Me duele muchísimo –aunque no me extraña, la verdad-, que personas pertenecientes a la clase trabajadora –tengan o no conciencia de ello-, arremetan contra los/as refugiados y las ayudas que se les prestan –insuficientes, a pesar de todo, prestacionales e hipócritas-, desde la Unión Europea (UE), y que deben incrementarse tanto como sea necesario a cargo de nuestra solidaridad, de nuestros impuestos y de nuestras asociaciones e instituciones públicas.Todas esas personas que ahora vienen a los países de Europa, y que a algunos tanto les molesta, no son sino el coste –en diferido-, que nuestras sociedades deben asumir ahora por haber convertido a esas personas en los rehenes de nuestra (a)ventura capitalista; personas perseguidas por una guerra de religión que nadie explica con la suficiente solvencia y rigor, ya que los grandes medios de comunicación están financiados por la industria armamentística y petrolífera que han esquilmado esos países; personas afectadas por una sequía que desde hace años afecta a Siria –por culpa del cambio climático que ellos no provocan, sino nosotros, las sociedades desarrolladas, consumistas y líquidas-, y que ha acabado transformándose, pasado por el filtro de la opresión política de gobiernos apoyados y financiados por Occidente –EEUU y la UE-, en un conflicto político que se ha unido, muy hábilmente por los yihadistas del ISIS, a la guerra de religión que se vive en Iraq entre los chiístas (en el gobierno, el oficialismo) y los sunís (la religión de Sadam Husseín), viendo éstos últimos en ISIS la esperanza de su redención frente al aislamiento que padecen –y me refiero a la gente humilde que al final acaba sufriendo las consecuencias, no las élites que provocan interesadamente desde sus oficinas tales situaciones-; personas que son de la misma clase social que la de todos los que estamos gobernados por holgazanes que hacen y deshacen a su antojo, esas élites económicas del petróleo y del negocio armamentístico y mineral, que han convertido a Medio Oriente y al río Éufrates en un auténtico lodazal de sangre, desesperación y desesperanza.
Todas las personas que dicen “primero los de aquí y luego los de fuera”, deben saber que el hambre, la miseria y la explotación –como la especulación financiera- no tiene fronteras, sólo depende del capitalismo allá donde se instale: y es global. Y que, no teniendo fronteras, para que aquí (mal)vivamos en una persecución constante del capitalismo más salvaje y opresor, otras personas y sociedades tienen que sacrificarse –incluidos nosotros, con recortes, subidas de impuestos y reformas laborales que nos llevan al nivel de supervivencia-. Es justo que aquí, desde nuestros sofás mediocres y perversos, y que desde las atalayas neo-fascistas de muchos que creen pertenecer a una nacionalidad superior por el mero hecho de trabajar catorce horas al día y no llegar a fin de mes, es justo –o al menos la consecuencia natural- que ahora asumamos el coste que ellos y ellas, por nosotros, llevan décadas asumiendo, y no precisamente por buena voluntad. Se les ha robado la felicidad, se les ha robado la tranquilidad de vivir con sus creencias y raíces religiosas –tan dignas como las del catolicismo que todavía vive de la renta de las mutilaciones y hogueras de la Inquisición-, y se les ha robado la riqueza consustancial natural (agrícola, petrolífera y mineral) que llega a nosotros en forma de inutilidades o de aparatos electrónicos que sólo son utilizados para enviar y compartir ridiculeces por las redes sociales, sin aprovechar el potencial de movilización y concienciación que podrían suponer. Pero eso sí, cuando se trata de defender al capitalismo en nombre de una patria y de un supuesto bienestar, todo son soflamas vehementes –salmodias ridículas- contra nuestros hermanos y hermanas de otros lugares del mundo, sometidos a la misma lógica perversa del capitalismo.
Todas las personas que dicen “primero los de aquí y luego los de fuera”, deben saber que el hambre, la miseria y la explotación –como la especulación financiera- no tiene fronteras, sólo depende del capitalismo allá donde se instale: y es global. Y que, no teniendo fronteras, para que aquí (mal)vivamos en una persecución constante del capitalismo más salvaje y opresor, otras personas y sociedades tienen que sacrificarse –incluidos nosotros, con recortes, subidas de impuestos y reformas laborales que nos llevan al nivel de supervivencia-. Es justo que aquí, desde nuestros sofás mediocres y perversos, y que desde las atalayas neo-fascistas de muchos que creen pertenecer a una nacionalidad superior por el mero hecho de trabajar catorce horas al día y no llegar a fin de mes, es justo –o al menos la consecuencia natural- que ahora asumamos el coste que ellos y ellas, por nosotros, llevan décadas asumiendo, y no precisamente por buena voluntad. Se les ha robado la felicidad, se les ha robado la tranquilidad de vivir con sus creencias y raíces religiosas –tan dignas como las del catolicismo que todavía vive de la renta de las mutilaciones y hogueras de la Inquisición-, y se les ha robado la riqueza consustancial natural (agrícola, petrolífera y mineral) que llega a nosotros en forma de inutilidades o de aparatos electrónicos que sólo son utilizados para enviar y compartir ridiculeces por las redes sociales, sin aprovechar el potencial de movilización y concienciación que podrían suponer. Pero eso sí, cuando se trata de defender al capitalismo en nombre de una patria y de un supuesto bienestar, todo son soflamas vehementes –salmodias ridículas- contra nuestros hermanos y hermanas de otros lugares del mundo, sometidos a la misma lógica perversa del capitalismo.