EE.UU. e Irán restablecen relaciones después de más de tres décadas de Guerra Fría
TomDispatch
Traducido del inglés para Rebelión por Carlos Riba García |
Washington y Teherán se van del frío Introducción de Tom Engelhardt
Cada elección necesita una catástrofe organizativa; esto vale doblemente para la carrera presidencial de los republicanos, con 16 precandidatos que ya están en la refriega y otros más por sumarse a ella. Después de todo, lo asombroso de los republicanos, ahora que se ha transformado en un partido que está por la guerra, es que cada nuevo candidato que se suma se siente obligado a ser más militarista que sus oponentes, más allá de lo que cada uno de ellos haya dicho sobre lo que haría. Esta actitud está dando un nuevo significado a la frase de la guerra de trincheras durante la Primera Guerra Mundial “pasar por encima”, es decir, pasar por encima del parapeto para atacar al enemigo.
Por ejemplo, tomad a Donald Trump. Cuando entró en carrera, se apresuró a jugar una carta de triunfo* ante sus contendientes proclamando que él es ni más ni menos un genio militar y prometiendo que, para nuestra actual guerra en Oriente Medio, él encontraría inmediatamente a un “general Patton” o a un “general MacArthur”, vale decir, un jefe capaz de por fin poner a nuestras fuerzas armadas en el camino de la victoria. No obstante, para él la cuestión de los generales es una preocupación de segundo orden ya que el Comandante en Jefe Trump tiene su propio plan –imparable– para destruir al Estado Islámico. Lo explica así: “Recuperar el petróleo. Una vez que vas y recuperas ese petróleo, ellos se quedan sin nada. Los bombardeas sin parar, después los rodeas y entras allá. Y dejas que entre la Mobil, que entren nuestras grandes empresas petroleras; se quedan sin nada”. ¡Rodearlos, sí!
Y las apuestas no paran de subir. En este momento, digamos, en tu primer día en el Despacho Oval, romperías en pedazos el acuerdo nuclear con Irán (desde luego, en caso de que sea aprobado por el Congreso), y éste sería un cambio. Como lo es la idea de que deben enviarse fuerzas de infantería de Estados Unidos a la tercera guerra de Iraq. El candidato Rick Santorum se ganó su titular en primera plana al reclamar que se mandara a Iraq a 10.000 soldados, lo cual fue doblado inmediatamente por el senador Lindsey Graham, que vio los 10.000 de Iraq y puso otros 10.000 más en Siria; la parada de ambos fue doblada por el senador Marco Rubio, quien amenazó con el despliegue de un “devastador” poder aéreo mientras recordaba una aterradora línea de la película [francesa] de acción Taken **: “Te buscaremos, te encontraremos y te mataremos” (Estado Islámico, ¡eliminado!).
En esencia, el ex gobernador del estado de New York George Pataki (... enviar tropas, destruir sus campos de adiestramiento, destruir sus centros de reclutamiento, destruir la zona donde ellos piensan atacarnos y después marcharnos”) dobló su propia apuesta proponiendo que tropas estadounidenses invadieran el territorio del EI, como también lo hizo el gobernador del estado de Ohio en un discurso para sus votantes de New Hampshire un día después de entrar en la carrera presidencial con el número 16. (“¡Sencillamente hagámoslo!”) Pero el crédito donde es debido: Scott Walter (número 15), gobernador de Wisconsin, quien una vez comparó la lucha contra el EI con la lucha contra los sindicatos en su estado, dobló la apuesta de todos ellos al insistir que él no solo haría pedazos el acuerdo nuclear con Irán en primer día de su presidencia sino que, entre su juramento y el baile de esa misma noche, él muy bien podría lanzar también una acción militar, presumiblemente contra Irán. En cuanto al resto del campo republicano: ¡todos eliminados del juego!
Ya sabéis cómo son las cosas una vez que empiezan a rodar, por lo tanto sentémonos y esperemos a que se juegue la próxima carta de triunfo en el teatro del absurdo en que se ha convertido el pensamiento republicano “dominante” en lo referente a la guerra al estilo estadounidense. Da la impresión de que todos estamos pasando por encima del parapeto. En ese contexto, el denunciante del departamento de Estado y miembro regular de TomDispatch, Peter Van Buren opina que, en medio de tanto ruido, lo esencial en realidad es el acuerdo nuclear con Irán.
No se preocupe por los detalles del acuerdo nuclear entre Estados Unidos e Irán firmado en julio. Lo que importa es que los supuestos del poder en Oriente Medio acaban de cambiar significativamente.
El 14 de julio, Washington y Teherán anunciaron el acuerdo nuclear y, sí, algunos de sus detalles todavía están clasificados. Por supuesto, la administración Obama negoció junto con China, Rusia, Gran Bretaña, Francia y Alemania; esto quiere decir que Irán y otros cinco gobiernos deben aprobar la letra pequeña del documento ‘Plan de acción conjunto exhaustivo’, de 159 páginas. Naciones Unidas, que también debía firmar el trato, ya ha acordado medidas para poner fin a las sanciones que puso en marcha contra Irán.
Si todavía no somos expertos en instalaciones de centrifugación ni en tasas de enriquecimiento [de uranio], en los próximos dos meses –mientras en el Congreso se debata y sopese la aprobación del acuerdo– los medios de comunicación se encargarán de que lleguemos a serlo. Los israelíes proclamarán que el Apocalipsis está cercano. Y todo el mundo que es alguien jurará por los cielos que el demonio está en los detalles. En las tertulias de los domingos [de la televisión], los halcones escandalizarán interminablemente advirtiéndonos acerca de lo que se viene, y sobre la pusilanimidad del presidente y su “iluso” secretario de Estado, John Kerry (sin embargo, ningún notable preguntará por que las decisiones tomadas en el pasado por el presidente para emprender o continuar guerras en Oriente Medio no fueron recibidas con al menos similar escepticismo como el actual intento para impedir una más).
