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En la etapa final del mandato de Obama, los principales objetivos que persigue la política exterior norteamericana son la contención de China y Rusia, y el control de Oriente Medio, pese a los fracasos obtenidos en la última década. Es poco probable que los dos primeros sean sometidos a una revisión profunda: Washington, sea quien sea el nuevo presidente norteamericano, es consciente de que Pekín y Moscú son sus principales rivales. En Oriente Medio, su política sigue la inercia de los últimos años, que sólo ha conseguido ensangrentar más a toda la región. Empantanadas y sin resolver las guerras de Afganistán e Iraq, Estados Unidos se lanzó a derribar a los gobiernos sirio y libio, y aceptó que su aliada Arabia iniciase una feroz intervención en Yemen, cuyos únicos resultados han sido centenares de miles de muertos, millones de refugiados y el aumento del caos y la destrucción en todo Oriente Medio. A corto plazo, Washington no va a revisar su política en Oriente Medio, aunque las negociaciones de Ginebra sobre Siria son una débil esperanza En los tres escenarios, Estados Unidos ha movido en las últimas semanas algunas piezas: en Ucrania, Siria y en el mar de la China meridional.
Victoria Nuland, la subsecretaria de Estado norteamericana, ha visitado Moscú para mediar en la crisis ucraniana y para examinar el estado de las relaciones entre Rusia y Estados Unidos. El mensaje de Obama era explícito: Washington no aceptará ni reconocerá las elecciones que se celebren en el Donbás, el este ucraniano que se rebeló contra el golpe de Estado de febrero de 2014 y el gobierno surgido del Maidán. En sus conversaciones con responsables rusos, Nuland exhibió los acuerdos de Minsk, y la obligación de las partes enfrentadas de respetarlos, aunque omitió la persistente negativa del gobierno de Kiev de aplicar los puntos más relevantes de los acuerdos: el diálogo directo entre las partes (Kiev y Donbás), la amnistía para los combatientes, la reforma constitucional, y la autonomía para el Donbás. Significativamente, Estados Unidos se ha negado a implicarse en la aplicación de los acuerdos, y ni siquiera está presente en el “cuarteto de Normandía” (Rusia, Alemania, Francia y Ucrania) que fiscaliza la evolución de la crisis ucraniana, y no descarta la revisión de los acuerdos de Minsk.
Nuland fue uno de los responsables norteamericanos que participaron en la preparación del golpe de Estado: desde la supervisión de la campaña de propaganda en Ucrania y en medios internacionales, hasta el operativo para entrenar militarmente en Polonia a los provocadores que ensangrentaron el Maidán en los días del asedio al gobierno de Yanukóvich. Nuland llegó a viajar a Kiev para estimular la rebelión contra el anterior gobierno, y para repartir galletas entre los congregados en el Maidán, sabiendo la repercusión internacional de semejante gesto, compartido por otros ministros europeos, y asesoró al nuevo gobierno surgido del golpe de fuerza: Poroshenko fue el elegido por el Departamento de Estado como el peón que podía asegurar la consolidación del gabinete golpista y la rápida aproximación de Ucrania a Estados Unidos y la OTAN. Objetivo: seguir presionando en la periferia rusa, e impedir el fortalecimiento y la creación de nuevos vínculos entre las viejas repúblicas soviéticas que intenta conseguir Moscú con su apuesta por la Unión Euroasiática. Además, jugando esa carta, Estados Unidos consigue limitar la capacidad internacional de la Unión Europea, manteniendo el foco de crisis ucraniano, que, por otra parte, se añade a las dificultades de Bruselas para gobernar la emergencia creada por los centenares de miles de refugiados que huyen de Oriente Medio, y por el terrorismo yihadista, que afecta a Europa y el mundo musulmán pero no a Estados Unidos.
