadas contra indígenas, campesinos, quilombolas que habitamos en esta región. La gran diferencia fue que los que estábamos en Eldorado dos Carajás éramos parte del MST, que se había establecido en la región 5 años antes, era un movimiento nacional con muchos lazos internacionales y no íbamos a dejar que los hechos fueran olvidados o quedaran impunes”.

    Charles, militante del MST de Pará, poeta, filósofo de la vida, marcado a fuego por la masacre de Eldorado dos Carajás, se convirtió en incesante investigador y trasmisor de la historia de la región.

    Desde la Conquista y luego los latifundistas, siempre vieron la región como lugar de saqueo, donde matar a los que allí estaban era “normal”. Según cuentan los asentados, los Pinheiro Neto, dueños de la Faxenda Macaxeira, se jactaban de haber introducido el rifle Winchester a la Amazonía, arma que hizo estragos matando indios para poder invadir sus territorios. Ese tipo de mentalidad continuó con las empresas que llegaron después que la dictadura militar declaró una gran franja de varios estados como la Amazonía Legal, donde todo estaba permitido porque se iba a “desarrollar el país” con grandes proyectos de minería, ganadería y tala de maderas preciosas. Abrieron enormes tajos mineros, contaminaron el agua, arrancaron cientos de miles de castaños, árbol nativo de la selva, deforestaron enormes trechos de la Amazonía, produciendo una devastación ambiental histórica, acompañada de incontables conflictos y asesinatos.

    Según la Comisión Pastoral de la Tierra (CPT), desde 1985 a 2015, hubieron 775 asesinatos en el estado de Pará, 40 por ciento de todos los asesinatos por conflictos del campo brasilero, desde que la CPT comenzó a registrarlos.

    Aún hasta ahora, los ataques contra el MST siguen en todo el país, porque el movimiento sigue denunciando, ocupando y reclamando tierras y derechos para las y los campesinos en todo el país. Sin ir muy lejos, el 7 de abril, policías y pistoleros de la empresa Araupel en Paraná, emboscaron a una camioneta de miembros del MST del campamento Dom Tomás Balduíno, próximo a Quedas do Iguazú en Paraná, matando a dos personas e hiriendo a seis más, otra vez sin enfrentamiento, otra vez por la espalda. El propio Estado ya había reconocido que Araupel invadió tierras públicas, pero ante la falta de medidas, el MST ocupó esa tierra para exigir que sea entregada a la reforma agraria.

    A 20 años de la masacre de Eldorado dos Carajás, reina la más absurda impunidad en esos y muchos otros asesinatos. Luego de muchos esfuerzos de organizaciones y años interminables de avances y retrocesos judiciales, solamente dos mandos policiales fueron condenados por la masacre de Eldorado: el coronel Mario Colares Pantoja y el mayor José María Oliveira, que dirigieron los ataques. Tienen condenas de 280 y 158 años respectivamente, pero nunca estuvieron en la cárcel, porque sus abogados solicitaron canjear su condena por prisión domiciliaria. Más de 150 soldados acusados fueron absueltos, porque habían eliminado pruebas, porque se registró las armas que portaban y no se pudo individualizar responsabilidades, consideraron los jueces.

    Pero la memoria colectiva de los pueblos no olvida y sigue construyendo. La masacre de Eldorado dos Carajás marcó y afirmó la lucha y construcción del MST, que denunció el crimen en todo el mundo. Pará es hoy uno de los estados con más asentamientos del MST. La Fazenda Macaxeira fue desapropiada y es hoy el territorio del el asentamiento 17 de abril, donde la memoria de los que murieron en la masacre sigue viva entre los castaños y muchos otros árboles y cultivos que siembran, sigue caminando entre los y las campesinas de las casi 700 familias que allí viven y trabajan, crece junto a los niños y jóvenes, puebla su escuela, llamada Oziel Alves Pereira, donde 683 hijos de los asentados aprenden y desaprenden muchas cosas, desarmando cada día la realidad dominante mientras construyen la suya basada en la pedagogía de Paulo Freire.

    La Vía Campesina decidió tomar el 17 de abril como día internacional de la lucha campesina, para nunca más olvidar. Al cumplirse 20 años de la masacre de Eldorado, La Vía Campesina y el MST convocaron una Conferencia internacional sobre Reforma Agraria Popular, con miembros de sus 10 regiones del planeta, para evaluar y redefinir metas y caminos, acompañando el acto que en la Curva S se realiza todos los años, con un campamento de formación y cultural (teatro, danza, música y otras artes) que organizan jóvenes del MST de todo el país.

    Allí, en el monumento de homenaje a los campesinos asesinados han colocado altos troncos de castaños y piedras manchadas de sangre, que recuerdan a cada uno de los caídos. Traen todos los años nuevas formas de encontrarse, mantener y recrear la memoria colectiva. Nos dicen, “si calláramos, las piedras gritarán”.

    Silvia Ribeiro, Grupo ETC

    Nota: El título de este artículo corresponde al verso del poema de PEDRO TIERRA, escrito en homenaje a los mártires de Carajas.

    Nota

    (1) La minera Vale, una de las más grandes del mundo, es la misma que por su ambición provocó la reciente tragedia de Mariana, en Minas Gerais, envenenando toda la cuenca de más de 700 kilómetros del Rio Doce.

    Publicado en Desinformémonos, México, 19/04/2016
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