Que sea Cuba la sede para el encuentro Cumbre de la CELAC en 2014 es,
por sí sólo, un acontecimiento político y moral de envergadura
histórica. Cuba es un lugar emblemático para tratar el tema central de
la reunión que es la lucha contra la desigualdad y la pobreza y, además,
lugar idóneo para declarar a la región Zona de Paz a salvo de aventuras
imperiales saqueadoras. En Cuba, el bloque de los países reunidos, sin
la tutela norteamericana ni candiese, habrá de pronunciarse sobre la
propuesta venezolana de incluir a Puerto Rico en el organismo y la
soberanía argentina sobre las Malvinas. Y, muy especialmente, desde la
tierra de Martí, condenar -por enésima vez- el bloqueo de EEUU a Cuba.
Miles de potencias simbólicas revolucionarias enmarcan la reunión de la
muy joven CELAC.
Así, la “Cumbre” es una oportunidad histórica en la que deben dirimirse,
directa, indirecta y proporcionalmente, los derroteros económicos y
políticos de la región. La Cumbre no es un día de campo con escenarios
tersos ni diálogos fáciles. No es una película de Hollywood. Cuba da
escenario, y marco semántico riquísimo, a una Cumbre nutrida de
tensiones y divergencias tanto como de soluciones y problemáticas afines
con enemigos comunes. Estarán presentes todos los espíritus
revolucionarios en cada diálogo. ¿Los escucharán todos? La zona de la
Cumbre cuenta con, aproximadamente, 600 millones de personas y sus
economías constituyen el tercer motor económico mundial con un producto
bruto de 6,06 billones de dólares.
Esta Cumbre rendirá, en muchos sentidos, un tributo necesario a Hugo
Chávez y lo hará en la tierra que lo abrazó como hijo y hermano en los
momentos duros y en los momentos buenos. Esta Cumbre tiene sabor del
Caribe que ha sufrido la avaricia de todos los imperios y ha visto
animarse las luchas de todas las revoluciones forjadas por nuestros
pueblos a golpes de Historia y esperanza. Esta Cumbre es responsabilidad
de todo un continente. Tenemos que decirnos las mejores cosas que
puedan ser dichas en reuniones de este tipo. Recordarnos lo esencial y
lo urgente. Lo pasado y lo que viene. Lo que podemos y lo que debemos.
En rigor, esta Cumbre exige una capacidad diplomática de nuevo género.
No puede ser Cumbre de subordinados viendo cómo inventan gerencialmente
halagos y soluciones para los imperios. No puede ser una Cumbre entre
complacientes ni entre lisonjeros. De eso ya hemos tenido en demasía. La
agenda es cruda y dura. A nadie se le escapa que los participantes
sostienen posiciones divergentes y excluyentes. A nadie se le escapa el
trazo geopolítico que describen algunas organizaciones, también
nacientes, como la “Alianza para el Pacífico” y lo que eso implica en el
paisaje de las tensiones regionales. A nadie se le escapa, pues, que el
capitalismo en crisis salvaje tiene puestos los “ojos” sobre los
recursos energéticos del continente y que el agua, la minería, los
campos fértiles y la mano de obra barata son banquete codiciado por no
pocas jaurías neoliberales. He ahí el desafío para los escépticos y para
los optimistas. Es preciso profundizar posiciones anticapitalistas y
antiimperialistas en todos los puntos cardinales. Tarea ardua entre
miles.
Subestimar las Cumbres de la CELAC es tan malo como sobre-estimarlas. No
puede exigirse más de lo que el sentido de la proporción y el sentido
de la justicia piden e imponen en una realidad dolorosa y compleja en la
que los pueblos cada día tienen más clara su urgencia de soberanía, de
justicia social y de dignidad. Por eso uno celebra que la Cumbre de
CELAC ocurra en Cuba. Que suceda en la tierra de la Revolución que ha
liderado continentalmente ideas y acciones ejemplares a partir de
condiciones asimétricas inimaginables. Cualquiera que ejerza un cargo de
responsabilidad diplomática está obligado a estudiar y entender la
carga política extraordinaria que ofrece la Cumbre de CELAC en el
escenario de la Revolución Socialista que el pueblo cubano ha impulsado e
impulsa desde sus bases. Debe entender el aporte histórico y moral de
una Revolución que defiende a sus 5 Héroes con el corazón solidario de
todos los pueblos. Debe entender el clamor mundial por el cese al
bloqueo; debe entender la tarea democrática que se incuba desde las
bases de la organización social y debe entender el infierno mediático
descarnado y monstruoso que ha debido padecer un pueblo, durante más de
medio siglo, por el hecho heroico de no querer vivir arrodillado ante el
imperio. Esa es otra agenda, transversal en cada diálogo, que debe
hacerse visible con una semiótica diplomática de combate a flor de piel
en la epidermis geopolítica de los pueblos. Digan los que digan los
escépticos.