Hay dos puntos decisivos que se pueden adelantar de tanto intercambio áspero: primero, nada de eso importa, y segundo, el demonio no está en la letra menuda, a pesar de que seguramente aparecerá en esas tertulias de los domingos.
He aquí lo que realmente importa más: en un momento crucial y sin que se haya disparado un solo tiro, Estados Unidos e Irán han llegado a un punto de inflexión y dejado atrás una época de abierta hostilidad. El acuerdo nuclear ata a ambos países a años de compromiso y deja la puerta abierta a una relación mucho más plena. Para entender hasta qué punto esto es significativo se necesita una mirada hacia atrás.
Una historia muy breve de las relaciones Estados Unidos-Irán
La versión abreviada: durante casi 40 años, las relaciones han sido terribles. Sin embargo, un relato algo más moroso se inicia en 1953, cuando la CIA ayudó a organizar un golpe de estado para hacer caer al primer ministro elegido democráticamente, Mohammad Mosaddegh, un líder laico –justo la clase de tipo con que los funcionarios estadounidenses han soñado siempre desde que los ayatollahs tomaron en poder en 1979–. Mossadegh trataba de nacionalizar la industria iraní del petróleo. En ese momento, para Washington y Londres, eso estaba muy mal visto. De ahí que debía marcharse.
En su lugar, Washington instaló a una marioneta digna de la más sórdida república bananera: el shah Mohammad Reza Pahlevi. Estados Unidos lo ayudó manteniendo una policía secreta particularmente macabra –la Savak– que el Shah empleaba directamente contra sus oponentes políticos, demócratas y cualesquiera que fuesen diferentes; entre ellos, aquellos que abrazaban una rama del fundamentalismo islámico desconocida en Occidente en ese momento. Washington se relamió con el petróleo del Shah y, a cambio, le vendió el armamento moderno que él ansiaba. Durante los años setenta, Estados Unidos también proporcionó a Irán combustible nuclear y tecnología para construir reactores en el marco de la iniciativa del presidente Dwight Eisenhower “Átomos para la paz”, que en 1957 había propiciado la puesta en marcha del programa nuclear iraní.
En 1979, después de meses de manifestaciones callejeras en Teherán y viendo cuál era su destino, el Shah huyó. El ayatollah Jomeini, un líder religioso, regresó del exilio y tomó el control de la nación mediante lo que en ese momento se llamó la Revolución Islámica. Los “estudiantes” iraníes canalizaron décadas de cólera anti-Estados Unidos bajo el Shah y su policía secreta en la toma de la Embajada de EEUU en Teherán. En un acontecimiento que pocos estadounidenses de cierta edad podrán olvidar, 52 funcionarios de la embajada fueron retenidos allí como rehenes durante alrededor de 15 meses.
En represalia, entre otras cosas, en los ochenta Estados Unidos ayudaría al autócrata iraquí Saddam Hussein (¿os acordáis de él?) en su guerra contra Irán y en 1988, un misil de crucero estadounidense derribaría un avión comercial de pasajeros de la Iran Air Line en el golfo Pérsico que mató a las 290 personas que viajaban en él (Washington manifestó que fue un accidente). En 2003, cuando Irán amenazó a Washington después de los éxitos militares estadounidenses en Afganistán, el presidente George W. Bush declaró a ese país integrante del “Eje del Mal”.
Más tarde, Irán financió, adiestró y ayudó a dirigir un levantamiento chiíta contra Estados Unidos en Iraq. Para pagar con la misma moneda, una unidad militar de Estados Unidos atacó una oficina diplomática iraní en Iraq y detuvo a varios funcionarios. A medida que Estados Unidos retiraba lentamente a sus militares de ese país, Irán aumentaba su apoyo a líderes pro-Teherán en Bagdad. Cuando se incrementó el programa nuclear iraní, Estados Unidos atacó sus ordenadores con virus en lo que de hecho ha sido la primera guerra cibernética de la historia. Al mismo tiempo, Washington impuso sanciones económicas contra Irán que afectan sobre todo al sector esencial de la producción de energía de ese país.
En resumen, durante los últimos 36 años la relación Estados Unidos-Irán ha sido hostil, antagonista, improductiva y a menudo decididamente mezquina. Ningún país se ha beneficiado con ella; aun así, ambos países se mantuvieron dispuestos a combatir.
El ascenso iraní
A pesar de todo lo hecho por Estados Unidos, en estos momentos Irán es una de las dos potencias dominantes de Oriente Medio. Y en ascenso (Estados Unidos sigue siendo la “otra” potencia dominante).
Otra rápida inmersión en la historia durante tanto tiempo olvidada. Estados Unidos entró a trompicones en la era que siguió al 11-S; lo hizo con dos invasiones que eliminaron hábilmente a los enemigos clave de Irán: en el oeste, a Saddam Hussein –Iraq– y, en el este, al Talibán –Afganistán– (el primero, por supuesto, desaparecido para siempre; al segundo le va algo mejor en estos días, a pesar de que es improbable que durante algún tiempo sea una amenaza para Irán). Ambas guerras son una sangría pero no han traído las victorias prometidas, el desánimo de los militares estadounidenses minó el deseo de la administración Bush de atacar militarmente a Irán. Saltemos casi una década hacia adelante: hoy, Washington presta su callado apoyo a algún intento del poder militar de EEUU en Iraq contra el Estado Islámico. Aparentemente, la administración Obama está prácticamente resignada a mirar hacia otro lado mientras Teherán promete que pondrá un gobierno títere en Bagdad. En sus serialmente fallidas estrategias en Yemen, Líbano y Siria, Washington casi ha suplicado a los iraníes que asuman un papel destacado en esos lugares. Los iraníes lo han hecho.