Al mismo tiempo, Stoltenberg, secretario general de la OTAN, anunciaba que su organización podría desplegar nuevas fuerzas en el Báltico (Estonia, Letonia, Lituania), decisión que se añade al inicio del despliegue del escudo antimisiles en Rumania y Polonia. Negando la evidencia, Stoltenberg aseguró que esas medidas eran “plenamente defensivas”, y que no buscaban iniciar una nueva carrera de armamentos ni ponían en tela de juicio los acuerdos con Moscú, pese a las protestas rusas y a la constatación de que la OTAN ha aproximado sus fuerzas en Europa hasta las mismas fronteras rusas. Rusia no se ha movido, pero las tropas de la OTAN, sí.
En el segundo foco de atención, Oriente Medio, se movían otras piezas. El 21 de mayo, el general Joseph Leonard Votel , comandante del United States Central Command viajaba al norte de Siria, donde ya han ingresado dos centenares de miembros de los grupos de operaciones especiales norteamericanos, sin acuerdo del gobierno de Damasco y en abierta violación del derecho internacional, que prohíbe la entrada de fuerzas militares en cualquier país sin el acuerdo del gobierno afectado. Votel, que había viajado antes a Bagdad, es el militar estadounidense de más alta graduación que supervisa las operaciones en Siria y en todo Oriente Medio. Votel se reunió con miembros de la “oposición moderada” (según la descripción norteamericana; en realidad, yihadistas financiados por Arabia y las monarquías del golfo, así como por Turquía y por Washington), para examinar las próximas ofensivas militares. El propósito anunciado era la supervisión de la lucha contra Daesh, aunque Estados Unidos ha limitado sus acciones contra el ejército de Abu Bakr al-Baghdadi y no ha desdeñado su contribución en la guerra contra el gobierno de Damasco. Estados Unidos, además, se ha negado a colaborar con Rusia en los ataques contra Daesh: Moscú había ofrecido iniciar una ofensiva conjunta con Washington contra los grupos yihadistas en Siria, iniciativa que fue rechazada de forma tajante por el Pentágono. Pese a defender, a regañadientes, las conversaciones de Ginebra, el gobierno norteamericano sigue empeñado en derribar al gobierno de Damasco.
A miles de kilómetros de distancia, el tercer foco de interés: dos aviones militares chinos interceptaban un avión espía norteamericano que volaba sobre el mar de la China meridional. Washington se vio forzado a realizar una declaración oficial: el Pentágono aseguró que su avión realizaba un “patrullaje de rutina”. El incidente se añadía a otro ocurrido dos semanas antes: un navío de guerra norteamericano se aproximó a las islas artificiales construidas por China en ese mar (en la zona de las Islas Spratly) como parte de su esfuerzo defensivo. Pekín intenta crear un sistema de defensa contra los submarinos norteamericanos, muy activos en todo el mar de la China meridional. Estados Unidos rechaza la construcción de islas artificiales por Pekín, y trabaja para crear un frente antichino en el sudeste asiático, dentro de su plan estratégico de “contención de China”. La visita de Obama a Hanoi se enmarca también en ese objetivo, aunque es muy dudoso que pueda atraerse al gobierno vietnamita. Estados Unidos ha aumentado sus fuerzas y su despliegue militar en toda el área del mar de la China meridional y, en general, en todo el sudeste asiático, como parte de la estrategia anunciada por Obama del “giro a Asia”.
¿Qué tienen en común los tres movimientos? El aumento de la presión militar norteamericana en los tres principales focos de fricción entre las grandes potencias: pese a las intenciones proclamadas por Obama, Estados Unidos sigue negándose a una mayor colaboración internacional para resolver las guerras, impulsar procesos de negociación efectivos, y contribuir a la paz internacional. En los últimos meses de la presidencia de Obama, mientras aumentan los signos de crisis, la Casa Blanca y el Pentágono siguen apostando por la fuerza, lanzando avisos, ignorando el sufrimiento de millones de personas, amagando con la guerra.
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