viernes, 30 de agosto de 2013

Obama listo para el ataque


Los estadounidenses se oponen a un criminal ataque de EE.UU. a Siria


Traducido para Rebelión por S. Seguí

Si usted necesita aún más pruebas de que el expresidente Jimmy Carter estaba en lo cierto cuando afirmó, en respuesta a las informaciones sobre el masivo programa de espionaje de la National Security Agency (NSA, Agencia de Seguridad Nacional) desvelado por Edward Snowden, que la democracia ya no existe en EE.UU., le bastaría con observar la ofensiva de Washington para iniciar una nueva guerra contra Siria. Según el último sondeo de Reuters, el 60% de los estadounidenses, a pesar de las semanas de propaganda de Washington y el seguidismo de los medios de comunicación corporativos, se opone a una guerra de EE.UU. en Siria. Sólo el 9% ciento está a favor de que EE.UU. lance un ataque.
¿Tiene esto alguna importancia ? Es evidente que no. Los portaaviones y submarinos armados con misiles de crucero y los buques de superficie ya están en posición. Los grandes medios de comunicación citan “fuentes” gubernamentales no identificadas que afirman que sólo queda por definir “el momento del ataque” y sugieren que podría haberse realizado ayer jueves.

Los inspectores de la ONU han acudido al lugar del supuesto ataque con gas para ver si realmente ocurrió, como afirman los rebeldes sirios. Sin embargo, la pregunta es si EE.UU. (que aparentemente trató de sabotear la investigación independiente de la ONU sobre el presunto ataque con gas) va a esperar a ver si efectivamente hubo siquiera un ataque, y si lo hubo, si fue obra del Gobierno sirio, o, como algunos afirman, de los propios rebeldes. No, al contrario, el Gobierno Obama y los belicistas del Congreso ya están declarando que el ataque se produjo “sin duda” y que fue obra del Gobierno sirio. (Por cierto, si EE.UU. quería una justificación para una guerra y estaba seguro de que las tropas sirias estaban detrás del ataque con gas venenoso, ¿no querría que los investigadores de la ONU confirmasen el crimen y el culpable?)

Los medios de comunicación hablan de una “intervención” en Siria, no de una invasión del país. CBS News informa de que el presidente Obama ha “ordenado” una justificación jurídica para atacar a Siria, y afirma que “se está poniendo especial énfasis en las presuntas violaciones de la Convención de Ginebra y la Convención sobre Armas Químicas”.

No menciona en cambio que existe una ley internacional de carácter más general que prohíbe lisa y llanamente el inicio de una guerra por parte de una nación contra otra, a menos que exista una amenaza “inminente” de ataque contra la nación atacante por la nación atacada. La violación de esta ley se considera un “crimen contra la paz” en virtud del Estatuto de Roma de la Corte Penal Internacional y con arreglo a los términos de la Carta de las Naciones Unidas. El concepto de “crimen contra la paz” se incorporó a la Carta de Núremberg en gran parte a instancias de EE.UU. después de la Segunda Guerra Mundial y el Tribunal de Crímenes de Guerra de Nuremberg, y más tarde se incorporó a la Carta de la ONU como Artículo 51. EE.UU. es signatario de dicho Tratado, que la Constitución define como tan vinculante para el Gobierno como cualquier ley aprobada por el Congreso.

Esta ley se declaró jus cogens, es decir, de rango superior a todas las demás leyes de la guerra y por lo tanto no puede ser reemplazada por cualquier otra ley internacional o nacional, excepto del mismo rango. La Convención de Ginebra contra el uso de armas químicas, por ejemplo, es una ley subordinada, así como las leyes contra otros crímenes de guerra, contra el genocidio o contra la tortura.

Los belicistas del Gobierno de Washington, entre ellos el presidente y el secretario de Estado, ignoran esta realidad cuando hablan de encontrar, crear o desenterrar una justificación legal para atacar a Siria por su supuesto uso de armas químicas. Por su parte, los grandes medios de comunicación no mencionan la Carta de la ONU, el Artículo 51, el delito contra la paz o el hecho de que todos los esfuerzos del Gobierno para justificar un ataque a Siria suenen a chiste. (No es de extrañar que Obama acabe de pedir a un tribunal federal que bloquee cualquier intento de presentar cargos por crímenes de guerra contra su predecesor, George W. Bush, y su consigliere, el vicepresidente Dick Cheney. El hombre, con una formación de especialista en derecho constitucional, está pensando en el futuro y espera que su sucesor haga lo mismo por él).

