Los alineamientos
geopolíticos en América Latina están condicionados por la acción de
Estados Unidos, que reforzó su presencia en Centroamérica y mantuvo
gravitación en Sudamérica.
La primera potencia mantiene su influencia desplegando fuerzas
militares. El Comando Sur de Miami que supervisa este control, cuenta
con más personal civil dedicado a Latinoamérica, que todos los
departamentos asignados a la misma zona en Washington.
Esta
preeminencia del Pentágono se acentuó con la instalación de siete bases
de gran alcance en Colombia. En ese país impera desde hace décadas el
terrorismo de estado, el asesinato de sindicalistas y el desplazamiento
forzoso de campesinos.
La CIA, la DEA y otras agencias secretas
participan también en forma activa en la guerra social que ya dejó más
de 60.000 muertos en México. Han aprovechado este conflicto para diseñar
planes de militarización (Aspan 2005, Mérida 2007), intervenir en la
modernización del ejército e influir en el dictado de leyes
contra-insurgentes. Incluso han negociado con los Carteles a espaldas de
las autoridades locales. Inspiraron, además, la ideología del miedo que
se utiliza para justificar la acción cotidiana de los gendarmes.
Esta injerencia se desarrolla bajo un estandarte hipócrita de lucha
contra las drogas, que encubre el rol protagónico de Estados Unidos como
mercado y refugio financiero del narcotráfico. En los bancos de ese
país se lava el 70% del dinero generado por ese negocio. Bajo vigilancia
norteamericana, Colombia persiste como el principal productor regional y
Perú aumentó su plantío en un 55% en la última década [2] .
La misma presencia yanqui se verifica en la guerra contra las bandas
delictivas de Centroamérica (maras). Su persecución es esgrimida para
atropellar a los pobres y apañar ejecuciones en los barrios carenciados.
También en las posesiones coloniales del Caribe, el Pentágono
multiplicó sus instalaciones militares (Islas Vírgenes, Puerto Rico), en
estrecha asociación con Holanda (Curazao) y Francia (Martinica).
Cualquiera de estos hechos desmiente la ingenua creencia en la “pérdida
de interés estadounidense por América Latina” o en el inminente
“abandono de la doctrina Monroe”. Existe un llamativo divorcio entre esa
sensación de repliegue y la creciente presencia imperial en toda la
zona.
Desde el embarque de la IV Flota (disuelta en 1950 y
reinstalada en el 2008), el total de militares latinoamericanos
entrenados por el Pentágono superó el promedio de las décadas
precedentes (195.807 efectivos en 1999-2011). La asistencia
militar-policial involucra altísimas sumas (6.821 millones de dólares en
2009-2013) y se incrementaron los tratados para compartir información
sensible. Estados Unidos mantiene desplegados 4000 uniformados en forma
permanente para acciones de emergencia. Sus drones operan sin ninguna
restricción en todo el hemisferio [3] .
La función
geopolítica central de América Latina para el imperio no ha cambiado y
el manejo de esa supremacía con instrumentos de coerción y consenso,
tampoco se ha modificado. Esa estrategia siempre implicó una
complementación bipartidista del g arrote (Eisenhower, Reagan, Bush I y
II) con la zanahoria (Clinton, Carter), sin rígidas distinciones entre
Republicanos y Demócratas. Como Obama necesita reorganizar drásticamente
las formas de intervención retoma la tradición afable. Recompone
paulatinamente esta injerencia, enmendando el lastre que dejaron las
infructuosas guerras de Bush.
El margen de acción directa de
los marines ha quedado recortado en América Latina desde el fracaso del
ALCA, el declive de la OEA y la irrupción de organismos distanciados del
mandato imperial (UNASUR, CELAC). La embajada yanqui ha perdido peso en
varios países de Sudamérica, el espionaje genera inéditas protestas y
dos denunciantes de esas actividades han recibido ofertas de asilo en la
región (Snowden por parte de Venezuela y Assange de Ecuador). El
intento yanqui de penalizar estas reacciones con la “retención” en vuelo
del presidente de Bolivia no dio ningún resultado.
Tal como
ocurrió en los 70, Obama intenta restablecer la capacidad de acción de
Estados Unidos. Repite el sendero que transitó Carter para atemperar los
efectos de Vietnam y Watergate. Estados Unidos procesa esta adversidad,
con los recursos de la única potencia que ejercita la custodia del
capital a escala global. Esa supremacía militar le otorga una gran
ventaja sobre sus competidores europeos y asiáticos.
ESTRATEGIAS Y RIVALES
Los recursos naturales del Sur son la prioridad de las empresas del
Norte. El imperio apetece los minerales, el petrolero, el agua y los
bosques de América Latina. El Departamento de Estado tiene mapeadas
estas reservas y atesora datos ignorados por el resto del hemisferio. No
por casualidad el 98% de las comunicaciones de la región pasan por
algún centro informático estadounidense.
El interés económico
de la primera potencia por el resto del hemisferio no ha decaído. Se
mantiene al tope en el ranking de inversores externos de la región y en
el 2012 esas colocaciones fueron cinco veces superiores al quinquenio
precedente. Las exportaciones al mismo destino crecen por encima de las
ventas a otras zonas [4] .
Pero este terreno no está
exento de competidores. Durante los años 80 y 90 Europa incrementó su
presencia en la región a través de España. El ingreso de ese país al
euro y la internacionalización de sus empresas condujeron a un inédito
aumento de las empresas hispanas en sus antiguas colonias. Durante el
boom de las privatizaciones, esa inversión se situó incluso por delante
de Estados Unidos .
Pero el futuro de España en la zona es una
incógnita. Latinoamérica ha sido l a tabla de salvación de muchas
compañías ibéricas desde el estallido de la crisis global . Financiaron
sus desbalances con transferencias de las filiales situadas en el Nuevo
Continente. Pero este rescate se ha combinado con cambios de propiedad
en los paquetes accionarios y nadie sabe quién terminará manejando esas
compañías.
