Le Monde diplomatique
Traducido del francĆ©s para RebeliĆ³n por Caty R. |
Una carcasa artificial cae sobre la cadena de producciĆ³n de una fĆ”brica asĆ©ptica. Recubierta de una espesa pasta blanca que sale de un brazo metĆ”lico, a continuaciĆ³n pasa por una mĆ”quina que le da aspecto de un pollo bien cebado al que habrĆan cortado la cabeza y las patas. Tras unas pulverizaciones de colorante, el «ave» estĆ” empaquetada lista para la venta. Estas imĆ”genes, extraĆdas de la pelĆcula L’Aile ou la Cuisse, una comedia popular en la que Louis de FunĆØs interpreta a un crĆtico gastronĆ³mico en guerra contra un gigante de la restauraciĆ³n colectiva, presentaban en 1976 un carĆ”cter estrafalario propio para suscitar hilaridad.
Cuarenta aƱos despuĆ©s la realidad supera a la ficciĆ³n y la risa se congela. La comida anodina expedida rĆ”pidamente ha sustituido los platos sabrosos en las mesas de los hogares y restaurantes. Productos que no tienen nada de naturales invaden las estanterĆas de los supermercados: tomates y fresas insĆpidos, productos de invierno y de verano de invernaderos recalentados a golpe de abonos y fungicidas, platos preparados con «minerai de bÅuf», una mezcla de carne, piel, grasa y vĆsceras en la que se esconden a veces pedazos de caballo, pizzas cubiertas de sucedĆ”neo de queso que tiene la apariencia de queso autĆ©ntico pero no contiene una gota de leche. Y lo mismo las pequeƱas croquetas de pollo bautizadas «nuggets», cuyo mĆ©todo de fabricaciĆ³n parece salido directamente de la pelĆcula de Claude Zidi: se trata en realidad de una pasta de ave recompuesta, endurecida con pan rallado y despuĆ©s pasada a la freidora.
Todos esos productos han llegado a las estanterĆas sin encontrar resistencia. No porque a los consumidores les apetezcan particularmente los productos quĆmicos, sino porque tienen ventajas econĆ³micas, hay mucha oferta y no hay alternativas. SegĆŗn una idea que mantienen ampliamente las multinacionales agroalimentarias –y negada por numerosos estudios (1)- serĆa imposible alimentar a todo el mundo con productos frescos y sanos a un precio razonable. Por lo tanto hay que adaptarse a la ganaderĆa y la agricultura extensivas, a la utilizaciĆ³n de pesticidas y piensos, a la estandarizaciĆ³n de los productos y a no ver mĆ”s que inconvenientes para la democratizaciĆ³n de la alimentaciĆ³n. Por otra parte estĆ” el enriquecimiento de los promotores de comida basura, ese ingenioso medio de producciĆ³n que ha hecho bajar la parte del presupuesto que un hogar francĆ©s dedica a la alimentaciĆ³n del 40,8 % en 1958 al 20,4 % en 2013 (2).
Sin embargo la alimentaciĆ³n barata tiene un coste –social, sanitario, medioambiental- cada vez mĆ”s visible a medida que los hĆ”bitos de consumo de los paĆses occidentales se extienden por todo el mundo. Para ofrecer productos a bajo precio, el complejo agroindustrial rompe los salarios y precariza a millones de trabajadores: las frutas y verduras vendidas por los grandes distribuidores (de donde sale el 70 % de las rentas alimentarias en Francia) son cosechadas por trabajadores temporeros o emigrantes clandestinos infrapagados, transportadas por conductores que no cuentan las horas y vendidas por dependientes con sueldos mĆnimos. AdemĆ”s los productos industriales, ricos en grasas saturadas, azĆŗcar y sal, son particularmente calĆ³ricos. Consumidos en cantidades importantes –como nos invita la publicidad- favorecen el sobrepeso y la obesidad y por lo tanto la difusiĆ³n de enfermedades como el colesterol, la diabetes y la hipertensiĆ³n. 200.000 estadounidenses mueren anualmente de enfermedades vinculadas al Ćndice de grasa corporal. A escala mundial, el nĆŗmero de personas con sobrepeso (alrededor de 1.500 millones de personas), supera al de personas desnutridas (alrededor de 800 millones). AsĆ un segundo problema de la nutriciĆ³n viene a aƱadirse al problema del hambre.
