Fidel Castro en su noventa aniversario
Presentación
Hace algo más de medio siglo, cuando en los hogares latinoamericanos se celebraba el comienzo del nuevo año, una buena nueva ocurría en Cuba: un ejército guerrillero de base social campesina triunfaba en la isla caribeña liberando al país de la tiranía batistiana. Se inauguraba así un proceso político que no pretendía sólo derrocar a un dictador, sino que buscaba seguir una línea consecuentemente revolucionaria: transformar profundamente la sociedad en beneficio de las grandes mayorías.
Este triunfo de las fuerzas populares, encabezadas por el Movimiento 26 de Julio y dirigidas por el joven abogado Fidel Castro Ruz, despertó la simpatía de la mayor parte de la izquierda occidental, pero muy especialmente de la izquierda de América Latina. Era una luz que asomaba en el oscuro ambiente conservador que entonces se vivía en el subcontinente.
Había roto con dos tipos de fatalismo muy difundidos en la izquierda latinoamericana: uno geográfico y otro militar. El primero planteaba que los Estados Unidos no tolerarían una revolución socialista en su área estratégica y Cuba triunfa muy cerca de sus costas. E l segundo sostenía que dada la sofisticación que habían alcanzado los ejércitos, ya no era posible vencer a un ejército regular, pero la táctica guerrillera empleada por los revolucionarios demostró que era posible ir debilitando al ejército enemigo hasta llegar a derrotarlo.
Era lógico, entonces, que, luego del triunfo cubano, el tema de la lucha armada pasase a ser el tema central de discusión de la izquierda de nuestra región. Pero detrás de las armas y de la táctica guerrillera, había mucho más; existía toda una estrategia política construida y aplicada hábilmente por Fidel, sin la cuál no puede explicarse dicha victoria.
El máximo dirigente cubano entendió muy bien que la política no podía ser el arte de lo posible —una visión conservadora de la política—, sino el arte de construir una correlación de fuerzas social, política y militar que permitiera transformar lo que parecía imposible en ese momento en algo posible en el futuro.
He seleccionado como una contribución a esta revista las conclusiones de mi libro La estrategia política de Fidel. Del Moncada a la victoria [1] por considerarlas de absoluta actualidad.
La primera de ellas se refiere al tema del enemigo inmediato y la amplitud del frente político . Allí señalo las grandes lecciones que pueden obtenerse de la enorme flexibilidad táctica que empleó Fidel para construir la amplia alianza con todas las fuerzas anti-batistianas. El líder cubano entendió que para lograr el triunfo contra el dictador era necesario unir al máximo de fuerzas sociales y por ello fue paso a paso construyendo la unidad no sólo con las clases y sectores revolucionarios, sino también con sectores reformistas y, aún con aquellos sectores reaccionarios que tuviesen la más mínima contradicción con el dictador. Para lograr este objetivo tuvo que replegarse en muchos aspectos, pero nunca cedió en cuestiones de fondo: jamás aceptó una posible injerencia extranjera para facilitar las cosas, ni la utilización de un golpe militar con los mismos objetivos, ni la exclusión de fuerza alguna representativa de algún sector del pueblo.
En la segunda se refiere a los criterios que usó la construir la unidad de las fuerzas revolucionarias . En esta parte del texto señalo las enseñanzas que podemos extraer de su propia práctica y de sus discursos. Nadie como él luchó por esa unidad, transformándola en el pilar de su estrategia política antes y después de la victoria. Fidel prefirió evitar las discusiones teóricas para centrar su energía en aplicar una estrategia política correcta; estaba convencido de que sería la práctica la que lograría resolver con menos desgaste interno las diferencias ideológicas y políticas de los distintos grupos revolucionarios.
Para terminar esta pequeña presentación quiero recordar una frase de Antoine de Saint-Exupéry: “Amar no es mirarse el uno al otro; es mirar juntos en la misma dirección”.
Pienso que la mayor expresión de amor y el mayor homenaje que podemos hacer a Fidel en su 90 aniversario es mirar en su misma dirección.
Marta Harnecker 12 julio 2016
Fidel: La estrategia política de la victoria (Selección) CONCLUSIONES 1. El enemigo inmediato y la amplitud del frente político
La estrategia seguida por Fidel para conformar el bloque de fuerzas sociales que permitió el derrocamiento de Batista y luego la marcha hacia el socialismo nos deja grandes lecciones.
A pesar de que el dirigente cubano sabía perfectamente que las únicas fuerzas revolucionarias consecuentes eran sólo las que conformaban su concepto de “pueblo”, sabía también que las clases dominantes contaban con medios muy poderosos para mantener el régimen establecido, entre ellos el apoyo del país imperial más poderoso del mundo.
