lunes, 14 de agosto de 2017

"Los seis" somos todas y todos

Algunos comentarios sobre la importancia de la lucha campesina




                               1.-
Resultado de imagen para Desde nuestro rincón de luchaEl libro Desde nuestro rincón de lucha (Creación colectiva. Asunción. Paraguay 2017) recoge la experiencia de seis compañeros paraguayos, trabajadores de la tierra, condenados a 35 años de cárcel acusados por un falso testigo. Agustín Acosta, Arístides Vera, Basiliano Cardozo, Gustavo Lezcano; Roque Rodríguez, y Simeón Bordón, que así se llaman los compañeros condenados por ser seres humanos, explican su situación y exponen sus ideas sobre la injusticia y la libertad en una larga serie de cartas y entrevistas que van desde Mayo de 2007 hasta enero de 2017.

Estos compañeros luchan contra la injusticia estructural que azota a su país, donde casi el 40% de la población está empobrecida según estadísticas oficiales, en donde la clase campesina que supone el 35% de la población es explotada por una muy reducida burguesía latifundista formada por el 5% propietarios, unas 12.000 familias, pero posee el 90% de la tierra mientras que el restante 10% se reparte entre 280.000 familias. No hace falta decir que esa reducidísima minoría latifundista se siente protegida no sólo por el ejército del país sino por las tropas norteamericanas afincadas en su territorio. En base a esta fuerza represiva globalizada, o sea, a la posesión del Estado y a la ayuda del imperialismo, en los últimos 12 años la burguesía paraguaya ha reducido en un 51% la tierra dedicada a la agricultura campesina y a ampliando un 130% la dedicada a la soja transgénica controlada por las multinacionales.
Los compañeros son parte de ese pueblo obrero y campesino, trabajador, que se ha puesto de nuevo en pie de lucha tras la Masacre de Curuguaty a la que volveremos. Ahora mismo, desde mediados de junio de 2017 el campesinado ha protagonizado diversas acciones reivindicativas en Asunción, rechazadas sin contemplaciones por el gobierno. A finales de abril de 2017 las y los trabajadores de prensa están exigiendo que los derechos laborales sean para la totalidad de la plantilla, y no sólo para el 5% de ella. Del mismo modo, cada vez más estudiantes se han movilizado en el pasado mes de abril en contra de los recortes, recogen firmas, se concentran ante las viviendas de los poderosos, y exigen la retirada de medidas reaccionarias. También es necesario remarcar la intensificación de las acciones y de la conciencia organizada de las campesinas e indígenas que integran prácticamente todas las reivindicaciones actuales y pasadas en sus objetivos estratégicos.
La acción organizada de las mujeres indígenas es parte, además, de la creciente movilización de los pueblos originarios en defensa de la Madre Tierra. A finales de marzo de 2017 se había dado un paso significativo en la lucha coordinada de la Aty Guaçu Guarani-Kaiowá que se opone al proyecto de expolio y privatización de nada menos que 350.000 km2 en las amplias extensiones entre Brasil y Paraguay.
A grandes rasgos, este es el contexto en el que en el pasado marzo de 2017 las masas trabajadoras ocuparon las calles, cercaron y quemaron el Congreso mostrando su creciente autoorganización y radicalidad en protesta contra tanto atropello, autoritarismo y corrupción. Las campesinas y campesinos ya habían advertido en esas mismas fechas que sin una profunda reforma agraria era impensable cualquier solución a los crecientes problemas del país, ya que incluso hasta la oposición reformista y tibia, como la del PLRA, advirtió justo el último día de 2016 que el presidente Cartes estaba violando la Constitución para, al amañarla a su gusto, poder ser de nuevo presidente. En realidad, Cartes está en el poder porque el capital internacional financiero y narcomafioso lo mantiene ahí ya que le necesita para que acelere las privatizaciones, los recortes sociales y democráticos, el endurecimiento represivo y militar, la dependencia del país a los intereses norteamericanos obsesionados por controlar la estratégica cuenca acuífera Guaraní, el fortalecimiento del latifundismo, etc.