DeforestaciĆ³n, contaminaciĆ³n de las capas freĆ”ticas, empobrecimiento de los suelos y destrucciĆ³n de la biodiversidad: el productivismo alimentario tiene finalmente consecuencias funestas sobre el medio ambiente. Solo la industria de la carne acapara el 78 % de las tierras agrĆcolas del planeta, es responsable del 80 % de la deforestaciĆ³n de la Amazonia y del 14,5 % de las emisiones de gas invernadero causadas por el hombre. Sabiendo que hacen falta 15.000 litros de agua y siete kilos de cereales para producir un kilo de carne de vacuno y que por ejemplo en Francia se consumen 3.000 kilos al minuto, es fĆ”cil hacer el cĆ”lculo…
Para detener el choque ecolĆ³gico en cadena, algunos plantean acelerar la huida hacia adelante cientĆfica. BiĆ³logos y genetistas han conseguido carne sintĆ©tica, totalmente fabricada en laboratorio, y huevos artificiales concebidos sin gallinas. Pero otros, siempre mĆ”s numerosos, proponen el regreso a una agricultura local, respetuosa con el medio ambiente y emancipada de las grandes cadenas de distribuciĆ³n. Sin embargo esta soluciĆ³n estĆ” reservada a una minorĆa de la poblaciĆ³n que puede permitirse el lujo de alimentarse correctamente sin tener que recortar otros gastos esenciales. Las clases populares en su mayorĆa se hallan cautivas de los productos del agronegocio. AsĆ, la lucha por la alimentaciĆ³n es tanto polĆtica como social: permitir que todas las personas dispongan de los medios para acceder a una alimentaciĆ³n de calidad.
Cuarenta aƱos despuĆ©s la realidad supera a la ficciĆ³n y la risa se congela. La comida anodina expedida rĆ”pidamente ha sustituido los platos sabrosos en las mesas de los hogares y restaurantes. Productos que no tienen nada de naturales invaden las estanterĆas de los supermercados: tomates y fresas insĆpidos, productos de invierno y de verano de invernaderos recalentados a golpe de abonos y fungicidas, platos preparados con «minerai de bÅuf», una mezcla de carne, piel, grasa y vĆsceras en la que se esconden a veces pedazos de caballo, pizzas cubiertas de sucedĆ”neo de queso que tiene la apariencia de queso autĆ©ntico pero no contiene una gota de leche. Y lo mismo las pequeƱas croquetas de pollo bautizadas «nuggets», cuyo mĆ©todo de fabricaciĆ³n parece salido directamente de la pelĆcula de Claude Zidi: se trata en realidad de una pasta de ave recompuesta, endurecida con pan rallado y despuĆ©s pasada a la freidora.
Todos esos productos han llegado a las estanterĆas sin encontrar resistencia. No porque a los consumidores les apetezcan particularmente los productos quĆmicos, sino porque tienen ventajas econĆ³micas, hay mucha oferta y no hay alternativas. SegĆŗn una idea que mantienen ampliamente las multinacionales agroalimentarias –y negada por numerosos estudios (1)- serĆa imposible alimentar a todo el mundo con productos frescos y sanos a un precio razonable. Por lo tanto hay que adaptarse a la ganaderĆa y la agricultura extensivas, a la utilizaciĆ³n de pesticidas y piensos, a la estandarizaciĆ³n de los productos y a no ver mĆ”s que inconvenientes para la democratizaciĆ³n de la alimentaciĆ³n. Por otra parte estĆ” el enriquecimiento de los promotores de comida basura, ese ingenioso medio de producciĆ³n que ha hecho bajar la parte del presupuesto que un hogar francĆ©s dedica a la alimentaciĆ³n del 40,8 % en 1958 al 20,4 % en 2013 (2).
