El dolor de perder a un hijo en la masacre de Curuguaty
Por Flavia Borja | fborja@uhora.com.py
Élida Benítez está quebrada. Lo dicen sus lágrimas que se le escapan sin disimulo apenas pronuncia los nombres de sus hijos: Néstor, Adalberto y Adolfo, tres de sus ocho hijos que no están con ella, Adolfo porque murió, los otros dos porque están presos.
Las
palabras se le quedan atragantadas, no pueden traspasar sus labios y
aunque trata de contenerse no lo logra. Es que la herida todavía es muy
reciente. Es una de esas heridas que no se curan jamás, la pérdida de
un hijo no se supera, esa es la sensación que transmite su mirada.
Y
como apenas puede articular palabras, llora. Así expresa su dolor por
lo que ocurrió con sus hijos, quienes aquel 15 de junio de 2012 en
Marina Cué, Curuguaty, esperaban conseguir un lugar donde criar a sus
hijos, así como su madre y su padre Mariano Castro lucharon por salir
adelante con ellos y sus demás hermanos.
La
última vez que vio a Adolfo fue el jueves anterior a la masacre. Él le
aseguró que ya habían ganado las tierras y le pidió que no se preocupe,
pero Adolfo fue uno de los diecisiete muertos.
Aquella
jornada tuvo un final sangriento. Murieron once campesinos y seis
policías, todos paraguayos, que terminaron enfrentados en la defensa de
la misma tierra; unos para asentarse y criar allí a sus hijos, los otros
porque tenían órdenes de defender la parcela que Campos Morombi litiga,
actualmente, al Estado paraguayo.
A
la sombra del árbol bajo el cual comparte su historia no puede evitar
que se le quiebre la voz, porque ahora le duele más que ayer, y mañana
le dolerá más que hoy. A medida que los días pasan los extraña más y no
deja de pensar en que Adalberto y Néstor corren el riesgo de sufrir una
alta condena (entre 25 y 30 años, según le cuentan) por la masacre de
Curuguaty.
Élida
no tiene expectativas de felicidad por el Día de la Madre, para ella
este 15 de mayo es día de recordar los once meses de la muerte de Adolfo
en una tragedia que, además, dejó tras las rejas a Néstor y Adalberto.
Que dejó sin padres a sus nietos y sin esposos a sus nueras, que dejó su
familia en pedazos.
A
pesar de todo, a sus 47 años saca fuerzas para seguir adelante, para
pedir que liberen a sus hijos, que los dejen estar con ella como antes
cuando vivían todos juntos y felices, como ella misma expresa.
"Les
pido que tengan corazón y que les den a mis hijos su libertad, si esos
que están en el poder tienen familia, si tienen madre, eso les pido",
dijo Élida, al tiempo de mencionar que eso le traerá un gran alivio.
Dejar
de conmoverse es imposible ante su seguridad de que crió hombres de
bien, trabajadores y respetuosos. Hombres que, en sus palabras, no
pueden pagar una pena por un crimen que no cometieron y que, a su
criterio, las autoridades están dejando solamente bajo responsabilidad
de los campesinos, cuando ellos jamás se imaginaban lo que ocurriría.
Al
lado de su marido don Castro, como se le conoce en la zona, la mujer de
piel morena, originaria de la zona, dice que la muerte de su hijo es
algo que no va a pasar, es el dolor más grande que afronta y solo le
resta recordar.
La
empatía es insuficiente para explicar el dolor y a la vez el coraje de
Élida Benítez, que este 15 de mayo tendrá como tarea principal, pararse
al pie de la cruz de su hijo, rezar y esperar que la justicia terrenal
le devuelva a los otros dos que siguen vivos.
MARINA
CUÉ. El 15 de junio de 2012, agentes del Grupo de Operaciones
Especiales (GEO) ingresaron a Marina Cué para desalojar a un grupo de
campesinos que, desde hace más de ocho años, lucha por las dos mil
hectáreas donadas al Estado en 1967, y declarada de interés social para
la reforma agraria en 2004, durante la presidencia de Nicanor Duarte
Frutos, pero que, sin embargo, la empresa Campos Morombi pretende como
suyas y, actualmente, está litigando por ellas.
La
orden emitida por el juez José Benítez era de allanamiento, pero los
policías pretendían desalojar a los labriegos, con quienes se
enfrentaron, produciéndose el fallecimiento de once campesinos y seis
policías.
El hecho derivó en la destitución, mediante juicio político en el Parlamento, del entonces presidente Fernando Lugo.
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