Opinión
En estos tiempos de dificultades a varios que se confiesan izquierdistas les ha dado por negar todo carácter revolucionario al gobierno bolivariano. En particular, se subraya la tesis de que si lo fuera, debería proceder de inmediato a estatizar toda la banca, las fábricas y las cadenas de administración de los alimentos. Esta radical postura pareciera trabajar más con un modelo teórico que con la propia realidad. En ella no cuentan las fuerzas sociales que se mueven en el país, ni las determinaciones que sobre ellas actúan, tanto internas como externas. Mucho menos cuenta lo que piensa el pueblo llano, sujeto de tantas urgencias materiales que muchas veces, en su desesperación, puede ser encantado por los cantos de una derecha hiperdemagógica que no le importa luego confesar que todo cuanto ofreció no era más que “marketing publicitario”.
Modelos de revolucionarios nos sobran, allí están el Ché y Chávez, por nombrar los más cercanos al corazón de esta América nuestra. Ser como el Ché y ser como Chávez es la aspiración máxima de muchos jóvenes venezolanos, pero no lo es de la juventud que sólo mira y quíere parecerse a los jóvenes de Sony Entertainment. Quizás por nuestra propia culpa, por no haber sabido entregarnos de lleno al reto de crear una verdadera generación de oro que no se expresara sólo en el deporte sino también en la solidaridad con el otro, en la conciencia de querer combatir las graves injusticias que conforman el capitalismo y construir por el contrario las bases de una nueva sociedad, que si no era desde el comienzo socialista – bien sabemos que esta transformación puede tomarnos varias generaciones – si debía buscar con fuerza que en ella comenzara a regir la igualdad, la justicia y la libertad verdadera.
En todo caso, si comparamos estos 17 años con todo el pasado oprobioso que se tuvo que vivir en Venezuela desde mucho antes de la muerte del Libertador – baste considerar las amarguras y traiciones que tuvo que vivir en sus últimos años – lo realizado hasta el momento ha sido un verdadero milagro, en el que mucho tuvo que ver la estatura moral y la conciencia estratégica de ese grande de nuestra historia que fue el Comandante Hugo Chávez. Pero también tuvo mucho que ver el temple de acero y la fuerza histórica acumulada por el pueblo que lo reconoció como uno de los suyos y lo acompañó paso a paso en la construcción de una Venezuela que dejaba de ser el reino de las élites para convertirse en un país de justicia para todos y todas.
Basta despojarse de prejuicios de clase, de intereses de poder, de ambiciones personales para reconocer que Venezuela se ha transformado radicalmente a favor de las grandes mayorías y que hoy el pueblo – sea cual sea su inclinación política – goza de derechos y reconocimientos que resultaban más que imposibles antes de la llegada de la revolución al poder. ¿Puede alguien negar, en su sano juicio, que hoy un millón de familias que antes sobrevivían en el borde de una quebrado gozan de una vivienda real, segura y digna? ¿Que millones han recuperado la vista gracias a la Misión Milagro? ¿Que ya no se ve por ningún lado un niño de la calle? ¿Qué desaparecieron los miles de pordioseros que pululaban por las calles de las grandes ciudades? Y esto sin hablar de las bajísimas tasas de desempleo, de la disminución de la mortalidad infantil, del gran número de estudiantes universitarios, del 83% de personas de la tercera edad que hoy gozan de pensiones, del reconocimiento y valoración de las personas con discapacidad, de los sexo diversos, etc., etc.? ¿Podría alguien desmentir estas cifras? Tanto es así, que hoy la oposición, que domina en la Asamblea, pretende ganar indulgencias con escapulario ajeno después que pasó 17 años diciendo que el gobierno no había hecho obra alguna a favor de nadie.
Por si esto fuera poco, bastaría con recordar que la acción transformadora de la realidad logró también impactar al continente americano y es motivo de admiración por otros pueblos del mundo. De hecho, Chávez y el pueblo venezolano lograron realizar, en el contexto de un mundo globalizado, regido por grandes corporaciones financieras y mediáticas, lo que muchos pasan olímpicamente por alto y que constituyen proezas realmente históricas como lo pueden ser: una participación más autodeterminada y efectiva en el mercado global; un reparto más equitativo de las riquezas generadas por esa participación; la construcción por primera vez de reales mecanismos de integración política, económica y cultural entre los países de Nuestra América, de los cuales son vivo ejemplo el ALBA, UNASUR, la CELAC, PETROCARIBE, TELESUR y otros más; una mayor independencia de la influencia de los Estados Unidos en la región, hasta el punto de haber dado al traste con planes imperiales como lo fue el ALCA.
Por todo ello, y si bien estamos atravesando una cruel e inclemente guerra económica que actúa en contra de los valores de la solidaridad, la cooperación, la complementareidad, no dejemos que de nuevo las fuerzas de la reacción retrotraigan la situación a ese pasado en el que el pueblo sólo contaba como fuerza pasiva de trabajo, mientras las élites se solazaban en mostrar sus riquezas en las páginas sociales de los medios. Cierto es que todos y todas aspiramos a realizar nuestras expectativas personales y familiares, pero éstas no tendrán sostenibilidad ni podrán arropar a todo el pueblo si no nos sentimos orgullosos de lo que hemos logrado en estos 17 años y, unidos, luchamos con fuerza para vencer este otro nuevo intento de la derecha de devolvernos a las catacumbas, de despojarnos de los derechos alcanzados y reinstaurar su hegemonía por sobre los verdaderos valores que el pueblo venezolano ha venido construyendo en estos años de real emancipación.
No se trata, pues, de hurgar en lo profundo para mostrar que el gobierno venezolano no es verdaderamente revolucionario de acuerdo a un dogma preestablecido, o de exacerbar sus limitaciones y contradicciones – que las hay y muchas – sino en trabajar unidos para avanzar hacia la siguiente etapa: la construcción del socialismo. Esto implicará un esfuerzo y un compromiso cada vez mayor. Hará falta profundizar la formación, la acumulación ideológica y organizativa de las fuerzas sociales y sobre todo acendrar la unidad de todos y de todas por encima de cualquier diferencia. Y ésta no es sólo tarea del gobierno o de los revolucionarios a ultranza, como tampoco de los intelectuales, políticos profesionales o de los opinadores de oficio sino de los movimientos revolucionarios que se han forjado en las entrañas del pueblo, así como de todos y todas aquellas que aún actuando individualmente siguen soñando con su derecho a vivir en un mundo mejor.
http://www.alainet.org/es/articulo/175369
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