Y esto es lo más superficial del actual ascenso de Irán en la región, A pesar del daño que han hecho las sanciones económicas conducidas por Estados Unidos, la verdadera fortaleza de Irán está en su interior. Es probable que sea el país musulmán más estable de Oriente Medio. Lleva miles de años viviendo dentro de casi las mismas fronteras actuales. Es prácticamente homogéneo en sus aspectos étnicos, religiosos, culturales y lingüísticos, y comparativamente sus minorías están controladas. Al mismo tiempo que es gobernado en gran parte por sus clérigos, el país ha experimentado un incremento de la democracia en las transiciones electorales desde la revolución de 1979. Algo más significativo aún; al contrario del resto de los países de Oriente Medio, los líderes de Irán no gobiernan con el temor a una revolución islámica. Ellos ya la han hecho.
Por qué Irán no tendrá armas nucleares
Ocupémonos ahora de esas armas nucleares. Solo un ciego en la oscuridad de la noche podría no enterarse de algo tan obvio en el gran Oriente Medio: los regímenes que se oponen a Estados Unidos suelen caer en el caos una vez que sus planes nucleares son desbaratados. Los israelíes destruyeron el programa de Saddam, como también lo hicieron con los de Siria, desde el aire. La Libia de Muamar Gadafi se fue por el sumidero gracias al cambio de régimen propiciado por EEUU y la OTAN después de que aquel renunciara voluntariamente a sus ambiciones nucleares. Al mismo tiempo, nadie en Teherán podía dejar de enterarse de cómo cambiaron las cosas para Corea del Norte cuando un nuevo régimen la convirtió en un país nuclear. Pensad en todas estas muy buenas razones para que Irán decidiera reforzar su programa de armas nucleares, y no renunciar del todo a él.
Si bien desde 2002 Washington no ha parado un solo día en su actitud belicosa hacia Irán, Estados Unidos no es el único país al que temen los clérigos. Ellos tienen la plena convicción de que Israel, con su no reconocido pero demasiado real arsenal nuclear, es capaz de lanzar un ataque con misiles, aviones o submarinos, y bien podría hacerlo un día.
He aquí ahora una ironía añadida: la belicosidad estadounidense y los artefactos nucleares israelíes explican también por qué Irán se mantendrá en el umbral de un estado nuclear, es decir, un estado que dispone de casi todo –o todo– lo necesario (tecnología y materiales) para construir un arma nuclear, pero decide no dar el paso final. La cercanía exacta de un país de la fabricación de una bomba nuclear que funcione en un momento dado se llama “tiempo de fuga”. Si Irán se acercara demasiado, si el tiempo de fuga fuese muy breve o en realidad dejara ya de existir, sería prácticamente inevitable un ataque devastador por parte de Israel y/o Estados Unidos. La de Irán no es una sociedad tercermundista. Sus zonas urbanas e infraestructuras son exactamente el tipo de blancos para los que han sido diseñados los ataques aéreos destinados a destruirlas. Entonces, llamad al programa nuclear iraní juego para ver quién es más valiente, pero se trata de un juego en el que todos los jugadores han sabido siempre quién sería el primero en distraerse.
El acuerdo nuclear Estados Unidos-Irán
Entonces, si Irán nunca iba a ser una verdadera potencia nuclear y si el mundo ha convivido con un Irán en su condición de estado en el umbral, ¿importa el acuerdo de julio?
La pregunta tiene dos respuestas: no importa y sí importa.
De verdad no importa porque en la situación real el trato cambia muy poco las cosas. Si las previsiones del acuerdo han sido implementadas según lo mejor de nuestro normal entendimiento y sin engaños, Irán empezará a moverse lentamente de los actuales dos o tres meses del tiempo de fuga hasta llegar al año o más. Hoy día, Irán no tiene armas nucleares: no tendría armas nucleares de no haber habido acuerdo y tampoco las tendrá con el acuerdo. En otras palabras, el acuerdo de Viena ha tenido éxito al eliminar unas armas de destrucción masiva que nunca han existido.
De verdad sí importa porque, por primera vez en décadas, las dos potencias más importantes en Oriente Medio han abierto la puerta a unas relaciones. Sin la cobertura política del acuerdo, la Casa Blanca nunca podría plantearse un segundo paso hacia adelante.
Es un gran avance porque mediante este acuerdo, aun aceptando la existencia de conflicto en Siria, Yemen y otros lugares, por primera vez Estados Unidos e Irán reconocen intereses comunes. Esa es la forma en que los adversarios trabajan juntos; con los amigos no son necesarios los acuerdos como el de julio. Ciertamente, la descripción que hace el presidente Obama de cómo se implementará el acuerdo –a partir de verificaciones, no de la confianza– es una precisa elección de palabras. Hace referencia a la frase utilizada en 1987 por Ronald Reagan –“confiar pero verificar”– cuando firmó el tratado de las fuerzas nucleares de alcance intermedio con Rusia.
