martes, 2 de febrero de 2016

De cómo occidente ha socavado los derechos de la mujer en el mundo árabe



Jadaliyya.com

Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández.



La madre del mártir
(Foto de Nicola Pratt)
Este artículo se basa en algunas de las investigaciones que he llevado a cabo durante los dos últimos años sobre el activismo de las mujeres en Egipto, Líbano y Jordania, desde la independencia hasta los levantamientos árabes. Recogí alrededor de cien relatos personales de mujeres activistas de clase media de diferentes generaciones. Esta investigación se enmarcó inicialmente en referencia a lo que se percibe como una “paradoja de género”: a pesar de más de un siglo de activismo femenino, ¿por qué las mujeres de los países árabes continúan teniendo que enfrentarse a algunas de las mayores desigualdades de género en el mundo?

Descolonizando el género en el mundo árabe
Mi investigación ha intentado comprometerse críticamente con dos supuestos básicos que sustentan la formulación de tal paradoja. El primer supuesto es el que reduce el activismo de la mujer al acto de resistir frente al patriarcado. Este supuesto está incrustado dentro del concepto de la división público/privada por el que las feministas sostienen que las mujeres se ven relegadas a la esfera de lo privado, mientras que los hombres dominan la esfera pública. Esta división resulta problemática cuando miramos las evidencias del mundo árabe, donde se ha promovido la participación de la mujer como medio e indicador de modernización. Desde finales del siglo XIX, el discurso nacionalista en Oriente Medio construyó la figura de una llamada nueva mujer, educada y públicamente visible [1]. En este contexto, las mujeres de las elites y las clases medias empezaron a entrar en la vida pública, fundando básicamente asociaciones de beneficencia para pasar a crear después uniones de mujeres que exigían mayores derechos para la mujer dentro del matrimonio y que se ampliara el acceso de la mujer a la educación. Estas mujeres no se limitaban a “resistir al patriarcado” sino que más bien se consideraban a sí mismas como colaboradoras en la lucha contra el “atraso” y por la modernización de la nación. La visibilidad de las mujeres se convirtió particularmente en un marcador clave de identidad para las clases medias emergentes y la materialización de la noción de la “modernidad de la clase media” [2].
El segundo supuesto sobre el que se sustenta la cuestión de los derechos de la mujer en el mundo árabe aparece incrustado dentro de una epistemología orientalista que desde hace mucho tiempo ve la condición de la mujer como uno de los indicadores del atraso del mundo árabe. Sobre esta base, la respuesta popular entre los comentaristas occidentales a por qué el activismo de la mujer no ha conseguido el progreso de sus derechos “se debe a la resistencia del patriarcado árabe”. Esta respuesta es controvertida por la forma en que reduce las causas de la subordinación de la mujer a los valores y creencias culturales árabes, lo que implica que es “Occidente” quien establece el estándar de civilización en los derechos de la mujer. Por otra parte, los argumentos acerca de la naturaleza deficiente de la cultura árabe respecto a la mujer olvidan completamente las estructuras de poder basadas especialmente en la clase y nacionalidad e ignoran el papel de la economía política global y la geopolítica en la reproducción de estas jerarquías que se entrecruzan. Por tanto, la formulación del título de este artículo “De cómo Occidente ha socavado los derechos de la mujer en el mundo árabe” no promete un exposé de operaciones clandestinas de los gobiernos occidentales, sino que más bien pretende cuestionar desde el comienzo la forma de pensar habitual sobre los derechos de la mujer y el activismo de la mujer en el mundo árabe. Deseo hacer especialmente hincapié en las dimensiones geopolíticas de la construcción de normas de género más allá de leyes y políticas públicas para incluir las formas en las que las mujeres subvierten y vuelven a dar significado a las normas de género a través de su participación pública.
