lunes, 2 de diciembre de 2013

No ares la tierra


 
Cuando cultivamos un huerto ecológico queremos conseguir los mejores alimentos en el mínimo espacio, disfrutar de la abundancia y la biodiversidad. Por ello tenemos que conseguir que nuestra tierra vaya convirtiéndose en una esponja repleta de agua y materia orgánica. Así que lo que hoy vamos a comentar parece un disparate tan grande que mucha gente no quiere ni pensarlo: la mejor manera de cultivar es no arar la tierra nunca. Hoy en día, gracias a los conocimientos e informaciones que tenemos, podemos afirmar rotundamente que la técnica más habitual de preparar la tierra de nuestros cultivos es la peor decisión que hemos tomado durante años.
¿Por qué no se debe arar la tierra?
Cuando aramos la tierra, la volteamos para eliminar malas hierbas y preparar el terreno. En ese momento notamos que la tierra que ponemos en superficie parece tener un color distinto, con una textura más húmeda y más rica. Esto se debe a la acción que provoca el Sol en el suelo es devastadora: perdemos humedad y microorganismos constantemente. La mayoría de microorganismos que convierten los deshechos en materia orgánica son incapaces de vivir con luz directa del Sol y por ello se pierden 3mm de tierra fértil cada año que aramos. Recuerdo una clase con Darren Doherty en la que dijo “el Sol hace más daño a la tierra que cualquier bomba nuclear que se tercie“. Quizá parece un poco exagerado, pero si nos paramos a pensar cuántos años hace que cultivamos sin proteger el suelo, quizá entendamos por qué necesitamos cada día más fertilizantes químicos y maquinaria.
Así pues, cuando aramos la tierra estamos provocando la muerte de todos los microorganismos que estaban en capas inferiores del suelo y que los exponemos directamente al Sol. Además, la tierra que estaba húmeda y tenía materia orgánica empieza a perder vida de nuevo y se reseca antes de lo que pensamos.
¿Y qué alternativas hay al arado?
Si queremos respetar nuestra tierra y conseguir mayor producción, necesitamos que nuestro suelo sea un campo de esponjas capaces de retener el agua y condensar la mayor cantidad de materia orgánica. No debemos pisar nunca nuestros bancales porque la tierra pierde capacidad de “respirar” gracias a los agujeros que van cavando los insectos y gusanos. Así que un buen acolchado es la mejor manera de proteger la tierra del Sol y de la pérdida de agua y humedad. Este mismo mecanismo es el que tiene la naturaleza para protegerse: los humedales, los bosques y los prados, nunca pierden su capa protectora vegetal.
A pequeña escala es más fácil ver los resultados de no arar: en lugar de perder fertilidad, cada año ganaremos en materia orgánica y producción si hacemos un correcto uso de las rotaciones y asociaciones.
A gran escala, la cosa ya es un poco más difícil. Cuando cultivamos cereales en grandes extensiones, es imposible trabajar con un acolchado manual. Por ello, debemos contar con la ayuda de la naturaleza; son los propios cultivos que se utilizan como acolchado. Masanobu Fukuoka, en su libro La revolución de una brizna de paja, presenta un método alternativo que propone la siembra conjunta de dos o más cultivos. Aunque hablaremos de ello más adelante, reproduzco algunos párrafos:
En el otoño el Sr. Fukuoka siembra el arroz, el trébol blanco y el cereal de invierno en el mismo campo y los cubre con una espesa capa de paja de arroz. El centeno o la cebada y el trébol brotan inmediatamente, pero las semillasde arroz permanecen latentes hasta la primavera.
Mientras el cereal de invierno está creciendo y madurando en los campos bajos, las laderas del vergel se convierten en el centro de la actividad. La cosecha de los cítricos dura desde mediados de noviembre hasta abril. El centeno y la cebada se siegan en mayo y se esparcen sobre el campo para que se sequen durante una semana o diez días. Entonces se trillan y se aventan, y se meten en sacos para su almacenamiento. Toda la paja se esparce sin triturar sobre los campos como acolchado. Los campos se mantienen inundados durante un corto periodo de tiempo durante las lluvias monzónicas de junio para debilitar el trébol y las malas hierbas y dar así al arroz la oportunidad de brotar a través de la capa vegetal que cubre el suelo.
Una vez que se ha drenado el campo el trébol se recupera y se extiende creciendo por debajo de las plantas de arroz en crecimiento. Desde entonces hasta la cosecha una época de pesado trabajo para el agricultor tradicional, las únicas labores en los campos de arroz del Sr. Fukuoka son las de conservación de los canales de drenaje y las de segar la hierba de los estrechos caminos entre los campos.
El arroz se cosecha en octubre. Las gavillas se cuelgan para que se sequen y luego son trilladas. La siembra de otoño se finaliza justo antes de que las variedades tempranas de mandarinas estén maduras y listas para su cosecha. El Sr. Fukuoka cosecha entre 4.900 5.800 Kg.de arroz por hectárea. Esta producción es aproximadamente la misma que se obtiene según el método tradicional o el método químico en su región. El rendimiento de su cosecha de cereal de invierno es frecuentemente mayor que el de los agricultores que emplean las técnicas tradicionales o las técnicas químicas utilizando ambas el método de cultivo a base de lomos y surcos. Los tres métodos (natural, tradicional y químico) dan rendimientos similares, pero difieren marcadamente en su efecto sobre el suelo. El suelo en los campos del Sr. Fukuoka mejora con cada estación. Durante los últimos 25 años, desde que dejó de labrar el suelo, sus campos han mejorado en fertilidad, estructura y en su habilidad de retener el agua.
Conclusiones
De nuevo nos encontramos en una dicotomía: ¿utilizar más información pero menos energía para producir más con el acolchado y el no arado o preferimos máxima producción y seguir perdiendo suelo en favor de nuestra comodidad?
Ecoportal.net
Sergi Caballero
http://www.sergicaballero.com/

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