Su gran mérito histórico fue haber sabido definir con claridad cuál era el eslabón decisivo que permitiría asir toda la cadena y de esa manera hacer avanzar a la revolución, y eso no era otra cosa que la lucha contra Batista y el régimen que él encarnaba. Era necesario unir el máximo de fuerzas sociales para derrocar a la tiranía, unir no sólo a las clases y sectores revolucionarios sino también a los sectores reformistas y aún a aquellos sectores reaccionarios que tuvieran la más mínima contradicción con el dictador.
De ahí que en el programa del Moncada planteara sólo medidas de tipo “democrático—burgués” y aunque se proponía medidas que afectarían a los intereses norteamericanos no se hizo nunca una declaración formal antimperialista. Luego, en el Pacto de la Sierra, como ya vimos, desaparecieron aún las medidas relacionadas con las nacionalizaciones , para terminar en el Pacto de Caracas con un programa mínimo reducido a las medidas más esenciales: castigo a los culpables, defensa de los derechos de los trabajadores, orden, paz, libertad, cumplimiento de los compromisos internacionales y búsqueda del progreso económico, social e institucional del pueblo cubano.
En lo que Fidel nunca cedió fue en cuestiones de fondo, las únicas que podían estancar el desarrollo del proceso revolucionario, y ellas fueron: la no aceptación de la injerencia extranjera, el rechazo al golpe militar y la negativa a conformar un frente que excluyera a alguna fuerza representativa de un sector del pueblo.
Las líneas más generales acerca de la necesidad de conformar un amplio frente antimperialista y antioligárquico quedaron plasmadas en la II Declaración de La Habana, el 4 de febrero de 1962. Por eso es que, doce años después, preocupado por la desunión de las fuerzas democráticas y progresistas de Chile, y, en concreto, de la ausencia de criterios comunes dentro de la propia Unidad Popular (frente político que apoyaba a Allende), en un momento en que ya la ofensiva de las fuerzas reaccionarias se hacia evidente, decide recordar esas palabras. Y lo hace, justamente, en la parte final de su discurso de despedida, después de haber visitado Chile durante varias semanas, el 2 de diciembre de 1971.
Veamos lo que dice al respecto:
“El imperialismo, utilizando los grandes monopolios cinematográficos, sus agencias cablegráficas, sus revistas, libros y periódicos reaccionarios, acude a las mentiras más sutiles para sembrar el divisionismo e inculcar entre la gente más ignorante el miedo y la superstición a las ideas revolucionarias, que sólo a los intereses de los poderosos y explotadores y a sus seculares privilegios pueden y deben asustar.
“El divisionismo, producto de toda clase de prejuicios, ideas falsas y mentiras; el sectarismo, el dogmatismo, la falta de amplitud para analizar el papel que corresponde a cada capa social, a sus partidos, organizaciones y dirigentes, dificultan la unidad de acción imprescindible entre las fuerzas democráticas y progresistas de nuestros pueblos. Son vicios de crecimiento, enfermedades de la infancia del movimiento revolucionario que deben quedar atrás. En la lucha antimperialista y antifeudal es posible vertebrar la inmensa mayoría del pueblo tras metas de liberación que unan el esfuerzo de la clase obrera, los campesinos, los trabajadores intelectuales, la pequeña burguesía y las capas más progresistas de la burguesía nacional. Estos sectores comprenden la inmensa mayoría de la población y aglutinan grandes fuerzas sociales capaces de barrer el dominio imperialista y la reacción feudal. En ese amplio movimiento pueden y deben luchar juntos por el bien de sus naciones, por el bien de sus pueblos y por el bien de América, desde el viejo militante marxista hasta el católico sincero que no tenga nada que ver con los monopolios yanquis y los señores feudales de la tierra.
“Ese movimiento podría arrastrar consigo a los elementos progresistas de las fuerzas armadas, humilladas también por las misiones militares yanquis, la traición a los intereses nacionales de las oligarquías feudales y la inmolación de la soberanía nacional a los dictados de Washington.”
“Estas ideas —dice— fueron expresadas hace 10 años y no se apartan un ápice de las ideas de hoy.” [2]
Pero esta amplia política de alianzas que Fidel tuvo en mente desde los inicios, y en la que existía una preocupación especial por recuperar el máximo de elementos del aparato represivo del estado (recordar palabras dirigidas a los militares y a los jueces en su autodefensa), fue implementada siguiendo, a su vez, determinadas consideraciones estratégicas. Fidel busca primeramente la unidad de las fuerzas revolucionarias y sólo después de realizar un esfuerzo en este sentido es que plantea una unidad más amplia. Es importante observar aquí que el no logro pleno de la unidad entre los revolucionarios no lo detiene en su avance hacia la unidad más amplia. Pero sólo da pasos concretos hacia ella cuando el Movimiento 26 de Julio ha logrado constituirse en una fuerza respetable y su estrategia de lucha ha sido probada con éxito en la práctica, es decir, cuando ha logrado alcanzar una repercusión decisiva en el escenario político. De otro modo se corre el riesgo, como ya señalábamos, de quedarse a la zaga de las fuerzas burguesas.