Europa continúa negociando tratados de libre
comercio con la región, pero la expectativa de una gran mercado
iberoamericano se está diluyendo. Los mandantes del Viejo Continente
disputan negocios, pero no la preeminencia de Estados Unidos en el
hemisferio.
El desafío que introduce China presenta otro
alcance. En la última década el gigante asiático se convirtió en el gran
mercado de las materias primas exportadas por la región. Absorbe el 40%
de esas ventas y algunas estimaciones consideran que cada punto de
incremento del PBI chino arrastra un 0,4% de su equivalente
latinoamericano.
También las inversiones de la potencia
oriental se expanden en forma vertiginosa. Subieron de 15.000 millones
de dólares (2000) a 200.000 (2012) y llegarían a 400.000 (en 2017).
China se está convirtiendo en una gran fuente de crédito. Entre el 2005 y
el 2011 concedió préstamos por más de 75.000 millones de dólares,
superando los montos otorgados por Estados Unidos o el Banco Mundial [5] .
Aunque esos préstamos se negocian en mejores condiciones, su principal
destino son proyectos de minería, energía o commodities, que afianzan la
especialización latinoamericana en la provisión de insumos básicos.
China introduce una amenaza comercial a la supremacía estadounidense.
Pero al igual que Europa no aspira al control geopolítico de la región.
Hay rivalidad económica, sin consecuencias político-militares a la
vista.
Incluso llama la atención la aceptación yanqui de la
presencia oriental en áreas vedadas. Hay empresas chinas en Panamá y la
construcción de un nuevo canal, que atravesaría Nicaragua ha sido
adjudicada a constructores de ese origen, sin desatar la reacción del
Departamento de Estado. Esa tolerancia ilustra el interés que también
tienen las compañías estadounidenses en la ampliación de las
transacciones marítimas con Oriente.
LA CONTRAOFENSIVA DEL PACIFICO
La estrategia económica estadounidense gira en torno a los tratados de
libre comercio. De los 20 acuerdos de este tipo que ha suscripto en todo
el mundo, la mitad se localiza en la región. Con el ALCA aspiraban a
forjar un gran mercado sin barreras para las compañías del Norte. Pero
ese proyecto fracasó en el 2005 por la resistencia que desplegaron
varios países. No se pudo concretar el gran bazar que promovía
Washington para manejar las exportaciones desde Alaska a Tierra del
Fuego.
Estados Unidos comenzó a suscribir convenios bilaterales
para reemplazar el fallido acuerdo hemisférico y ahora ensaya otro paso
con la constitución de la Alianza del Pacífico. Motoriza esta
iniciativa mediante giras presidenciales y promesas de todo tipo. Ya
concretó un bloque con Perú, México, Chile y Colombia, se apresta a
sumar a Panamá y Costa Rica y tienta a Uruguay y Paraguay con el status
de observadores [6] .
Los tratados buscan incrementar
las ventas estadounidenses a mercados que se tornan cautivos, a medida
que la apertura arancelaria destruye la competitividad local. También
refuerzan el patrón de especialización minero-petrolera de América
Latina, para asegurar el abastecimiento de insumos básicos a las
empresas yanquis.
El proyecto apunta, además, a la
triangulación mundial. Está concebido como un puente con los dos
convenios gigantescos que la primera potencia promueve con 28 naciones
de la Unión Europea (Tratado de Sociedad Transatlántica de Comercio e
inversión, TTIP) y con 11 países asiáticos (Acuerdo de Asociación
Transpacífico, TPP). Estos acuerdos se amoldan a las necesidades de las
empresas más globalizadas, que fabrican en distintas localizaciones y
lucran con la movilidad de capitales y mercancías.
E n el plano
geopolítico la Alianza del Pacífico busca neutralizar cualquier
proyecto de autonomía latinoamericana. Por eso se ha sustituido la
suscripción dispersa de los TLC por un plan articulado de bloque
regional.
México es el ejemplo más avanzado de esa estrategia.
En dos décadas de vigencia del NAFTA, el país se ha transformado en una
plataforma de petróleo y maquilas para el mercado estadounidense. Los
neoliberales celebran esta asimilación difundiendo inverosímiles
imágenes de progreso, que ocultan la desarticulación de la economía
azteca [7] .
La industria que México forjó durante la
sustitución de importaciones ha quedado desmantelada. Por cada dólar que
se exporta a Estados Unidos hay cuarenta centavos de importaciones del
comprador. Esta atadura supera a Canadá y presupone un sometimiento
absoluto. La formalidad de un tratado tripartito oculta una sociedad
entre dos poderosos que subordinan al integrante latino. México vende el
90% de sus productos a su vecino, tiene sus riquezas naturales atadas a
ese mercado y drena mano de obra para realizar trabajos descalificados
al otro lado de la frontera [8] .
Esta dependencia
extingue la autonomía de política exterior que exhibía México en los
años 60, cuando mantenía relaciones diplomáticas con Cuba desafiando al
resto del continente. Esa actitud ha quedado demolida con el NAFTA, que
impera borrando la memoria de la enorme confiscación territorial que
Estados Unidos le impuso a su vecino durante el siglo XIX.
La
alta burguesía mexicana participa del acuerdo con el Norte ampliando sus
propios sus negocios. Ha desarrolla grandes compañías
internacionalizadas y comparte con sus pares brasileños el tope del
ranking regional. De las 100 principales empresas locales de la región
ese binomio aglutina no sólo 85, sino también 35 de las 50 más
rentables. El peso de Cemex, Alfa, Modelo, Telmex o Bimbo es tan
relevante, como el poder logrado por Slim, que se ha ubicado en la crema
de los multimillonarios globales [9] .