El ascenso de los movimientos radicales a partir de 1967
Este artículo se centra en el período que va desde 1967 hasta la década de 1980, durante el cual el mundo árabe vivió un ascenso de movimientos radicales y revolucionarios que desafiaban el statu quo geopolítico y la política, y su posterior derrota por los aliados occidentales en la región (en particular, los regímenes egipcio, jordano, saudí e israelí). Al conmemorar el quinto aniversario de los levantamientos árabes, es importante que reflexionemos sobre la agitación política y las políticas contenciosas desplegadas después de 1967, que revelan algunos paralelismos interesantes con el período 2011-2013.
La derrota masiva de los ejércitos árabes en la guerra árabo-israelí de 1967 puso en tela de juicio la legitimidad del proyecto panárabe y abrió una nueva era en la política árabe. Se ha escrito mucho sobre las dimensiones políticas y militares de la guerra de 1967 (entre otros, Louis y Shlaim [3]), así como sobre la búsqueda del alma intelectual que siguió a la masiva derrota [4]. Sin embargo, casi no se ha prestado atención a las implicaciones de género de la derrota. Esto es importante no sólo porque margina las experiencias particulares de la mujer, y por tanto del hombre, como sujetos y ciudadanos de género. Es también importante porque la derrota de 1967 creó una nueva oportunidad para que las mujeres transgredieran las normas de género feministas del Estado que habían sido parte integral de la construcción de ese Estado tras la independencia.
En Egipto, la profunda conmoción causada por la derrota de 1967 desencadenó nuevos movimientos de oposición, en cuyo centro estaba el movimiento estudiantil. Se desató inicialmente a causa de la indignación ante las leves penas de prisión impuestas a los generales del ejército responsables de la derrota de Egipto en la guerra. Sin embargo, las exigencias de los estudiantes fueron mucho más lejos, incluyendo demandas de mayores libertades políticas, así como la eliminación del personal de inteligencia y policía de los campus universitarios [5]. En enero de 1972, miles de estudiantes participaron en las manifestaciones que acabaron con una sentada en la Plaza Tahrir. Al día siguiente, dispersaron a la fuerza a los estudiantes, arrestando a algunos. Sin embargo, los estudiantes radicales continuaron elevando sus demandas políticas y nacionales, además de protestar contra el arresto de sus colegas.
Dentro de estos movimientos izquierdistas y nacionalistas, las cuestiones de los derechos de la mujer y la liberación estaban subordinados a los objetivos nacionales y políticos de la resistencia al imperialismo y al autoritarismo, a la lucha por la justicia social y la liberación de Palestina. Aunque los líderes del movimiento creían que las mujeres debían movilizarse y participar en la esfera pública como medio de modernizar las sociedades árabes, ignoraron las desigualdades de género dentro de la esfera privada [6].
No obstante, estos movimientos movilizaron con éxito a las mujeres jóvenes en el activismo político a un nivel sin precedentes. El torbellino político posterior a 1967 proporcionó oportunidades para que las jóvenes transgredieran las normas de género. La activista egipcia de los derechos humanos Aisa Seif al-Dawa recuerda su experiencia en la universidad durante el momento álgido del movimiento estudiantil egipcio.
Recuerdo que hice cosas entonces que ahora no creo que fuera capaz de hacer […]. Entrabas en un aula y decías: ‘¿Qué demonios estáis haciendo sentados aquí en el aula? ¡Deberíais uniros al movimiento!’ […] Y después de decir eso te marchabas, ahora me siento abochornada al pensarlo…”
Otra de las activista era Hala Shukrallah, nacida en El Cairo en 1954 y que había pasado gran parte de su juventud en Canadá, donde su padre era embajador de la Liga de Estados Árabes. Volvió a Egipto en 1971; el arresto de sus hermanos, que eran activistas del movimiento estudiantil, hizo que se incorporara a la lucha. A pesar de su juventud, se convirtió en una de las líderes del movimiento de las familias de los arrestados. Recuerda una reunión con el portavoz del parlamento, que conocía a su padre muy bien:
“… Así que empezó a hablarme en un tono muy personal: ‘Oh, Hala, te conozco desde que eras una niña’. Yo le dije: ¡Por favor, compórtese de forma profesional’. Que le dijera eso le sentó muy mal. Sé que fui impertinente. Pero, de todas formas, eso era algo normal en aquella época.”