Reflexionando, en diciembre de 1961, acerca del proceso de unidad con las fuerzas burguesas y concretamente sobre el rompimiento del Pacto de Miami dice:
“[...] Nos quedamos solos pero realmente en ese momento valía mil veces más andar solos que mal acompañados.
“[...] ¿por qué en aquella época, cuando nosotros éramos cientoveinte hombres armados, no nos interesaba aquella unidad amplia con todas las organizaciones que estaban en el exilio y, sin embargo, después, cuando nosotros teníamos ya miles de hombres, sí nos interesaba la unidad amplia? Muy sencillo, porque cuando éramos cientoveinte hombres, la unidad les hubiera proporcionado abierta mayoría a elementos conservadores y reaccionarios o representantes de intereses no revolucionarios aunque estuvieran contra Batista. En aquella unión nosotros éramos una fuerza muy reducida. Sin embargo, cuando al final de la lucha ya todas aquellas organizaciones se convencieron de que el movimiento marchaba victoriosamente adelante y que la tiranía iba a ser derrotada, [y] se interesaron por la unidad, ya nosotros éramos una fuerza decisiva dentro de aquella unidad.” [3]
En relación a la conformación de la unidad de las fuerzas revolucionarias Fidel proporciona algunos criterios de gran interés en una conversación con estudiantes chilenos en 197l:
“Lo ideal en política es la unidad de criterios, la unidad de doctrina, la unidad de fuerzas, la unidad de mando como en una guerra. Porque una revolución es eso: es como una guerra. Es difícil concebir la batalla, que se esté en el medio de la batalla con diez mandos diferentes, diez criterios diferentes, diez doctrinas militares diferentes y diez tácticas. Lo ideal es la unidad. Ahora, eso es lo ideal. Otra cosa es lo real. Y creo que cada país tiene que acostumbrarse a ir librando su batalla en las condiciones en que se encuentre. ¿No puede haber una unidad total? Bueno, vamos a buscar la unidad en este criterio, en este otro y en este otro. Hay que buscar la unidad de objetivos, unidad en determinadas cuestiones. Puesto que no se puede lograr el ideal de una unidad absoluta en todo, ponerse de acuerdo en una serie de objetivos.
“El mando único —si se quiere—, el estado mayor único, es lo ideal, pero no es lo real. Y por lo tanto, habrá que adaptarse a la necesidad de trabajar con lo que hay, con lo real.” [4]
En relación al proceso de unificación de las fuerzas revolucionarias podemos extraer tres grandes lecciones de la experiencia cubana:
La primera, expresada ya en las palabras de Fidel anteriormente citadas: es necesario que los dirigentes revolucionarios tengan como preocupación central avanzar en el proceso de unidad de las fuerzas revolucionarias y para ello no hay que partir de las metas máximas sino de las metas mínimas. Un ejemplo de ello es el Pacto de México entre el Movimiento 26 de Julio y el Directorio Revolucionario.
La segunda: lo que más ayuda a la unificación de las fuerzas revolucionarias es la puesta en práctica de una estrategia que demuestre ser la más correcta en la lucha contra el enemigo principal. Si produce frutos satisfactorios se irán plegando a ella durante la lucha, en el momento del triunfo o en los meses o años posteriores, el resto de las fuerzas verdaderamente revolucionarias.
Si la unidad a todo nivel se gesta prematuramente, antes de que estén suficientemente maduras todas las condiciones para ello, lo que puede ocurrir es que, o se llegue a conformar una unidad puramente formal que tiende a caer hecha trizas ante el primer obstáculo que aparezca en el camino, o puede producir la inhibición de estrategias correctas representadas por grupos minoritarios que, en pro de la unidad, se deciden a renunciar a ellas para someterse al criterio de la mayoría, con las consecuencias negativas que ello tendrá para el proceso revolucionario en su conjunto.
Y, tercero, algo muy importante para lograr la unidad perdurable de las fuerzas revolucionarias —y de lo que Fidel fue siempre el máximo promotor—, valorar en forma correcta el aporte de todas las fuerzas revolucionarias sin fijar cuotas de poder ni en relación a su grado de participación en el triunfo de la revolución, ni en relación a la cantidad de militantes que tenga cada organización. Es decir, establecer la igualdad de derechos de todos los participantes, combatiendo cualquier “complejo de superioridad” que pudiese presentarse en alguna de las organizaciones que conforman la unidad.