Aquí radica la
gran diferencia con los pequeños países centroamericanos. Ese pelotón
no incluye economías medianas, ni semi-periféricas y cuenta con pocos
grupos capitalistas integrados a los grandes negocios. En lugar de
gestar un imperio Slim, la insignificante burguesía hondureña recrea la
trayectoria de las elites del banano y sus pares de Panamá se limitan a
lucrar con la intermediación del canal o el comercio en las zonas
francas.
LAS VARIANTES DE LA DERECHA
La mayoría de los
gobiernos que participan en el bloque del Pacífico presentan un cariz
derechista. Esta correspondencia no es casual. Están subordinados a
Estados Unidos, incentivan la militarización y s e amoldan a la etapa
neoliberal.
Los dos sexenios del PAN (2000-12) y la nueva
presidencia del PRI en México son ejemplos de esta congruencia. Peña
Nieto combinó viejas prácticas de manipulación electoral con el sostén
mediático de Televisa para llegar a la primera magistratura. Se dispone a
implementar la agenda de contrarreformas que exige la clase dominante
en el plano energético, fiscal y educativo.
Para privatizar
PEMEX ya derogó la enmienda constitucional que impide celebrar contratos
con empresas privadas. Destruye la compañía nacionalizada que simboliza
la gesta del Cardenismo. Con un incremento del IVA buscará financiar la
eventual caída de ingresos fiscales que generaría esa entrega. También
encarece el transporte público, desarticula el sector eléctrico y
avasalla los derechos de la docencia [10] .
Colombia
es un segundo caso de estrecha asociación entre gobiernos derechistas y
adscripciones librecambistas. Aquí el alineamiento político-militar con
Estados Unidos fue determinante para el liderazgo reaccionario que
encarnó Uribe. Aterrorizó a los campesinos, preservó los privilegios de
los latifundistas, facilitó la violencia de los paramilitares y renovó
la ideología anticomunista del Pentágono.
Su sucesor Santos
persigue los mismos objetivos, pero reinició las fallidas negociaciones
de 1982-86 y 1998-2002 con la insurgencia. En una sociedad más
urbanizada, con clases dominantes embarcadas en ampliar la frontera de
la minería y agro-negocio, el fin de las hostilidades es la llave de
nuevas inversiones. Pero los viejos hacendados se oponen y el gobierno
juega a dos puntas: mantiene la represión y negocia un acuerdo que
convalide la concentración de tierras, perpetrada con desplazamientos y
destrucciones comunitarias.
Chile constituye el tercer ejemplo
de la misma conexión entre tratados de libre comercio y regímenes
derechistas. Allí ambos procesos se recrearon mediante la Constitución
Pinochetista, que ratificaron los demócrata-cristianos y
socialdemócratas convertidos al credo neoliberal. La Concertación
garantizó los privilegios del ejército (10% de las utilidades de la
empresa estatal de cobre), un nivel de desigualdad superior al promedio
regional y un agobiante sistema de endeudamiento personal, para acceder a
la educación superior. El período pos-dictatorial ha estado signado por
la represión, la pobreza y la baja sindicalización [11] .
En su segundo mandato Bachelet promete hacer lo que omitió en su
gobierno anterior. Afirma que limitará la privatización de la educación y
ampliará la participación estatal en un sistema de pensiones privadas
que otorga jubilaciones ínfimas. Pero la enorme abstención que rodeó a
su triunfo electoral (59% del padrón), ilustra la desconfianza que
existe en la concreción de esas medidas. Cualquier paso estará sujeto al
filtro restrictivo de la Constitución.
También Perú ha
permanecido alineado con el bloque libre-cambista-derechista. El
presidente actual (Ollanta Humala) retoma la trayectoria de gobiernos
explícitamente neoliberales (Toledo) o de origen nacionalista (Alan
García), que redoblaron la represión para expandir la mega-minería. Sus
promesas progresistas se diluyeron al acceder a la presidencia. Apalea
movilizaciones sociales, congela salarios y viola derechos laborales.
Incorporó oscuros personajes a su gestión y autorizó la presencia masiva
de militares estadounidenses. Su comportamiento retrata un caso
mayúsculo de travestismo político.
Los condicionamientos
políticos que generan los TLC tienen un alcance abrumador en los
pequeños países de Centroamérica. Estas repúblicas arrastran una
historia de sometimiento al poder estadounidense que se ha renovado con
las remesas y la emigración. Los presidentes privatizadores de Panamá,
Guatemala o Costa Rica han reforzado esa dependencia hasta extremos
inéditos.
GOLPISMO INSTITUCIONAL
La derecha ha logrado
reciclar su preeminencia en el bloque pro-norteamericano a través de
sucesivos comicios. Estas votaciones no amenazan los privilegios de los
acaudalados, ni implican un ejercicio real de la democracia. En los
pocos casos de mandatarios electos que atemorizaron a las minorías
poderosas volvió a irrumpir el golpismo, esta vez con disfraz
institucional. Las asonadas fueron propiciadas por el Parlamento, los
medios de comunicación y la embajada estadounidense. Tres casos ilustran
esta modalidad.
El presidente Aristide de Haití fue
capturado y expatriado en el 2004 y las presidencias posteriores
quedaron en manos de personajes permeables a los intereses de las
fuerzas de ocupación extranjeras (MINUSTAH). Con esta cobertura las
empresas foráneas han lucrado con la tragedia humanitaria que afronta la
isla luego del terremoto. Realizaron grandes negocios con la simple
remoción de escombros. El peligro de hambruna sobrevuela siempre a un
país que en 1972 se autoabastecía de alimentos y ahora importa el 82% de
su principal consumo (arroz).
Los gendarmes extranjeros
introdujeron, además, una epidemia de cólera que produjo 7.000 muertos.
