Del 30 de noviembre
al 11 de diciembre se reúne en París la 21 Conferencia de las Partes de
la Convención de Naciones Unidas sobre Cambio Climático (COP21, CMNUCC),
en la que se anuncia un nuevo acuerdo global para combatirlo. En otro
artículo explico que esto no es lo que sucederá en realidad. (Crónica de un desastre climático anunciado, La Jornada, 14/11/15). Por el contrario, se consolidará un sistema voluntario y decidido a nivel nacional en el que los
compromisosque los países dicen asumir nos aseguran que el calentamiento global llegará a niveles dramáticos desde 2050 y en adelante, posiblemente duplicando a 2100 el máximo de 2 grados C, que siendo grave, es lo que la ONU acordó como máximo aumento tolerable.
Los bombazos con
cientos de muertos y heridos el 13 de noviembre en París cambiaron
violentamente el escenario exterior, pero dentro de la COP21 todo sigue
como estaba. El gobierno francés aprovechó este lamentable y grave
contexto para cancelar muchas marchas y actos públicos de protesta sobre
los negocios del clima, alegando que sólo podría garantizar la
asistencia oficial a la COP21. Pero no canceló actos deportivos,
mercados navideños y otras concentraciones públicas por el estilo. Sería
absurdo pensar que los atentados fueron para impedir las protestas –a
las que se esperaban decenas de miles de personas, algunas muy
ordenadas, otras más desafiantes–, pero fueron útiles para
ilegalizarlas.
A la par de un fuerte recorte de libertades
civiles contra la gente común en Francia, el gobierno de ese país, junto
a Estados Unidos, bombardea salvajemente y escala la guerra en Siria,
con muchas pérdidas civiles reportadas o no, supuestamente para combatir
al Estado Islámico (EI). Curiosamente no atacan las instalaciones
petroleras que controla el EI en Siria, lo cual podría cortar una fuente
de su sustento. Al mismo tiempo, Turquía, tradicional aliado de Estados
Unidos, derribó en circunstancias más que confusas, un avión de Rusia
en la frontera con Siria, pese a ser un país que también combate
bélicamente al EI. El derribo sucedió
casualmentecuando Rusia planteó colaborar con Francia contra el EI, acercamiento incómodo para Estados Unidos por su conflicto geopolítico y económico con Rusia. Para muchos observadores, también porque Estados Unidos está en el origen de lo que ahora se llama Estado Islámico, apoyando grupos armados en la región y creando las causas para su surgimiento. Un factor resbaladizo que entra y sale de la escena internacional en momentos claves para Estados Unidos, como sucedió antes con Osama Bin Laden.
Todo
converge en exacerbar la guerra, que va más allá de Siria, y en crear un
ambiente tenso y represivo para los ciudadanos, justificando la
imposición de
Leyes Patriotasmodelo Washington. Podrían parecer datos aislados, pero están conectados, no sólo en términos represivos y geopolíticos, también con el cambio climático, sus causas e impactos.
Collin Kelley e investigadores del Lamont-Doherty Earth Institute de la Universidad de Columbia publicaron en marzo de 2015 en Proceedings of the National Academy of Sciences
de Estados Unidos, un artículo que muestra que el cambio climático
global fue causante de la intensa sequía que asoló Siria en 2007-2010,
los tres años más secos de los que se tiene registro, situación que
precedió los levantamientos y conflictos armados desde 2011. La región
sufría sequías, pero no tan extremas y prolongadas. Murieron todas las
cosechas y 80 por ciento del ganado pastoril, se terminaron las semillas
y más de 1.5 millones de campesinos tuvieron que emigrar a las
ciudades. No afirman que los levantamientos son consecuencia directa del
cambio climático, pero sí un factor que los exarcerbó gravemente.
Al
mismo tiempo, las fuerzas armadas y las guerras son uno de los mayores
emisores de gases de efecto invernadero, y por tanto causantes de ese
cambio climático. Las sangrientas guerras por petróleo y por control de
los territorios que lo tienen –como Siria– son un monstruo que se muerde
la cola. Guerras por petróleo que causa el cambio climático, petróleo
que sostiene las guerras que se exacerban con el caos climático y
demandan más petróleo.
Nick Buxton, del Transnational Institute, llama a las fuerzas armadas el
elefante blanco en París: en el texto de negociación de la COP21, nunca se menciona la palabra
militar. Sin embargo, el Departamento de Defensa (DoD) de Estados Unidos es el mayor consumidor de petróleo y emisor de gases de efecto invernadero de Estados Unidos, país que a su vez es el principal emisor histórico global y consume 25 por ciento de la energía en el mundo. Aún así, sus fuerzas armadas no reportan emisiones. En 1997, durante la negociación del Protocolo de Kyoto, Estados Unidos consiguió que se declare el consumo y emisiones de las fuerzas armadas un tema de
seguridad nacional, que no se puede limitar ni reportar. A pesar de que si se compara el consumo de petróleo sólo del DoD con el consumo total por país, sólo 35 países superan ese volumen.
Las piezas del juego están más
visibles que nunca, pero la COP 21 no las discutirá. Por el contrario,
los principales causantes del cambio climático –empresas petroleras,
agronegocios y otras– estarán sentados entre las delegaciones oficiales y
en nombre de la seguridad (nacional, militar, climática, alimentaria),
aprobarán que se siga consumiendo petróleo y emitiendo gases, lo cual
afirman será
compensadocon mercados de carbono y riesgosas tecnologías como nuclear y geoingeniería. Claro que necesitan acallar las protestas: apagan el fuego con gasolina.
Silvia Ribeiro es investigadora del Grupo ETC
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