Los recuerdos de muchas de las mujeres que entrevisté sugieren un entorno socio-político muy cambiante en el período posterior a la derrota de 1967. Habían aparecido diversos movimientos sociales y políticos que desafiaban el statu quo político, geopolítico y social. Aunque ideológicamente esos movimientos presentaban actitudes problemáticas hacia la igualdad de géneros, sin embargo, proporcionaban un terreno fértil para que las mujeres de clase media pudieran subvertir las jerarquías de género y transgredir las normas dominantes de la respetabilidad de género al participar en manifestaciones callejeras, incorporarse a grupos políticos, desafiar a las autoridades y desobedecer a los padres. Algunas fueron arrestadas. De esta forma, las mujeres alinearon sus nuevos comportamientos radicales de género con la resistencia al statu quo socio-político y geopolítico.
La contrarrevolución
Sin embargo, esta oleada revolucionaria posterior a 1967 en los países árabes fue finalmente derrotada por los aliados de Occidente en la región. En particular, el apoyo estadounidense a Egipto subió a miles de millones de dólares de ayuda después de que el presidente Anwar al-Sada firmara el tratado de paz con Israel en 1979 [7]. La contrarrevolución no sólo acosó a las fuerzas políticas radicales sino también a las mujeres y las luchas de género.
El presidente Sadat intentó en un primer momento socavar los movimientos políticos radicales permitiendo que los islamistas actuaran abiertamente en los campus universitarios, en contraste con el gobierno de su predecesor Gamal Abdel-Naser, durante el cual los islamistas habían sido encarcelados e incluso ejecutados [8]. Los cuerpos de las mujeres y las normas de género fueron fundamentales en esa contrarrevolución. Aida Seif al-Dawla recuerda que los islamistas se hicieron con el sindicato de estudiantes en 1975 y empezaron a promocionar la vestimenta islámica a precios reducidos: “Y fue durante esa época […] [cuando] llegué a conocer a una pareja de jóvenes, ambas iban veladas y nos llevábamos bien, así que […] empezaron a decirme ‘¿por qué no te pones el velo?’”.
Aida recuerda también los conflictos entre los islamistas y otros estudiantes:
Sí, aquellos últimos años en la universidad, estaban los islamistas por un lado y los naseristas por otro. Y los enfrentamientos fueron violentos, […] los estudiantes recibieron palizas. Desde luego, a nosotras, al ser mujeres, no nos pegaron. Al menos, a mí no. Pero nos trataban muy mal […], nos llamaban ‘zorras’ y ‘putas’ y nos decían que ‘íbamos allí a buscar marido’, que por eso nos metíamos en la política, y cosas así. Estaba deseando acabar y licenciarme.”
El apoyo de Sadat a los estudiantes islamistas y su acercamiento más abierto al islamismo político no fue sólo una vía para contrarrestar la influencia del naserismo y los grupos políticos de izquierda sino también una señal de clara ruptura con el régimen laico modernizante de Naser, fundamental en lo que había sido un feminismo estatal. Sadat acabó con algunos de los avances conseguidos por las mujeres de clase media a través de la introducción de las infitah o reformas económicas que favorecían al sector privado. El descenso relativo en los salarios del sector público como consecuencia de las infitah impactó de forma desproporcionada en las mujeres, para quienes el sector público era el empleador de primera elección. Por vez primera, y en una marcada desviación de la era naserista, hubo debates públicos que cuestionaban el deseo de las mujeres de trabajar y el gobierno “ofreció numerosos incentivos [a las mujeres] para que pidieran excedencias sin salario para criar a sus hijos y/o trabajar a tiempo parcial” [9]. Esas actitudes reflejaban un creciente conservadurismo social que estaba siendo fomentado por los islamistas.
La resistencia popular ante las infitah culminó en el levantamiento de 1977, denominado en los medios occidentales los “disturbios del pan”, o por los egipcios “la revuelta del pan”. Las protestas fueron provocadas por el anuncio del gobierno de eliminar los subsidios a varios productos básicos, incluyendo el azúcar, el pan y el arroz, así como reducciones en los salarios del Estado, que llevó a duplicar los precios de la noche a la mañana. El 17 de enero, los obreros salieron de sus fábricas y a ellos se unieron después miles de estudiantes, funcionarios y otros egipcios, marchando todos hacia el centro de El Cairo. Las protestas se extendieron por todo el país.