Apañan las violaciones que soportan los haitianos en la frontera con
República Dominicana y desprotegen a la población frente a la
criminalidad del narcotráfico. Se estima que el 12% de la cocaína
ingresada a Estados Unidos pasa por Haití [12] .
En
Paraguay bastó la introducción de algunos tibios cambios para desatar en
el 2012 la reacción macartista contra el presidente Lugo. Armaron una
farsa parlamentaria y consumaron en pocos días la acción destituyente.
El mandatario que asumió posteriormente (Cartes) está muy involucrado
con el narcotráfico y el contrabando.
En Honduras el golpe fue
perpetrado para sepultar las reformas y la política externa autónoma de
Zelaya. Luego de un record de asesinatos consumaron un fraude, comprando
votos, vendiendo credenciales y manipulando actas para impedir el
triunfo de la coalición opositora [13] .
La derecha
también intentó golpes fallidos contra Chávez (putch petrolero), Morales
(ensayo de secesión territorial) y Correa (levantamiento policial).
Estos fracasos demostraron los límites que afronta el proyecto
reaccionario a escala regional. Por eso sus ideólogos conservadores
suelen transmitir más desencanto que satisfacción [14] .
Esa frustración aumentó con el primer año del nuevo Papa, que es un
importante actor de la política regional. La derecha percibe que no
habrá repetición latinoamericana de la cruzada desplegada por Juan Pablo
II en Europa Oriental durante los años 80. Francisco tiene olfato
político y capta la inexistencia de condiciones para reproducir esa
acción. Por eso difunde mensajes alejados de la retórica convencional.
Antes de adoptar cualquier estrategia de política exterior debe atenuar
el descalabro de corrupción, pedofilia y pérdida de fieles que soporta
la Iglesia.
LA AMBIVALENCIA DE BRASIL
La continuada
gravitación militar de Estados Unidos, la contraofensiva librecambista
del Tratado del Pacífico, la variedad de gobiernos derechistas y
complementos golpistas determinan un escenario ajeno a la tesis
pos-liberal. En ese segmento se verifica una nítida continuidad del
neoliberalismo. Si ese bloque constituyera el único escenario de la
región confirmaría la vigencia de un “consenso de commodities”.
Pero la complejidad de Latinoamérica radica en la coexistencia de esa
articulación con un segundo eje geopolítico liderado por Brasil. Este
segmento alienta el regionalismo capitalista con estrategias
político-económicas más autónomas. El país que encabeza esta estrategia
alcanzó un PBI de 2,4 billones de dólares en 2011 y se ubica en el tope
de las economías latinoamericanas. Cuenta con 14 multinacionales de
proyección global y motoriza inversiones externas en función de un plan
estratégico (IIRSA) con financiación estatal (BNDES).
Este papel de Brasil tiene raíces en la historia del país que preservó
dimensiones continentales. A diferencia de Hispanoamérica, su
conformación nacional no estuvo acompañada de fracturas territoriales.
En la segunda mitad del siglo XX se convirtió en una economía mediana,
con mercados internos más extendidos y cierta diversidad exportadora.
Estas características tipifican un status semiperiférico. El lugar de
Brasil en la división internacional del trabajo tiene más parecidos con
España que con Nicaragua o Ecuador. Se ubica en un espacio intermedio
entre las grandes potencias y la periferia relegada.
El
mantenimiento de esta posición exige exhibición de poder. Brasil
moderniza su ejército, ensaya intermediaciones en conflictos alejados
(Medio Oriente, Irán, África) y ambiciona el mismo asiento permanente en
el Consejo de Seguridad que otras sub-potencias. Ninguna otra nación
latinoamericana intenta jugar a ese nivel.
Pero al mismo
tiempo, Brasil amolda su política exterior al logro de cierta
coordinación hegemónica con Estados Unidos. Por un lado, protege
militarmente la Amazonía de las 23 bases que maneja el Pentágono en la
zona. Y por otra parte, comanda la ocupación de Haití en total sintonía
con el Departamento de Estado. Sus empresas participan en el negocio de
reconstruir la isla, alientan la creación de zonas francas y disputan
privilegios de exportación.
La dualidad de la política exterior
brasileña tiene incontables manifestaciones. Dilma evitó participar en
la cumbre regional de repudio al atropello yanqui-europeo contra el
avión presidencial de Bolivia, pero también canceló una visita de estado
con Obama para protestar por el descarado espionaje de la CIA.
Este camino intermedio fue ratificado recientemente con la decisión de
sustituir la compra de aviones militares estadounidenses por unidades de
Suecia. Se evitó el choque frontal que hubiera implicado la adquisición
de modelos rusos o chinos y se optó por un equipamiento escandinavo,
que incluye componentes de empresas norteamericanas [15] .
El mismo péndulo ha seguido la diplomacia de Itamaraty en la última
década. Durante el 2003-2011 predominó el distanciamiento hacia Estados
Unidos y en el 2011-2013 prevaleció un gran acercamiento, que en los
últimos meses parece concluido.
Brasil oscila sin poder imitar a
otras sub-potencias que detentan arsenales atómicos (como Rusia o
India) o despliegan efectivos en su radio de influencia (Turquía).
Intenta forjar su propio espacio, instalando un colchón que atempere las
presiones estadounidenses sin confrontar con la primera potencia. No
promueve rupturas con el imperio, ni tampoco acepta la subordinación
neocolonial al mandato yanqui.
MERCOSUR Y UNASUR
Brasil promueve con Argentina la creación de un área comercial con gran
participación de las empresas extranjeras, pero estructura arancelaria
propia. El MERCOSUR pretende actuar como una asociación unificada en las
negociaciones con otros bloques.
Pero este proyecto no ha
podido avanzar a lo largo de dos décadas. Mientras Estados Unidos
impulsa la iniciativa con la Alianza del Pacífico, el MERCOSUR navega
sin rumbo. Rehúye iniciativas y sobrevive en el estancamiento.