Se llegó al acuerdo con procedimientos de la vieja escuela, sentándose ante una mesa durante muchos meses y negociando. Los diplomáticos consultaban a los expertos. Hombres y mujeres con ropas civiles –no uniformados– se ocuparon de la mayor parte de las conversaciones. Este trámite, tal vez desconocido para la generación posterior al 11-S crecida en el concepto machista de “estás con nosotros o contra nosotros”, se llama compromiso. Es la parte esencial de una destreza cada día más extraña a los estadounidenses: la diplomacia. El objetivo no es derrotar a un enemigo, encontrar apaños, resolver todas las cuestiones bilaterales, ni siquiera obtener la liberación de cuatro estadounidenses retenidos en Irán. El objetivo es resolver un problema específico mediante un acuerdo mutuamente beneficioso. Esta destreza en el arte de gobernar muestra un tipo de habilidad en la política exterior que los votantes de Estados Unidos raramente habían visto ejercida desde que a Barak Obama se le concedió el Nobel de la Paz en 2009; la única excepción ha sido Cuba.
Todo es cuestión de dinero
Mientras la diplomacia conducía a Estados Unidos e Irán hacia el acuerdo, el dinero es lo que ampliará y sostendrá la relación.
Irán, con la cuarta reserva comprobada de petróleo y la segunda de gas natural del planeta, está preparada para empezar a vender su producción en los mercados del mundo tan pronto se levanten las sanciones. Este levantamiento permitirá que el comercio iraní acceda a los capitales globales y que el comercio exterior acceda a un mercado iraní ansioso de comprar.
Por ejemplo, desde noviembre de 2014, los chinos han duplicado sus inversiones en Irán. Empresas europeas, entre ella Shell y Peugeot, están conversando con funcionarios iraníes. Apple está estableciendo contactos con distribuidores iraníes. Alemania envió una misión comercial a Teherán. Los anuncios de coches europeos y objetos de lujo están volviendo a aparecer en la capital iraní. Si Irán ha de renovar la vieja infraestructura de extracción de petróleo y gas natural, necesitará comprar tecnologías y experiencia extranjeras por valor de cientos de miles de millones de dólares. Muchos de sus aviones comerciales han envejecido y deben ser reemplazados. Fluirá el dinero. Después de esto, será muy difícil que los halcones de la guerra de Washington, Tel Aviv o Riyadh puedan regresar a la situación anterior al acuerdo; es por eso que se oye tanto grito destemplado y rechinar de dientes.
Los verdaderos temores de israelíes y saudíes
Ni Israel ni Arabia Saudí esperaban realmente negociar alguna vez andanadas de misiles con un Irán poseedor del arma nuclear, tampoco sus primera objeciones al acuerdo tenían mucho peso. Los críticos han dicho que el trato durará solo 10 años (las previsiones clave contemplan una escalada de 10 años, después se reducen). Dejando de lado el hecho de que en política 10 años representan toda una vida, esta línea de pensamiento también supone que según el calendario avance hasta los 10 años y un día, Irán abandone el arreglo y haga alguna picardía. Es un razonamiento curioso.
Del mismo modo, cualquier cosa que se diga acerca de que el acuerdo desencadenaría una carrera armamentística en Oriente Medio es algo obsoleto desde hace mucho tiempo. Hace años que Israel tiene la bomba y no se ha disparado ninguna carrera armamentística. El temor latente de que Irán produciría “la Bomba Islámica” ignora el hecho de que Pakistán, cuyas manos están sucias por haber instigado el terror y albergado a muchísimos extremistas islámicos, es una potencia nuclear al menos desde 1998.
No, lo que de verdad preocupa a israelíes y saudíes es que Irán regrese a la comunidad de naciones como interlocutor diplomático y comercial de Estados Unidos, Asia y Europa. Embarcándose en una ofensiva diplomática tras la firma del tratado nuclear, funcionarios iraníes aseguraron a los demás países musulmanes de la región que esperaban que el acuerdo allanara el camino hacia un aumento de la cooperación. La política de Estados Unidos en el golfo Pérsico, hasta hoy enfocada solo en su propia seguridad y necesidades energéticas, puede (por fin) empezar a alinearse con una realidad eurasiana cada día más multifacética. Ciertamente, un Irán fuerte es una amenaza al statu quo –de ahí el malestar de Tel Aviv y Riyadh– pero no una amenaza militar. El verdadero poder en el siglo XXI, con escasez de guerras totales, descansa en el dinero.
El acuerdo de julio reconoce el mapa real de las potencias de Oriente Medio. No convierte en amigos a Irán y Estados Unidos. Sin embargo abre la puerta para que los dos jugadores regionales más importantes puedan conversar y desarrollar vínculos financieros y comerciales que alejarán la posibilidad de un conflicto por impracticable. Esto, después de más de 30 años de hostilidad entre Estados Unidos e Irán en la región más volátil del mundo, no es un logro menor.
Peter Van Buren hizo sonar el silbato sobre el desperdicio y la mala administración en el departamento de estado durante la reconstrucción iraquí en su primer libro, We Meant Well: How I Helped Lose the Battle for the Hearts and Minds of the Iraqi People. Colaborador habitual de Tom Dispatch, ha escrito sobre los hechos de la actualidad en su blog We Meant Well. Su libro más reciente es Ghosts of Tom Joad: A Story of the #99Percent. Su próxima obra es una novela: Hooper’s War.
* Tom, autor de la introducción, juega continuamente con el apellido de Donald Trump; “trump card”, por ejemplo, en inglés es la carta de triunfo en un juego de naipes. (N. del T.)
