(Relato mitológico)
Amilcar Briceño Peña
Barquisimeto, septiembre de 2.003.
Está…. en las
recónditas y olvidadas narraciones de la memoria ancestral del venezolano,
desde el inicio de su mestizaje cultural que ha transmitido oralmente su hacer
cotidiano tal como el presente relato “Luna de auyama”. Gran parte de la
sabiduría popular desde ese entonces se basaba en un principio simple, esto es
acerca de como comprender la vida y el mundo, tal es el principio de
complementariedad y coexistencia de polos de creencias contrastantes, una
activa y otra pasiva, que llegaron a ser
desde hace muchos años motivos de adoración, por ejemplo los polos contrarios
entre lo bueno y lo malo; el invierno y verano; la lluvia y sequía; lo
fructífero y lo estéril; el sol y la luna; la noche y el día, y otros,
venerados como dioses. De allí la extraordinaria validez e importancia dada al
maíz como un obsequio metahumano a partir del asentamiento de los primeros
indígenas. Tanto fue la importancia del maíz que se llegó a enmascarar a un segundo plano otros productos de consumo
no menos importantes, proteínicos o no, pero abundantes y que contribuyeron a
la subsistencia.
He aquí que
hace mucho tiempo, ocurrió durante alguna oportunidad muy remota un desastroso
fenómeno climático, cuando se repitió un lapso septenario de sequía obedeciendo
a leyes astronómicas, pero la explicación dada por los indianos mestizos era el
de un castigo divino cuando se retiró el lado bueno divinizado del sol y de la
lluvia, y con ello menguó hasta desaparecer la cosecha del pan diario del maíz. La alimentación cotidiana conoció el
hambre y desapareció el maíz por un lapso de más de siete años. En ese entonces
el sol brillaba en exceso secando las tierras y las fuentes de agua, el aire
caluroso era un fuego invisible y hasta las nubes por tiempo llegaron a
desaparecer de la vista.......
Y hasta la luna pareció derretirse en su
contorno circular de siempre. De tanto mirarla, los pioneros habitantes
indianos llegaron a creer que un día de esos, su silueta se alargó ligeramente
hacia abajo tomando la forma de una pera, como si la diosa Luna en un acto de
amor compasivo quisiera exprimirse para enjugar con sus lágrimas de luna, el
clamor de las sedientas tierras y de su gente moribunda por la ausencia
fructificada del maíz.
Y uno de esos días,
ocurrió un milagro de la naturaleza o quizá fue producto de la imaginación
indiana, cuando por primera vez creció la diosa como queriendo reventarse en
lágrimas. Bajo una noche de luna grande y amarilla se desprendió parte de ella
misma cuando su forma de pera se estiraba, y es por ello que desde entonces, se
le empezó a llamar a esa fase recrecida y amarilla como LUNA LLENA.
Fue así como cayó sobre las estériles tierras
una lluvia de minúsculos pedazos de luna consistente en millones de lágrimas
compasivas color amarillo crema, en forma de diminutas figuras planas
cubriéndose así el cielo de pequeñas nubes descendentes de semillas vivas, que
al tocar el suelo alfombraron la tierra preparada hasta para lo peor. Ocurrió
esto al sexto día y el asombro infinito de la indiada ante la presencia de
miles de ramitas con una hoja ancha en forma de paraguas, cuyas vellosidades
atrapaban el rocío nocturno de la luna y saciaban la sed de la tierra y también
de las nuevas semillas, llegadas por milagro a manera de lágrimas compasivas
regadas aquellas noches por la diosa luna llena.
Tan grandiosa
cobertura vegetal repetida por ciclos cortos de hasta tres veces al año, pero
tanto, que cubrían vastas extensiones y se perdían de vista, y en cada ciclo de
tres a cuatro meses se cosechaban abundantes frutos, unos redondeados y otros
alargados, pequeños, medianos y grandes, de amplia y variada coloración externa
de rayado verde y amarillo, con
exquisito sabor y textura cremosa de su pulpa amarilla mostaza luego de
cocinada al fuego con poco agua y sal: tenía un color a semejanza de la luna
llena, fruto alimenticio que los
indianos consintieron llamarla augua-huya
luma en honor a la generosa diosa,
vocablo originario de alguna lengua indígena predominante que significaba “agua de allá de luna”, reducido posteriormente
por el mestizaje fonético amerindio, a la auyama.