La asociación no ha concretado ningún paso hacia la coordinación
macroeconómica. El divorcio de monedas, tipos de cambios y políticas
fiscales entre sus integrantes es mayúsculo. No existen propuestas para
reducir las asimetrías entre países, y como la industria retrocede,
tampoco hay planes de coordinación fabril o utilización compartida de la
renta exportadora.
Los miembros del MERCOSUR comercializan los
mismos productos e individualmente priorizan la soja y la mega-minería.
Este último sector absorbió, por ejemplo, en el 2012 el 51% de las
inversiones externas.
La parálisis actual recrea viejos
conflictos entre Argentina y Brasil, en torno a normas arancelarias y
restricciones cambiarias. Las inversiones se suspenden (Minera Vale en
Argentina) y los proyectos se posponen (ferrocarril). En estas
condiciones, Paraguay y Uruguay mantienen abierta la posibilidad de
tramitar sus propios TLC, quebrando la cohesión del MERCOSUR [16] .
Las indefiniciones de Brasil sofocan a la asociación. Ese país tiene
más convenios fuera del área que dentro de Sudamérica y no quiere
institucionalizar acuerdos regionales que obstruyan su multilateralismo.
Intenta mantener una doble inserción como exportador de productos
básicos al resto del mundo y como abastecedor de mercancías elaboradas
para sus vecinos. Pero cualquier iniciativa en el primer terreno afecta
la expansión del segundo y viceversa.
Una integración
productiva sudamericana con fondos regionales de estabilización
cambiaria, moneda común y financiación del Banco del Sur, obligaría a
Brasil a concentrar inversiones en la zona, en desmedro de su proyección
internacional propia. A una escala inferior esta misma tensión entre
prioridades regionales y globales se verifica en Argentina, que tiene
distribuidas sus exportaciones por todos los continentes.
Las
tendencias disolventes se acrecientan, además, a la hora de negociar
tratados con otros bloques. La Unión Europea propicia un acuerdo de
libre-comercio que privilegia las exportaciones del Viejo Continente,
sin atenuar el proteccionismo agrícola que limita las ventas
sudamericanas. Los europeos suelen tentar con ofertas unilaterales a
funcionarios de todos gobiernos para que acepten un acuerdo a espaldas
del resto [17] .
El estancamiento del MERCOSUR
contrasta con el intenso activismo geopolítico que ha desplegado el
bloque sudamericano en los últimos años. Nunca hubo tantas reuniones
presidenciales, ni eventos compartidos por los mandatarios de la región.
Esta frecuencia contrasta, por ejemplo, con el declive de las Cumbres
Iberoamericanas.
La nueva centralidad regional surgió de
acciones conjuntas del Grupo Rio (2010), que alumbraron la UNASUR y
luego la CELAC (2011-2013). Al asignar la presidencia rotativa de ese
organismo a Cuba se concretó un fuerte desafío a la OEA. También frente
al golpe que desplazó a Lugo hubo rápidas respuestas. El MERCOSUR
suspendió a Paraguay y aceleró el ingreso de Venezuela a la asociación.
Pero especialmente UNASUR es un conglomerado muy heterogéneo y Estados
Unidos presiona a través de sus socios . En el organismo participan
varios países de la Alianza del Pacífico que albergan marines en su
territorio.
El bloque sudamericano carecerá de consistencia
mientras Brasil se mantenga a mitad de camino. Busca sostén para sus
aspiraciones, mientras frena todas las iniciativas de integración. Pero a
la larga r esultará imposible liderar un proyecto sin cargar con los
costos de su concreción. Estas contradicciones se han reforzado en los
últimos años, con los privilegios acordados a la agro-exportación, en
competencia con los aliados sudamericanos y en desmedro de la industria.
La opción brasileña por la soja afecta localmente, además, la
variedad de cultivos de la era cafetalera e incrementa la tradicional
concentración de la tierra. Sólo el 10% de los propietarios controlan el
85% del valor total de la producción agropecuaria y 50 empresas manejan
toda la comercialización. La dependencia de los fertilizantes es
mayúscula. El país participa del 5% de la producción agrícola mundial,
pero consume el 20% de los agroquímicos. En este marco la reforma
agraria quedó totalmente detenida y 150.000 familias continúan acampando
a la espera de un terreno [18] .
Brasil no puede
encabezar la integración sudamericana repitiendo el molde de
extractivismo con poca manufactura que impera en la región. Su
gravitación económica justamente emergió con el esquema opuesto de
expansión fabril, durante los años 60 y 70. En las últimas décadas ha
retrocedido en todos los planos de la industria. L a tasa de inversión
(17% del PBI) fue inferior durante el ciclo expansivo reciente
(2006-2011) a la media histórica y la fuerte apreciación del tipo de
cambio afectó adicionalmente la competitividad.
Brasil abandonó
además el cimiento energético de la hidroelectricidad, a favor de una
dudosa apuesta por la explotación petrolera. Facilitó también la
desnacionalización de la industria con aperturas al capital extranjero.
Casi 300 empresas pasaron a control foráneo desde el 2004, con grandes
ventajas para las compañías estadounidenses (3,4 veces más firmas que
los franceses, alemanes y japoneses) [19] .
Las
recientes medidas adoptadas por Dilma para apuntalar la industria con
subsidios financiados por previsión social no revierten la regresión
fabril. Durante la última década se apostó a la expansión del consumo
sin correlato en la inversión. Más de 15 millones de brasileños viajaron
por primera vez en avión y 42 millones fueron incorporados al sistema
bancario. Se amplió el crédito y se recuperó el salario mínimo, pero
estas mejoras coyunturales no resuelven el bache estructural en la
industria [20] .