Sin embargo la alimentaciĆ³n barata tiene un coste –social, sanitario, medioambiental- cada vez mĆ”s visible a medida que los hĆ”bitos de consumo de los paĆses occidentales se extienden por todo el mundo. Para ofrecer productos a bajo precio, el complejo agroindustrial rompe los salarios y precariza a millones de trabajadores: las frutas y verduras vendidas por los grandes distribuidores (de donde sale el 70 % de las rentas alimentarias en Francia) son cosechadas por trabajadores temporeros o emigrantes clandestinos infrapagados, transportadas por conductores que no cuentan las horas y vendidas por dependientes con sueldos mĆnimos. AdemĆ”s los productos industriales, ricos en grasas saturadas, azĆŗcar y sal, son particularmente calĆ³ricos. Consumidos en cantidades importantes –como nos invita la publicidad- favorecen el sobrepeso y la obesidad y por lo tanto la difusiĆ³n de enfermedades como el colesterol, la diabetes y la hipertensiĆ³n. 200.000 estadounidenses mueren anualmente de enfermedades vinculadas al Ćndice de grasa corporal. A escala mundial, el nĆŗmero de personas con sobrepeso (alrededor de 1.500 millones de personas), supera al de personas desnutridas (alrededor de 800 millones). AsĆ un segundo problema de la nutriciĆ³n viene a aƱadirse al problema del hambre.
DeforestaciĆ³n, contaminaciĆ³n de las capas freĆ”ticas, empobrecimiento de los suelos y destrucciĆ³n de la biodiversidad: el productivismo alimentario tiene finalmente consecuencias funestas sobre el medio ambiente. Solo la industria de la carne acapara el 78 % de las tierras agrĆcolas del planeta, es responsable del 80 % de la deforestaciĆ³n de la Amazonia y del 14,5 % de las emisiones de gas invernadero causadas por el hombre. Sabiendo que hacen falta 15.000 litros de agua y siete kilos de cereales para producir un kilo de carne de vacuno y que por ejemplo en Francia se consumen 3.000 kilos al minuto, es fĆ”cil hacer el cĆ”lculo…
Para detener el choque ecolĆ³gico en cadena, algunos plantean acelerar la huida hacia adelante cientĆfica. BiĆ³logos y genetistas han conseguido carne sintĆ©tica, totalmente fabricada en laboratorio, y huevos artificiales concebidos sin gallinas. Pero otros, siempre mĆ”s numerosos, proponen el regreso a una agricultura local, respetuosa con el medio ambiente y emancipada de las grandes cadenas de distribuciĆ³n. Sin embargo esta soluciĆ³n estĆ” reservada a una minorĆa de la poblaciĆ³n que puede permitirse el lujo de alimentarse correctamente sin tener que recortar otros gastos esenciales. Las clases populares en su mayorĆa se hallan cautivas de los productos del agronegocio. AsĆ, la lucha por la alimentaciĆ³n es tanto polĆtica como social: permitir que todas las personas dispongan de los medios para acceder a una alimentaciĆ³n de calidad.
(1) VĆ©ase por ejemplo « Le droit Ć l’alimentation, facteur de changement » (PDF), informe final, OrganizaciĆ³n de las Naciones Unidas, Nueva York, enero de 2014.
(2) Bajo la direcciĆ³n de Olivier Wieviorka, La France en chiffres de 1870 Ć nos jours, Perrin, Paris, 2015 ; « Les comptes de la nation en 2013 » (PDF), Instituto Nacional de EstadĆstica y de Estudios EconĆ³micos. ParĆs, mayo de 2014.
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