Resulta de interés
analizar lo acontecido en estos días en Grecia para considerar
críticamente los procesos de integración regional que generan
expectativas en diversos ámbitos, incluso ahora, en el marco de la 48°
Cumbre presidencial del Mercosur realizada en Brasil.
En
Grecia queda claro que no hay posibilidad de solución popular en el
marco de la integración dominada por las transnacionales, los
principales Estados del capitalismo europeo y los organismos
internacionales. El objetivo de esa integración es la liberalización.
Una parte de la izquierda europea imagina una Europa de los pueblos. Es
la única explicación que explica la ausencia de un Plan B a las
negociaciones encabezadas por Tsipras y culminadas en capitulación. Otra
parte de la izquierda apuesta a procesos afuera de la Unión Europea y
eso explica la no integración del PC de Grecia (KKE) en el gobierno de
Syriza, que debió apoyarse en su socio ANEL.
Ahora se abre un
debate en la izquierda europea, los que imaginan cambios posibles en el
armado actual y los que no tienen ninguna expectativa, desafiados a
pensar en términos de integración alternativa.
La integración
es una antigua demanda en Nuestramérica, y un debate existente y poco
reconocido es el que existe entre la integración subordinada y la
alternativa. El debate se hizo explícito en el No al ALCA entre 1998 y
2005, momento de constitución de un amplio movimiento político social
rechazando el proceso de integración dependiente y convocando a procesos
de integración alternativa. La retirada del ALCA en las negociaciones
interamericanas desde la Cumbre marplatense en noviembre del 2005,
oscureció la discusión sobre la perspectiva de la integración.
Es necesario reabrir el debate a partir de las lecciones griegas y los
límites de una integración subordinada al programa del gran capital y
analizar con mirada crítica la experiencia regional, con avances
discursivos de articulación política y retórica crítica a la hegemonía
de los 80´ y los 90´, pero con escasas realizaciones en materia
económica, especialmente en la faz productivo e incluso con
restricciones al crecimiento del comercio intrazona.
Tanto en
Grecia como en Nuestramérica está en discusión el modelo productivo y de
desarrollo, el capitalismo y la posibilidad de ir más allá, en una
perspectiva autónoma y por otra orden económico, social, político,
cultural, civilizatorio en definitiva.
Grecia
El nuevo gobierno griego asumió en enero del 2015 con un discurso
crítico al ajuste y con la esperanza de modificar la orientación de la
hegemonía en la eurozona.
En el imaginario de la conducción del
proyecto se incluía la continuidad de Grecia en el euro y una
concepción de una Europa de los pueblos, diferente a la construida por
el capital y la dominación alemana.
Las medidas de ajuste en
Grecia venían siendo aplicadas con crudeza desde el 2010, con deliberado
incremento de la deuda pública y el eje del salvataje puesto en el
sostenimiento del sistema financiero y un enorme costo social medido en
desempleo, especialmente juvenil, baja del empleo, del salario, las
jubilaciones, el gasto público y el déficit fiscal.
El
descontento generado habilitó la emergencia de Syriza, nuevo partido
surgido de parte de las protestas sociales y cierta tradición política
de izquierda, que logró en poco tiempo el acceso al gobierno desplazando
a los tradicionales partidos. El acceso al gobierno no discutía el
proyecto de integración que supone la zona euro bajo hegemonía
capitalista, un tema compartido por buena parte de la izquierda europea.
No existía, ni existe un Plan de gobierno más allá de ese
proyecto de integración subordinado a la lógica del capital. Es algo que
se puso de manifiesto con el referéndum del 5 de julio pasado,
utilizado para condicionar a las autoridades europeas que negociaban el
ajuste con el gobierno griego.