Esta vulnerabilidad se acentúa por la
gran afluencia de capitales de corto plazo, que tienden a salir del
país con la misma velocidad que ingresan, en función del rendimiento
financiero. Por primera vez en una década, el 2013 cerró con un
peligroso déficit en los movimientos de capital que siempre atormentaron
a la economía brasileña.
LOS VAIVENES DE ARGENTINA
Durante el siglo XX la economía argentina siguió etapas semejantes a
Brasil con resultados opuestos. Tuvo preeminencia durante el liberalismo
agro-exportador, perdió posiciones en la sustitución de importaciones y
decayó brutalmente bajo la valorización financiera. Aún no se puede
predecir cuál será el desemboque final del ensayo neo-desarrollista de
la última década, pero la clase dominante argentina ya no disputa
hegemonía con su socio mayor.
Aunque el entrelazamiento entre
ambos países se afianza, el MERCOSUR es timoneado desde Brasilia. Esta
supremacía obedece a condicionantes de largo plazo, derivados de las
grandes diferencias en recursos naturales, demografía y territorio que
existen entre ambos países. El líder cuenta con un espacio territorial
cuatro veces superior a su vecino y alberga una población cinco veces
mayor.
Brasil mantuvo durante el siglo XIX la unidad de su
territorio original, mientras que su vecino padecía ingobernabilidad y
fracturas. Pero esta asimetría no impidió la primacía de Argentina hasta
la posguerra, ni la paridad entre ambos hasta los años 60. El posterior
distanciamiento no puede atribuirse a la conformación histórica de
ambas naciones. Obedece a procesos de la última centuria.
Algunos analistas ponen el acento en la obstrucción que impuso el lobby
agrario argentino al desarrollo industrial. Otros remarcan el
comportamiento rentista de la burguesía, que ha sido muy proclive a la
especulación financiera y todos resaltan la herencia cultural de
improductividad que legó la oligarquía vacuna.
Pero muchos
estudiosos estiman que estos condicionamientos no fueron tan
significativos como la ausencia de estabilidad política que singulariza a
la Argentina. Esta fragilidad socavó la acción de la burocracia
estatal, en contraste con la cohesión y la mayor articulación con la
clase capitalista que exhibe ese estamento en Brasil.
Por otra
parte, los grupos dominantes de este último país siempre tuvieron más
instrumentos para neutralizar las huelgas y rebeliones, que han sido la
nota dominante de los trabajadores de la primera nación. Cualquiera sea
la explicación acertada de esta variedad de interpretaciones, la brecha
entre ambos países ya es un dato definitivo.
Esta separación no
elimina el status semiperiférico de la Argentina. El país participa en
el selecto grupo de 20 naciones que discuten las prioridades del orden
global. Esta presencia obedece a la relevancia que mantiene como
exportador de alimentos. Se ubica en el quinto lugar de ese ranking y es
un actor de peso en la definición de las regulaciones y los precios
mundiales de ese sector.
Pero esta gravitación agro-exportadora
ha obstruido al mismo tiempo el intento de recomposición industrial de
la última década. El rebote de la gran debacle del 2001 se materializó
con un gran repunte del PBI, el empleo y el consumo. Pero al concluir
esa recuperación el deterioro de largo plazo ha reemergido.
Argentina afronta nuevamente las tensiones clásicas de su economía:
altísima inflación, desajuste cambiario y bache fiscal, aunque sin
cargar por ahora, con los niveles de endeudamiento que la empujaron a
colapsos periódicos.
Este retorno al estancamiento obedece a la
preservación de una economía que no remontó sus desequilibrios
estructurales. Se renunció a un desarrollo productivo basado en la
apropiación estatal de la renta agro-sojera y la burguesía local volvió a
su costumbre de fugar capital y remarcar precios sin invertir. En estas
condiciones afloran los límites de una estrategia exclusivamente basada
en empujes de la demanda [21] .
CENTROIZQUIERDA CON SORPRESAS
La correspondencia actual entre el MERCOSUR y las administraciones de
centro-izquierda confirma la correlación general que existe entre
bloques regionales y tipos de gobierno. Pero tal como ocurre con el
binomio TLC-derecha, tampoco aquí rigen estrictas sintonías.
El
MERCOSUR precedió a los gobiernos actuales y tuvo una larga
consolidación durante el cenit neoliberal de Fernando Henrique Cardoso y
Carlos Menen. Pero el regionalismo capitalista que intenta la
asociación es más acorde con los gobiernos actuales, que contemporizan
con los movimientos sociales y auspician políticas externas más
independientes de Estados Unidos. El lulismo y el kirchnerismo
constituyen dos variantes de este mismo posicionamiento, pero con
grandes diferencias en la acción política.
Durante la última
década, el Partido de los Trabajadores (PT) decepcionó en Brasil a
quienes esperaban un gobierno afín a los asalariados. El peso de esa
organización expresó la influencia alcanzada por un proletariado fuerte y
concentrado, pero con escasa experiencia y capacidad para contrarrestar
la asimilación al sistema burgués, que impuso el lulismo. El PT quedó
integrado a la estructura de las clases dominantes y aseguró la
continuidad sin imprevistos, que caracteriza al régimen político de ese
país.
Este afianzamiento conservador multiplicó la
despolitización, generalizó el consenso pasivo y modificó la base social
del gobierno. Los sectores plebeyos de las regiones empobrecidas
sustituyen a la clase obrera, las capas medias y la intelectualidad, en
el sostén de la actual administración. El gobierno se ha guiado por el
principio de otorgar sólo aquellas concesiones que aceptan las clases
dominante. Su norma ha sido dar algo a los de abajo, sin quitar nada a
los de arriba [22] .
