Está de moda entre los analistas “serios” un debate sobre el futuro político inmediato en la región, que incluye la especulación sobre un “fin del ciclo progresista” para dar comienzo a otro momento, cuyo derrotero sería el que está en discusión. La pregunta es: ¿de dónde sacan que el lapso transcurrido desde la primera elección de Hugo Chávez a la probable reelección del kirchnerismo constituye un “ciclo”?
Para comenzar a divergir, que quede sentado que el establecimiento de los llamados gobiernos progresistas no fue el inicio de un ciclo apuntalado por los altos precios internacionales de las materias primas, sino que constituyó un movimiento de masas continental, que frenó y/o desaceleró los intentos neoliberales que se pusieron en práctica en América latina y el Caribe desde mediados de la década de 1970 y se aceleraron durante las dos posteriores.
O sea, la construcción siempre se hace desde abajo. Lo único que se construye desde arriba es un pozo.
Hugo Chávez, Evo Morales, Rafael Correa, Néstor y Cristina Kirchner, Lula da Silva, son productos de esos procesos, lanzados al gobierno desde la lucha de miles de trabajadores, campesinos, pueblos originarios, pobladores urbanos pobres, mujeres, jóvenes, así como por desempleados, expulsados de la vida laboral por los planes de ajuste neoliberales.
Estos movimientos ganaron las calles, piquetearon carreteras, autopistas y el centro de las grandes urbes no para impulsar a sus líderes, sino para derrumbar el plan neoliberal macabro, demoliendo a su paso decenas de gobiernos que intentaban imponer el modelo y las políticas de ajuste más radicales que se hayan conocido.
Coincidentemente, viejos partidos tradicionales –conservadores, liberales, también marxistas–, olvidaron sus proyectos históricos y se subieron a la calesita del entreguismo, del pragmatismo, la gobernabilidad, del sálvese quien pueda del dios mercado. Hoy siguen en esa larga crisis terminal, travistiéndose en cada elección, en busca de un presente, ni siquiera de un futuro.
Fueron las luchas por la tierra, por el techo, por el trabajo, por el gas, por el agua, el petróleo, las semillas: contra el desempleo y la marginalización, por el salario y el trabajo digno; por la equidad de género y contra todo tipo de discriminación.
Fueron esas luchas –que hoy los buenos analistas prefieren olvidar– en defensa de los ahorros, de la jubilación, de los patrimonios nacionales, del ambiente y la naturaleza, por la educación laica, libre y gratuita, por la salud para todos, contra el pago de la deuda inmoral e ilegal, esa fuerza continental en marcha fue convirtiendo sus reclamos concretos y puntuales en movimientos con objetivos políticos.
Y así nacieron las revoluciones pacíficas, la bolivariana con Chávez, la pluricultural y multiétnica con Evo, la ciudadana con Correa, la inclusiva de los Kirchner, para retomar el camino de la dignidad de los pueblos, la justicia social, la equidad, donde el ciudadano dejara de ser objeto de políticas para convertirse en el sujeto de la mismas. Donde la democracia dejara de ser reclamativa y tabú, para convertirse en participativa y popular.
Esa fuerza transformadora recorrió América latina durante más de una década, intentando cambios estructurales, logrando una mucho mejor distribución de la renta nacional, gracias, también, a un período excepcional de precios de las materias primas.
Cada cual con su libreto
No existió un solo modelo, una sola vía. Cada uno mostró un proyecto, inexportable, basado en las realidades e idiosincrasias propias, pero con la vista fija en la necesaria integración regional, desde el rompimiento con los planes imperiales hace ya diez años, cuando el No al ALCA en Mar del Plata.
Esa lucha hoy permite, también, la reanudación de las relaciones entre Cuba y Estados Unidos y el proceso de paz del gobierno de Colombia con la cincuentenaria guerrilla.
Pero el Llanero Solitario no se rinde. Vuelve con el mismo verso, aunque con diferente música. Y encuentra a la región en medio de la presión de la restauración conservadora, con nuevo activismo de las derechas locales que copian formatos y pueblan las calles, apoyadas por sus mandantes regionales e internacionales, amparadas, guiadas y amplificadas por el terrorismo mediático de las grandes corporaciones de las comunicaciones, con la exigencia de ajustes –para los trabajadores– y de profundización del patrón de acumulación extractivista: es la contrarreforma contra las conquista de los últimos tres lustros.
Cabe recordar que el llamado boom de las commodities igualmente abarcó México, Colombia o Perú, asociándose a gobiernos de signo político opuesto. En Honduras y Paraguay, el mismo boom acompañó a golpes de derecha. Por ende, difícil es vincular seriamente el precio de las materias primas con el “progresismo”. La diferencia es que los gobiernos progresistas aprovecharon sus beneficios para resolver añejos problemas sociales, mientras que desde la vereda de enfrente alentaron su apropiación privada.
¿Dónde están parados hoy esos movimientos que, a inicios del milenio, tuvieron la fuerza y convicción para alcanzar los gobiernos? Unos fueron cooptados por los gobiernos, que los quitaron de las calles y/o incorporaron a sus dirigentes a los equipos de trabajo gubernamentales, otros por las ONG –dependientes de sus centrales enclavadas en países desarrollados–; otros siguen en la lucha, esa de la que nunca se enteran los medios, que los invisibilizan y ningunean.
El presente
Cuando todos creían que Dilma Rousseff estaba al borde del colapso, la salvaron los movimientos sociales y gremiales; los trabajadores de la CUT, los sin tierra y los sin techo, los ambientalistas y los Lgttb, sus opositores del PSOL y de Redes, que son conscientes de quiénes son los verdaderos enemigos.
Cuando Tabaré Vázquez quiso firmar el Tratado sobre Comercio de Servicios (TISA), honrando su compromiso con EE.UU. y Canadá, fue el plenario de su partido, el Frente Amplio, el que lo apabulló para que dejara de ser tan dependiente. Y fue la central unitaria de trabajadores PIT-CNT la que salió nuevamente a la calle a hacer frente al nuevo intento neoliberal.
Allí están los estudiantes chilenos, juntándose con los sindicatos, quizá rememorando aquellas consignas de los años 1960 de “obreros y estudiantes, unidos y adelante”; ahí están los campesinos y los estudiantes secundarios y universitarios de Paraguay, ganando la calle para terminar con la injusticia y la corrupción en su país.
Y en Argentina, está aquella “juventud maravillosa” que no olvida de la resistencia peronista ni del menemato y su orgía privatizadora, ni del presidente volador y la desesperación del 2001-2002, y no va a permitir –con los votos y también en la calle– que le arrebaten lo conquistado en esta década.
El descubrimiento “serio” de los analistas es que la caída del precio de las materias primas afectará las políticas sociales impulsadas por los gobiernos nacionales y populares, y por ende sus bases desertarán hacia la derecha. La caída de los precios de las materias primas afectará también a los gobiernos de derecha, entonces, ¿hacia dónde emigrarán sus bases?, pregunta el panameño Nils Castro.(¿Es el “progresismo” un fenómeno cíclico?)
Nada está perdido, ahora hay que profundizar. En una coyuntura como esta, La Negra Sosa vendría a ofrecer su corazón.
- Aram Aharonian es periodista y docente uruguayo-venezolano, director de la revista Question, fundador de Telesur, director del Observatorio Latinoamericano en Comunicación y Democracia (ULAC).
http://www.alainet.org/es/articulo/173071
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