Legalidades aparte, cualquier ataque a Siria por parte de EE.UU. y sus Estados títeres de Europa –Gran Bretaña y Francia– sólo puede empeorar una mala situación. Originalmente el plan era armar a los rebeldes. Con ello se suponía que se reduciría la matanza, al permitir a los rebeldes defender su territorio contra las tropas del Gobierno sirio. En cambio armar a los rebeldes, que han resultado ser una banda sedienta de sangre, sólo ha empeorado las cosas, llevando a más muertes de su lado y a la prolongación de un conflicto que dura ya más de dos años.

Si EE.UU. y sus títeres “aliados” salen a la palestra directamente, hay una gran probabilidad de que las cosas escapen a todo control y la guerra se propague más allá de las fronteras de Siria. Irán ya ha advertido de que podría entrar en la lucha en apoyo del presidente sirio Bashar al-Assad. Israel ya ha llevado a cabo bombardeos en Siria, y se teme que tenga un gatillo fácil con sus armas nucleares tácticas de baja potencia, que si se utilizan en un conflicto ampliado sería un desastre total para la región y para el mundo.

Roger Boyes, editor diplomático del londinense The Times y veterano de 35 años en materia de asuntos exteriores, advierte de que el conflicto sirio, si se inflama aún más con un ataque de EE.UU. y más intervención occidental, podría fácilmente convertirse en el punto de ignición de una guerra en toda la región, o algo peor.

“En agosto de 1914 hubo una gran cantidad de cacerías de urogallo”, señala en referencia a los acontecimientos que provocaron la Primera Guerra Mundial. “En agosto de 2013, los políticos prefieren leer biografías mamotretos en la Toscana o Cornwall. Sin embargo, la propagación de la crisis de Oriente Medio, sus múltiples focos de tensión, es tan inquietante como el preludio de la guerra en 1914.”

De vuelta a Estados Unidos, donde la economía todavía sigue tambaleante con un desempleo oficial que sigue en el 7,5% a los cinco años de la Gran Recesión que comenzó en 2008 (y el desempleo real, si contamos a los trabajadores que han renunciado buscar trabajo y a los que trabajan a tiempo parcial involuntariamente, sólo para sobrevivir, es más cercano al 20%), y donde los militares siguen involucrados en otra guerra perdida en Afganistán, mientras tratan de mantener bases en cerca de 1.000 lugares de todo el mundo a un costo cercano a un billón de dólares al año.

Los estadounidenses están claramente hartos de la guerra. Sólo tres de cada 10 personas piensan que la guerra de Afganistán “valió la pena”. Y hay pruebas diarias de que la invasión de Irak, en 2003, a un costo que quizás alcance los tres billones de dólares y la masacre de más de 100.000 civiles inocentes, por no hablar de millones de refugiados, sólo ha producido un Estado fallido, donde horribles atentados sectarios son el pan de cada día.

No es sorprendente que el pueblo estadounidense no quiera otra guerra, esta vez contra Siria, país que en absoluto representa una amenaza para EE.UU.

¿Tiene importancia la oposición?

No. El Gobierno de Obama y los belicistas de ambos partidos que controlan el Congreso, por no hablar de la industria corporativa del armamento y los medios de comunicación corporativos ven con entusiasmo una nueva guerra que sustituya a la de Afganistán, en fase ya de finalización.

El expresidente Carter tiene razón: “EE.UU. no tiene una democracia funcional”. Hasta el momento que los estadounidenses empiecen a poner trabas a los engranajes de la máquina de guerra, seguirá renqueando por una vía sombría, destructora y autodestructiva.

Dave Lindorff es miembro fundador de ThisCantBeHappening, una publicación colectiva en línea, y ha colaborado en Hopeless: Barack Obama and the Politics of Illusion (AK Press).  

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