El rotundo no al ajuste, del 62%
de los votantes, no solo no condicionó a los acreedores y ajustadores,
sino que éstos impusieron peores condiciones a los términos del plan de
ajuste y reestructuración regresiva de la economía y la sociedad de
Grecia. La propuesta del gobierno por el NO, incluía no explícitamente
su propio proyecto de ajuste para mantener a Grecia en el euro y por
eso, al final, la suscripción del acuerdo de la claudicación.
Es que la integración en la zona euro supone la liberalización y las
mejores condiciones para el proyecto liberalizador del capital, con más o
menos ajuste, según la correlación de fuerzas en juego en cada momento.
Por eso, junto al ajuste, el acuerdo votado en el Parlamento griego
incluye la transferencia de los activos estatales para la privatización y
generar con ello un fondo de 50.000 millones de euros con destino
primario del 50% a resolver las necesidades de la banca y solo un
remanente menor del 25% como aporte a las inversiones de recuperación
del orden económico del capitalismo en Grecia.
Con el ajuste
derivado de sostener la integración subordinada, Grecia se compromete
con un proceso regresivo de reforma laboral y previsional; de achique
del gasto público y el déficit fiscal; con privatizaciones y
sustentabilidad para el pago a los acreedores externos y la banca
transnacional, con un enorme costo social.
La experiencia americana: entre la subordinación y el anticapitalismo
En definitiva, el acuerdo votado mayoritariamente por el Parlamento
griego muestra los límites de la integración subordinada que despliega
el orden capitalista en nuestra época y pone en discusión la necesidad
de procesos de integración alternativa.
Es algo que apareció
con mucha fuerza a mediados de la primera década del Siglo XXI en
Nuestramérica, con la reformulación del Mercosur, el surgimiento del
ALBA, la UNASUR y la CELAC.
¿Qué ocurrió desde entonces hasta
el presente, claramente evidenciado en las discusiones de la 48° Cumbre
presidencial del Mercosur?
Entre las novedades institucionales
en esta Cumbre del Mercosur puede destacarse la transferencia de la
presidencia pro-tempore desde Brasil a Paraguay, dando por zanjada la
crisis democrática derivada del golpe institucional al presidente
Fernando Lugo en 2012. También es el momento de la incorporación plena
de Bolivia al Mercosur aunque aún restan aprobaciones parlamentarias de
Brasil, Paraguay y Bolivia; las que deberán pronunciarse a favor antes
de fin de año.
De este modo, son 6 los integrantes plenos de la
integración iniciada en 1991 por Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay,
a la que se sumó Venezuela en el 2006 y Bolivia solicitó su
incorporación desde el 2012. Se destacan las demandas soberanas por
Malvinas, el conflicto de Venezuela con Guyana, y la salida al mar de
Bolivia.
La dimensión institucional o política es la
fortalecida, con declaraciones asociadas a las demandas soberanas de
cada país integrante. Lo que es menos destacable son los avance en
materia económica con veladas críticas a ciertas restricciones al
comercio intra zona, especialmente para el caso de la Argentina, con
presión externa, de la OMC, para levantar esas restricciones al comercio
exterior impuestas desde Buenos Aires.
Estas incorporaciones,
las de Venezuela y Bolivia suponían una oxigenación en el debate por la
integración alternativa a la agenda de la liberalización que hasta el
2005 instaló el debate por el ALCA.
Ambos países, Venezuela y
Bolivia, integran desde el 2006 el ALBA-TCP, la Alianza Bolivariana para
los Pueblos de Nuestra América - Tratado de Comercio de los Pueblos.
El ALBA se inició con los protocolos de cooperación entre Cuba y
Venezuela a fines del 2004, el tiempo en que Hugo Chávez formuló por
primera vez la estrategia de desarrollo del Socialismo del Siglo XXI,
proyecto que recuperaba para el debate regional y mundial al socialismo
como alternativa al capitalismo.
La adhesión de Bolivia en 2006
incluyó la dimensión de los tratados de comercio de los pueblos,
antagonizando con los tratados de libre comercio sustentados por el
programa liberalizador del gran capital concentrado, los principales
Estados del capitalismo mundial y los organismos internacionales.