Al final, las fuerzas de seguridad mataron a 160 manifestantes e hirieron a unos 800 [10]. Miles de izquierdistas fueron rodeados y encarcelados, acusados de intentar derrocar al régimen [11]. Muchos fueron liberados sin cargos pero no antes de pasar hasta seis meses en detención administrativa [12]. La activista de los derechos humanos Magda Adli, entonces estudiante de medicina en la universidad de Al-Azhar, fue una de las veinte personas arrestadas por su implicación en el levantamiento y pasó más de un año en prisión.
Me arrestaron en la universidad y me acusaron de intentar derrocar al régimen y de pertenecer a una organización secreta y todo el resto de la lista de acusaciones que la seguridad del Estado sigue todavía hoy utilizando. Pasé catorce o quince meses en la cárcel. […] Eso me supuso perder un año de universidad […] Fui sentenciada a tres años de cárcel, junto con otras personas, nos sentenciaron a unas veinte […] pero no cumplí toda la condena… Estaba bajo vigilancia de la seguridad estatal todo el tiempo incluso cuando hacía mis exámenes… y cada nuevo caso que la seguridad estatal tenía contra activistas políticas o socialistas o quien fuera, me sometían a interrogatorio […] Todo el tiempo estuve jugando al gato y al ratón con ellos, por eso no pudieron cogerme aunque me acusaron aún en tres ocasiones, hasta que me licencié.”
La represión a gran escala contra los activistas después de 1977 marcó el fin del movimiento estudiantil de izquierdas como fuerza dentro de la política egipcia. Muchas de las organizaciones marxistas clandestinas empezaron a deshacerse. Algo parecido a lo que hemos visto en Egipto desde el verano de 2013, con muchos activistas desilusionados y retirándose del activismo público. Muchos se tomaron tiempo para leer, seguir con sus carreras o estudios de doctorado en el extranjero y reflexionar y revisar sus anteriores creencias político-ideológicas. Las mujeres que asistían a la universidad en la década de 1980 me comentaron que casi no había activismo político en los campus egipcios más allá de los grupos de estudiantes islamistas.
Desgajando las agendas del activismo y los derechos de la mujer de las luchas populares
Una parte fundamental de la contrarrevolución fue la restauración del anterior statu quo de género, en el que se esperaba que las mujeres obedecieran las jerarquías de género y las nociones de respetabilidad femenina. Sin embargo, esto no puso fin a la participación política de la mujer. Quizá de forma paradójica, las iniciativas y organizaciones independientes de mujeres empezaron a florecer en las secuelas de la contrarrevolución. El grupo de estudio Nueva Mujer, que se convirtió más tarde en la Fundación de la Nueva Mujer, se inició con antiguos integrantes del movimiento estudiantil a fin de entender la subordinación específica de la mujer. Nawal El-Saadawi estableció la Asociación de Solidaridad de las Mujeres Árabes, planteando la cuestión de la violencia contra las mujeres. En 1985, un grupo de abogadas y activistas creó una coalición contra la revocación de las relativamente progresistas enmiendas de 1979 a la ley del estatuto personal, entre otras iniciativas de la década de 1980 (véase Al-Ali para más detalles) [13].
El resurgimiento de las asociaciones independientes de mujeres en Egipto por vez primera desde la década de 1950, dio espacio a las mujeres para que pudieran articular un nuevo discurso de género que escapaba de la problemática subordinación de las cuestiones de la mujer dentro de las ideologías revolucionarias y radicales. Sin embargo, en un contexto en el que las fuerzas populares habían sido derrotadas y los grupos de la oposición política, con excepción de los islamistas, eran débiles, también llevó al aislamiento de las agendas de los derechos de la mujer dentro de la política regional e interna. Este aislamiento se exacerbó por la creciente “ONGeización” de los movimientos de mujeres después de 1990 [14], que no apoyaban la movilización de electorados más amplios. Además, las demandas de los derechos de la mujer quedaron deslegitimados por el hecho de que el régimen egipcio instrumentalizaba selectivamente esos derechos e intentaba cooptar, por ejemplo, a las organizaciones de mujeres a través del Consejo Nacional para la Mujer. Esto formaba parte del intento de proyectar una imagen “moderna” en el extranjero y asegurar los derechos de la mujer dentro de la alianza liderada por EEUU contra el “terrorismo” [15].