La lucha campesina siempre ha sido fuerte en Paraguay, y contra ella el Estado aplica todo su poder, como fue en el caso de la Masacre de Curuguaty el 5 de junio de 2012, cuando aplastaron a balazos con 17 muertos y 80 heridos la movilización pacífica por la recuperación de tierras del pueblo, comunales, que habían sido privatizadas en beneficio del Estado burgués. La Masacre de Curuguaty, por la que además acusan a 11 personas inocentes, fue un montaje de las fuerzas reaccionarias del país para, además de destrozar al campesinado también tener una excusa para llevar a cabo el eufemísticamente llamado «golpe de Estado blando» contra el presidente Lugo, elegido democrática y mayoritariamente por el pueblo. Realizaron el golpe «blando» sólo 17 días después de la Masacre, el 22 de ese mismo mes de junio: no esperaron más ante las férreas exigencias del capital que quería disponer del Estado sólo para sí, sin injerencias populares por muy reformistas que fueran.
Las transnacionales de la agroindustria de la soja, como Monsanto, exigían un cambio en profundidad de la ley para permitir la masiva plantación de soja transgénica, además de otros proyectos del imperialismo y de la burguesía autóctona descontentos con el reformismo del presidente Lugo en el cargo desde 2008. Monstruos devoradores de km3 de agua como CocaCola, Nestlé y otros quieren quedarse con los recursos hídricos de la cuenca Guaraní; Las grandes burguesías vendidas al imperialismo quieren hacer méritos frente a estos gigantes transnacionales mediante la política de las Triple Frontera entre Argentina, Paraguay y Brasil, ruinosa para el pueblo, muy rentable para el capital autóctono pero también para el yanqui y el sionista, etc. Con la Masacre de Curuguaty lograban varios objetivos, pero sobre todo acabar con un peligroso giro reformista que podía envalentonar al pueblo trabajador. En un principio el golpe le salió bien a la burguesía, pero la autoorganización popular y la acción de las organizaciones se recuperaron en poco, como hemos visto arriba.
No debe extrañarnos, entonces y visto lo esencial de las contradicciones del país, el que surgiera como respuesta un núcleo guerrillero denominado Ejército del Pueblo Paraguayo, que está poniendo en jaque al conjunto del sistema y de la doctrina represiva de la región mantenidos hasta ahora. Hay que decir que la memoria histórica y militar del pueblo trabajador paraguayo, como la de cualquier otro, está llena de heroicidades de resistencia, muchas de las cuales han llegado al grado de necesidad y legitimidad reconocido en el Preámbulo de la Declaración Universal de los DD.HH de 1948 firmada por la ONU: el derecho a la rebelión. La historia nacional campesina y trabajadora del pueblo paraguayo es inseparable de su digna historia de resistencia contra los invasores españoles, portugueses, británicos..., por citar los extranjeros a Nuestra América, apoyados en cada momento por las castas y clases ricas autóctonas aliadas con los invasores.
Recordemos la inacabable historia de resistencias anticoloniales que surgieron casi al instante de la invasión española del amplio territorio guaraní en 1537. Recodemos cómo la Corona española, consciente del espíritu de independencia de la nación guaraní, recurrió a los Jesuitas para que intentasen amansarla e integrarla con las Encomiendas desde 1585 y sobre todo desde 1608, librándoles de la esclavitud y reconociéndoles el derecho a portar armas en determinadas condiciones. La lógica de la explotación que siempre regenera las resistencias en su contra por muchas medidas paliativas e integradoras que el ocupante tome, las presiones del esclavismo portugués, la creciente intromisión inglesa en el área, la debilidad de la Corona española, la expulsión de los Jesuitas, etc., estas y otras contradicciones hicieron que se llenase de contenido la larga lista de rebeliones comuneras e indígenas, siendo las de 1544, 1649 y 1717 que se prolonga hasta 1735 las más conocidas de entre un rosario de otras muchas protestas silenciadas por la historia oficial.