La novedad en el debate de la integración provenía entonces del ALBA,
luego ALBA-TCP. Entre otras cuestiones, ese proceso de integración
incorporó a Cuba, que sustenta un proyecto revolucionario,
anticapitalista y por el socialismo, en la articulación productiva y de
servicios, y no menor el dato de la propuesta de Socialismo del Siglo
XXI incorporada desde Caracas, que retomaba una perspectiva
anticapitalista y antiimperialista del proceso de integración.
Hasta ese momento Cuba estaba excluida de las relaciones institucionales
en la región, salvo honrosas excepciones que sostenían una relación
bilateral con la isla, pero en ningún caso proponiendo estrategias
económicas y productivas compartidas. Así, el nuevo proceso de
integración incorporaba principios y reglas de cooperación y solidaridad
no contempladas por el libre comercio en boga en las negociaciones por
el ALCA y similares (Tratados de Libre Comercio; Tratados Bilaterales de
Inversión).
La lógica del ALCA fue definitoria en los procesos
de integración entre 1994 (fecha del inicio de esas negociaciones en
Miami) y 2005 (Cumbre de Mar del Plata), momento de explicitación del
consenso entre Venezuela y los países del Mercosur, que junto a la
campaña popular No al Alca, confirmaron el rechazo al libre comercio
propiciado por EEUU y las clases dominantes locales.
También
puede destacarse que el ALBA-TCP incluyó la propuesta de producción
energética compartida en la región y sumó junto a otros países, más allá
de ese agrupamiento, la iniciativa del Banco del Sur y la utilización
compartida de las importantes reservas internacionales acumuladas para
entonces en Latinoamérica. Corrían los comienzos de la profunda crisis
mundial del capitalismo, que iniciada hacia 2007/08 continúa en la
actualidad. Energía y finanzas como claves del momento histórico por una
integración no subordinada, al comienzo de la crisis capitalista. Una
crisis que es financiera, económica, alimentaria, energética,
medioambiental, poniendo en discusión el orden contemporáneo de la
civilización actual hegemonizada por el régimen capitalista.
Con el ALBA-TCP no solo se trataba de una novedad en materia de
integración, sino que el proceso intervenía en el debate por otro modelo
productivo y de desarrollo, al punto de sostener en 2009 en la Cumbre
de Copenhague sobre el cambio climático, que el problema era el
capitalismo y no el clima.
Se evidenciaba allí que no se
trataba de proponer un capitalismo distinto al hegemónico de EEUU,
Europa o Japón, como sostuvieron las principales potencias emergentes,
especialmente los BRICS, países receptores de inversiones externas por
las facilidades otorgadas en materia de bajo costo laboral y disposición
de abundantes recursos naturales.
No alcanzaba con la crítica
al neoliberalismo y la hegemonía capitalista, sino que el enfoque del
ALBA-TCP sostenía ir más allá y contra el capitalismo.
La
integración encontraba así una concepción teórica y política de una
integración no subordinada, alternativa, y más allá del capitalismo. Ya
no solo contaba la integración subordinada al estilo ALCA o Unión
Europea, incluso otros protocolos afines al programa del libre comercio,
como el propio Mercosur y su institucionalidad originaria, surgido en
lo más elevado de la ofensiva del capital a comienzos de los años 90´.
Esta nueva concepción política sobre la integración animó la emergencia
de procesos que excluyeron de la institucionalidad integradora a los
países del Norte de América, casos de UNASUR y más especialmente la
CELAC en 2013, aun conteniendo en su seno a proyectos culturales,
sociales, políticos y económicos antagónicos.
Tensiones y desafíos
Un interrogante actual, considerando los debates y tensiones en el
Mercosur, es cuánto subsiste del espíritu alternativo y alterativo de la
campaña popular No al Alca y su articulación con los gobiernos que hace
10 años rechazaron el proyecto de dominación por una integración
subordinada.