Cada elección necesita una catástrofe organizativa; esto vale doblemente para la carrera presidencial de los republicanos, con 16 precandidatos que ya están en la refriega y otros más por sumarse a ella. Después de todo, lo asombroso de los republicanos, ahora que se ha transformado en un partido que está por la guerra, es que cada nuevo candidato que se suma se siente obligado a ser más militarista que sus oponentes, más allá de lo que cada uno de ellos haya dicho sobre lo que haría. Esta actitud está dando un nuevo significado a la frase de la guerra de trincheras durante la Primera Guerra Mundial “pasar por encima”, es decir, pasar por encima del parapeto para atacar al enemigo.
Por ejemplo, tomad a Donald Trump. Cuando entró en carrera, se apresuró a jugar una carta de triunfo* ante sus contendientes proclamando que él es ni más ni menos un genio militar y prometiendo que, para nuestra actual guerra en Oriente Medio, él encontraría inmediatamente a un “general Patton” o a un “general MacArthur”, vale decir, un jefe capaz de por fin poner a nuestras fuerzas armadas en el camino de la victoria. No obstante, para él la cuestión de los generales es una preocupación de segundo orden ya que el Comandante en Jefe Trump tiene su propio plan –imparable– para destruir al Estado Islámico. Lo explica así: “Recuperar el petróleo. Una vez que vas y recuperas ese petróleo, ellos se quedan sin nada. Los bombardeas sin parar, después los rodeas y entras allá. Y dejas que entre la Mobil, que entren nuestras grandes empresas petroleras; se quedan sin nada”. ¡Rodearlos, sí!
Y las apuestas no paran de subir. En este momento, digamos, en tu primer día en el Despacho Oval, romperías en pedazos el acuerdo nuclear con Irán (desde luego, en caso de que sea aprobado por el Congreso), y éste sería un cambio. Como lo es la idea de que deben enviarse fuerzas de infantería de Estados Unidos a la tercera guerra de Iraq. El candidato Rick Santorum se ganó su titular en primera plana al reclamar que se mandara a Iraq a 10.000 soldados, lo cual fue doblado inmediatamente por el senador Lindsey Graham, que vio los 10.000 de Iraq y puso otros 10.000 más en Siria; la parada de ambos fue doblada por el senador Marco Rubio, quien amenazó con el despliegue de un “devastador” poder aéreo mientras recordaba una aterradora línea de la película [francesa] de acción Taken **: “Te buscaremos, te encontraremos y te mataremos” (Estado Islámico, ¡eliminado!).
En esencia, el ex gobernador del estado de New York George Pataki (... enviar tropas, destruir sus campos de adiestramiento, destruir sus centros de reclutamiento, destruir la zona donde ellos piensan atacarnos y después marcharnos”) dobló su propia apuesta proponiendo que tropas estadounidenses invadieran el territorio del EI, como también lo hizo el gobernador del estado de Ohio en un discurso para sus votantes de New Hampshire un día después de entrar en la carrera presidencial con el número 16. (“¡Sencillamente hagámoslo!”) Pero el crédito donde es debido: Scott Walter (número 15), gobernador de Wisconsin, quien una vez comparó la lucha contra el EI con la lucha contra los sindicatos en su estado, dobló la apuesta de todos ellos al insistir que él no solo haría pedazos el acuerdo nuclear con Irán en primer día de su presidencia sino que, entre su juramento y el baile de esa misma noche, él muy bien podría lanzar también una acción militar, presumiblemente contra Irán. En cuanto al resto del campo republicano: ¡todos eliminados del juego!
Ya sabéis cómo son las cosas una vez que empiezan a rodar, por lo tanto sentémonos y esperemos a que se juegue la próxima carta de triunfo en el teatro del absurdo en que se ha convertido el pensamiento republicano “dominante” en lo referente a la guerra al estilo estadounidense. Da la impresión de que todos estamos pasando por encima del parapeto. En ese contexto, el denunciante del departamento de Estado y miembro regular de TomDispatch, Peter Van Buren opina que, en medio de tanto ruido, lo esencial en realidad es el acuerdo nuclear con Irán.
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Después de 30 años de Guerra Fría se restablece la relación Estados Unidos-IránNo se preocupe por los detalles del acuerdo nuclear entre Estados Unidos e Irán firmado en julio. Lo que importa es que los supuestos del poder en Oriente Medio acaban de cambiar significativamente.
El 14 de julio, Washington y Teherán anunciaron el acuerdo nuclear y, sí, algunos de sus detalles todavía están clasificados. Por supuesto, la administración Obama negoció junto con China, Rusia, Gran Bretaña, Francia y Alemania; esto quiere decir que Irán y otros cinco gobiernos deben aprobar la letra pequeña del documento ‘Plan de acción conjunto exhaustivo’, de 159 páginas. Naciones Unidas, que también debía firmar el trato, ya ha acordado medidas para poner fin a las sanciones que puso en marcha contra Irán.
Si todavía no somos expertos en instalaciones de centrifugación ni en tasas de enriquecimiento [de uranio], en los próximos dos meses –mientras en el Congreso se debata y sopese la aprobación del acuerdo– los medios de comunicación se encargarán de que lleguemos a serlo. Los israelíes proclamarán que el Apocalipsis está cercano. Y todo el mundo que es alguien jurará por los cielos que el demonio está en los detalles. En las tertulias de los domingos [de la televisión], los halcones escandalizarán interminablemente advirtiéndonos acerca de lo que se viene, y sobre la pusilanimidad del presidente y su “iluso” secretario de Estado, John Kerry (sin embargo, ningún notable preguntará por que las decisiones tomadas en el pasado por el presidente para emprender o continuar guerras en Oriente Medio no fueron recibidas con al menos similar escepticismo como el actual intento para impedir una más).