Recordemos, por no extendernos, el apoyo que el libertador Artigas, «amigo de los indios», tenía entre el pueblo trabajador paraguayo y cómo su prestigio entre la nación guaraní era tal que gobierno paraguayo le concedió asilo precisamente en Curuguaty a finales de 1820. Artigas, defensor de un ideario sociopolítico progresista y federalista en base a poderes comunales, era odiado y perseguido a muerte por las burguesías criollas de Buenos Aires y Montevideo, que imponían por la fuerza una centralización estatal explotadora del pueblo y negadora de los derechos de la nación guaraní. Las presiones de estas potencias en auge sobre el más débil Paraguay para que les entregase a Artigas fueron en aumento llegando a un punto crítico en 1840, aun así Paraguay no cedió a las amenazas y protegió a Artigas hasta su muerte en 1850.
En realidad, el odio de las burguesías contra Artigas era parte del proyecto general de liquidación de Paraguay como «nación peligrosa» por su independencia y progresismo en aquél momento. Peligrosa para el expansionismo uruguayo, argentino y brasileño, pero también británico, que fue la potencia que teledirigió la guerra de 1865-1870, moviendo desde abajo y desde dentro los guiñoles asesinos de Uruguay, Brasil y Argentina para que arrasaran Paraguay o la redujeran a simple región insignificante amputándoles grandes extensiones de territorio. Otro tanto se buscó con la guerra de 1932-1935 teledirigida por el capital petrolero internacional para desangrar mutuamente a Bolivia y Paraguay en beneficio de lo que ya empezaba a ser el imperio del petrodólar.
Pese a todo, el pueblo paraguayo se rehacía una y otra vez tras cada derrota externa e interna, de tal modo que el capital seguía temiendo su capacidad de lucha, y para acabar definitivamente cualquier posibilidad de una Paraguay verdaderamente independiente, es decir, propietaria de sí, la alianza entre la burguesía autóctona, las burguesías regionales y los EEUU se materializó en la incalificable dictadura de Stroessner entre 1954 y 1989, cuyas duras secuelas las sigue padeciendo el pueblo trabajador 28 años después. El crimen de Curuguaty, el «golpe blando» contra Lugo, la aparición de la guerrilla, la injusticia contra los seis compañeros del libro que ahora comentamos, etc., sólo encuentran su plena coherencia histórica si siempre tenemos presente en nuestro estudio la larga continuidad subterránea, con sus cambios, adaptaciones y altibajos, de la resistencia del pueblo explotado en su permanente rehacerse y reiniciarse.
2.-
Además, el libro recoge las aportaciones de otras personas de bien, defensoras de los Derechos Humanos en su esencia concreta, personas revolucionarias y progresistas, cristianas, que alzan su voz contra la iniquidad. Todas y todos desmenuzan los entresijos de esa máquina trituradora que llaman «justicia», mostrando que su lógica fría e implacable, monstruosa, no es en absoluto independiente, ni siquiera es autónoma en las cuestiones decisivas para el poder de la clase dominante, sino que ella misma es un engranaje más de esa trituradora, una tuerca que ahora cumple las mismas funciones que cumplía en las máquinas de tortura de la Inquisición, o cuando ataba los pernos de las correas de las que tiraban los caballos en los descuartizamientos de seres humanos con que castigaban los españoles a los y las luchadoras por la libertad de Nuestra América.
Pero la tuerca es una pieza intercambiable en diversas máquinas: no es lo mismo la tortura inquisitorial y el descuartizamiento en vivo hasta finales del s. XVIII y comienzos del XIX en Nuestra América practicadas por los españoles, que las actuales tecnologías de exterminio de las cárceles yanquis y europeas que conjugan la tortura blanca e invisible con las palizas, el agua helada, el aislamiento, la desatención médica..., todo ello controlado por métodos científicos que incluyen conocimientos médicos, psicológicos y antropológicos. El látigo, la tuerca, el electrodo, etcétera, multiplican exponencialmente su efectividad si su uso está inserto en una estrategia represiva, con su doctrina y sistema correspondiente. Y tanto unas como la otra, el sistema y la doctrina, como la estrategia, varían a su vez en respuesta a los vaivenes de la lucha de clases.