Incluso, cuanto de recreación para una nueva
integración en el Mercosur, a contramano de la institucionalidad
emergente en el auge neoliberal de los 90´, en el origen de la
integración regional.
Es evidente que el cambio político en la
región interviene para la emergencia de la nueva institucionalidad en la
primera década del siglo XXI, pero los límites que presenta el Mercosur
en la Cumbre de Brasilia dan cuenta de las restricciones que supone
pensar la integración en el marco del régimen del capital, donde algunos
países buscan una inserción internacional favorable al acceso de
inversiones en sus territorios y por eso se definen por la ampliación de
suscripción de tratados de libre comercio, aun cuando suscriban que
debe realizarse en conjunto.
Por eso es útil pensar Grecia y
quizá la derrota del acuerdo ajustador sirva para pensar la
imposibilidad de imaginar soluciones en el marco de la subordinación
capitalista. Es un debate que se abre en la izquierda y los movimientos
populares en Grecia y Europa, y que desafía en Nuestramérica a propósito
de potenciar el cambio político en proceso de transformación económica,
es decir, de mutación de las relaciones de producción contra el régimen
del capital.
El Mercosur está presionado por las tensiones en
su seno, que promueven habilitar negociaciones bilaterales más allá del
acuerdo regional. Es el camino de Uruguay ingresando al TISA para
liberalizar los servicios, incluyendo la privatización de los servicios
públicos por la ventana. O las presiones desde Paraguay, como surgen de
las declaraciones que hizo el ex presidente de Paraguay Federico Franco,
de visita en la Argentina, relativas a que "El Mercosur es un club
ideológico y de amigos” y señalando con simpatía los procesos de la
Alianza por el Pacífico.
Es evidente que toda opinión supone
una ideología y determinados intereses económicos y políticos. Es el
caso de Franco que se define a favor de la integración subordinada que
propone la liberalización del comercio y los servicios que sostienen las
transnacionales y los organismos internacionales. Si ayer ese proyecto
se denominaba ALCA, ahora se construye en la región desde el 2011 vía
Alianza para el Pacífico y por eso elogia a los países de la región
insertos en esa particular integración con el sistema mundial
capitalista, especialmente con EEUU.
Somos conscientes que el
Mercosur acumula problemas y tensiones derivados de la falta de
definición en avanzar en un camino de integración alternativa, el que
podría lograrse en un camino compartido de soberanía alimentaria,
energética o financiera. No es esto lo que ocurre lamentablemente, y el
privilegio es el comercio, aun con restricciones.
La tensión en
el Mercosur es por volver al origen de su creación a comienzos de los
90, es decir la liberalización por la que pujan las clases dominantes y
se imaginan en ese camino articulando con la alianza Pacífico, o
transitar un rumbo de rediseño favorable a una articulación productiva
para enfrentar la dependencia regional al sistema mundial del
capitalismo.
¿Es posible una articulación Mercosur con el
ALBA-TCP? ¿Puede avanzarse en integración alternativa bajo la nueva
institucionalidad integradora? Las respuestas a estos interrogantes solo
se materializan si existen cambios estructurales en cada uno de los
países y si se abandona el horizonte de lo posible que preside las
estrategias progresistas en la región.
Los problemas en el
Mercosur son más complejos que la superficial critica ideológica por
derecha de "Club de amigos" que sugiere el dirigente paraguayo. Los
problemas devienen en que el Mercosur no termina de cortar con su
objetivo originario para proyectar una nueva concepción de integración
no dependiente, que se proponga nuevas formas de cooperación y
fraternales relaciones económicas para un modelo productivo y de
desarrollo alternativo más allá del capitalismo. Es claro que ello
requiere de cambios nacionales en ese sentido y que se propongan de
entrada la perspectiva de ruptura con la inserción dependiente y
subordinada a la lógica del capital.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.
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