Hay dos puntos decisivos que se pueden adelantar de tanto intercambio áspero: primero, nada de eso importa, y segundo, el demonio no está en la letra menuda, a pesar de que seguramente aparecerá en esas tertulias de los domingos.
He aquí lo que realmente importa más: en un momento crucial y sin que se haya disparado un solo tiro, Estados Unidos e Irán han llegado a un punto de inflexión y dejado atrás una época de abierta hostilidad. El acuerdo nuclear ata a ambos países a años de compromiso y deja la puerta abierta a una relación mucho más plena. Para entender hasta qué punto esto es significativo se necesita una mirada hacia atrás.
Una historia muy breve de las relaciones Estados Unidos-Irán
La versión abreviada: durante casi 40 años, las relaciones han sido terribles. Sin embargo, un relato algo más moroso se inicia en 1953, cuando la CIA ayudó a organizar un golpe de estado para hacer caer al primer ministro elegido democráticamente, Mohammad Mosaddegh, un líder laico –justo la clase de tipo con que los funcionarios estadounidenses han soñado siempre desde que los ayatollahs tomaron en poder en 1979–. Mossadegh trataba de nacionalizar la industria iraní del petróleo. En ese momento, para Washington y Londres, eso estaba muy mal visto. De ahí que debía marcharse.
En su lugar, Washington instaló a una marioneta digna de la más sórdida república bananera: el shah Mohammad Reza Pahlevi. Estados Unidos lo ayudó manteniendo una policía secreta particularmente macabra –la Savak– que el Shah empleaba directamente contra sus oponentes políticos, demócratas y cualesquiera que fuesen diferentes; entre ellos, aquellos que abrazaban una rama del fundamentalismo islámico desconocida en Occidente en ese momento. Washington se relamió con el petróleo del Shah y, a cambio, le vendió el armamento moderno que él ansiaba. Durante los años setenta, Estados Unidos también proporcionó a Irán combustible nuclear y tecnología para construir reactores en el marco de la iniciativa del presidente Dwight Eisenhower “Átomos para la paz”, que en 1957 había propiciado la puesta en marcha del programa nuclear iraní.
En 1979, después de meses de manifestaciones callejeras en Teherán y viendo cuál era su destino, el Shah huyó. El ayatollah Jomeini, un líder religioso, regresó del exilio y tomó el control de la nación mediante lo que en ese momento se llamó la Revolución Islámica. Los “estudiantes” iraníes canalizaron décadas de cólera anti-Estados Unidos bajo el Shah y su policía secreta en la toma de la Embajada de EEUU en Teherán. En un acontecimiento que pocos estadounidenses de cierta edad podrán olvidar, 52 funcionarios de la embajada fueron retenidos allí como rehenes durante alrededor de 15 meses.
En represalia, entre otras cosas, en los ochenta Estados Unidos ayudaría al autócrata iraquí Saddam Hussein (¿os acordáis de él?) en su guerra contra Irán y en 1988, un misil de crucero estadounidense derribaría un avión comercial de pasajeros de la Iran Air Line en el golfo Pérsico que mató a las 290 personas que viajaban en él (Washington manifestó que fue un accidente). En 2003, cuando Irán amenazó a Washington después de los éxitos militares estadounidenses en Afganistán, el presidente George W. Bush declaró a ese país integrante del “Eje del Mal”.
Más tarde, Irán financió, adiestró y ayudó a dirigir un levantamiento chiíta contra Estados Unidos en Iraq. Para pagar con la misma moneda, una unidad militar de Estados Unidos atacó una oficina diplomática iraní en Iraq y detuvo a varios funcionarios. A medida que Estados Unidos retiraba lentamente a sus militares de ese país, Irán aumentaba su apoyo a líderes pro-Teherán en Bagdad. Cuando se incrementó el programa nuclear iraní, Estados Unidos atacó sus ordenadores con virus en lo que de hecho ha sido la primera guerra cibernética de la historia. Al mismo tiempo, Washington impuso sanciones económicas contra Irán que afectan sobre todo al sector esencial de la producción de energía de ese país.
En resumen, durante los últimos 36 años la relación Estados Unidos-Irán ha sido hostil, antagonista, improductiva y a menudo decididamente mezquina. Ningún país se ha beneficiado con ella; aun así, ambos países se mantuvieron dispuestos a combatir.
El ascenso iraní
A pesar de todo lo hecho por Estados Unidos, en estos momentos Irán es una de las dos potencias dominantes de Oriente Medio. Y en ascenso (Estados Unidos sigue siendo la “otra” potencia dominante).
Otra rápida inmersión en la historia durante tanto tiempo olvidada. Estados Unidos entró a trompicones en la era que siguió al 11-S; lo hizo con dos invasiones que eliminaron hábilmente a los enemigos clave de Irán: en el oeste, a Saddam Hussein –Iraq– y, en el este, al Talibán –Afganistán– (el primero, por supuesto, desaparecido para siempre; al segundo le va algo mejor en estos días, a pesar de que es improbable que durante algún tiempo sea una amenaza para Irán). Ambas guerras son una sangría pero no han traído las victorias prometidas, el desánimo de los militares estadounidenses minó el deseo de la administración Bush de atacar militarmente a Irán. Saltemos casi una década hacia adelante: hoy, Washington presta su callado apoyo a algún intento del poder militar de EEUU en Iraq contra el Estado Islámico. Aparentemente, la administración Obama está prácticamente resignada a mirar hacia otro lado mientras Teherán promete que pondrá un gobierno títere en Bagdad. En sus serialmente fallidas estrategias en Yemen, Líbano y Siria, Washington casi ha suplicado a los iraníes que asuman un papel destacado en esos lugares. Los iraníes lo han hecho.