Por ejemplo, el hecho de que los seis compañeros fueran devueltos al Paraguay por las autoridades argentinas, país al que habían acudido en busca de asilo político, muestra cómo terminan imperando las necesidades del sistema capitalista en su conjunto en lo que concierne a la represión del movimiento campesino: la burguesía argentina, que también se enfrenta a la resistencia popular en el campo, sabe que tampoco a ella le es conveniente que «sus» explotadas y explotados confraternicen con campesinos paraguayos exiliados por razones de persecución política.
Vemos cómo las tácticas y hasta la estrategia represiva de un país formalmente independiente como es Argentina, está sin embargo supeditada a los intereses comunes del sistema y de la doctrina de poder que le atan con la clase dominante paraguaya. La flamante «independencia nacional» -burguesa- de ambos Estados oculta en realidad su mutua dependencia de clase en la persecución de la dignidad humana. La Operación Cóndor fue sólo un paso más en esa unificación del sistema de poder en su conjunto bajo supervisión del imperialismo yanqui, pero afectó sobre todo a las fuerzas revolucionarias, a la militancia comunista y a sectores cristianos. Fue un exterminio implacable destinado a garantizar durante varias generaciones la salvaguardia de la propiedad privada capitalista, amenazada entonces por la creciente fuerza de las reivindicaciones obreras y populares. Pero la devolución a la represión paraguaya de los seis campesinos nos remite a un período anterior al movimiento obrero en la historia de la lucha de clases y de la opresión nacional.
3.-
En efecto, el libro que comentamos tiene, además de lo que ya hemos visto, también la virtud de plantearnos algunas reflexiones de especial relevancia en estos momentos en los que el imperialismo se enfrenta a la necesidad ciega de mercantilizar la tierra, la vida y la cultura. O para decirlo en términos que nos remiten directamente al libro que comentamos: la necesidad de aniquilar de raíz cualquier resto actualizado de la permanente utopía roja de la propiedad colectiva de la tierra, de la actualización del comunismo primitivo, o también, del principio marxista de que la tierra, nuestro planeta, no nos pertenece a nosotros y menos aún al imperialismo, sino a las generaciones futuras, siendo nuestra obligación entregársela a ellas en mejores condiciones de las que estaba antes de haberla recibido de nuestros antepasados. Pero para comprender el alcance revolucionario de semejante principio hemos de mirar un poco al pasado precapitalista y al papel presente y futuro del movimiento campesino.
Los portugueses fueron los primeros europeos allá por la mitad del siglo XV en sufrir sobre sus carnes la tenaz negativa de los pueblos del África atlántica, cuando los invadieron para esquilmarlos y esclavizarlos. Los españoles fueron los segundos que tuvieron que emplearse a fondo en el aniquilamiento de las resistencias de los habitantes de Nuestra América desde finales de ese siglo XV, y a partir de ahí el colonialismo y más adelante el imperialismo han chocado con la oposición de las poblaciones a ser explotadas y oprimidas. De una forma u otra, recurriendo en momentos a las violencias defensivas y justas más desesperadas y sistemáticas, o en otros momentos a pacientes métodos de desobediencia sibilina y astuta que anulaba en la práctica toda la efectividad del poder y conservaba mal que bien la identidad de los pueblos que «desobedecían obedeciendo», sin olvidarnos de que muy frecuentemente practicaban la interacción de todas esas formas de lucha según las circunstancias, al margen ahora de esta diversidad, sí es innegable que los pueblos se enfrentaron a la civilización del capital y que siguen haciéndolo.