Cuba, que ha sido sede de incontables encuentros internacionales, de
todo tipo, abriga ahora la Cumbre de CELAC y con ello también contribuye
a consolidar un espacio en el que se sintetizan sus más caras tesis y
luchas en materia de integración regional. Una y muchas veces Fidel
insiste en la unidad de nuestros pueblos y, no obstante la ideología de
algunos líderes, ese mensaje debe llegar, de mil maneras, hasta las
bases sociales. El camino del encuentro y del debate (que es mejor que
el del desencuentro y la incomunicación), exige agendas y acciones
profundas, sinceras y descarnadas para avanzar en la emancipación de la
región, sólo si se entiende quién es el enemigo y cómo hay que
combatirlo. Unidos.
Esa lucha es ahora más necesaria y deseable que nunca y también lo es,
obligadamente, el ascenso de la conciencia para comprender la dimensión
continental de todas las amenazas terroristas orquestadas por el
capitalismo que, a estas horas, acechan a los movimientos emancipadores.
La agenda tiene textos y sub-textos cuyo recorrido ha de convertirse,
pronto, en un programa para frenar el saqueo de los recursos naturales y
los daños a los ecosistemas; terminar con el latifundismo en todas sus
expresiones; impedir la represión y criminalización de los luchadores
sociales; frenar la depredación laboral y la alienación del trabajo y de
las conciencias; garantizar asistencia médica y salud para todos;
garantizar el acceso al trabajo; garantizar la alimentación para todos;
garantizar la vivienda; garantizar la Vida Buena; garantizar la
educación para todos en igualdad de oportunidades y de condiciones;
garantizar el tiempo libre y la recreación; garantizar la libertad de
expresión de los pueblos que las oligarquías de la región nos han
usurpado.
El reloj de la CELAC contiene tiempos peculiares. Están los tiempos
ancestrales de los pueblos originarios, acuatizándose y protagonizando
aceleraciones extraordinarias que no admiten obstáculos burocráticos.
Están los tiempos de los jóvenes que usan sus minutos como saetas de
futuro marcando rumbos para sortear las mil y una amarguras del
narcotráfico, el desempleo, la desolación y la desesperanzas que el
capitalismo ha impuesto. Están los tiempos del campesinado usurpado,
vejado y desplazado por las perversiones neoliberales y las metástasis
de los tratados criminales del “libre comercio” más irresponsable que
hemos conocido. Están los tiempos de la ciencia que no pueden seguir
postergándose en garras de ineptitudes o avaricias empresariales. Están
los tiempos de la clase obrera que no soporta más el peso demencial de
la explotación, de las aberraciones legaloides que la despojan,
de los palos de la policía y los palos del sindicalerismo fascista y
parásito. Está un continente entero palpitando, minuto a minuto, su
urgencia de justicia social, de justicia económica, de justicia
política… de emancipación.
Hay que pedirle a la CELAC lo que la historia reclama. Los sueños más
avanzados que la alimentan e impulsan no pueden ser demorados con
palabrería de ocasión. Nuestra región no soporta más discursos ni
retóricas serviles y la CELAC tiene sobre sí una responsabilidad crucial
si quiere ser, como se lo exigen sus pueblos, un motor para acelerar
las transformaciones y no para frenarlas. No hay lugar para diplomacia
de fotos y cócteles. Los presidentes no serán los protagonistas, la
agenda es lo más importante. Estarán en la CELAC los 33 países de
América latina y el Caribe y ante ellos Cuba elevará, nuevamente, una
voz que ha sabido hablar, con soberanía, alto y claro, con el ejemplo de
muchos años de lucha del comandante Fidel Castro y del pueblo cubano.
Se trata de un momento crucial que requiere mucho talento político para
dirigir correctamente la agenda de la CELAC y para seguir posicionando a
la región con más fuerza, con mayor cooperación, entendimiento y
solidaridad. Sin demoras.
FUENTE: APORREA . ORG
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