Y esto es lo más superficial del actual ascenso de Irán en la región, A pesar del daño que han hecho las sanciones económicas conducidas por Estados Unidos, la verdadera fortaleza de Irán está en su interior. Es probable que sea el país musulmán más estable de Oriente Medio. Lleva miles de años viviendo dentro de casi las mismas fronteras actuales. Es prácticamente homogéneo en sus aspectos étnicos, religiosos, culturales y lingüísticos, y comparativamente sus minorías están controladas. Al mismo tiempo que es gobernado en gran parte por sus clérigos, el país ha experimentado un incremento de la democracia en las transiciones electorales desde la revolución de 1979. Algo más significativo aún; al contrario del resto de los países de Oriente Medio, los líderes de Irán no gobiernan con el temor a una revolución islámica. Ellos ya la han hecho.
Por qué Irán no tendrá armas nucleares
Ocupémonos ahora de esas armas nucleares. Solo un ciego en la oscuridad de la noche podría no enterarse de algo tan obvio en el gran Oriente Medio: los regímenes que se oponen a Estados Unidos suelen caer en el caos una vez que sus planes nucleares son desbaratados. Los israelíes destruyeron el programa de Saddam, como también lo hicieron con los de Siria, desde el aire. La Libia de Muamar Gadafi se fue por el sumidero gracias al cambio de régimen propiciado por EEUU y la OTAN después de que aquel renunciara voluntariamente a sus ambiciones nucleares. Al mismo tiempo, nadie en Teherán podía dejar de enterarse de cómo cambiaron las cosas para Corea del Norte cuando un nuevo régimen la convirtió en un país nuclear. Pensad en todas estas muy buenas razones para que Irán decidiera reforzar su programa de armas nucleares, y no renunciar del todo a él.
Si bien desde 2002 Washington no ha parado un solo día en su actitud belicosa hacia Irán, Estados Unidos no es el único país al que temen los clérigos. Ellos tienen la plena convicción de que Israel, con su no reconocido pero demasiado real arsenal nuclear, es capaz de lanzar un ataque con misiles, aviones o submarinos, y bien podría hacerlo un día.
He aquí ahora una ironía añadida: la belicosidad estadounidense y los artefactos nucleares israelíes explican también por qué Irán se mantendrá en el umbral de un estado nuclear, es decir, un estado que dispone de casi todo –o todo– lo necesario (tecnología y materiales) para construir un arma nuclear, pero decide no dar el paso final. La cercanía exacta de un país de la fabricación de una bomba nuclear que funcione en un momento dado se llama “tiempo de fuga”. Si Irán se acercara demasiado, si el tiempo de fuga fuese muy breve o en realidad dejara ya de existir, sería prácticamente inevitable un ataque devastador por parte de Israel y/o Estados Unidos. La de Irán no es una sociedad tercermundista. Sus zonas urbanas e infraestructuras son exactamente el tipo de blancos para los que han sido diseñados los ataques aéreos destinados a destruirlas. Entonces, llamad al programa nuclear iraní juego para ver quién es más valiente, pero se trata de un juego en el que todos los jugadores han sabido siempre quién sería el primero en distraerse.
El acuerdo nuclear Estados Unidos-Irán
Entonces, si Irán nunca iba a ser una verdadera potencia nuclear y si el mundo ha convivido con un Irán en su condición de estado en el umbral, ¿importa el acuerdo de julio?
La pregunta tiene dos respuestas: no importa y sí importa.
De verdad no importa porque en la situación real el trato cambia muy poco las cosas. Si las previsiones del acuerdo han sido implementadas según lo mejor de nuestro normal entendimiento y sin engaños, Irán empezará a moverse lentamente de los actuales dos o tres meses del tiempo de fuga hasta llegar al año o más. Hoy día, Irán no tiene armas nucleares: no tendría armas nucleares de no haber habido acuerdo y tampoco las tendrá con el acuerdo. En otras palabras, el acuerdo de Viena ha tenido éxito al eliminar unas armas de destrucción masiva que nunca han existido.
De verdad sí importa porque, por primera vez en décadas, las dos potencias más importantes en Oriente Medio han abierto la puerta a unas relaciones. Sin la cobertura política del acuerdo, la Casa Blanca nunca podría plantearse un segundo paso hacia adelante.
Es un gran avance porque mediante este acuerdo, aun aceptando la existencia de conflicto en Siria, Yemen y otros lugares, por primera vez Estados Unidos e Irán reconocen intereses comunes. Esa es la forma en que los adversarios trabajan juntos; con los amigos no son necesarios los acuerdos como el de julio. Ciertamente, la descripción que hace el presidente Obama de cómo se implementará el acuerdo –a partir de verificaciones, no de la confianza– es una precisa elección de palabras. Hace referencia a la frase utilizada en 1987 por Ronald Reagan –“confiar pero verificar”– cuando firmó el tratado de las fuerzas nucleares de alcance intermedio con Rusia.