No es por tanto sorprendente que cuando empezaron a surgir movimientos populares después del año 2000, inicialmente auspiciados por la II Intifada palestina, las cuestiones de los derechos de la mujer no estuvieran en la agenda. Las mujeres eran muy visibles en estos movimientos y, sin embargo, a diferencia de los movimientos revolucionarios posteriores a 1967, casi no había intentos de incluir “la cuestión de la mujer” dentro de estos movimientos de oposición al imperialismo, neoliberalismo y autoritarismo estadounidense.
Volviendo a popularizar y a despopularizar los derechos de la mujer después de 2011
Fue sólo entre 2011 y 2013 cuando las mujeres pudieron reinsertar la “cuestión de la mujer” en los movimientos populares. En respuesta a las amenazas a los derechos de la mujer y al aumento de la violencia contra las mujeres activistas bajo el gobierno del Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas y de la Hermandad Musulmana, las organizaciones masivas de mujeres aparecieron fuera de las ONG establecidas de mujeres. Las activistas egipcias estuvieron a la vanguardia de las luchas por la justicia social y la democracia en el Egipto post-Mubarak, aunque también plantearon demandas específicas de género con respecto a la participación de la mujer y a la integridad de sus cuerpos. De hecho, lograron integrar la transformación de las normas de género en demandas de transformaciones sociopolíticas más amplias (véanse varios capítulos en El Said, Meari y Pratt) [16].
Sin embargo, los logros del activismo de masas independiente de las mujeres han quedado debilitados a causa de la polarización política y el creciente autoritarismo que se están viviendo desde el derrocamiento del presidente de la Hermandad Musulmana, Mohammed Morsi, en julio de 2013. Aunque el régimen posterior a julio de 2013 ha ampliado los derechos de la mujer a través de la constitución y la ley contra el acoso sexual de 2014, ha restringido también duramente la libertad de asociación y de expresión. Para la contrarrevolución es fundamental que exista un nuevo trato patriarcal, en el cual el régimen protege los derechos de la mujer y, a cambio, la mujer debe abandonar su libertad para organizar y definir su propia agenda. Como escribí el año pasado, las activistas se están enfrentando a un enorme desafío en sus intentos simultáneos de mantener su paradigma dinámico por la justicia de género, resistir la cooptación del Estado y las imposiciones de arriba a abajo e integrar las construcciones revolucionarias de género desde la base hacia arriba.
Conclusión
En este artículo me propuse cuestionar dos supuestos sobre el activismo de la mujer y sus derechos en el mundo árabe. En primer lugar, he intentado ampliar nuestra concepción respecto a la capacidad de actuar de la mujer más allá de la resistencia al patriarcado y a demostrar las vías por las que la subversión y los nuevos significados de las normas de género eran también parte de un movimiento contrahegemónico frente el orden socio-político y geopolítico posterior a 1967. En otras palabras, de la participación de la mujer en movimientos radicales que encarnan transformaciones sociopolíticas, incluida la transformación de las normas de género. A este respecto, vemos paralelismos en la aparición del activismo de masas de la mujer como parte de las luchas revolucionarias posteriores a 2011.