Eran grupos humanos, etnias y pueblos con diversos sistemas socioeconómicos y políticos, pero tenían en común el que, por un lado, dependían de la agricultura o incluso ni eso, porque bastantes eran cazadores y recolectores, y que por otro lado, desconocían la propiedad burguesa, el sistema capitalista. Los invasores europeos y norteamericanos se sorprendieron mucho por la obstinada capacidad de resistencia de estas culturas y civilizaciones que denominaban como «atrasadas» y «primitivas», y hoy siguen siendo calificadas como «subdesarrolladas». No comprendían ni comprenden cómo era y es posible que, además de tener aquellas culturas a veces esplendorosas y siempre sorprendentes por la hondura y alcance de sus conocimientos, sobre todo fueran capaces de sostener resistencias tan complejas teniendo en cuenta la desproporción de recursos materiales y culturales comparados, par a par, con los del colonialismo y del imperialismo.
Los llamados muy correctamente por Marx como «sistemas nacionales de producción precapitalista» no fueron la única resistencia basada, al final, en la coherencia de las comunidades campesinas, sino que otras sociedades más descentralizadas, como menos o con ninguna vertebración estatal ni protoestatal también lo hicieron. Lo que les identificaba era la defensa de las formas de propiedad precapitalista de la tierra, todas ellas basadas en último análisis en restos más o menos prácticos de propiedad comunal.
Desde la Alta Edad Media europea, por no retroceder más, los pueblos campesinos se habían opuesto a la alianza entre la Iglesia y el feudalismo que les quitaba las tierras a la vez que les cristianizaba a la fuerza. Es por esto que desde el siglo XIV se encarniza la resistencia popular contra el endurecimiento de la explotación feudal destinada a compensar su retroceso frente al auge burgués: Las revueltas campesinas, jacquerías, guerras y rebeliones del campo en Europa y en el imperio zarista acompañaron a las crisis feudales y al ascenso burgués en las revoluciones inglesa y francesa, y en menor medida en la holandesa. El malestar furioso y la justa ira del campo también estuvo presente en la segunda oleada burguesa, las «revoluciones desde arriba» -Alemania, Italia, Japón...- que lograron estabilizar alianzas entre grandes terratenientes atemorizados por la fuerza del campesinado, y burgueses atemorizados por la fuerza obrera.
Allí donde las «revoluciones desde arriba» fueron muy débiles como en el Estado español, Portugal, etc., y en donde además tuvieron que enfrentarse a grandes deudas contraídas por sus burguesías con el capital financiero internacional, como Rusia, Turquía, China, etc., sin olvidarnos del paradigma mexicano desde 1910, en estos y otros imperios y Estados plurinacionales estallaron revoluciones que están en la mente de todas y todos y grandes resistencias en las que fue decisivo el movimiento campesino. Incluso la India, ese aparente paraíso de paz gandiana basado en la inhumanidad de las castas, fue escenario de luchas campesinas que, al menos desde 1857, empezaron a adquirir un contenido de liberación nacional.
La rebelión de masas campesinas chinas llamada Taiping en la segunda mitad del siglo XIX, junto a la de los Cipayos en la India arriba citada, fueron uno de los inicios de las movilizaciones campesinas en Asia, que se vería fortalecido por la derrota de Rusia ante Japón en 1905; del mismo modo que la guerra de liberación del Sudán de finales del siglo XIX significó un hito luego reforzado por el coherente internacionalismo bolchevique desde 1917 y por la Reunión de Bakú en 1920. La Internacional Comunista, al menos de manera brillante hasta 1924 y luego con muchos altibajos y retrocesos, asentó el método de explicación teórica de la importancia de las revoluciones campesinas y de las guerras de liberación nacional ya expuesto en la teoría del imperialismo de comienzos del siglo XX sobre las bases de la liberación nacional asentadas por el marxismo del siglo XIX.