Esta política genera incontables
contradicciones, pero no es neutral. Es una orientación al servicio del
capital con algunos rasgos de tibio reformismo. Permitió una década de
estabilidad burguesa, socavando la legitimidad del proyecto obrero
original y se ha mantenido concertando alianzas con la derecha y
haciendo concesiones ideológicas al establishment. El lulismo ha seguido la misma trayectoria de involución que transitaron los partidos socialdemócratas.
Con ese soporte Dilma desarrolló su gestión. Pero afrontó el año pasado
la sorpresiva irrupción callejera de jóvenes indignados que impusieron
sus demandas. Esta enorme movilización sólo tiene dos antecedentes
contemporáneos: la lucha por las directas en 1984 y por el impechment de
Collor en 1992.
Las protestas iluminaron la realidad del
pueblo brasileño, que sufre desigualdad en gran escala, deterioro del
transporte y degradación de la educación pública. El PT quedó
desorientado frente a movilizaciones que retrataron su alejamiento de la
calles. Ahora la derecha buscará aprovechar este desgaste, para hacer
demagogia e intentar un improbable retorno a la presidencia en el 2014.
ESCENARIOS CONTRAPUESTOS
La novedosa oleada de manifestaciones que sacudió a Brasil es un dato
corriente de Argentina. El ejercicio excepcional de la política en las
calles en el primer país constituye la forma habitual de acción
ciudadana en el segundo. Aquí radica la principal causa del carácter
divergente que asumieron dos gobiernos del mismo cuño.
Mientras
que el lulismo acentuó la desmovilización durante su gestión, las
continuidades de la rebelión del 2001 obligaron al kirchnerismo a
gobernar con un ojo puesto en la reacción de los oprimidos.
Esta peculiar variante del peronismo se abocó inicialmente a restaurar
el sistema político tradicional amenazado por la sublevación popular.
Pero recompuso el poder de los privilegiados, otorgando importantes
concesiones democráticas y sociales al grueso de la población. A
diferencia de Lula -que se manejó en un escenario de escasas reformas y
sin ninguna presión desde abajo- los Kirchner actuaron en un
tembladeral. Reconstruyeron un estado colapsado, en contraste con un PT
que mantuvo casi intacta la estructura transferida por Cardoso.
Esta diferencia determinó también la implementación de políticas
económicas distintas. En Argentina se ensayó un esquema
neo-desarrollista con creciente regulación estatal, para recomponer un
mercado interno devastado. En Brasil la inicial continuidad
socio-liberal fue pausadamente sustituida por acotadas medidas de
intervención, tendientes a contrarrestar la erosión provocada por la
ortodoxia monetarista .
El kirchnersimo encabezó un régimen
asentado en el liderazgo presidencial, el arbitraje del poder ejecutivo y
la influencia de organismos para-institucionales. Este molde político
informal retomó ciertas modalidades neo-populistas del peronismo
clásico, en contraposición al institucionalismo negociado que continuó
imperando en Brasil. Por dos caminos diferentes, el kirchnerismo y el
lulismo han buscado neutralizar el protagonismo de los sindicatos y la
clase obrera.
Los dos gobiernos pertenecen a la misma especie
de centroizquierda y han recurrido a la misma retórica progresista. Los
Kirchner retomaron el proyecto de mixturar el peronismo con la variante
socialdemócrata anticipada por el alfonsismo y Lula-Dilma transformaron
al PT en un típico partido del orden vigente .
El kirchnerismo
afronta ahora un declive, que le ha impedido a Cristina seleccionar al
próximo presidente como hizo Lula con Dilma. La derecha se prepara desde
el oficialismo o la oposición para liderar el recambio del 2015. Pero
temen la repetición del tormentoso traspaso presidencial, que ha sido la
norma en Argentina y la excepción en Brasil.
Uruguay ha
transitado la década con un gobierno de centro-izquierda, más parecido a
su par brasileño que a su vecino del Río de la Plata. El Frente Amplio
gestionó algunas mejoras en materia de empleo, salario y pobreza, que
resultaron suficientes para asegurar su preeminencia. Pero gobierna con
la misma desmovilización del PT, generando el mismo tipo frustraciones,
especialmente en el terreno democrático ( veto a la despenalización del
aborto, persistencia de la ley de amnistía ).
El presidente
Mugica sustituyó la vieja cultura institucionalista de la clase media
por una retórica plebeya, que generó cierta identificación afectiva en
una sociedad estancada por la emigración y el envejecimiento. Sostiene
su popularidad en una exitosa exhibición de generosidad personal y
desinterés.
Su trayectoria guerrillera ha sido utilizada,
además, para legitimar la depredación de los recursos naturales, la
primacía de la soja y la especulación inmobiliaria en Punta del Este.
Los líderes de la coalición oficialista apuestan a un ajuste de figuras
para asegurar la continuidad en la elección presidencial del 2014.
INTERROGANTES IRRESUELTOS
El escenario neoliberal uniforme de los años 90 ha quedado sustituido
por un contexto geopolítico más diverso. El proyecto de regionalismo
capitalista que lidera Brasil altera ese cuadro, a pesar de la gran
ambivalencia que caracteriza a la sub-potencia sudamericana. El MERCOSUR
se mantiene estancado y Argentina no despunta, pero al compás de los
gobiernos centroizquierdistas la UNASUR y la CELAC han logrado un
inédito protagonismo.
La tesis pos-liberal resalta estas
mutaciones y le asigna un gran impacto progresista. Pero olvida que esta
configuración coexiste con un alineamiento neoliberal del Pacífico, que
tiene el mismo (o mayor) peso regional. También omite que Brasil y
Argentina han acentuado su amoldamiento económico a la exportación
primaria.
Esta última adaptación es presentada por la visión opuesta, como una evidencia del “Consenso de commodities”.
Pero con esta denominación se diluyen las diferencias y se pierde de
vista el posicionamiento de un bloque sudamericano, que no adhiere
económicamente a los TLC, no está sometido a la geopolítica del
Pentágono y no opera a través de gobiernos derechistas.