Eran tan abundantes las cosechas de auyamas y
tan variada las formas de consumirlas, que se asentó como reina su aceptación
al paladar, sea por su textura y sabor según la forma, tamaño y estado de
madurez al momento de consumirse, como a la vez tan grande era la necesidad de
alimento a falta del maíz, tal que se ingeniaron una amplia diversidad de
manera de consumirla bajo la forma de alimento, enriqueciéndose muy velozmente
la gastronomía mestiza en base a este fruto rastrero.
Es
así como se conocieron entre otros los platos alimenticios siguientes a partir
de la auyama: la ración cocida en su propia concha; cubitos semi duros de
auyama en los guisados con otras verduras y aliños de montes verdes; cocidos de
presas de carnes de animales silvestres con trozos de auyama de la que llaman
de palo, además con quinchoncho y abundante ají dulce; crema de auyama con
leche más algo de papelón rayado; tortas de auyama con levadura de chicha en
hornos de barro; quesillos de auyama con cuajada de leche de cabra o de vaca;
papillas o puré semilíquido de harina de auyama desecada y molida con harina de
plátano verde también desecado, ideal para infantes y adultos convalecientes;
amasijo de auyama cocida con queso blando o requesón, horneadas a la brasa o en
fogón del tipo de adobe de barro usado para el pan de maíz o arepa; harina de
auyama (desecada al sol y molida sin la concha) conservada con papelón rayado y
canela, lista para consumo con leche a manera de bebida de atol cocido; crema
de auyama cocida con mantequilla de maní o de coco, combinado además con crema
de garbanzo criollo y también de quinchoncho; picadillo de auyama en trozos
pequeños con frijol bayo y presas de cerdo o cochino, conservado éste al humo
de fogón de leña en lo que se llama hoy jamón; conservas o dulces de auyama con
cabello de ángel endulzado y aromatizado con hojas de limón o naranja; pudín
endulzado de auyama acompañado de manjar de maíz del llamado majarete.
En
adición el ingenio culinario de la abundancia le dio utilidad a la semilla, en
sus propiedades reconstituyentes del cerebro y de la potencia sexual así como
en la fecundidad, combinando la harina de esta semilla semitostada con harina
de cabeza de pescado de río, ojo de buey o de toro, todo mezclado y tomado en
vino tinto extraído de frutos silvestres, del jobo maduro, aliñados con quina y
canela…………
Pasaron muchos años y cuenta la leyenda del olvido,
que tanta cobertura vegetal de las plantaciones de auyama generó un nuevo clima
a ras del suelo, y resultó tan beneficioso porque con ello se atrajo abundante
humedad al suelo, restableciéndose en el mismo, en el aire y en el ambiente, el
anteriormente perdido equilibrio de los períodos benevolentes de lluvia y sol,
y con ello resurgió de nuevo la cultura del maíz y el ciclo astronómico de inviernos y veranos
benignos, tanto que de nuevo se impuso las siembras dominante del maíz y el
culto al sol con la luna a un segundo plano de importancia, con lo cual se
relegó la auyama a los rincones de los terrenos en los conucos y con los años
futuros a tales olvidadas siembras, cubriéndose con velo de olvido la leyenda
anterior de cuando existió la hegemonía culinaria de ésta luna de auyama
comestible.
No obstante ocurre siempre su presencia en el
presente, porque de vez en cuando sin que nadie se lo proponga, surge una
mancha verde con grandes flores amarillas, expresión humilde pero robusta de
alguna plantación espontánea del auyamal que nadie siembra, apareciendo en
cualquier pedazo olvidado del solar del terreno, y sobre todo en estación de
verano, a manera de remembranza de su pasado milenario y salvador en época de
escasez, como queriendo darnos su mensaje atávico de grandiosa y delicada reina
que fue en el arte culinario tradicional, en homologación a la mitología griega
de la novia Penélope, la reina
sempiterna de la espera amorosa, y ahora la auyama destinada a ser la
convidada especial en la gastronomía moderna.
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