4.-
¿Y en Nuestra América? Por suerte, o mejor decir que significativamente, cada vez abundan más los buenos y críticos estudios sobre el decisivo papel de las masas campesinas sobre todo la de los pueblos originarios en la lucha por la primera y de las «nuevas» masas campesinas-asalariadas urbanas empobrecidas y sobreexplotadas en la segunda independencia, y en la defensa y recuperación de la Pacha Mama, de Ama Lur. En este continente sucede lo mismo que en el resto del planeta: La historia del siglo XX y lo que va del XXI es incomprensible para lo bueno y para lo malo -es decir, para la manipulación reaccionaria- sin la creciente acción campesina, en la que se inscribe la praxis revolucionaria de los seis compañeros paraguayos. Podemos resumir en cuatro las grandes aportaciones de Nuestra América, en este sentido, y que el libro que comentamos sintetiza en base a la rica experiencia de su país casi en cada página:
Una, la reivindicación de la propiedad colectiva de la tierra, que no sólo de las fábricas, etc., en la reivindicación del movimiento obrero y revolucionario contra la propiedad burguesa. La reivindicación campesina de la tierra va a la raíz del problema de la propiedad en el sentido comunista del término, es decir, en el sentido de que no se trata sólo de acabar con la propiedad burguesa en cualquiera de sus formas, sino con cualquier posibilidad de existencia de otra forma de propiedad privada. Es una reivindicación que atañe a la naturaleza en su conjunto, en sí misma, de la que la especie humana es una parte.
Dos, la revitalización del papel de la mujer trabajadora, campesina e indígena, como núcleo decisivo en la reproducción de la fuerza de trabajo pero también y sobre todo de la tendencia ascendente hacia la toma de conciencia crítica contra la mercantilización total, contra el sistema patriarco-burgués y a favor de la (re)construcción de las culturas populares que todavía mantienen códigos comunales. Semejante (re)construcción se realiza actualizando los componentes progresistas preburgueses de estas culturas en base a sus luchas y necesidades pero también, cada vez más, en interacción con otras muchas prácticas idénticas en todo el mundo gracias al empleo creativo e independiente de parte de las nuevas tecnologías de la comunicación interactiva, rompiendo el monopolio de la industria político-mediática y cultural imperialista.
Tres, respondiendo a la agresión del imperialismo acuciado por sus contradicciones internas, el diverso campesinado mundial –los movimientos campesinos con sus limitaciones y contradicciones-- aporta nueva fuerza y conciencia a los pueblos trabajadores y, en general, a la clase obrera mundial: es así como podemos apreciar la formación del «proletariado globalmente explotable», que es una forma actual de definir al trabajo en su enfrentamiento irreconciliable con el capital en el nivel genético-estructural del modo de producción capitalista. La dialéctica del desarrollo desigual y combinado queda, de nuevo, magníficamente confirmada en las prácticas concretas de las clases, pueblos y mujeres explotadas en el nivel histórico-genético de las formaciones económico-sociales concretas, en las sociedades y culturas particulares y singulares, gracias a la irrupción del campesinado.
Cuatro, las aportaciones vistas refuerzan la lucha histórica del socialismo contra el trabajo abstracto, contra el fetichismo de la mercancía, contra la dictadura del valor y del valor de cambio, etc., que habían caído en desgracia tanto por la burocratización, como por el reformismo. La mundialización de la ley del valor hace que este decisivo campo de lucha, central, vuelva a serlo precisamente porque las enseñanzas que aportan las mujeres, las y los campesinos, los pueblos oprimidos… actualizan reivindicaciones utópicas presentes en los sectores populares de las religiones y creencias, en los movimientos milenaristas, igualitaristas, socialistas utópicos y anarquista, comunistas...
Y cinco, encontramos una síntesis de lo que estamos viendo en las siguientes palabras de uno de los seis compañeros: «Desde que tengo memoria he sentido que mi tarea es estar con la gente, trabajar con la gente. Luchar por la alegría. Ser libre es eso para mí».

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