Los más ricos aportes de Fidel sobre este tema se producen en su lucha contra el sectarismo, especialmente en el llamado primer proceso a Escalante, en marzo de 1962, cuando Aníbal Escalante, secretario de organización de las ORI —primer esfuerzo por institucionalizar la unidad de las fuerzas revolucionarias después del triunfo de la revolución— empieza a copar todos los puestos y funciones con “viejos militantes marxistas”, lo que en Cuba no quería decir otra cosa que ser militante del PSP, único partido marxista antes de la revolución.
En lugar de promoverse una organización libre de revolucionarios se estaba creando una “coyunda”, una “camisa de fuerzas”, un “yugo”, “un ejército de revolucionarios domesticados y amaestrados”. Fidel insiste, en ese momento, en que es necesario combatir tanto el sectarismo “de la Sierra” como el sectarismo “de los viejos militantes comunistas marxistas”.
Y al respecto sostiene:
“La revolución está por encima de todo lo que habíamos hecho cada uno de nosotros: está por encima y es más importante que cada una de las organizaciones que había aquí, Veintiséis, Partido Socialista Popular, Directorio, todo. La revolución en sí misma es mucho más importante que todo eso.
“¿Qué es la revolución? La revolución es un gran tronco que tiene sus raíces. Esas raíces, partiendo de diferentes puntos, se unieron en un tronco; el tronco empieza a crecer. Las raíces tienen importancia, pero lo que crece es el tronco de un gran árbol, de un árbol muy alto, cuyas raíces vinieron y se juntaron en el tronco. El tronco es todo lo que hemos hecho juntos ya, desde que nos juntamos; el tronco que crece es todo lo que nos falta por hacer y seguiremos haciendo juntos. [...]
“Lo importante no es lo que hayamos hecho cada uno separado, compañeros; lo importante es lo que vamos a hacer juntos, lo que hace rato ya estamos haciendo juntos: y lo que estamos haciendo juntos nos interesa a todos, compañeros, por igual [...]” [5]
4. Ese mismo día dirá en otro discurso refiriéndose a su caso personal: “Yo también pertenecí a una organización. Pero las glorias de esa organización son las glorias de Cuba, son las glorias del pueblo, son las glorias de todos. Y yo un día —agrega— dejé de pertenecer a aquella organización. ¿Qué día fue? El día [en] que nosotros habíamos hecho una revolución más grande que nuestra organización; el día en que nosotros teníamos un pueblo, un movimiento mucho más grande que nuestra organización; hacia el final de la guerra, cuando teníamos ya un ejército victorioso que habría de ser el ejército de la revolución y de todo el pueblo; al triunfo, cuando el pueblo entero se sumó y mostró su apoyo, su simpatía, su fuerza. Y al marchar a través de pueblos y ciudades, vi muchos hombres y muchas mujeres; cientos, miles de hombres y mujeres tenían sus uniformes rojo y negro del Movimiento 26 de Julio; pero más y más miles tenían uniformes que no eran rojos ni negros, sino camisas de trabajadores y de campesinos y de hombres humildes del pueblo. Y desde aquel día, sinceramente, en lo más profundo de mi corazón me pasé, de aquel movimiento al que queríamos, bajo cuyas banderas lucharon los compañeros, me pasé al pueblo; pertenecí al pueblo, a la revolución, porque realmente habíamos hecho algo superior a nosotros mismos.” [6]
[1] . Escrito en 1985 y publicado en numerosos países de América Latina (con 3 ediciones en Perú) y en en inglés.Se puede encontrar en formato digital en: http://www.rebelion.org/docs/89864.pdf
[2] . Fidel Castro, 2 de diciembre de 1971, en Cuba—Chile, Comisión de Orientación Revolucionaria, La Habana, 1972, p.487.
[3] . F. Castro, Comparecencia en TV del 1 de diciembre de 1961; O.R, op.cit. pp.27—28; La revolución cubana..., op. cit. p.407.
[4] . Fidel Castro, Conversación con los estudiantes de la Universidad de Concepción, en Cuba—Chile, Chile, 18 noviembre, 1971, op.cit. p. 274.
[5] . Fidel Castro, Discurso del 26 de marzo de 1962, en Obra revolucionaria Nº 10, p.29—30; La revolución cubana..., op.citp. p.539.
[6] . Fidel Castro, Discurso del 26 de mayo de 1962, en Obra revolucionaria Nº11, 27 marzo, 1962, pp.36—37; La revolución cubana..., ob.cit. pp.545—546.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.
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