La
clarificación de estos problemas exige abordar otras dos singularidades
latinoamericanas: el papel de la lucha social y la incidencia de los
procesos radicales, que analizados en la tercera parte del texto.
RESUMEN:
Estados Unidos no se desinteresa de América Latina. Con una diplomacia
más afable despliega tropas para reorganizar su dominación. Todas las
potencias apetecen los recursos naturales de la región. El avance
europeo se ha detenido y la presencia china se acrecienta, disputando
negocios pero no preeminencia político-militar.
El objetivo del
ALCA resurge con el Tratado del Pacífico. El NAFTA ilustra las
consecuencias sociales de estos convenios, que la burguesía mexicana
utiliza para internacionalizar sus negocios. Existe una estrecha
conexión entre esos acuerdos y los gobiernos derechistas, que no se
renuevan sólo por medios constitucionales. El golpismo ha reaparecido en
los pequeños países y fracasó en sus intentos de mayor alcance.
Brasil encabeza otro bloque con metas más autónomas de regionalismo
capitalista. Se ha consolidado como sub-potencia semiperiférica y adopta
posturas ambivalentes frente a Estados Unidos. Ese posicionamiento
conduce al estancamiento del MERCOSUR. El país se expande en forma
multilateral y evita los costos de la integración. Su opción por el
agro-negocio limita la intervención geopolítica de UNASUR y CELAC.
Argentina ha quedado relegada y sujeta a imprevisibles vaivenes. Ya
afloran los límites de una recuperación que preservó la renta y el
comportamiento burgués improductivo. Los presidentes de centroizquierda
son afines, pero el Lulismo gobernó desmovilizando y asimilando al PT al
sistema. El Kirchnerismo reconstruyó el estado afrontando luchas
sociales. Estas condiciones disímiles determinaron políticas económicas
distintas. La tesis pos-liberal sobrevalora la gravitación del bloque
autónomo sudamericano y la visión opuesta diluye la singularidad de este
alineamiento
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[1] Economista, Investigador, Profesor. Miembro del EDI (Economistas de Izquierda). Su página web es: www.lahaine.org/katz
[2] Ver: Berterretche Juan Luis, “El embuste de la guerra contra la droga”, www.argenpress.info, 7-12-2010.
[3] Tokatlian Juan Gabriel, “Bye Bye Monroe, Hello Troilo”, elpais.com/elpais/2013/11/27.
[4] Tokatlian “Bye Bye”.
[5] Hernández Navarro Luis, “La reinvención de Latinoamérica”, 26/12/2013, alainet.org/active
[6] Morgenfeld Leandro, “Alianza del Pacífico hacia un nuevo ALCA”, www.albatv.org, 05/05/2013.
[7] Dos exponentes de estos mitos: Oppenheimer Andrés, “El plan de Kerry para América Latina”, 15/12/2013, www.elnuevoherald.com. Cárdenas Emilio, “El éxito del Nafta, veinte años después”, La Nación, 9-1-2013.
[8] Ver Echeverría Pedro, “México país poderoso”, 10/4/2012, www. argenpress .
[9] Santiso Javier, “La emergencia de las multilatinas”, Revista CEPAL 95, agosto 2008.
[10] Ver: Aguilar Mora Manuel, “Los primeros siete meses de la restauración priista”, www.rebelion.org, 25-7-2013.
[11] El 1% más rico acapara el 31% del ingreso y el 5% más rico percibe 257 veces más que el 5% más pobre. Quijano José Manuel, “El difícil cambio hacia el combate de la desigualdad”, Brecha, 21-12-2013. También Brum Horacio, “¿Segundas partes serán buenas?”, 23/11/2013 vientosur.info/
[12] Ver: Chalmers Camille,” Haití y la permanencia de la Minustah”, 18/10/2013, brecha.com.uy/index. [13] Arkonada Katu, “Del golpe de estado al golpe en las urnas”, 26/11/2013, alainet.org/active.
[14] Un ejemplo en: Sanguinetti Julio María, “ Se nubla el cielo de América Latina”, www.lanacion.com.ar, 16-11-2012.
[15] Luego del conflicto de espionaje, las empresas estadounidenses quedaron fuera de la licitación del gran yacimiento de Libra y perdió fuerza el ala pro-norteamericana de Patriota frente al sector crítico de Amorin-Figueiredo. Dos evaluaciones opuestas de la decisión de compra de aviones en: Boron Atilio, “Un increíble y enorme error geopolítico”, 30/12/2013, www.globalresearch. Zibechi Raúl, “Una decisión que fortalece la independencia”, 23/12/2013, alainet.org/active/
[16] Turzi Mariano, “Al MERCOSUR le haría falta una remodelación”, www.clarin.com, 03/07/2013
[17] Ver: Marchini Jorge, “Negociaciones por un acuerdo MERCOSUR-UE”, 8-1-2014
alainet.org/active.
[18] Stedile, Joao Pedro, “O governo ainda nao entendeu”, Revista Desacato, 2013.
[19] Ver: Lessa Carlos, “Dilma precisa de coragem”, www1.folha.uol.com.br, 14/01/2013. También: Chade Jamil, “Brasil se transforma no 4to maior destino”, www.iberoamerica.net, 24/01/2013.
[20] Nepomuceno Eric, “Brasil y sus contradicciones”, www.pagina12.com.ar, 18/02/2013.
[21] Nuestro análisis en Katz Claudio, “La Economía desde la Izquierda. Coyuntura y ciclo Modelo y propuestas”, http://www.geocities.com/economistas_de_izquierda/28-11-2013.
[22] Ver: Machado Joao, “También la izquierda radical ha sido sorprendida”, vientosur.info, 25/06/2013
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