Se llegó al acuerdo con procedimientos de la vieja escuela, sentándose ante una mesa durante muchos meses y negociando. Los diplomáticos consultaban a los expertos. Hombres y mujeres con ropas civiles –no uniformados– se ocuparon de la mayor parte de las conversaciones. Este trámite, tal vez desconocido para la generación posterior al 11-S crecida en el concepto machista de “estás con nosotros o contra nosotros”, se llama compromiso. Es la parte esencial de una destreza cada día más extraña a los estadounidenses: la diplomacia. El objetivo no es derrotar a un enemigo, encontrar apaños, resolver todas las cuestiones bilaterales, ni siquiera obtener la liberación de cuatro estadounidenses retenidos en Irán. El objetivo es resolver un problema específico mediante un acuerdo mutuamente beneficioso. Esta destreza en el arte de gobernar muestra un tipo de habilidad en la política exterior que los votantes de Estados Unidos raramente habían visto ejercida desde que a Barak Obama se le concedió el Nobel de la Paz en 2009; la única excepción ha sido Cuba.
Todo es cuestión de dinero
Mientras la diplomacia conducía a Estados Unidos e Irán hacia el acuerdo, el dinero es lo que ampliará y sostendrá la relación.
Irán, con la cuarta reserva comprobada de petróleo y la segunda de gas natural del planeta, está preparada para empezar a vender su producción en los mercados del mundo tan pronto se levanten las sanciones. Este levantamiento permitirá que el comercio iraní acceda a los capitales globales y que el comercio exterior acceda a un mercado iraní ansioso de comprar.
Por ejemplo, desde noviembre de 2014, los chinos han duplicado sus inversiones en Irán. Empresas europeas, entre ella Shell y Peugeot, están conversando con funcionarios iraníes. Apple está estableciendo contactos con distribuidores iraníes. Alemania envió una misión comercial a Teherán. Los anuncios de coches europeos y objetos de lujo están volviendo a aparecer en la capital iraní. Si Irán ha de renovar la vieja infraestructura de extracción de petróleo y gas natural, necesitará comprar tecnologías y experiencia extranjeras por valor de cientos de miles de millones de dólares. Muchos de sus aviones comerciales han envejecido y deben ser reemplazados. Fluirá el dinero. Después de esto, será muy difícil que los halcones de la guerra de Washington, Tel Aviv o Riyadh puedan regresar a la situación anterior al acuerdo; es por eso que se oye tanto grito destemplado y rechinar de dientes.
Los verdaderos temores de israelíes y saudíes
Ni Israel ni Arabia Saudí esperaban realmente negociar alguna vez andanadas de misiles con un Irán poseedor del arma nuclear, tampoco sus primera objeciones al acuerdo tenían mucho peso. Los críticos han dicho que el trato durará solo 10 años (las previsiones clave contemplan una escalada de 10 años, después se reducen). Dejando de lado el hecho de que en política 10 años representan toda una vida, esta línea de pensamiento también supone que según el calendario avance hasta los 10 años y un día, Irán abandone el arreglo y haga alguna picardía. Es un razonamiento curioso.
Del mismo modo, cualquier cosa que se diga acerca de que el acuerdo desencadenaría una carrera armamentística en Oriente Medio es algo obsoleto desde hace mucho tiempo. Hace años que Israel tiene la bomba y no se ha disparado ninguna carrera armamentística. El temor latente de que Irán produciría “la Bomba Islámica” ignora el hecho de que Pakistán, cuyas manos están sucias por haber instigado el terror y albergado a muchísimos extremistas islámicos, es una potencia nuclear al menos desde 1998.
No, lo que de verdad preocupa a israelíes y saudíes es que Irán regrese a la comunidad de naciones como interlocutor diplomático y comercial de Estados Unidos, Asia y Europa. Embarcándose en una ofensiva diplomática tras la firma del tratado nuclear, funcionarios iraníes aseguraron a los demás países musulmanes de la región que esperaban que el acuerdo allanara el camino hacia un aumento de la cooperación. La política de Estados Unidos en el golfo Pérsico, hasta hoy enfocada solo en su propia seguridad y necesidades energéticas, puede (por fin) empezar a alinearse con una realidad eurasiana cada día más multifacética. Ciertamente, un Irán fuerte es una amenaza al statu quo –de ahí el malestar de Tel Aviv y Riyadh– pero no una amenaza militar. El verdadero poder en el siglo XXI, con escasez de guerras totales, descansa en el dinero.
El acuerdo de julio reconoce el mapa real de las potencias de Oriente Medio. No convierte en amigos a Irán y Estados Unidos. Sin embargo abre la puerta para que los dos jugadores regionales más importantes puedan conversar y desarrollar vínculos financieros y comerciales que alejarán la posibilidad de un conflicto por impracticable. Esto, después de más de 30 años de hostilidad entre Estados Unidos e Irán en la región más volátil del mundo, no es un logro menor.
Peter Van Buren hizo sonar el silbato sobre el desperdicio y la mala administración en el departamento de estado durante la reconstrucción iraquí en su primer libro, We Meant Well: How I Helped Lose the Battle for the Hearts and Minds of the Iraqi People. Colaborador habitual de Tom Dispatch, ha escrito sobre los hechos de la actualidad en su blog We Meant Well. Su libro más reciente es Ghosts of Tom Joad: A Story of the #99Percent. Su próxima obra es una novela: Hooper’s War.
* Tom, autor de la introducción, juega continuamente con el apellido de Donald Trump; “trump card”, por ejemplo, en inglés es la carta de triunfo en un juego de naipes. (N. del T.)
** Búsqueda implacable 2, en Hispanoamérica, y Venganza: Conexión Estambul, en España). (N. del T.)
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