En segundo lugar, he tratado de cuestionar la noción de que Occidente es un agente de progreso de los derechos de la mujer en el mundo árabe porque la realidad es que, como resultado de sus intereses geopolíticos, se ha dedicado más bien a apoyar a regímenes que han reprimido los movimientos populares radicales y revolucionarios y suprimido la encarnación de la mujer en feminidades radicales. A largo plazo, la desaparición de los movimientos laicos y radicales ha llevado a la escisión de las agendas laicas de los derechos de la mujer de los proyectos populares locales, allanando el camino para su cooptación e instrumentalización por regímenes autoritarios y actores internacionales, volviendo vulnerables a las activistas por los derechos laicos de la mujer ante las acusaciones de representar agendas extranjeras. Las activistas se enfrentan hoy a peligros muy parecidos en el contexto de la contrarrevolución en curso por todo el mundo árabe.

Notas:
[1] Abu-Lughod, Lila (1998) Remaking Women: Feminism and Modernity in the Middle East , Princeton: Princeton University Press.
[2] Watenpaugh, Keith David (2006) Being Modern in the Middle East: Revolution, Nationalism, Colonialism and the Arab Middle Class , Princeton: Princeton University Press.
[3] Louis, Wm. Roger and Avi Shlaim, eds. (2012). The 1967 Arab-Israeli War: Origins and Consequences, Cambridge: Cambridge University Press.
[4] Ajami, Fouad (1981) The Arab Predicament: Arab Political Thought and Practice since 1967 , Cambridge: Cambridge University Press.
[5] Abdalla, Ahmed (1985) The Student Movement and National Politics in Egypt 1923-1973 , London: Saqi Books, pp. 151-153.
[6] Hasso, Frances S. (2000) Modernity and Gender in Arab Accounts of the 1948 and 1967 Defeats, International Journal of Middle East Studies , 32: 4, pp. 491-510.
[7] Brownlee, Jason (2012) Democracy Prevention, Cambridge: Cambridge University Press.
[8] Abdalla, Ahmed (1985) The Student Movement and National Politics in Egypt 1923-1973, London: Saqi Books. Ayubi, Nazih (1991) Political Islam: Religion and Politics in the Arab World, London: Routledge. Gerges, Fawaz (2012) The Transformation of Arab Politics: Disentangling Myth from Reality, in Louis, Wm. Roger and Avi Shlaim, eds. The 1967 Arab-Israeli War: Origins and Consequences. Cambridge: Cambridge University Press, pp. 285-314.
[9] Hatem, Mervat (1992) Economic and Political Liberation in Egypt and the Demise of State Feminism, International Journal of Middle East Studies , 24:2, pp. 231-251.
[10] Kandil, Hazem (2012) Soldiers, Spies, and Statesmen: Egypt’s Road to Revolt, London: Verso Books, p. 169
[11] Hirst, David (1977) Egyptians Riot over Price Rises, The Guardian, January 19, p. 1. Stevens, Janet (1978) Political Repression in Egypt, Middle East Research and Information Project Report , no. 66, pp. 18-21.
[12] Stevens, Janet (1978) Political Repression in Egypt, Middle East Research and Information Project Report , no. 66, pp. 18-21.
[13] Al-Ali, Nadje Sadig (2000) Secularism, Gender and the State in the Middle East: The Egyptian Women’s Movement , Cambridge: Cambridge University Press.
[14] Jad, Islah (2004) The NGO-ization of the Arab Women’s Movements, IDS Bulletin, 35:4, pp. 34-42.
[15] Pratt, Nicola (2012) The Gender Logics of Resistance to the ‘War on Terror’: constructing sex–gender difference through the erasure of patriarchy in the Middle East, Third World Quarterly , 33:10, pp. 1821-1836.
[16] El Said, Maha, Lena Meari and Nicola Pratt, eds. Rethinking Gender in Revolutions and Resistance: Lessons from the Arab World , London: Zed.
Nicola Pratt es profesora adjunta de Política Internacional del Oriente Medio en la Universidad de Warwick, Reino Unido. Es coautora, junto con Nadje Al-Ali, de “What Kind of Liberation? Women and the Occupation of Iraq” (University of California Press, 2009) y coeditora , también con Nadje Al-Ali , de “ Women and War in the Middle East” (Zed Press, 2009).

[Este artículo es una versión condensada de una conferencia con el mismo nombre impartida en el LSE Middle East Centre el 20 de enero de 2016.]

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