Para recordar: en el día de anteayer, 4 de
Noviembre, se cumplieron ocho años de una fecha memorable para las
luchas antiimperialistas de Nuestra América. En ese mismo día, pero del
año 2005, se enterraba en Mar del Plata el más ambicioso proyecto de
Estados Unidos para América Latina y el Caribe: la creación del ALCA, el
Acuerdo de Libre Comercio de las Américas. Fue una batalla decisiva
librada en el marco de la IV Cumbre de Presidentes de las Américas, en
la cual había una ausencia que brillaba enceguecedoramente: Cuba, pero
que estaba presente y hablaba nada menos que por la voz de Hugo Chávez.
Pese a que en la agenda temática previamente acordada no se
contemplaba discutir la propuesta del ALCA, Estados Unidos -con la ayuda
de su socio/peón, Canadá- trató de imponer el tema y lograr un voto
positivo en la Cumbre que abriese de par en par las puertas al proyecto
imperialista. Este proponía instaurar la más irrestricta liberalización
comercial bajo la forma de un tratado global de libre comercio –un TLC
para las Américas- que, como enseña la experiencia práctica de países
como México (la economía con mayor período de vigencia del TLC),
Colombia, Perú y Chile sólo profundizaría los lazos de dependencia, la
vulnerabilidad externa, la extranjerización de las economías, la pobreza
y la polarización social y el saqueo de los bienes comunes de la
región. No es casual que sean precisamente los países “beneficiados” por
los TLCs aquellos en donde más se agitan las protestas populares del
continente. Como lo recordara Eduardo Galeano, el libre cambio
cristaliza la división internacional del trabajo en la cual algunas
economías se especializan en ganar y otras en perder. De eso se trataba
el ALCA, y eso es lo que fue derrotado en Mar del Plata.
Al
pronunciar el discurso de apertura de las sesiones de la Cumbre, Néstor
Kirchner se pronunció en contra de la pretensión de incorporar el
tratamiento del ALCA en las deliberaciones, lo que provocó la
insistencia de Canadá acompañado por los gobiernos conservadores de
México (presidido por Vicente Fox); el de Panamá (presidido para su
eterna deshonra por Martín Torrijos, que traicionó el legado de su
padre, Omar Torrijos, quien recuperó el Canal de Panamá de manos
yankees) y, sibilinamente, por el presidente de Chile, Ricardo Lagos.
Pero las intervenciones posteriores de Luiz Inacio “Lula” da Silva,
Tabaré Vázquez y, sobre todo, de Hugo Chávez, liquidaron definitivamente
ese proyecto y en la Declaración Final quedó claro, en negro sobre
blanco, que no había acuerdo sobre el tema y que, por lo tanto, quedaba
postergado indefinidamente. Fue, dicho en términos diplomáticos, el
certificado de defunción del ALCA.
La de Mar del Plata fue una
batalla de extraordinaria importancia y que algunos sectores atrasados
de la izquierda y el “progresismo” no aprecian en su justo término
porque subestiman el papel de la lucha antiimperialista para la
construcción de una alternativa socialista en nuestros países. El
estratega de ese combate fue Fidel, y el gran mariscal de campo fue
Chávez, contando con la importantísima colaboración de Néstor Kirchner y
Lula. Muy difícil para estos, por diferentes razones. Para Kirchner,
porque era el anfitrión de la Cumbre y tenía que desairar a Bush en su
propia cara, y lo hizo; y para Lula, porque dentro de su gobierno había
sectores -¡que todavía los hay en el gobierno de Dilma!- que favorecían
al proyecto y que creen que Brasil nada tiene que hacer con América
Latina. La batalla que estos tres libraron dentro de la Cumbre fue
impulsada y facilitada por la extraordinaria movilización popular que se
dio cita en Mar del Plata, producto de la eficacia de la larga campaña
continental de “No al ALCA” y del generalizado repudio que suscitaba la
figura de George W. Bush, verdugo de Irak y Afganistán y, tal como lo
denunciara Noam Chomsky, uno de los más sanguinarios criminales de
guerra de los últimos tiempos. La “Contracumbre” de los movimientos fue
un factor de enorme gravitación para frenar, desde afuera del recinto
donde se reunían los presidentes, la iniciativa norteamericana y para
persuadir a los gobernantes dubitativos o inclinados a aceptar las
órdenes del imperio que aprobar el ALCA significaría poco menos que
provocar un incendio en sus propios países. Poco después Evo Morales
accedería a la presidencia de Bolivia y al año siguiente haría lo propio
Rafael Correa en Ecuador, alterando significativamente el mapa
sociopolítico de América Latina y ratificando el retroceso del
imperialismo en la región.
Para concluir: hay muchas razones
para celebrar un nuevo aniversario de esa gran victoria de nuestros
pueblos. ¡No permitamos que tamaña proeza popular caiga en el olvido!
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